Niños Amos.* Adela Fryd (Buenos Aires)

En la clínica de este nuevo siglo, es frecuente encontrar niños que son más amos que sus padres: niños que se ubican en una paridad asombrosa frente a cualquier adulto. Se trata de sujetos que ya desde los dos o tres años, parecen no responder a nadie. Y no responden de una manera particular: quieren ser reconocidos por el Otro y por los otros que los rodean, creen ser autónomos y comandar su elección de ser, funcionando así como niños “solos” que hacen lo que quieren. Marchan de este modo y aparentemente no hay nadie que los pueda detener.

Podríamos decir que este “tómame como soy porque yo soy así(1)” que con frecuencia se escucha en adultos, resulta absolutamente curioso al tratarse de niños. Pensamos en qué será de ese Niño Amo cuando sea adolescente, sin algún encuentro que desvíe, que le presente una salida, un diferente lazo al Otro que le permitiría reescribirse.

Por otro lado, eso es ir contra ese goce al que no quiere renunciar. Estos niños caprichosos, que no quieren entrar en razones, muestran que el “Yo quiero” es anterior al “Yo pienso”. Como dice J-A. Miller: “… la belleza del capricho es que el sujeto asume en él como propia la voluntad que lo mueve. Quiero aquello que me pulsiona, yo lo quiero, yo soy quien lo quiere”. Es en este punto donde lo que se impone es el gozar, un gozar narcisista autónomo con respecto a las disposiciones del Otro; esto es lo que los hace impermeables al Otro de la enseñanza.

Estos niños son ariscos a los significantes que son ofrecidos en el campo del Otro. Complicado en la alienación significante, el sujeto puede optar por una falsa separación. Es decir, que allí donde no se puede producir y donde hay dificultades en generar una separación, ésta termina jugándose en el cuerpo. Es precisamente en ese punto que podemos ubicar los casos de estos niños en posición de objeto, aquellos que frente a la interpelación del Otro, es decir, ante la pregunta por el deseo del Otro, responden en particular con el cuerpo. Son respuestas que pueden ir desde la abulia hasta la hiperactividad, pasando por el desgano y todas las variantes posibles de hacerse objeto para el Otro.

Así, en la clínica actual, la presencia y la frecuencia de esos casos, dicen algo de la época.(2) A veces se trata de niños identificados a la fantasmática del Otro materno donde, al no haber lugar para la falta y al no haber una pregunta sobre la misma, responden con el yo, con la impulsión o con una identificación al falo imaginarizado.

Entonces, ¿cómo se produjo la constitución subjetiva en estos niños? Si pensamos en los desarrollos de Freud para el narcisismo, el déficit en estos niños es en las marcas del Ideal del Yo como significantes de la batería del Otro. Podría hacerse un trabajo de interacción de los desarrollos de Freud respecto del narcisismo y el estudio del imaginario en Lacan. Partiendo de la constitución subjetiva y tomando el recorrido o el montaje de la pulsión, el objeto de la pulsión es organizado narcisísticamente (2) por la constitución del yo, un punto de entrecruzamiento entre ambas series. La serie de yo narcisismo-autoerotismo-relación de objeto, la serie de la pulsión oral-anal-fálica y para Lacan se agregan los objetos que organizan la demanda y del deseo en la transferencia, mirada y voz.

El déficit en la constitución del Ideal detiene la constitución subjetiva en las neurosis narcisistas y los fantasmas imaginarios se degradan en una insistencia del a-a’, en una especularidad pertinaz marcada por la agresividad y la tendencia suicida de un narcisismo no eficaz. En estos casos, el trabajo entre el objeto y el Ideal se obstaculiza muy temprano. A veces, los vemos apoderarse de un significante supuesto pero sostenido en una relación especular con el Otro, puede parecer una aparente separación pero, sin embargo, su yo queda ligado a un goce pulsional donde el yo ideal parece atestiguar un exceso incestuoso, que revela un conflicto no resuelto con el amor de Otro primordial. Falta un velo a la raíz gozante del amor.

Lacan nos plantea, en otro momento de su teorización, las dos operaciones de alienación y separación constitutivas que tienen consecuencias a nivel de la estructura. A partir de la alienación se puede decir que hay una fundación del Sujeto y en la operación de la separación, Lacan plantea que se trata de la constitución no del Sujeto, sino del deseo. En la separación se funda el deseo. En la alienación se produce esta constitución del Sujeto en el punto en donde el Sujeto se constituye en la medida en que se aliena a los significantes del Otro. Del lado del campo del Otro están los significantes, del lado del campo del Sujeto lo único que hay, y que se puede constituir solo a posteriori, es la pulsión; el recorte de la pulsión va a constituirse sólo en la medida en que pase por el Otro.

En el punto donde la cadena del Otro dice tal cosa, pero hay un intervalo de lo que no se dice, en ese punto el Sujeto puede situar algo de su deseo, o sea el punto de enigma del deseo del Otro. A partir de esa interrogación puede producirse la posibilidad del deseo.

