Too Mach! Conclusiones, ideas y problemas. Hacia las IX Jornadas de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis “Los hombres y sus semblantes” Número 8 Responsable: Gustavo Dessal

EDITORIAL, Gustavo Dessal
¿La muerte es un semblante? Una colega que no quiere ser identificada (no veo por qué, pero a cada uno su singularidad), me hace notar la sorprendente ausencia del semblante de la muerte (sin duda tan caro al imaginario masculino) en las contribuciones a Too mach!

Yo diría que existen semblantes (en plural) de la muerte, para conjurar esa falta que Freud emparentó en el inconsciente con la negación y el genital femenino. Cierto es, como nuestra enmascarada colega nos lo señala, que se echa en falta ese significante amo en los textos, cuando en verdad es una representación favorita de la angustia de castración que no suele faltar en el discurso de los hombres, y aun cuando la invoca de mentirijillas, el obsesivo hace de ella su leitmotiv.

Debe de ser que tanta modernidad nos hace olvidar los grandes temas de siempre. Por mi parte, lo que me llama la atención es que nadie haya hablado hasta ahora del dinero, otro semblante masculino por excelencia. No es que a las mujeres no les incumba, por supuesto, pero lo gozan de otro modo, como todo lo que concierne en ellas al tener. A lo mejor el dinero merece unas Jornadas propias. Sería un éxito rotundo, si alguna vez nos atrevemos a levantar ese velo de Maya.

Como algunos me reprochan demasiado humor, me pondré esta vez un poco trágico: que los modernos hayan olvidado el sentido de la tragedia (eso decía Lacan), no es excusa para que nosotros los imitemos. ¿Es que acaso el Edipo y el complejo paterno han desaparecido de nuestro inventario? Discutimos sobre cómo el hombre deviene padre, o el padre conserva al hombre, pero ¿no habremos olvidado que, además, el hombre tiene un padre (o no lo tiene, por diversos motivos que inciden cada uno a su manera), y que su función sigue siendo decisiva, aunque gritemos su ocaso a los cuatro vientos? Desconocerlo, es caer en el emanatismo de la elección del sexo: la decisión del sujeto no es libre, no emana de sí mismo, está regida por esa elección forzada con la que Lacan anudó el determinismo del deseo del Otro al sujeto como respuesta de lo real. Habrá que volver a los orígenes, a la “muy primera enseñanza de Lacan”, para refrescarnos la memoria. Si la pulsión es “el eco en el cuerpo de un decir”, ese decir es siempre de la “lalengua”, o sea, del Otro, con lo cual no nos libramos de que el inconsciente sea aquello de lo que gozamos, en tanto “nos determina”.

Gracias a Dios (ya que viene el Papa a visitarnos, mejor estar a buenas con los Grandes Poderes), al menos una de nuestras colegas está dispuesta a romper una lanza a favor de los maltrechos y maldecidos hombres de hoy en día. Margarita Álvarez refuta la doxa de que no quedan hombres. Unos cuantos todavía subsisten como mejor pueden o les dejan, aunque ya no se lleve el estilo napoleónico o goethiano. Lo que no hay son hombres a la carta, que satisfagan los sueños de ellas según cada momento. Malos tiempos para estas pobres criaturas, acorraladas por la creciente ferocidad femenina que, como lo dice graciosamente Margarita, los consideran descendientes directos de los excesos del padre mítico. “Estamos embarazados”, balbucea el sufrido varón posmoderno ante la mirada complaciente de ella. A no quejarse luego, amonesta Margarita a las Notodas, que de estas costumbres el deseo no suele salir bien parado.

