Políticas ante la depresión. Amanda Goya. (Madrid)

Políticas ante la depresión es el título de la excelente conferencia que dictó el psicoanalista Manuel Fernández Blanco , en el marco del Ciclo de Conferencias que organiza el NUCEP, coordinadas por Amanda Goya, sobre “El psicoanálisis en la época de la globalización”. Este año el ciclo está destinado a “La Depresión: un mal de nuestra época”.

Previo a la conferencia, Amanda Goya hizo un breve comentario sobre el término política en el ámbito del psicoanálisis. Después de oponer Aristóteles y Maquiavelo, el sentido noble de la política en tanto “actividad esencial del ciudadano libre”, y el sentido espurio, el que justifica los medios para obtener un fin, el que persigue el poder como fin en sí mismo, puntualizó el peculiar sentido que Lacan asigna a la cuestión del poder en la experiencia psicoanalítica.

El único poder que secretamente gobierna en el análisis es el poder de lo simbólico, el poder sugestivo de la palabra, en el cual están inmersos tanto el analista como el analizante, y por eso el pilar fundamental de la formación de un analista es su propio recorrido analítico, en el que debe aprehender el buen uso del poder de la palabra, el que Lacan designa como el bien-decir.

Hay, en efecto, un poder en juego en la cura analítica, un poder que emana del lenguaje mismo, de un logos encarnado, ese poder de alguna manera lo detenta el analista, con la paradoja de que el psicoanálisis es contradictorio con ejercicio de un poder, porque la práctica analítica privilegia la verdad, una verdad subjetiva que se dice a medias y que habrá que aprender a leer entre líneas. De la experiencia analítica también se puede esperar que torne menos ciego al sujeto en el interior de los grupos, de la masa, y del Estado.

Concluyó diciendo que un psicoanalista no toma al hombre en masa, lo toma uno por uno, lo retira de la escena pública y lo invita a una experiencia singular que permanece en el ámbito de la confidencia. Le ofrece aliviarlo de ciertos males íntimos a través de su elucidación.

El psicoanálisis también requiere de un espacio civil en el que se pueda ironizar, como hacía Sócrates, en el que se pueda pensar, preguntar y responder, sin tener que beberse la cicuta.

Manuel Fernández Blanco comenzó señalando la pertinencia del uso del término política, habida cuenta que lo que se desprende de la enseñanza de Lacan es una política del síntoma, diferente a una concepción del síntoma como disfuncionamiento, déficit, o disonancia cognitiva.

Lo que el psicoanálisis viene a poner de relieve, en todo caso, es que la disonancia es el estatuto fundamental del pensamiento humano, en la medida en que lo simbólico no alcanza para atrapar lo real.

Una política del síntoma acorde con una concepción del mismo, entendido como un funcionamiento necesario y particular de cada uno, que confina más bien con la invención.

Depresión es un término que hoy día se utiliza como un nombre genérico para todo uso, bajo el cual se borran las diferencias propias de una clínica del sujeto. Se habla de la depresión como si se tratara de una entidad en sí misma.

Para Lacan, la depresión pertenece al dominio de la ética, es correlativa de una falla moral, de un pecado de cobardía, porque comporta la renuncia al pensamiento, al bien-decir, a ignorar la verdad del inconsciente.

Prosiguiendo con su desarrollo M.F.Blanco tomó la génesis de la conciencia moral en Freud y su concepción de la culpa como deuda simbólica, para señalar que la culpa freudiana es diferente de la culpa lacaniana, porque el estatuto de la culpa ha variado conforme a los cambios de la época.

Freud considera que la depresión sobreviene a consecuencia de la culpa, y por eso la coloca bajo la égida de una clínica del dolor moral. Si hay depresión es porque hay culpa inconsciente, el sujeto se siente en falta y busca el castigo. Baste recordar el texto freudiano “El delincuente por sentimiento de culpabilidad”, donde presenta el caso en el que un crimen es cometido para obtener inconscientemente un castigo, para poder relacionar la culpa con un suceso actual.

