Confiar en lo imposible. Óscar Ventura (Alicante)

Asistimos, con la entrada en la pubertad del siglo XXI, a la mayor crisis de confianza que se tenga noticia, no tanto por la expectativa catastrófica que despierta en muchos. Sabemos, de una manera u otra, que en toda crisis suele verse bascular el estado de ánimo y con bastante frecuencia hacia lo peor.

Bien en la intimidad de cada sujeto, como en lo colectivo, pueden constatarse sus efectos angustiantes. Pero esta no es la novedad.

Lo realmente interesante y que al mismo tiempo se convierte en una causa mayor de inquietud social para la civilización contemporánea, es que al contrario que en las crisis del siglo XX, donde todavía la creencia en los semblantes de autoridad posibilitaban resolverlas y eran una fuente de confianza, sucede hoy en día que esas figuras de la confianza están fragmentadas de tal manera que se vuelve muy difícil tanto localizarlas como brindarles confianza alguna. La gente ha abandonado la confianza en el otro, no se siente representada. Aunque los ciudadanos de las democracias occidentales sigan utilizando el voto como recurso de una dignidad posible, están habitados por una profunda increencia que vuelve a las sociedades inestables, imprevisibles. Hoy por hoy, Europa lo experimenta en carne propia.

Las buenas formas de la autoridad, esas que permiten el pacto y al mismo tiempo vuelven fructíferas las diferencias, no sólo están devaluadas sino que lo más probable es que estemos siendo partícipes de su extinción.

La economía es uno de los ejemplos más cercanos por su crudeza y el más sencillo de entender, porque sus efectos, hoy en día, pueden verificarse de una forma directa en la proximidad de cualquiera. Les puedo asegurar que los psicoanalistas somos testigos privilegiados de la cuestión.

A la decadencia generalizada de los referentes simbólicos de la autoridad por los cuales las sociedades se orientan, o se orientaban, se suma la esterilidad de la gestión política, también generalizada, hay que decirlo. La ineficacia de la política europea para regular las sociedades en sus aspectos más fundamentales es una realidad que no se reduce a un país o a una región en particular. La ausencia masiva de ideas, la debilidad intelectual, un pragmatismo empecinado más en la repetición y en el protocolo que en la audacia del pensamiento y en la reflexión, vuelven impotente el acto político. Seguramente que entre otros, estos son los rasgos contemporáneos de esa gestión empresarial que todavía se llama política, sierva de las estructuras del mercado y atrapada en la paradoja de sus propios actos destinados, supuestamente, a estabilizar las cosas. Y lo que observamos que ocurre es que, cuanto más el discurso de la política pretende recuperar la confianza perdida, más vacila la confianza y más efímera se vuelve.

Lo pudimos observar de una forma amplificada en el transcurso de esta semana. En unas pocas horas, Europa se deslizó de un supuesto pacto de estabilidad que recuperaría la confianza de los mercados a una incertidumbre que dejó KO a los circuitos financieros. Esta vez fue el acto del presidente Papandreu convocando a los ciudadanos a un plebiscito para que se pronuncien por la forma -si es fuera o dentro de Europa- en que Grecia va a gestionar su pobreza y su desamparo durante los próximos 30 años, lo que añadió al día de Halloween la cuota de terror necesaria para confirmar una vez más que vivimos en una época en la cual lo único que dura, que se perpetua en el tiempo, parece ser la inestabilidad permanente. Una suerte de angustia generalizada.

Habrá sin duda que aprender a vivir con ello y esto no es sencillo, sobre todo cuando en la perspectiva lo que se percibe es una nebulosa respecto a lo que podría ser el desenlace de estas nuevas formas de crisis. El mundo de hoy ya no responde a las viejas consignas, cualquiera sea el lugar ideológico donde ellas se inscriben.

No hay fórmulas universales. Europa vuelve a inclinarse en sus viejos síntomas como respuesta, y empuja a forzar una homogenización cuando ni siquiera existe una subjetivación suficiente de las diferencias. De ahí al desencadenamiento de fenómenos de segregación masivos hay una línea muy sutil.

Hay que encontrar las buenas fórmulas sin duda. Los presagios de un futuro de incertidumbre absoluta suelen ser solidarios con la puesta en acto de todo tipo de fundamentalismos, incluido el económico. Es necesario estar advertidos de ello.

La verdadera apuesta ética tal vez consista en reconocer el punto de imposible al que se ha arribado. Cuando lo imposible se reconoce, la incertidumbre puede tomar entonces la buena forma de la invención política.

*Publicado en: http://www.diarioinformacion.com/opinion/2011/11/06/confiar-imposible/1187264.html