LOST IN COGNITION. Por Miquel Bassols (Barcelona)

Lost in cognition

Seguramente, estimado lector, el título de este libro le habrá retrotraído por asonancia a la pantalla de cine en la que vio a un excelente actor, Bill Murray, encarnando por duplicación a un actor, a un personaje perdido en un lugar tan real como inverosímil de nuestro planeta. Allí se encontraba
finalmente —¿quién? ¿el actor? ¿el personaje? ¿el espectador mismo?— reducido a la imagen más patética y cómica de su yo. “Bob is an actor, Bob is lost, Bob doesn’t speak the language”: un actor que encarna a un actor, un personaje perdido entre los espejismos de su yo, un sujeto intraducible que intenta leerse entre las lenguas. Todo ello en una impecable versión posthumana de los versos deHölderlin: “Un signo somos, indescifrable, y en tierra extraña casi hemos perdido nuestra lengua…” Excelente imagen para introducirnos al tema de este libro, al sujeto que Éric Laurent nos propone extraer de la confrontación del psicoanálisis, intraducible, con la babel de las llamadas ciencias cognitivas en su traducción a las neurociencias. Excelente modo de presentarnos al sujeto mismo como lo que se pierde en esa traducción.

Psicoanálisis y cognitivismo

En efecto: entre psicoanálisis y cognitivismo, entre psicoanálisis y neurociencias, no hay punto de intersección, son campos disjuntos sin convergencia ni objeto común posible. Y ello por una razón muy simple que el lector encontrará argumentada de varias formas, a cual más clara, en las páginas que siguen: el psicoanálisis y el cognitivismo, así como el psicoanálisis y las neurociencias, el uno frente a las otras, tratan de reales distintos, radicalmente heterogéneos. El real propio del psicoanálisis, ese real que Sigmund Freud abordó con el concepto de inconsciente y que Jacques Lacan escribió con la letra del objeto a, ese real sin ley que no atiende tampoco a la probabilidad ni al azar y que definimos finalmente como lo imposible, como lo que no deja de no escribirse, es un real que no se superpone ni se podrá localizar nunca en el real objetivable de las neurociencias.
Esta convergencia fue, es verdad, un sueño de Freud a finales del siglo XIX cuando empezaba a escribir su “Proyecto de una psicología para neurólogos”, proyecto en el que cada representación psíquica debía encontrar su soporte en la unidad de la neurona. Es el modo, no menos mítico que otros, en que Freud buscaba la inscripción del lenguaje en lo real. El texto de Freud es de un rigor y de una belleza sorprendentes, -Lacan supo leerlo en los años cincuenta, cuando fue publicado, con la atención que merecía -, pero fue un proyecto que Freud abandonó de inmediato, despertando a la realidad del análisis de los sueños y a la invención del psicoanálisis para construir nuevos modelos del aparato psíquico. Se preguntó entonces, aturdido, como si saliera de una pesadilla, cómo había podido creer en semejante idea, tan cercana al delirio. Y así escribió a su amigo W. Fliess, a quien iba destinada la redacción y la transferencia de ese saber de psicología de base neuronal: “Ya no atino a comprender mi propio estado de ánimo cuando me hallaba dedicado a incubar la psicología; ya no puedo comprender cómo fui capaz de enjaretarte ese embrollo. Creo que sigues siendo demasiado amable; a mí me parece una especie de aberración mental” (carta 36 a W. Fliess, del 29-11-1895).

Los sueños de las neurociencias y algunos psicoanalistas

Pues resulta que el embrollo continúa, desde distintos frentes, tanto desde las neurociencias como desde el propio psicoanálisis. Algunos psicoanalistas, - tomando incluso a veces referencia en la enseñanza de Lacan -, siguen soñando, demasiado amables tal vez con sus propios sueños, con la clave que aúne inconsciente y sistema nervioso central, que identifique el real producido por el lenguaje y el real observable por el escáner, el real del goce del cuerpo y el real modificable por el fármaco. De poco sirve argumentar que las propias neurociencias hayan demostrado la imposibilidad de demostrar, en una operación al estilo Gödel, la localización de la “conciencia” en el sistema neuronal. El malentendido continúa cuando el psicoanálisis termina por constatar que la “conciencia” no existe, - no es por nada que Freud no llegó a escribir el prometido artículo sobre ella – o que existe tanto como el espejismo de la continuidad del yo en la niebla de la duración temporal. Nada pues en la noción de “conciencia” para asentar un edificio conceptual, y mucho menos una práctica clínica.

