CONTROL Y CINISMO. Por Fernando Martín Aduriz (Palencia)

Control y cinismo

Fernando Martín Aduriz

Está de moda hablar de control emocional. Sobre todo se propaga la idea de que hay que aprender a controlarse. Estoy de acuerdo en que es una parte del esfuerzo civilizador del ser humano desde sus comienzos el controlar las emociones en aras de favorecer el lazo social. Pero otra cosa bien distinta es vender al vecino ilustrado la idea de que las emociones son algo tan simple como que se pueden controlar con una simple pastilla o con unos meros ejercicios aprendidos en un cursillo o en una página de Internet. Es un insulto a la inteligencia.

Por ejemplo, se nos dice, la inteligencia emocional es la clave. Controlar la rabia, la angustia, la ansiedad, la ira, la tristeza, la euforia, por poner algunos ejemplos rápidos de la lista usual de emociones, controlarlas pues, es algo al alcance ahora de los vecinos, a poco que se les muestre el camino correcto para ser inteligentes con la tramitación de sus emociones. Es algo que va calando tan despacio, como lluvia fina, que al cabo del tiempo se ha incorporado como una verdad indiscutible. ¡Sea usted inteligente! ¡Controle sus emociones! ¡No usa bien su inteligencia!

Harán publicidad, pero a la larga, todo vecino, ilustrado o no, sabe que si hay algo que tiene la estela de lo inercial en su vida, eso son las emociones. Y que por mucho que ha escuchado, que le han mostrado, que ha leído, en las encrucijadas difíciles, cuando tiene que sacar a relucir sus conocimientos teóricos, en ese preciso momento, de nuevo se le dispara el descontrol emocional, y se está a merced de ellas como la brújula, el amigo fiel que impide traicionarse, que evita engañarse.

Y el problema está en el lenguaje significativo que expresan las emociones para cada uno. La coyuntura en que se desencadenan, se destapan, salen. Es ese lenguaje el que conviene descodificar a través de las claves que cada uno sabe aunque no conozca. Saber inconsciente y conocimiento cierto son dos mundos distintos. Porque en el fondo cada uno de nosotros sabemos de dónde nos viene tal expresión de nuestras emociones más auténticas, pero otra cosa es que podamos desactivarlo. El lenguaje de las emociones habla en una lengua tan propia y a la vez tan extraña, que requiere de una ética muy decidida para ‘leer’ con eficacia el verdadero sentido y significación del despliegue emocional. Y ante esa ética tan exigente y valiente se retrocede con mucha frecuencia tomando el atajo simple de la píldora de turno, del ingrediente químico a mano, y de las bodas del ‘cursillo acelerado’ y la farmacopea, hoy en ascenso irresistible, enlace matrimonial acorde con las necesidades del mercado global que busca máximo beneficio en el menor tiempo.

Pues bien, así es como a través del simplismo mediocre de hacer creer al vecino ilustrado que encontrando su mejor imagen en el espejo social, aumentando su autoestima, practicando algún deporte, viajando, comprándose los más raros objetos, practicando el ‘carpe diem’, resolverá olvidarse de sí mismo, y así pasar a engrosar las listas de quienes prefieren la ignorancia a la ilustración.

Por eso, solidarios de la ideología de la época, que no ve bien el esfuerzo de saber y de saberse y ve mejor el alivio instantáneo, nos van a enseñar a controlar nuestras emociones. Dicho de otro modo, quieren, a imagen y semejanza de ellos mismos, los teóricos de la inteligencia emocional, que todos seamos cínicos de nosotros mismos, y aprendamos a tener siempre dominadas nuestras fieras íntimas.

Pero el vecino ilustrado no suele ser conformista y mira por donde, suele tener el defecto de leer de todo. Y no sólo libros para pensar. También ‘lee’ cine, ‘lee’ arte, y sabe que si le enseñan por la mañana en un cursillo o en un libro de autoayuda, a controlarse, a fingir sus emociones, tarde o temprano buscará el modo de vivir sus emociones pues contienen lo mejor de su singularidad. E irá por la noche al cine-club o visitará el fin de semana el museo y se aliviará contemplando cómo los más sensibles de entre sus semejantes prefirieron comunicar el lenguaje de las emociones, y acertaron por el bien de todos a expresarlas con libertad. El uso simple del término control emocional y su posible enseñanza nos anuncia que asoma la época del cinismo generalizado.

Fernando Martín Aduriz (Palencia)

Artículo publicado en DIARIO PALENTINO, columna VECINOS ILUSTRADOS. Ver http://www.diariopalentino.es/