¿Cómo actúa la conciencia moral, o su sucedáneo, el superyó?
Actúa como un ideal que conmina al sujeto en determinada dirección. Y bien, la culpa surge cuando el sujeto no puede alcanzar este ideal, porque sus actos o sus pensamientos lo alejan de él. El depresivo se juzga siempre depreciado respecto a los ideales que lo aspiran, de manera que, en el mismo sentido de la lógica paradojal del superyó, a mayores ideales, mayores culpas.

La culpa es, en este sentido, el afecto propio de los inocentes, porque los verdaderos culpables no sienten culpa, por eso las personas de gran rectitud moral son las que más culpables se sienten.

En cualquier caso, si hay algún pecado que purgar es un pecado de goce, porque lo más primario que nos habita es el goce, es el salvaje, o los restos del salvaje que hay en el ser hablante. Por eso es ilusorio creer que podrían desaparecer las tendencias agresivas, o que la buena educación pudiera llevarnos a un hombre nuevo. Aunque no cabe duda, hay un tratamiento del goce por la cultura, no es menos cierto que no todo el goce puede ser tramitado, y ese resto no tramitado por la cultura, es el que retorna una y otra vez bajo distintos ropajes.

¿Qué nos dice Freud en el capítulo VII de “El malestar en la cultura”?
Dice que si hay en el niño una renuncia a la satisfacción, es por el temor a la pérdida del amor del Otro. Dicha renuncia se produce en dos tiempos. En el primer tiempo el niño renuncia ante la presencia del adulto que lo impele a renunciar. En un segundo tiempo la prohibición se interioriza y es el mismo niño el que se vigila a sí mismo. Aquí está el germen de la conciencia moral, ante la cual no hay engaño posible, porque la conciencia moral siempre sabe.

Todos somos culpables de no estar nunca a la altura del ideal, por eso la depresión es una enfermedad universal, que se produce por el solo hecho de hablar, es una enfermedad del género humano. Todos culpables, todos depresivos, y cuanto más el sujeto se sacrifica por un ideal, más aumenta la culpa, hasta llegar al extremo de hacerse culpable de sus desgracias. El sujeto se hace, en definitiva, culpable por lo real.

Pero si en la época de Freud la culpa se ligaba a los ideales, al destino y a la deuda simbólica, y por eso era co-extensiva al inconsciente, en la actualidad la culpa no parece regirse por esas determinaciones, porque ya no cuenta el sentido. La culpa lacaniana se vincula más bien al el sin-sentido, a la orfandad, y al rechazo del inconsciente, de allí el predominio actual de las adicciones y de los pasajes al acto, formas eminentemente logradas del no pensar.

Ya decía Freud que un modo de evitar la angustia es la inhibición: no pensar, no hacer, no moverse, que es como se describe la depresión. Pero también puede ocurrir lo contrario: actuar para no pensar, algo que observamos en el aumento creciente de la llamada hiperactividad infantil, que no es sino un modo en el que se pone de manifiesto la depresión en la infancia, si extraemos las consecuencias del argumento anterior.

Pero por no consentir a la tristeza, afecto fundamental del ser hablante, la época parece condenarse a una hipomanía generalizada. Quien está triste es un fracasado, ha hecho algo mal, revela una incompetencia.

La depresión, concluyó Blanco, es eminentemente antipsicoanalítica, porque se opone al inconsciente y a la exigencia del bien-decir, en este sentido la depresión es incompatible con el psicoanálisis, es su antítesis.

Pero la medicalización generalizada que el amo ha impuesto en los últimos años, persiguiendo el tratamiento más corto y más barato, empieza a tambalearse a falta de los resultados esperados. El fracaso de la política del medicamento requiere hoy del auxilio de la nueva “ciencia conductual de la felicidad”, que hace precisamente de la felicidad, un nuevo objeto de consumo, para tapar el vacío central de la existencia.

La política del psicoanálisis por el contrario, se dirige a la verdad subjetiva de cada uno, indaga sobre la causa de esta verdad dolorosa, por eso la transferencia analítica es el mejor antidepresivo. Por todo ello, Manuel Fernández Blanco arriesgó la hipótesis de que cuando un sujeto está verdaderamente bajo transferencia analítica, es decir, cuando espera algo del saber que se elabora en la cura, no se suicida.