Lacan Cotidiano. Nº 09. Hélène Deltombe, Diderot, Catherine Lazarus-Matet, Laure Naveau, Jacques-Alain Miller.

«No habría faltado a un Seminario por nada del mundo» — Philippe Sollers


Nueva rúbrica:

GEMAS
“Oh Soledad”, (« O Solitude ») un gran libro, dice Jacques-Alain Miller
“El amuro de Lacan” (« L’amur de Lacan »), por Cappucina Libera Del Monte
“El rapto de Laura” (Le ravissement de Laure) por Martin Quenehen

Miercoles 31 de agosto de 2011 18H 00 [GMT + 1]

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¿De las contra verdades?
Por Hélène Deltombe

Michel Schneider informa sobre Lacan a los lectores de Le Point
En las brumas de las vacaciones, no reconocí en seguida el Michel Schneider de las Dernières séances [Últimas sesiones]. No hacerlo lo relacioné a causa de una primera lectura rápida del artículo de Le Point que me hizo creer en primera instancia que se trataba de un artículo de un periodista que hace su oficio, no como periodismo de investigación, recortando las informaciones y excavando en su tema, sino reportando una mezcla de reflexiones, de oídas, y si no conoce bien de lo que habla, que entrega a los lectores los lugares comunes y los rumores más lejanos de la realidad y de la verdad, haciéndolos pasar por verdaderos.

Luego caí en cuenta que el artículo era escrito por un psicoanalista que hace de Lacan algo irreconocible y que lo considera sin el respeto debido al gran hombre que es, aun si no fue eso lo que quiso que se recordara de él, tal como lo descubriremos pronto en Vie de Lacan [Vida de Lacan] de Jacques-Alain Miller. Recuerdo el libro que cuenta la tragedia del fin de la vida de Marylin Monroe, acompañada por el psicoanalista Greenson, famoso por su clientela de artistas de Holywood y reconocido por sus pares en los rangos de la IPA por haber escrito un tratado de técnica psicoanalítica de calidad. Ello no ha impedido que Marylin le haya hecho perder la razón. Greenson se dejo atrapar por su paciente. No es el psicoanalista en tanto tal el que, para el caso, se ha de incriminar, como lo ha dejado entender el señor Schneider, sino más bien que un analista se haya dejado abrumar. Si ha habido un “completamente loco”, es tal vez Greenson, pero ciertamente no Lacan, de quien se puede seguir, de un Seminario al otro, el rigor del pensamiento, estrechando tanto como se pueda lo real en juego en nuestras existencias, según la estructura de cada uno. Este artículo de Le Point No. 2031 del 18 de agosto del 2011 es notable, por la serie de contra verdades que contiene. No sé si podría revelarlas todas.

Por mi parte, no “acepté” seguir a Lacan; lo deseé como la vía que me permite descubrir elementos de verdad íntima sin negar un saber universal, al contrario. Nada de un psicoanalista confinado en su torre de marfil, nada de un psicoanálisis donde el analista sabe y dirige, nada de un psicoanálisis donde un silencio imperturbable es de rigor, sino un psicoanálisis vivo que favorece con diligencia el proceso de subjetivación y, haciéndolo, trata con determinación la cuestión del goce con la cual el sujeto se enfrenta para encontrar allí al fin de cuentas una solución. Y no sentí volverme loca al seguir a Lacan.

Al contrario, mi miedo a la locura, que a veces puede invadir el espíritu en los momentos de angustia o de desviación, ha retrocedido por etapas, y las ganancias de verdad y de saber proporcionados por el trabajo analítico me han comprometido en el camino, nunca terminado, de la racionalidad y de la coherencia, en esta búsqueda siempre proseguida del anudamiento entre real, imaginario y simbólico, según esas tres dimensiones de la personalidad que Lacan supo distinguir y a las cuales dio siempre una mayor consistencia y pertinencia.

No conocí personalmente a Lacan, pues no me atrevo siquiera a imaginar si lo habría amado y si él me habría querido; es tal la impresión que me produce su cultura y su clarividencia. Es a través de sus escritos, es por su seminario, que lo sigo; al respecto no hay confusión en mi espíritu. Amo su decir, el cual me interesa, me sorprende, me despierta, me cuestiona, no me deja tranquila, salvo cada vez que un punto de encuentro nuevo entre su decir y mi experiencia me da un nuevo apoyo.

