Todos somos Natascha Kampush. Por MANUEL FERNÁNDEZ BLANCO (A Coruña).


LA VOZ DE GALICIA. 23 de septiembre de 2006.

LOS SÍNTOMAS DE LA CIVILIZACIÓN

Todos somos Natascha Kampush

LAS ÚLTIMAS noticias sobre el secuestro de Natascha Kampush parecen indicar que Natascha pudo disponer de otras ocasiones para huir del control de Wolfang Prikopil antes del momento en que lo hizo. Natascha lo acompañaba en ocasiones cuando iba a la compra, o al domicilio de un amigo, o a esquiar. Algunos vecinos dicen haberla visto sola en el jardín de la casa, o leyendo, también sola, en el asiento delantero del coche de su secuestrador. Estas informaciones provocan suspicacias y hacen desconfiar, a muchos, de la sinceridad de Natascha respecto a sus dificultades para terminar antes con su situación de secuestro.

Natascha ha destacado, como inolvidable y recurrente, el momento subjetivo que antecedió al rapto. La noche anterior había discutido con su madre por llegar tarde, por su culpa, de visitar a su padre. A la mañana siguiente, vio a Wolfang Prikopil en la acera y recordó las advertencias de su madre respecto de los hombres pederastas. Un estado de inquietud la invadió. Pensó en cambiar de acera, pero no lo hizo. Tenía diez años.

La relación de Natascha con su secuestrador tiene una vertiente pública, es lo que Natascha ha querido contar, y otra privada, íntima. Identificándose con la situación que vivió Natascha, algunos dicen: «¡Yo habría huido!». Los que afirman esto deben pensar en las ocasiones en las que han sostenido, durante años, relaciones profundamente insatisfactorias de las que no podían liberarse. Es fácil pensar que una situación como la de Natascha sería insoportable para la mayoría, lo que dice de la fuerza psíquica de esta joven, pero ¿cuántas personas quieren salir de la cárcel sin barrotes de una relación insoportable, y no lo logran en años o en toda una vida?

De algún modo, todos somos Natascha Kampush, y como los personajes de El ángel exterminador, la extraordinaria película de Luis Buñuel, sentimos la misteriosa imposibilidad de salir de una casa que tiene sus puertas abiertas. Esa casa que, ahora, Natascha reclama de su propiedad, a la vez que manifiesta su deseo de conceder el usufructo de la misma a la madre de su secuestrador.

Natascha percibió que Wolfang Prikopil estaba dispuesto a pagar con su vida por tenerla con él. Sabía que su huída provocaría su muerte. Nunca sabremos si por temor a las consecuencias penales o por la desesperación de perderla. Ella tenía que llamarle amo, pero, de algún modo, era dueña de su vida.

Natascha, en un momento determinado, ya con 18 años, decidió terminar con la situación en la que había estado los últimos ocho años. Wolfang Prikopil había secuestrado a una niña; ella ya se había convertido en una mujer.

MANUEL FERNÁNDEZ BLANCO (A Coruña)
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Artículo aparecido en LA VOZ DE GALICIA. URL: http://www.lavozdegalicia.es/hemeroteca/noticia_opinion.jsp?CAT=130&TEXTO=5130786&txtDia=23&txtMes=9&txtAnho=2006