Con su acostumbrada e irónica erudición, Eugenio Castro nos regala una magnífica semblanza de una obra de Lope de Vega, que trata de una ciudad en la que solo habitan mujeres. Todo un visionario este Lope de Vega, genio donde los haya, que se adelantó más de 300 años a lo que hoy es evidente: las mujeres, haciendo uso de su “fraternidad universal”, como decía Saramago, se juntan cada vez más entre ellas y, si no dominan ciudades, al menos lo hacen en espacios donde los hombres menguan. Según el fantasma “gore” del varón, a las mujeres le crecen los dientes en la mandíbula vaginal, y hay que derribar la fortaleza como sea: a lo bestia, o con la astucia de las palabras. A Lope de Vega no le faltaba verbo para dirigirse a las mujeres, y nuestra compañera Olga Montón nos envía unos versos de amor de este genio que acaban:

“...huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que el cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño,
esto es amor: quien lo probó lo sabe.”

“Amar el daño”: nadie podría definir mejor el goce en tres palabras.

Agustín García Calvo, uno de los primeros intelectuales españoles que le abrieron la puerta al psicoanálisis, es evocado por Amanda Goya a propósito de una serie de artículos que este notable filósofo reunió en 1999 bajo el título “De mujeres y hombres”. En este tema, Agustín no podía dejar de encontrar una vena generosa para aplicar su picante ingenio. Y no solo encontraremos en dicho libro divertidas reflexiones en torno al Viagra, cuya promesa de goce ilimitado trasciende las edades, los sexos, y desde luego su originaria función de enderezar el honor viril, sino también otras invenciones, más antiguas y exitosas, como la de la maternidad, muy socorrida a la hora de maniatar el deseo femenino. Qué oportuno este recordatorio de Amanda, trayéndonos de nuevo este manantial de lucidez llamado Agustín García Calvo.

Las Jornadas se acercan, las inscripciones se colman, aumentan las expectativas de caballerosos lances en la arena de la dialéctica, y nuestras bellas lacanianas afilan sus armas: no serán dentadas, como en la mitología kleiniana, aunque tienen lo suyo. Son notódicas, pero sobre los hombres se lo saben todo.
O casi.

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¿YA NO QUEDAN HOMBRES?, por Margarita Álvarez

Hace tiempo que algunas mujeres se quejan de que ya no quedan hombres, a veces en el sentido de que “ya no hay hombres como los de antes” y, otras, en el sentido de “ya no hay hombres disponibles”, dispuestos a implicarse en una relación: o ya están casados o son solteros “incurables”, es decir, sin remedio, empedernidos. No voy a tomar aquí este segundo sentido que ya exploré un poco en un texto reciente sobre la ética del soltero en el hombre contemporáneo (1), y me limitaré a considerar el primero.

¿Es esto cierto? ¿Ya no hay hombres como los de antes? Probablemente no, los tiempos han cambiado y seguramente los hombres, como las mujeres, los niños, los jóvenes, la sociedad entera, también. El hecho de que las identificaciones ideales, con su contrapartida de exigencias, se hayan suavizado para los hombres, ha posibilitado que la expresión de la impostura viril también se suavice.

Pero, ¿es esto es un problema? ¿Es algo a reprocharles? ¿Queremos las mujeres tener hombres como los de “antes”, por ejemplo, los hombres de hace cincuenta años? Seguramente, por lo general, no, porque nosotras tampoco somos como entonces.

Pero quizás aunque la sociedad haya cambiado, las mujeres no hemos cambiado tanto nuestras exigencias hacia la pareja y seguimos esperando en alto grado que ellos respondan siempre de manera inmediata y completa, incluso telepática, a nuestras menores exigencias. Quizás, incluso, estas exigencias se hayan multiplicado: los queremos ahora muy fálicos, ahora muy poco fálicos, a medida justa de nuestros necesidades del momento.

¿Cómo siempre? Pues quizás no. Es probable que en los últimos años la ferocidad femenina hacia la pareja, y hacia los hombres en general, haya aumentado. Es una hipótesis que planteo al debate.