Lacan también habla de libertad, en el sentido de la constitución de un deseo propio. En el intervalo es donde se produce la extracción del objeto, si el objeto se extrae puede instalarse una búsqueda deseante de ese objeto. Una vez que se produce la separación, Lacan nos dice, en Posición del Inconsciente, que la laminilla o la libido puede desplazarse e ir libidinizando los objetos del deseo y los significantes diferentes en su mundo. Es allí donde se arma el movimiento deseante de un Sujeto (3). Aunque estos pacientes tengan una astucia para manejarse con los significantes del Otro, tienen una gran pobreza en el campo del deseo. Allí es donde va la apuesta analítica a tramitar la separación. Pueden haber quedado casi coagulados por la marca de un significante que apunta a un sentido y que opera casi con la fuerza de un nombre propio, la separación es el problema. Es allí desde donde la voz y la mirada del lado del deseo del analista, jugados en la transferencia, lo saca de ese engarce a los objetos de la demanda con los que han quedado enlazados gozosamente. La transferencia es el lugar donde se sitúa la cuestión del deseo del analista en relación a la posibilidad de la separación. En muchos casos están investidos por un significante que toma un carácter fuertemente superyoico, que a veces se transforma en su destino: actúan y son percibidos como jugando en la cornisa.

Así, los padres quedan en posición de meros testigos de sus excesos, de esa lucha infinita para intentar separarse del Otro. Porque ocurre que estos niños si bien están alienados al deseo materno, lo están más aún al capricho de la madre, es decir, sin un pasaje por la ley. Por ello podemos decir -siguiendo a J-A. Miller- que se encuentran menos ligados al “fantasma” que a la pulsión. De este modo, al no aparecer la falta del Otro, no surge la pregunta sobre el enigma del deseo del Otro. Y lo que suele observarse en la pareja parental es que la madre toma al niño como objeto precioso mientras que el padre opera como un simple partenaire del niño.

Efectivamente, en estos niños algo se encuentra alterado en las operaciones de alienación y separación, y siguen alienados más que al deseo materno, a la lengua materna. Dicho de otro modo, ellos no aparecen ligados al fantasma, que en tanto tal es una respuesta a la pregunta por el deseo de la madre, ya que lo que falta es precisamente ese enigma. Falta, por lo tanto, la intermediación paterna por parte de estos padres, frecuentemente tan narcisistas, que dejan al niño del lado materno. Estos son los niños que se reivindican, como lo dice Freud (4), como una excepción, reivindicando el derecho de ser una excepción.

Un niño es adoptado por una mujer sola, una mujer de otra nacionalidad. Él concurre a una escuela bilingüe y es un buen alumno cuando lo desea. Al mismo tiempo provoca continuamente a la madre diciéndole que él quiere volver a la “madre de la panza”. Lo embargan ataques de furia. Se suceden situaciones muy difíciles en la escuela con agresiones, ataques de rabia hacia las maestras y el personal que lo cuida. Parece haber un profundo rechazo al Otro. Así, este niño que injuria permanentemente al Otro, con este rechazo a la madre se identifica al supuesto rechazo del Otro. Es curioso que esto empiece a suceder en el momento en que la madre se divorcia de un marido al que el niño siente como echado.

Este niño nace así a un mundo que vivencia como hecho de códigos caprichosos, ese es el mundo que él rechaza todo el tiempo: lo que le dan, todo lo que se le ofrece. Aparece un juego, se esconde, yo lo tengo que buscar, pero antes debo localizarlo con una frase. Es ese momento en el que él aparece jugando al “tono correntino” (5). Este juego es repetido varias veces. Le digo entonces que estoy buscando la voz correntina. En ese momento él me cuenta que es muy amigo del señor que cuida el campo de la madre, campo que está ubicado en el lugar donde fue adoptado. Se constata así que es en el encuentro dentro de un dispositivo analítico donde la instancia que hay en el Otro toca un punto de su manera de hablar, de su estilo de hablar, y lo reengancha a hilos de un lugar de su historia.

Freud nos enseñó que en la constitución de un sujeto, para que pueda acceder a la simbolización, es necesaria la separación del Otro. El niño del carretel nos muestra que él tuvo que privarse, separándose, privándose del goce de la mirada materna como objeto, cediendo un objeto al tiempo que hará aparecer los significantes del juego del fort-da (6). Se trata de ese carretel que ante la partida de la madre, entrando en relación con ese objeto, haciéndose mirar, va a permitirle recuperar la mirada del Otro. Por ello decimos que el fort-da es la matriz del fantasma, y que ese objeto es aquel con el cual el sujeto se relaciona cuando el Otro no está.(7)

La cura, en el dispositivo analítico, permitirá que estos niños se encuentren con nuestra mirada y nuestra voz como semblantes. No se tratará de restituir lo que no tuvieron, sino posibilitar que construyan algo diferente. Así, será posible en una cura maniobrar con estos objetos, sustraerlos, retirarlos, hacerlos ruidosos. Este encuentro del sujeto con el deseo del analista le da una oportunidad en la cura: recortar una mirada extasiada, una voz con tonada. En otras palabras, recortar este lazo en la transferencia permitirá descompletar, quitarle la fijeza a lo fugaz de ese goce y que aparezca otra cosa que el niño podrá inventar. Allí es donde nosotros apostamos a lo que Lacan llamaba la presencia del analista, porque lo contingente será que el niño, en un encuentro con un analista, pueda encontrar algo en su estilo, en su manera de alojarlo, que le permita y le dé posibilidad a un nuevo amor, el amor de transferencia.

