Carta abierta a quienes pretenden cambiar la lengua
Los seres humanos más de una vez han pretendido ser dueños de lalengua que hablan en vez de considerarse hablados por ella en tanto que hablantes, a menudo eso les ha empujado a querer depurarla, reformarla, hacerle decir lo que no dice.
Una ideología hoy vigente pretende regirse por un cogito que se afirma en un “yo soy lo que digo que soy” y que siendo amo de la lengua nadie puede decir nada sobre mí. Gente que cree que el significante se significa a sí mismo. Quien piensa así debe renunciar al humor que juega con la lengua y si persiste en su intento, deberá renunciar también a la risa que producen los equívocos tanto como los chistes, tampoco podrá creer en las palabras de amor si no van acompañadas de un contrato firmado y sellado. Querer limpiar la lengua del malentendido haría desaparecer el chiste de la faz de la tierra, junto con la poesía…. terminaríamos por no encontrándole gusto a nada.
Es sorpréndete, una sorpresa desagradable, escuchar en la radio la cantidad de personas que se adhieren al cogito del “si es sí” y piden explicaciones a quienes entiende la lengua de otra manera.
Descartes, en el siglo XVII anunció su cogito, “pienso luego soy”, dos siglos antes del descubrimiento del inconsciente por Freud. El cogito cartesiano nos introdujo a la era de la ciencia, y sin este cogito quizá tampoco habría surgido el psicoanálisis, dos siglos después. Otro psicoanalista, Jacques Lacan, se apoyó en el cogito cartesiano para enunciar un nuevo cogito a partir de la experiencia del inconsciente, lo formuló como una elección forzada entre un “o yo no pienso o yo no soy”.
La experiencia analítica es el mejor antídoto para percibir hasta qué punto no somos dueños de las palabras sino determinados por ellas, es algo que se constata al hacer la experiencia de un psicoanálisis.
El dicho hoy en boga, “soy lo que digo que soy”, es la expresión de un modo totalitario de tratar la lengua al querer limpiarla de sus supuestas imperfecciones, o al querer forzarla a decir lo que la lengua no dice. Participan de ello, quizá sin darse cuenta, quienes se esfuerzan por ser políticamente “correctos” diciendo “ellos y ellas”, una y otra vez, en vez de decir “ellos” que en castellano los incluye a ambos.
Dejándose llevar por esta corriente, por este empuje a “depurar” la lengua se llega hasta el ridículo de proponer un neologismo, como “elles”, que no parece estar en el gusto de nuestra lengua.
Siento mucho que personas que se consideran de izquierdas, se hayan dejado llevar por esta corriente que ha permitido dar a luz una ley como la ley del “si es sí”, que participa
del “yo soy lo que digo que soy” y pretende borrar de la lengua la ambigüedad y la equivocidad que tiene el deseo. Además de ser una ley que pone a las mujeres en una posición penosa, dando por hecho que las mujeres no somos seres deseantes, no nos gusta seducir e incluso que no somos capaces de decir que no, llegado el caso. Es evidente que no nos conocen.
Quienes se abocan a querer cambiar la lengua, desconocen que hay un gusto en juego cuando se habla y que por eso decimos unas palabras más que otras. No se puede imponer desde arriba el gusto que cada uno tiene por la lengua, por su modo de hablar. Por eso este “nuevo catecismo” resulta ridículo.
Esta corriente surgida en las Universidades americanas se ha expandido como una epidemia de adeptos ciegos que repiten como loros sus mantras. No hay más que escuchar la radio estos días en los que se condena alegremente a un hombre por acusaciones hechas por una mujer , sin saber si son verdaderas o falsas, puesto que aún no han sido juzgadas. Mientras que a la mujer que acusa se le cree, ¿por qué? ¿Por ser una mujer? Si esta es la emancipación de la mujer, conmigo no cuenten. Pareciera que quienes promueven este estado de cosas no creen que las mujeres somos seres deseantes, sólo nos sitúan como víctimas. ¡Qué manera de pensar tan desagradable!
Estamos hablando del deseo sexual y de la ola de puritanismo que nos invade, una ola que da por sentado que los hombres son acosadores sexuales y que las mujeres no quieren saber nada de sexo ni del deseo sexual. Esto despide un cierto olor a rancio aunque sus promotores se consideren laicos y modernos.
¿Acaso la seducción ha dejado de interesarnos a las mujeres? No lo creo. Por eso me parece una epidemia de puritanismo velado el actual estado de opinión según el cual si a una mujer le dicen un piropo en la calle debe considerarse necesariamente ofendida. Me inquieta que algo tan ingenioso como el piropo pudiera desaparecer, será porque nací en Andalucía.
Quienes se han apuntado a esta cruzada de “cambiar la lengua” me parecen gente peligrosa porque pretenden amargarnos la vida, si nos ponemos así habría que prohibir el humor pues el humor no se atiene a la ley del “si es sí”, y ¿entonces? ¿qué sería una vida sin humor? . En segundo lugar, porque quienes se erigen en dueños de la lengua, como ya lo hicieron los nazis no hace tanto, lo sepan o no, están abocados al fracaso.
Eso sí, parece que por el momento la gente que no comparte semejante estulticia guarda cierto silencio, en una época en la que no es fácil orientarse. En cualquier caso, querer “depurar” la lengua es una tarea vana pero que puede molestar a muchos ciudadanos mientras que los empeñados en hacerlo no acepten la banalidad de este intento.
Psicoanalista, miembro de a la ELP y de la AMP.