No hay balance que efectuar, pues Lacan no es alguien para situar de una vez por todas en el universo de la cultura. Eso sería olvidar lo principal: hay una palabra que no encontré en el artículo de M. Schneider, psicoanalista, y es la de inconsciente. Eso, no lo comprendo. Este es el criterio que debemos reflexionar en la obra de Lacan, quien ha sabido confirmar el papel del inconsciente descubierto por Freud y situarlo en el lazo social, distinguiendo el discurso analítico entre los cuatro discursos que regulan el lazo social.

En este sentido, no estamos de ninguna manera en un después de Lacan. Y es Jacques-Alain Miller, llevándonos pacientemente a leer a Lacan, quien nos conduce hacia un psicoanálisis digno de ese nombre, donde no se trata solamente de seguir reglas técnicas, tan fácilmente socavadas como se puede constatar en el caso de Greenson y de su paciente, tal como el señor Schneider nos cuenta la historia de esta pareja infernal.

Los alumnos de Jacques Lacan no se encuentran en un campamento fortificado, ya que no es necesario lanzar provocaciones ni buscar desenfocar las ideas como lo hace el Sr. Schneider en lo que sigue de su artículo, para lo mejor y lo peor, para lo verdadero y lo falso, al explicar ese aforismo que es una brújula “no hay relación sexual”. Que haya llegado a ser un aforismo no debe sin embargo hacer despreciar el ponerlo en su contexto para emitir con él explicaciones válidas, en lugar de salirse con piruetas.

Uno se pregunta quién es provocador al lanzar a la nada elementos dispersos y contradictorios y sacando del sombrero al final la expresión de “inconsciente sexual” ¿Qué decir de eso?

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Cortesana con collar de gemas Pablo Picasso
Rúbrica dirigida por Jacques-Alain Miller
ja.miller@orange.fr

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DIDEROT
Me gusta más un ensayo que un tratado; un ensayo donde se me lancen algunas ideas de genio casi aisladas que un tratado donde esos gérmenes preciosos quedan ahogados bajo un montón de repeticiones.

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CATHERINE LAZARUS-MATET.
Peor que el «amuro».

Febrero de 1972. Lacan se dispone a abordar el “amuro” [amur] desde una vertiente, según él, no muy divertida, pero puntual: “Ahora bien, no puedo sostenerme de otra manera sino divirtiéndome, divertidamente serio o cómico”. Lo serio, dice, es para su seminario; lo cómico, para sus conversaciones en la capilla de Santa Ana, de donde se extrae esta afirmación. Jacques-Alain Miller nos ofrece una lectura conjunta de estos “amura-mientos”.
Dos volúmenes inseparables. Como la simpática pareja de inseparables de Los pájaros de Hitchcock, ¿la aparición del Seminario XIX, ...o peor, y de Le hablo a los muros va a desencadenar un desencadenamiento? Seguramente sí entusiasmo. Los inseparables, eso no habla, se acopla de manera invariable. Estos volúmenes son dos, separados, que ilustran lo que es lo Uno. ¿La razón? Las primeras conversaciones de Santa Ana, destinadas a los residentes de psiquiatría, sobre “El saber del psicoanalista”, van por su lado, mientras que el Seminario, que se construye el mismo año, absorbe las conversaciones subsiguientes en la elaboración del “Hay Uno”. Y si uno y otro volúmenes giran en torno a la frontera entre verdad y saber, a la verdad de la no relación sexual, a la opacidad del sentido, a la necesidad de los matemas, dirigirse a los médicos hace explícito lo imposible y teje de la consistencia del recorrido de Lacan psiquiatra y analista, de su amargura también, del espesor de la evolución de su enseñanza, y al mismo tiempo ...o peor identifica el vacío. Estas conversaciones están llenas de paradojas felices y sin concesiones. Así, “La antipsiquiatría (que no resuelve nada de los que es la psicosis) es un movimiento cuyo sentido es la liberación del psiquiatra”. El vigor de sus exposiciones a los muros, a aquellos a los que habla, aquellos del asilo (es un homenaje que rinde así a Aimmé), aquel referido a los sexos, da toda su fuerza a un discurso ajeno a los caminos trillados. La ignorancia, dice Lacan, reconforta el saber establecido.