Parecería que una de las malas consecuencias del discurso de igualdad entre los sexos, y de la influencia de los discursos feministas del siglo XX sobre nuestras vidas, sea que muchas mujeres se sientan autorizadas a exigir todo al varón, considerándolo un descendiente directo del padre originario de la horda y responsable de todas sus tropelías míticas. El hombre sería culpable solo por el hecho de ser hombre, como si el final del patriarcado deslegitimara completamente la virilidad. ¡Se acabó la diferencia sexual! ¡Ahora todos femeninos!

La masculinidad está en apuros, los hombres, en un brete. Y, así escuchamos a algunos, por ejemplo, terminar diciendo que están embarazados –cuando su pareja lo está-, para que ella no le reproche que no se implica, o ejercitando extrañas posturas para estar lo más próximos posibles de su mujer e hijo durante el amamantamiento, “para participar en él” como ellas les piden -esto se escucha más a los que tienen menos de treinta y cinco que a los de mayor edad, más afectados por lo general por el fantasma de feminización que adopta, según Freud, el temor a la castración en el varón.
Parecería darse un nuevo fenómeno, que afecta también a los más jóvenes, pero no sólo: muchos hombres esconden su virilidad en el armario, porque el menor signo de ella desencadena la agresividad de sus parejas y con facilidad son acusados no ya del tradicional desamor, sino directamente de maltrato.

Pero, ¿son ahora los hombres menos viriles? No lo creo. Como dije en el texto antes citado, la feminización del hombre contemporáneo es lógica y no fenomenológica, acorde con la feminización generalizada de nuestra época regida por la inexistencia del Otro.

En la actualidad, los hombres no son más femeninos o no lo son al nivel que para el psicoanálisis se plantea la feminidad, como una posición subjetiva ante el goce. Podemos decir que encontramos los mismos matemas en el lado macho de las fórmulas de la sexuación: ellos no sufren ahora más por amor, como las féminas, ni gozan con él, siguen gozando privilegiadamente del objeto, cuya variedad sí, ahora se infinitiza; continúan con la tendencia a la infidelidad, favorecida además ahora por las tecnologías: pornografía por Internet, chats, etc.. -el otro día escuché en un programa de televisión que un altísimo porcentaje de los hombres apuntados a empresas de búsqueda de pareja por Internet están casados, quizás el setenta por ciento, no recuerdo bien.

Pero sí, siguiendo la lógica de la época, la relación con el goce aparece regulada de otro modo, con menos límites, más infinitizada y, a veces, también, más salvaje. En este sentido –de ilimitación-, se aprecia cierta feminización, que paradójicamente los deja más solos con su goce, pasando menos por el Otro, ¿too mach?

Por otro lado, los estudios queer no dejan de atacar la virilidad. Un estudio como Masculinidad femenina, de Judith Halberstam (2), continuador a su pesar de la querella del falo, reivindica la distinción entre masculinidad y virilidad y defiende acudir a las mujeres para estudiar la masculinidad moderna, a partir de las diferentes grados de masculinidad, o masculinidades, que presentan (transexuales mujer a hombre, lesbianas butch) porque en los hombres, la masculinidad, es decir, cuando se une la masculinidad con la virilidad, ¡siempre es solidaria de poder político y cultural!

¡En fin! ¡Malos tiempos para los hombres! Pero afortunadamente ellos resisten, a nosotras y a la época, y lo hacen quizás uno a uno, como pueden: solos, silenciosos, por lo general un poco, o mucho, atribulados, a veces enfadados, por lo general pacientes, o solo algunos, quizás otros estén meramente resignados. Aunque algunos empiezan a asociarse y a quejarse de ser víctimas de discriminación homófoba (en el sentido que Lacan precisa este “homo” en L’étourdit, como referido a "hombre" y no como partícula de igualdad). Y no les faltan ni razones ni razón.

Notas:
1. “La feminización lógica del hombre contemporáneo”. En: Bibliografía razonada de las Jornadas de la ELP nº 9, publicada el 18.10.2010.
2. J. Halberstam. Masculinidad femenina (1998). Madrid: Egales Editorial, 2008.
3. J. Lacan. “L’étourdit” (1972). En: Autres écrits. Paris: Seuil, 2001, p. 467.

