“Monstruos”

¿Estaba equivocado Samuel Huntington con su teoría del choque de civilizaciones? Sí, lo estaba, aunque su tesis contiene elementos muy interesantes para reflexionar. Huntington no es un opinólogo de tres al cuarto, pese a que en su análisis omita factores históricos y económicos decisivos. El problema es que explicar el mal es extremadamente difícil. La historia de las religiones y la filosofía lo han intentado, y el psicoanálisis aportó algo tan importante, que supuso un corte epistemológico: el mal es trans. Trans-político, trans-económico, trans-religioso, trans-racial. El inconsciente es el real que no conoce excepciones. Huntington y otros han hecho enormes esfuerzos para construir modelos teóricos que permitan entender los distintos modos en que las transformaciones de las eras y los discursos han servido para elaborar ese real, para nombrarlo, cercarlo, bordearlo con ficciones cambiantes, delirantes, ficciones que han sido y serán siempre búsquedas fallidas de fijar lo intratable, lo ilimitado, lo contingente de la vida humana.

Hoy vemos cómo en Rusia se ha desatado una persecución a la comunidad LGTBI, que desde 2013 es acusada por Putin de promover la homosexualidad. El criminal formado en la KGB considera que la homosexualidad es un invento occidental (por lo visto sus conocimientos de historia deben ser inferiores a los de un analfabeto) que perjudican los valores de la sociedad rusa. Por ese motivo ha decidido apretar aún más el torniquete, y la Duma está a punto de estrenar un paquete de medidas legislativas que prohibirán toda clase de aparición del colectivo LGTBI en plataformas digitales, actuaciones en vivo, películas, música y espacio público de cualquier orden. En suma: el decreto de la exterminación de esa minoría, no exactamente físico (aunque las condenas por desacato pueden sumar varios años de prisión) pero fundamentalmente simbólico. Se trata de la negación absoluta de toda forma de identidad sexual no conforme a lo que Putin y la Santa Madre Iglesia Ortodoxa consideran legítimas.

Pero sería caer en el reduccionismo de Huntington poner el dedo acusador en el Kremlin. Los Monstruos proliferan. Es su momento histórico. Han existido siempre, pero ahora están en su máximo esplendor. Andrzej Duda en Polonia, Bolsonaro en Brasil, pastores de la Christian Science Sentinel (una plataforma digital en los Estados Unidos que considera la homosexualidad como una enfermedad que debe curarse), los miembros más destacados del Partido Republicano, la posible candidatura de Trump en las próximas elecciones, los Evangelistas en América del Sur, el Partido Comunista Chino, Talibanes, Yihadistas, miembros de Vox en España y Javier Milei en Argentina, Giorgia Meloni en Italia, el mundo se ha poblado de Monstruos, de Zombis que regresan y forman legiones empeñadas en diseminar la crueldad.

La crueldad es inherente al basamento fundacional del ser hablante, del mismo modo que el Eros dignificante, que representa en su sentido más amplio el valor ético de la vida. Pero no podemos soslayar el hecho de que los Monstruos hacen un ejercicio particular de la crueldad, una crueldad no solo gratuita sino que carece de toda explicación basada en razones de economía global. La economía globalizada es un estrago que no tiene atenuantes, pero es insuficiente para dar cuenta de la perversión creciente de los Monstruos, que atraviesan su momento de máxima gloria y cuentan con el apoyo de masas de sujetos reales, pero también de la reproducción exponencial de bots resultantes de una tecno-ingeniería al servicio del mal.

No es un choque de civilizaciones. Es la consecuencia del desmantelamiento de una autoridad legítima, la que se hace sentir no a partir del odio y la barbarie, sino de la renuncia al ejercicio de un poder soberano y autócrata. La autoridad que solo tiene para dar aquello que no tiene. Alguna vez hubo algo semejante, pero es inútil buscarlo en la nostalgia del Padre, que solo nos empuja a lo peor.

Tampoco habremos de caer en la ingenuidad de pensar que la salvación está en manos de los grupos LGTBI y sus legítimos derechos, ni en el discurso del psicoanálisis. Cada uno de nosotros nos enfrentamos al deber ético de tomar una posición, uno por uno, o mediante ingenios colectivos.

Pero se acabó el tiempo de decir “Yo no fui”.

*Publicado en Facebook por el autor el 27 de noviembre de 2022.