Estos muros se unen al Seminario. Así como en la caverna de Platón, las aproximaciones al objeto a están hechas para rodear el vacío, dice Lacan. La contraportada del Seminario XIX ofrece una gravedad sutil y desató el tono de agitación de la última enseñanza de Lacan inaugurada allí. Lacan “enseña aquí el primado de lo Uno en la dimensión de lo real” escribe J.-A. Miller. Si las conversaciones de Le hablo a los muros son fuegos artificiales, con ...o peor, los artificios son de fuego. El Uno vacía el Otro. Lacan lo enuncia: “El vacío es la única manera de atrapar algo con el lenguaje”. No hay existencia en la dependencia del Otro, no hay ser sin lo real, no hay relación sexual sin la letra para escribirla; si no, nada.

Si la verdad de la no relación sexual se medio-dice, la otra mitad dice peor. Y Lacan, en la ruta de lo real, se dirige a los analistas en cuerpo [en corps], haciéndolos hermanos de sus analizantes, pues “somos hijos del discurso”, y anuda la fraternidad de los cuerpos con el aumento del racismo. Todo ello deseando a aquellos que lo comentan, en el resumen anexo, que “haga a estas líneas huella de la felicidad [du bon-heur] sin saberlo [leur sans le savoir]”. Otra modalidad de la fraternidad. 3 107.

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LAURE NAVEAU.
Un pequeño meteoro: el primer libro de Martin Quenehen, Jours tranquilles d’un prof de banlieue [Días tranquilos de un profe de suburbio].

Lo leí de principio a fin, riendo hasta las lágrimas. No trata sino con humor temas sensibles y delicados. La lengua utilizada, tiene eso que impresiona, que parece afín al objeto del cual ella habla. Y haciendo esto, se exilia. Porque al final, saca su sombrero para todo.

¿De qué objeto se trata? ¿Los profes? ¿Los alumnos? ¿Los muchachos de la periferia? ¿Es la Educación Nacional y su absurdo actual? ¿El poder? ¿La cobardía? ¿El coraje? Un poco de todo eso. Pero un bien decir se desarregla. El tono es irónico, tal cual debe ser para ser serio, para ser testigo de una experiencia, de una praxis inclusive, de la distancia justa tomada con la impotencia, de su encuentro con lo imposible.

Martin es un joven profe de los Capetos bien informado en historia-geo, inteligente, más analizado, lacaniano y erudito que la media. La historia comienza cuando se escapa de recibir en la cabeza una lata de Fanta (llena y abierta) lanzada desde un piso de arriba en el colegio donde enseña (mientras salía a fumar) por alumnos anónimos. El escenario está definido. Uno piensa en la película Les dieux sont tombé sur la tête [Los dioses cayeron en la cabeza], en la cual lo que produce efectos en serie en una lejana sabana primitiva, hasta el momento no afectada por la civilización, es una botella de vidrio de Coca-cola.

A partir de allí se produce una sucesión festiva, en un lenguaje magnífico, salpicada de neologismos sorprendentes por su verdad. Las situaciones son alternativamente divertidas y desoladoras. Los adultos son, tanto como los jóvenes, no poco cultivados, con escasas excepciones.

Ejemplo, p. 34, a propósito de un intercambio lapidario sobre blacks, beurs [árabes]... y judíos: “Si les digo que soy goyshkenaze [judío asquenazí], van a brincar. Y luego ¿cómo podría explicarles –tal como lo hace tan bien François Regnault– para decirles que judío en occidente implica el deseo (que ese deseo se transforma en amor, odio, interés, curiosidad, etc.)? Alguna vez lo intenté. En vano. En el fondo de sí, cada uno de nosotros ha elegido ya su posición por o contra el nombre judío. Y en el liceo Louis-Ferdinand Céline, siempre se está contra. Todo, contra.”

Uno cierra el pequeño meteoro. Se dice que va a releerlo a menudo, a regalárselo a niños, a padres de familia, a los amigos. Para hacer reír. Y también para hacer reflexionar.

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JACQUES-ALAIN MILLER.
Catherine Millot, la primera y única “cool-mystic” del siglo.