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MUJERES SIN HOMBRES, MUJERES EN FUGA, por Eugenio Castro

“Las mujeres sin hombres” es una obra de teatro de Lope de Vega poco conocida. Ha sido editada pocas veces, recientemente por la Universidad de León . Las mujeres deciden hacer una ciudad de mujeres en donde ni siquiera se pueda nombrar a los hombres bajo penas diversas según la gravedad de la falta. Las mujeres eligen ginecocráticamente a una de las amazonas que “reina varonilmente”, dicta las leyes de la ciudad e impone para cada violación de la ley una multa en doblones correspondiente a su gravedad. Non dum natus erat Montesquieu.

No eran estas varonas como Semíramis, la que Lacan denomina “vagina dentada” que vestida de guerrero asaltó y conquistó la ciudad de Bactres. El rey Nino que tal vió se casa inmediatamente con ella quitándosela a su primer marido. El tal Rey Nino inició la dinastía de los Reyes Holgazanes, el último de los cuales, Sardanápalo, se disfrazaba de mujer y se entregaba como sus esposas del harén a las labores femeninas. Semíramis mandó asesinar a su esposo Nino , fortificó Nínive ( ver el cuadro de Degás citado por Lacan), fundó Babilonia y se ocupó de su pueblo siendo una gran reina. A su hijo el heredero, tan holgazán como su padre, le usurpó el trono.

Los verdaderos hombres, los del deseo decidido por las mujeres, como Jasón, Hércules, Aquiles, Teseo, Fineo, Tíndaro…, se enteran de esta ciudad en donde los hombres están excluidos, tan prohibidos que las mujeres siempre acaban castigadas por hablar de ellos: “son celosos, locos, esquivos, avarientos y descuidados en el amor”. Rechazando ser la causa del deseo de los hombres, toda la ciudad se convertía en deseo de los hombres por conquistarla. Al contrario de Las Preciosas, se les prohíbe ser bachilleras o inventar vocablos exquisitos, antes bien habían de hablar pareciendo “hombres robustos” y no ser “melindrosas” para no ser desterradas. Hacían al hombre y hacían de hombre (faire l’homme), es decir, histéricas intrigantes.

Los verdaderos hombres, toda una vida haciendo hazañas para ser unos héroes, se quejan de los disgustos que ellas les dan con celos, voces, pérdida de respeto, destruyendo la hacienda en galas y atrevimientos.
Las mujeres tiene la habilidad de hacer semblante de que les importan tres bledos, pero no dejan de hablar de ellos. Con una mano levantan la falda, y con la otra la bajan (Freud dixit).

La tensión es máxima en esta ciudad, y las mujeres no soportan las propias leyes dictadas por el despotismo ilustrado de la presidenta de esta República de las Mujeres. Y hablan a escondidas de los hombres.

Los verdaderos hombres deciden una estratagema para asaltar la ciudad, enviscados por esa ficción de genocidio femenino. Deciden una estratagema para abrir las murallas de esa ciudad. Los verdaderos hombres saben que las mujeres, en su “notodía”, tienen un punto flaco que les puede abrir las puertas de la ciudad, y en lugar de raptarlas aprenden a seducirlas por las palabras de amor, se rinden a la feminidad. El final está cantado, las mujeres consiguen ser amadas, la ciudad acaba siendo una ciudad de las mujeres “no sin los hombres”, como termina la obra.

Carmen Laforet. Una mujer en fuga, es la biografía de la escritora, Premio Nadal de 1945 y Premio Nacional de Literatura, escrita por Anna Caballé e Israel Rolón. Es la historia del goce femenino errante que no se deja engañar por el goce sexual ni la maternidad a los que tiene por escasos.