Si dijimos que estos niños imaginarizan al Otro, si hablamos de una falicización del yo, acompañado de un goce que no cede y que insiste en el regodeo de un plus de gozar, se tratará de ver de qué manera puede producirse algo de la separación del objeto en relación al Otro. Como en el caso del niño correntino donde la voz dio la pista de un objeto que fue para él la posibilidad de un lazo distinto con el Otro, ya que en el mismo punto donde se produce la separación con el objeto, puede aparecer un nuevo objeto y los significantes que lo comandaban.

En este caso, se trató de, una vez localizado, separarlo de un significante hostil que imaginarizaba el rechazo, y propiciar que esos significantes se pusieran en juego de otra manera. En otro caso, un niño de cinco años oscilaba entre un juego muy ocurrente y un ignorar al Otro que a veces parecía un desafío y otras veces simplemente expulsaba, eliminaba al Otro. Era muy difícil ponerle límites porque simplemente no escuchaba. Era muy llamativa su mirada fuerte, fija, decidida. Él, casi todo el tiempo, hacía lo que quería. Sus conductas a veces llegaban a situaciones de riesgo. Un día se desprendió de la mano de la mucama y se fue a jugar al borde de una ventana. Su madre decía que le producía mucha fascinación su inteligencia, pero que siempre sintió que la sobrepasaba. Desde que abrió los ojos por primera vez como bebé, ella quedó impactada por esa mirada. “No era la de un bebé, sino la de un pequeño hombre.” Esto produjo entre ellos siempre un lazo de mucha tensión, por un lado, muy dedicada al niño, y por otro lado, sobre un clima donde el que comandaba era el niño. Un juego comienza a repetirse en sesión. Primero, dibuja muñecos con ojos grandes vacíos, corta en una entrevista ese papel en forma de careta, y queda la cara con los ojos vacíos puesta sobre su cara. Comienza una secuencia que repite donde juega con un espejo. Con el espejo enceguece mi mirada. Me doy vuelta con la silla y le retiro mi mirada. Queda conmovido, queda impactado.

En otras sesiones aparecerá otro juego. Tomará una muñeca y un muñeco, los hará encontrarse, se dirán “hola” y propondrán un juego. Aparece allí por primera vez un juego de uno con el otro.

Resumiendo: el fort-da freudiano será una orientación en la cura, para que allí se constituya algo diferente. Se trata de un nuevo tratamiento de la demanda, a través de su pasaje por el Otro. Una de las maniobras consistirá en hacer algo para instalar una falta y lograr el surgimiento de la demanda por parte de estos sujetos. Podemos plantearlo como un modo de tratamiento de lo pulsional por medio del deseo del Otro, situando así la voz y la mirada como objetos que están siempre presentes.

P.-G. Guéguen lo formula de esta manera: delimitar lo real. Se trata de apuntar a delimitar lo real para cada sujeto, o sea, aquello que quedó como un encuentro memorable con lo real. Ese es otro punto que me gustaría destacar: al tratarse de niños que monologan, sólo escuchan al Otro si el Otro dice lo que ellos saben. J-A. Miller nos sugiere que en estos casos deberíamos pensar en una clínica del despertar, más propiamente, de la pesadilla que lo acerca al objeto a. Si la pesadilla despierta es porque algo se impone, resuena en el cuerpo y rompe la homeostasis. El amor como operación está en la base de la humanización de la entrada en la cultura, y en ese sentido es algo que siempre implica una pérdida. Este amor es lo que los psicoanalistas denominamos amor de transferencia. Allí es donde se sitúa su fundamento que es lo que Lacan llamaba la presencia del analista.

Lo contingente será que el niño en un encuentro con un analista, con su presencia, pueda hallar algo que en su estilo, en su manera de alojarlo, dé la posibilidad a un nuevo amor y a su separación.

Notas:

1-. J-A. Miller “Usos del lapso”, Editorial Paidós, 2004, Capítulo 8 “Capricho y Voluntad”.
2-. Enric Berenguer “Psicoanálisis: enseñanzas, orientaciones, debates” Edición Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, pag 111.
3-. Clase Seminario “Pensar la castración en niños y adolescentes“, 1/9/2008, Patricio Alvarez.
4-. Sigmund Freud “Las excepciones: Ensayos de psicoanálisis aplicado”
5-. Tonada del español que se habla en la provincia de Corrientes, en la región del litoral de la República Argentina
6-. Sigmund Freud, 1920, “Más allá del principio del placer” Ensayos de psicoanálisis.
7-. Philippe Lacadée, 2003, “Le malentendu de l’enfant”, Cap 5, Ediciones Payot Lausanne.

* Publicado en PAPERS nº 9. Comité de Acción de la Escuela Una - Scilicet.