«Habent sua fata libelli », cita recortando el verso de Terenciano el mauritano, quien vivió en los tiempos de Adriano. Se olvida que el destino de los libros se decide «pro captu lectoris». Sin embargo, este olvido produce un sentido: el recorrido de un significante nunca es Turing-calculable. Si una carta siempre llega a su destino, es porque allí a donde llega, era su destino –a posteriori se revela haberlo sido siempre–.

Muchas terminan en los basureros de la historia, llenos éstos a reventar de cartas urgentes y de cuerpos torturados. Cuántos significantes, que parecían destinados a elevados fines, han terminado miserablemente. Voltaire permanece por Candido, no por sus tragedias. Se lee más las Cartas persas que Del espíritu de las leyes, Las palabras que la Crítica de la razón dialéctica; Paludes ha borrado Los falsificadores; Althusser permanecerá por sus memorias de un loco, no por la causalidad metonímica y la lectura sintomática. La breve y muy simple Soledad de la Millot es de un arte tan refinado como las más lúcidas Soledades de un Góngora.

La amiga allí de ´O, cuidémonos de olvidar su O inicial y final.

Origen del mundo, es de color rojo sangre en Historia de O. Aquí “página en blanco” que espera la siembra de la escritura, es un soberano “= a Cero” del fin del mundo. La bella Catherine es la gran segadora de todo. Revela su vanidad. Hace de ello una baratija que enseguida elimina, reduciéndola a la inanidad sonora que, “en la belleza del naciente día”, se evapora. En el momento tópico de la experiencia, el “Es gibt” es el de la paz; no de la “paz de atardecer”, analizada por Lacan, sino la repetición calmada del mismo día y de la misma noche, en la nada de todo llamado como de toda inquietud. En lo más profundo de esta experiencia, que es dulce, y cuyo encanto embarazoso se comunica al lector como un perfume, solo el vacío, acorde con todo, de un horizonte despoblado de todo serhablante, y de Catherine misma, se demuestra suficientemente consistente como para encerrar el goce infinito de ser asintótica, como para confundirse con la pureza del no-ser. Misticismo, que se produjo en la autora por pronunciar esta palabra, pero misticismo sin clímax , sin la charla del “lugar del Otro”, sin otro partenaire del sujeto más que su propia soledad personificada, deificada; Oh Soledad.

Los ingleses hablan del estilo mock-heroïc de Dryden y de Pope. Forjemos aquí la expresión cool-mystic para designar esta experiencia y este estilo, sin ejemplo alguno en ninguna literatura de ningún tiempo, pero que tal vez tendrá émulos. Pues de las cool-mystic enamoradas de su soledad, conozco al menos una, pero ella lee a Pascal y rehúsa escribir. Este libro, esta reseña podrían provocarla.

¿Cómo se puede ser místico en el siglo XXI sin ser obsoleto? Se lo aprenderá en esta gema tan pura. El “Escribo Oh Soledad” del cual se adivina el duro deseo durable, encontró, como en el narrador de En busca, una salida feliz. No es ni el tiempo perdido, ni el tiempo reencontrado, ni el tiempo inmóvil o suspendido. Es “el tiempo dado a su libertad”, aquel de una escritura wirklich la que trae la felicidad y ninguna beatitud.

Se ve bien en Catherine Millet, cantora de la orgía del exceso, que el goce no produce forzosamente el placer. Catherine Millot, abismada, si se puede decir así, en el Abgrund (Schelling) de su soledad, muestra la evidencia del dicho de Lacan, según el cual “el deseo es la metonimia de la falta en ser”.

“Nada humano me es extraño”, deja entender, a la inversa de Terencio, la Catherine que anda sola. Escuchar que el significante fálico que gobierna la homanidad-romanidad-totalidad-comunidad se ve aquí despojada de poderes; reemplazada, diría Alphonse Allais, por la nalga perdida de Cunegunda atrofiada, de la que no procede nada

Catherine, tú, ninfa recluida en el santo mutismo, este libro es, fruto de tus bodas con la nada, lo que te perpetuará. Ni almagesto, ni portulano o bestiario, mantienes comercio, en la ciudad, con un gran libro.

Traducción: Juan Fernando Pérez

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Lacan cotiadiano
publicado por navarin éditeur
PRESIDENTE eve miller-rose eve.navarin.@gmail.com
EDITORA anne poumellec annedg@wanadoo.fr