Han pasado trescientos años desde la obra de Lope de Vega, y pocas mujeres en la España de la posguerra han logrado salir de los fogones y de la “economía doméstica”. Carmen Laforet y otras mujeres de su generación (Ana Mª Matute, Carmen Martín Gaite, Elena Fortún, Rosa Cajal, Carmen Conde, Rosa Chacel…) se incorporan a la literatura. Casada con Manuel Cerezales, periodista y editor, natural de Vilar de Cervos (Orense). El bueno del gallego Cerezales trató de encaminar el tipo de literatura de su esposa en donde se excluyera precisamente la implicación de su ser en la letra. Como buen obsesivo del noli-me-tangere, forzaba a que Carmen Laforet no pusiera su vida en la obra que tantos desaires le habían ocasionado por parte de su familia.

Cerezales quiso forjarla a su imagen y semejanza “por su bien”. Pero Laforet tenía su estilo, y por nada cedió a su goce con la letra. Buscó, entonces, compañía a la soledad de su goce en la amistad de las mujeres y en la religión, de la mano de Lilí Alvarez y Miret Magdalena, cercanos al misticismo. Intentó, como las preciosas francesas, la fundación de un salón elegante sólo para mujeres de la cultura que nunca llegó a abrirse. Era una mujer sobre todo del goce femenino, en fuga siempre por la inconsistencia misma del goce imposibilitado para cerrarse como conjunto. Su “notodía” le llevó a no tener un hogar, andar con sus maletas en casa de sus amigas, de alguna hija, o de una criada fiel que se la llevó a vivir a Ávila. Describe en una de sus novelas una experiencia cuasi psicótica de goce femenino similar a la de Joyce, en donde se desprende de su piel pero en su lugar aparece una flor. Algún psiquiatra la diagnosticó de esquizofrenia, como suele ser frecuente en casos de mística y otros goces femeninos.

El bueno de Cerezales no logró interesarse por la relación de su mujer con el amor y la feminidad, quiso que fuera más madre y acabó siendo un estrago para Carmen Laforet, extraviada trotamundos o trotaconventos, sin encontrar un aceptable lugar en el mundo salvo la historia de nuestra literatura.

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DE MUJERES Y HOMBRES*, por Amanda Goya

El libro que así se titula vio la luz en 1999 y lleva la firma de Agustín García Calvo, gramático, filósofo, poeta, dramaturgo, traductor de lenguas clásicas, hombre extravagante y célebre ácrata ilustradísimo que trata de dar voz a un sentir anónimo, popular, que rechaza los manejos del Poder que emanan del Estado y del Capital (las mayúsculas son suyas).

Se compilan en este libro una treintena de textos breves, “articulillos”, según su autor, en los que éste explora “...nuevos recovecos y conexiones, hallazgos de las interminables falsedades que en torno a esos misterios (las cursivas son nuestras) se reproducen constantemente, para intentar dejarlos con el culo al aire”. Publicados semanalmente por un rotativo en aquel año de gracia de 1999, así los definía nuestro respetado Agustín en la presentación de la serie, que recomiendo leer, y de la que solo expondré aquí alguna pincelada.

¿Con qué gancho pretendía el editor (el propio G.C.) captar el interés de un posible lector que, movido por su curiosidad, hojeara este libro que promete decir lo que García Calvo piensa sobre Mujeres y Hombres? A propósito leemos en su contratapa: “Esta serie de ensayos recientes (1998-1999) ataca desde muy diferentes sitios la cuestión del lugar de las mujeres o Sexo sometido en el mundo de la Historia, regido por el Sexo dominante, y alrededor de ello muchos problemas tocantes a Sexo y guerra de Sexos que a cualquiera se le presentan y que la Cultura al uso trata de encubrir o falsificar”.

Convendrán conmigo que su contenido promete ser jugoso, cuanto más para los psicoanalistas lacanianos que se preparan para conversar sobre los hombres y sus semblantes.

Con la docta ironía que lo caracteriza, G.C. nos introduce a sus andares por estos espinosos temas, con una chispeante caricatura del llamado “medicamento de la virilidad”, al que define como “...un producto que ha elaborado y lanzado al Mercado alguna Empresa, destinado a remediar y a sostener las deficiencias de la potencia viril, del Aparato del Poder”, como bien lo retrata el patético personaje encarnado por Anthony Hopkins en la última película de Woody Allen “Conocerás al hombre de tus sueños”.

