Luis García Montero, un poeta en la ciudad. Por Jesús Ambel (Granada).

Luis García Montero, un poeta en la ciudad

Al mismo tiempo que la recopilación de sus poemas entre 1980 y 2005 (Tusquets, 2006) ocupaba el primer puesto de ventas en las librerías españolas, el poeta granadino Luis García Montero nos regalaba el espíritu con un libro de ensayos al que el psicoanalista del Campo freudiano no podía dejar de prestar la atención que merece.

Los dueños del vacío. La conciencia poética, entre la identidad y los vínculos es el título preñado de promesas que el autor ha puesto en la portada de un volumen cuyo prólogo comienza con una hipótesis de trabajo: "los poetas contemporáneos han sentido con frecuencia el impulso de ser la expresión de una identidad o de saberse vinculados a una verdad colectiva". Un interés que el poeta reconoce, una líneas más adelante, que se debe a su propia experiencia histórica. Una experiencia que le ha llevado en estos años a cuestionar la falacia naturalista, la expresividad de las identidades líricas y también las profundidades atávicas del silencio. El poeta sabe por Adorno que la crisis de los valores envenena las palabras, que las realidades implacables ridiculizan las alternativas y que, en esta situación, “la empresa decisiva consiste en mantenerse a flote con dignidad” El poeta sabe por Neruda del infantilismo social, de la deriva progresista de buena parte de la izquierda española que repite fórmulas de manual trasnochado. El poeta sabe por Ayala de los juegos de cinismo, de las “finalidades transitorias” de la acción política contemporánea.

Por eso mismo, su opción es clara: “hay una experiencia de vacío íntimo” en ciudadanos de muy distintas procedencias. Y puesto que el silencio es una versión del cinismo, opta por no quedarse callado, para defender las libertades individuales y las singularidades culturales, opta por la invención: “habrá que inventarse algo. Sí, habrá que inventarse algo”.

En estos momentos de perplejidad, pasada la época de los iluminados románticos, de los posesos cientificistas de la verdad como hormigón armado, el poeta sabe que lo importante es “aprender de nuevo a hacerse preguntas”. Los poetas, dueños del vacío, saben que una identidad no debe imponerse como raíz única de los vínculos, que un discurso social no es la verdad única frente a las identidades particulares: la dinámica de las identidades y los vínculos sociales es un peligro cuando se entienden del todo, cuando se juntan demasiado.

La lección de la poesía contemporánea es, para Luis García Montero, el reconocimiento de la soledad. Una soledad que ha descubierto el vacío, un vacío que no se apoya en las justificaciones absolutas. Los poetas contemporáneos nos enseñan a delimitar una frontera entre la intimidad y los vínculos. Por eso, urge reconocer la importancia de las decisiones individuales, de la responsabilidad del decidir, de la conciencia de los ciudadanos que apuestan por ilusiones colectivas pero que se niegan a la homologación, a la borradura de su experiencia histórica concreta.

El vacío es una metáfora. Por eso nada está más lleno que el vacío. En la propuesta ciudadana de Luis García Montero conviene ser dueños de nuestro propio vacío, amueblarnos con nuestra libertad de decisión, darle a la identidad lo que es suyo y a los vínculos lo propio. El poeta lo llama “optimismo melancólico” Lo es si lo comparamos con las certezas, las patrias, las religiones y los dividendos. Es la posición de un poeta en la ciudad para hacer frente a la actual e imperiosa necesidad de homologación de las conciencias individuales: “tal vez la palabra de lo poetas, dueños de su propio vacío, sea una buena compañía en la desorientación y en la perplejidad”.

La ciudad es el lugar donde se generan y se observan las contradicciones de los tiempos modernos: las tensiones inevitables entre identidad y homologación, entre singularidad y anonimato, entre las soledades y las multitudes. El poeta desata así el juego de la unidad y de la diversidad, que es el juego último del deseo: desear significa desplazarse, mutarse, convertirse en otro, ir hacia otra parte.

Les dejo, para terminar, los títulos de los capítulos de este libro imprescindible para psicoanalistas atentos a las brechas en las que se aloja el sujeto moderno y su goce, para psicoanalistas dispuestos al control externo de su práctica y de su acción lacaniana con lo social: La tormenta secreta de lo bello; El óxido de la melancolía; La conciencia y la identidad; El poeta en la ciudad; El erotismo y la tristeza; La disciplina de San Juan de la Cruz; La lección de Pablo Neruda. Alegría y temor del compromiso; La lección de Luis Cernuda. El poeta y el surrealismo.

Recuerdo que cuando editamos Colofón 25 sobre “Psicoanálisis y poesía”, alguien había dicho que los psicoanalistas teníamos “una comunidad de destino con los poetas”. Seguramente ese alguien era un buen lector de Lacan.

Luis García Montero también lo es. Fundó, junto a otros, en 1983, la Biblioteca del Campo Freudiano de Granada.

Jesús Ambel (Granada)