O aislamiento o Escuela. Fernando Martín Aduriz (Palencia)

Primero, una cita bibliográfica que no está en la lista: es un texto de Miquel Bassols titulado “Soledades y estructuras clínicas” (Freudiana, núm. 12, 1994). Allí el autor se acerca al asunto que nos ocupa cuando establece el afecto de soledad en el caso de las psicosis y dice: “(...) queda más bien del lado del Otro, –cosa que experimentan muy frecuentemente aquellas personas que trabajan con sujetos autistas”-. Realmente es así; en la clínica con autistas nos encontramos con sus silencios o sus estereotipias y rituales perennes, que hacen de nosotros unos sujetos aislados. Podemos oponer este significante, aislamiento, al concepto Escuela.

En un momento como psicoanalistas optamos por una de dos, o aislamiento o Escuela. Es lo que aparece en alguna referencia bibliográfica. La pregunta de Hilario Cid es: “cómo podrá el analista, definido por su soledad, entrar a formar parte de una comunidad”, en el artículo “Soledad y comunidad de los analistas”, (Virtualia, núm. 4, Claudine Foos). Una posible respuesta orientativa la da el mismo autor en otro texto de la Bibliografía (Cid, Hilario, “El pase en la actualidad o el pase sinthome”, 3 semanas previas. www.elp-debates.com) “lo único que nos pone un tope, que nos despierta, es lo real”.

El “tormento de la Escuela”
O aislamiento o Escuela, es la opción pese al “tormento de la Escuela”. Es una expresión de Éric Laurent, que aparece en la lista de la Bibliografía razonada, al final de la Primera Conferencia en Bahía, publicada en , Los objetos de la pasión” (p. 33).

Creo que si oponemos al tormento de la Escuela el tormento del aislamiento no hay color. Tormento escolar.

Daré la cita completa de ese texto de Laurent: “La construcción de la Escuela de Psicoanálisis es un anti-cinismo en acto. La Escuela está hecha para dar un lugar que no sea cínico, un lazo social posible en la ciudad de los analistas, allí mismo donde los analistas no creen más en los significantes-amos. Con todo, continuamos ‘repensando la Escuela’ y eso quiere decir que estamos siempre con el tormento de la Escuela, pues no se encuentra nunca la buena fórmula para la Escuela. Podemos decir que es un anti-cinismo porque, para nosotros, esto nos trae un tormento suplementario. Sabemos bien que no vamos a encontrar aquella Escuela donde el S1 y el S2 estén tranquilos. Y, a pesar de todo, pasamos nuestro tiempo repensando la Escuela, teniendo crisis en la Escuela y recreando la Escuela. En efecto, es así, no hay otra solución, hay sólo el deseo de la Escuela”.

Por otro lado otra pista del mismo autor la encontramos en otra lectura recomendada: El Tao del psicoanalista (Cuadernos andaluces, núm. 27, p. 27. O bien esta referencia bibliográfica se encuentra en “El camino del psicoanalista”, La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica, (Cap. XI, p.181). Al final del texto, Éric Laurent define el Tao del psicoanalista como la posibilidad de mantenerse en su lugar tras las rupturas, las fracturas. El tránsito a la soledad del psicoanalista implicaría transitar por fracturas para llegar al punto correcto, al borde entre hacer y hablar.

El psicoanalista puede no estar solo
Claudio Magris escribió en El infinito viajar, que no hay viaje sin que se crucen fronteras... psicológicas, lingüísticas... invisibles... El viaje del psicoanalista hacia la soledad puede que sea un viaje que ha de permitir necesariamente pasar una frontera, una ruptura, una fractura. Como señala Manuel Fernández Blanco en “La soledad del psicoanalista” (Finisterre Freudiano, nº 11), “el sujeto nunca está solo. Nunca está solo porque siempre hace pareja con su goce, con su objeto de goce, aunque sea en soledad o, aún más, con la soledad misma como objeto, como medio de goce”. El viaje ha de conllevar “la destitución subjetiva, atravesar el plano de las identificaciones y la pantalla del fantasma...”, pues desde la soledad en la que desde ese instante el psicoanalista se encuentra que ya puede “relacionarse con el otro desde su particularidad, no exclusivamente desde el lugar que el fantasma le asigna. De este modo, es posible elegir en el otro su diferencia, permite elegir de modo diferente, aún en lo mismo.”

Abandonar, en el camino, esa pareja puede no ser posible. De ese modo, entonces, en esta lógica, el psicoanalista no estaría nunca solo, sino haciendo pareja con su objeto de goce. Pasar a la soledad tras la ruptura, tras los giros, es posible. Y beneficioso: abre un modo diferente de encuentro con el otro.

Escuela versus rutina
Es ahora Lacan quien en el “Acto de Fundación”, (Anuario de la ELP), al hablar de los trabajos en la Escuela, pide que éstos busquen “el cuestionamiento de la rutina establecida”. (También explicado por Miller en “La Escuela y su psicoanalista”, Introducción a la clínica lacaniana, p. 254). En cierto modo, la soledad es una rutina, quizá ese es su mayor encanto. Y si se traslada esa forma rutinaria de relación con el mundo al ámbito de la Escuela, nos encontremos no sólo con un tormento de Escuela, sino con una Escuela rutinaria. Jacques-Alain Miller defendía recientemente la sorpresa, (Ver “Un nuevo concepto para las 38 Jornadas”, Diario de las Jornadas, núm. 1, AMP-site) para evitar que sea la sempiterna perdedora. Y Éric Laurent, en otro texto de la Bibliografía de estas Jornadas, Entre transferencia y repetición (Atuel, p. 83), recordaba a Beckett (“¡Pulverízalo un poco más!”) para representar los intentos en la sabiduría obsesiva de que nada se mueva.

La Escuela iría así a contracorriente de la soledad y de su corolario, la mortal rutina. La apuesta por lo sorprendente, por el acontecimiento imprevisto, es una apuesta por el no aislamiento de la propia Escuela, destino posible si no sabe oponerse a la rutina propia, cercana al enclaustramiento.

Miller en el último capítulo del texto de la Bibliografía, El banquete de los analistas (p. 417), define al analista como “personaje completamente nuevo en la historia de las prácticas”. Y añade: “es posible afirmar que el deseo de saber significa que se quiere ser abandonado”. Esta frase, a mi juicio, es la pieza clave para cernir el concepto de soledad del psicoanalista.

Entonces, el camino del psicoanalista, tras el paso de las fronteras, tras las operaciones de destitución subjetiva, progresivas o instantáneas, puede vivir su soledad en un enclave –la Escuela–, siempre susceptible de mejorar para poder ser sorprendente incluso para ella misma. O eso o el aislamiento.