Con una gracia no exenta de un descaro que refleja muy bien su estilo, G.C. declara no desconocer la pasión y la cruz que pesan sobre la masculinidad, no solo por el apremiante anhelo de penetrar, sino por el trago de verse sometido el hombre a un “certamen de la potencia”, habida cuenta de que “en esto de empalmar, no se puede mandar”. Y resulta que ahora quieren vendernos un medicamento que termina degradando la cosa a una cuestión casi de trámite, de trabajo, quitándole toda la gracia que le quedaba. A sus declarados 72 años cuando publica estos artículos, G.C. se sorprende de que dicho medicamento no hubiere despertado en él, ni el más leve interés ni la curiosidad, salvo el que nos dedica en estas afiladas reflexiones.

Las huellas de Freud se delatan en algunos de sus pasajes (a veces lo cita), cuando se refiere por ejemplo al “complejo del falo péndulo, y a las angustias que con tal motivo les entenebrecen y magullan al Yo a muchos individuos del sexo fuerte...”. También las de Marx se dejan ver en su muy original interpretación sobre la Historia, a la que considera nacida con la sumisión de las mujeres al Poder, que gracias a esa sumisión se erige y establece. Allí sitúa precisamente la primera división de Clases, que es para él la división de los Sexos, y con ella la primera división del Trabajo, y la primera Guerra, cuyo casus belli fue naturalmente las mujeres, y la primera forma de Dinero que consistió, no en el gozo, sino en la posesión y conversión de las mujeres en Capital.

Pero no es menos cierto que las huellas de Lacan también se descubren cuando se refiere a los “bichos parlantes”, o cuando adjudica la dominación de las mujeres a una “sabiduría sin ideas, eso que todavía en el Génesis deja asomar la Biblia por vislumbre en la figura de Eva y sus tratos con la serpiente”. Y en una sorprendente vuelta de tuerca añade: “Cierto que desde siempre (es truco viejo) los señores han querido reducir eso, tan desconocido como amenazante, la mujer, a la condición de madre, que es lo que el Poder podía reconocer sin miedo, comprenderlo dentro del Orden, y hasta, en premio por ello, hacer a una mujer Señora y colaboradora del Poder”.

Para esa “sabiduría sin ideas” (parece aludir a lo que trasciende al falo), para ese oscuro poder que “los señores han temido y adorado en las mujeres, y también en los adentros y en lo hondo de sí mismos (a todos nos queda algo de mujer por ahí abajo)...”, en una inesperada cabriola, Agustín hace aquí un inusitado uso del neutro, al referirse a lo mujer.

Aunque reconocemos en este pasaje una evocación del No-Todo fálico, dilucidado lógicamente por Lacan, intuido por los artistas, la lectura de Agustín en definitiva, encuentra su punto pivote en el postulado del falo como significante de la potencia. “¿Será posible que la clave y el fulcro del amor de hombres y mujeres consista en una demostración de la potencia y respectivamente sumisión con que la desgraciada Historia arranca y el Régimen se sostiene erecto?”

Pero afirmar el falo como significante de la potencia comporta su ubicación en el registro de lo imaginario, aproximándonos a la ecuación que Lacan adjudicaba al obsesivo en su neurótica estrategia de negar la castración, con la consiguiente “lucha a muerte” por su imposible posesión.

Lejos de que esto pueda interpretarse como una clasificación clínica de su autor, se trata solo de resaltar que el falo es más que el significante de la potencia, mal que les pese a los políticos y a algunas feministas, es el significante del deseo y del goce, y para colmo, no todo el goce pasa por el falo, algo que es posible aprender en la experiencia de un análisis comme il faut.

*Edición Agustín García Calvo. Editorial Lucina. Zamora. 1999.