La urdimbre de la lógica

Los síntomas actuales han cambiado, y la demanda también. Muchos de los que vienen buscando ayuda traen sus síntomas como el que trae un virus que han cogido; no se sienten concernidos y adoptan una posición de irresponsabilidad frente a eso de lo que se quejan. Nuestro quehacer al principio consiste en cambiar esa frecuencia, de la pura queja al "qué tengo yo que ver en esto que me pasa”; es decir, transformar un síntoma en síntoma analizable.

Pero para cambiar la frecuencia primero hay que sintonizar bien la emisora en la que el sujeto está y para lograr esto el analista, en el marco de las entrevistas preliminares, va a tratar de producir este viraje que, de darse, lo cambia todo en el mejor de los casos y en otros produce efectos en mayor o menor medida.

El ser hablante está sujeto por los hilos de su goce, movido por pulsiones de las que de la mayoría desconoce su existencia, pero que impregnan todo su devenir en la vida. Exuda ese goce no solo a través de sus síntomas, sino por todas partes.

Pero solo cuando se produce el encuentro con un psicoanalista eso puede ser leído, decodificado, interpretado. Hace falta que el sujeto se interese por lo que pone ahí, que crea en el inconsciente, que suponga que allí se aloja un saber y lo quiera descifrar con la ayuda del psicoanalista, que es un intérprete de ese inconsciente.

Es un intérprete porque interpreta. Es necesario que sus interpretaciones resuenen y para eso hay que apuntar bien desde el inicio, desde las preliminares incluso, tratando de contagiar de su amor por el inconsciente. Contagiar de un amor por algo que ni siquiera se sabía que se tenía no es tarea fácil, pero cuando el deseo de que esto se produzca es firme, a veces sucede. ¿Y de dónde emerge este deseo?

Va a depender, pienso, de la historia de cada uno, y de su encuentro con su propio inconsciente, pero me gustaría señalar algo y es el pasaje de analizante a analista. Uno tiene que haber vivido esta experiencia para poder tratar de contagiar ese deseo a otros. Estoy pensando en algunos pacientes que al principio se sorprenden cuando ven que yo recojo como algo importante o valioso lo que para ellos son las migajas que se caen de su decir y cuando son ellos los que empiezan a dar valor a estas migajas, que ya no son tales, sino que son el rastro que hay que seguir, al modo de las migas de pan de Hansel y Gretel; este cambio en ellos, personalmente, me conmueve. Pero no cualquier migaja es susceptible de hacer esta mutación. ¿Cómo las detectamos? gracias a saber mantener una atención flotante.

Escuchar todo con el mismo interés es lo que conviene, sobre todo al principio, porque si escogemos a priori qué es relevante y qué no, de acuerdo con nuestras creencias acerca del caso, no estamos siendo verdaderos intérpretes, sino más bien unos intérpretes de pacotilla.

Freud dice en Consejos al médico: “Si en la selección uno sigue sus expectativas, corre el riesgo de no hallar nunca más de lo que ya sabe. (...) No se debe olvidar que las más de las veces uno tiene que escuchar cosas cuyo significado sólo con posterioridad discernirá.”1. Para no censurar nada de lo que escuchemos, es requisito que nosotros mismos hayamos estado o estemos en el otro lado, el de no censurar como analizantes nuestro decir. Para saber sostener una atención flotante hay que saber asociar libremente.

Entonces, siguiendo el rastro de las migas de pan que señalaba antes, nos vamos a ir encontrando con el núcleo del síntoma. ¿Y esto para qué? Retomo el título de esta mesa: la demanda. La demanda siempre tiene que ver con eliminar el malestar. Conocer en qué laberinto pulsional está atrapado el sujeto, saber situar el centro de ese laberinto, nos va a servir para ayudarlo a salir de ahí. Y una de las maneras es el manejo de la equivocidad, jugar con las palabras, equivocar el sentido adherido al significante, poner un palo en la rueda2. Lacan dice: “La interpretación no es interpretación de sentido, sino un juego sobre el equívoco”3.

Como decía, equivocamos el sentido, pero no de cualquier manera, sino siguiendo una lógica, la lógica del entramado pulsional donde el sujeto está atascado; lógica sin la cual, dice Lacan, "la interpretación sería imbécil”4.

En la clínica, no hay un saber preestablecido de lo que nuestras interpretaciones producen en los pacientes.

En este sentido, podemos ser ingenuos respecto al saber, pero no respecto a la lógica. Con las palabras de Miriam Chorne, en su texto de orientación a las jornadas: “La hiancia del acto se franquea en cada interpretación, y el psicoanalista se presta a ello sin saberlo"5. Esa hiancia es donde está realmente el saber. El analista hace de semblante a esto con la condición de no confundirse con él.

Termino con una pregunta personal, y una posible respuesta: ¿Cómo efectuar en mí el pasaje, de la inseguridad en el trabajo con los pacientes que me sobreviene a veces, a una ingenuidad lógica, necesaria, planteada en los términos que acabo de mencionar? Este pasaje, pienso, no se da de una vez y para siempre, sino que hay que producirlo en cada sesión con los pacientes, y la respuesta que encuentro es: A través del análisis personal, el cual también está animado por un deseo, deseo de saber y por un amor, amor al inconsciente.

 

Notas:

  1. Freud, Sigmund. “Consejos al médico”. Obras completas. Vol. XII. Amorrortu, Buenos Aires, 1991, p. 112.
  2. Racki, Gabriel. “La intervención analítica, entre construcción y equivocidad” 
  3. Lacan, Jacques. “La Tercera”, Los confines del Seminario. Paidós, Buenos Aires, 2022, p. 124.
  4. Lacan, Jaques. “EL Atolondradicho”, Otros Escritos. Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 516.
  5. Chorne, Miriam. “El acto nunca es tan logrado como cuando es fallido”