Las consecuencias éticas de la enseñanza de Lacan

El recurso de algunos psicoanalistas al buscar la sede y la verificación científica de sus conceptos en el sistema de las neurociencias se revela entonces más bien como una dimisión del deseo del analista ante el horror del real con el que trata, un “horror vacui” propio del acto que este real supone para el psicoanalista. Y es aquí donde este libro se dirige en primer lugar a los propios psicoanalistas para hacer valer las consecuencias éticas de la enseñanza de Lacan: el psicoanálisis, frente a las neurociencias, se distingue en primer lugar por una posición ética del acto sobre el sujeto. El sueño de un psicoanálisis con - desde, para, o incluso en - las neurociencias es así un enredo producido por “la tentación de los psicoanalistas mismos de ceder a su angustia y de dejar caer el psicoanálisis”. Y Éric Laurent empieza por mostrar que es un enredo que corre hoy parejo a la pesadilla de la ideología de la evaluación, ideología que atraviesa el mundo “psi” siguiendo las prácticas higienistas más reaccionarias y armada con los métodos de evaluación cuantitativa, aparentemente científicos.

La máquina evaluadora

El mejor ejemplo actual de esta ideología es el “informe colectivo” realizado en Francia por el “Inserm”, informe que se proponía evaluar la eficacia de las psicoterapias, - incluido el psicoanálisis para terminar excluyéndolo de esa eficacia -, con dicho criterio y que ha sido puesto en suspenso por el propio ministro de sanidad… hasta nuevo aviso. Eric Laurent muestra a qué locura conduce esta máquina evaluadora, tan eficaz a la hora de vender aspiradoras, cuando se aplica al sujeto del síntoma. Lo que se obtiene siguiendo este imperativo voraz de protocolos y cuantificaciones es, en primer lugar, la exclusión del propio sujeto del síntoma que retorna una y otra vez con su particularidad y su real inaprensibles, convirtiendo así el argumento de la eficacia inmediata en una verdadera hemorragia de recursos. Es esta paradoja la que pone en cuestión, cada vez más, la sostenibilidad del sistema en buena parte de las políticas actuales. En segundo lugar, y de modo correlativo a esta objetivación del sujeto, lo que se está obteniendo es que los practicantes sometidos al imperativo evaluador dediquen cada vez más tiempo a informes, cuantificaciones, evaluaciones y protocolos, y cada vez menos a atender al sujeto en cuestión. Puestos a medir, digamos por ejemplo que un psicoterapeuta debe emplear hoy en algunos centros de salud mental en España un 70% de su horario laboral a este tipo de tareas. Añadamos que la lista de espera es de varios meses. Pensar, siguiendo la lógica cuantificadora, que el resto del tiempo estará dedicado al menos para escuchar la particularidad del sujeto, es una simple ilusión: el resto del tiempo ese psicoterapeuta debe estar recogiendo, de la forma más objetiva posible, los datos para alimentar la propia máquina evaluadora.
El lector podrá seguir así en la primera y segunda parte del libro – “Una evaluación imposible” y “Psicoanálisis y cognitivismo” - la actualidad de los callejones sin salida a los que llegan, por diversos caminos, las prácticas orientadas por el ideal de objetividad puesto en acto por esta máquina anónima. Y podrá conocer también la respuesta que el psicoanálisis da ante esos callejones sin salida. A esta objetivación anónima del sujeto, el psicoanálisis opone la dimensión del objeto particular, - que llamamos objeto causa del deseo, o también el objeto plus de goce -, en el que ese sujeto puede encontrar su verdadero nombre.

Pre-traumatic stress disorder

El modo en que la tercera parte del libro introduce esta dimensión del objeto es especialmente impactante. Se trata de la angustia y de los efectos post-traumáticos de los encuentros con lo real cada vez más presentes en nuestra civilización. Los casos tratados desde la Red Asistencial de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis en Madrid a raíz de los atentados del 11 de marzo, pero también los fenómenos derivados del 11 de septiembre en Nueva York, introducen una clínica del trauma que ha llevado a Éric Laurent a crear una nueva categoría sindrómica. Se trata del pre-traumatic stress disorder que define de manera muy pertinente el estado de alerta permanente en el que el sujeto de nuestra civilización se ve llevado a vivir, en la dificultad de situar el objeto irrepresentable de la experiencia traumática.

Las corrientes cognitivas y "la buena manera de pensar"

La estructura y la función de causa de este objeto escapan por completo a la ideología cognitivo-comportamental bajo la que encuentran cobijo, finalmente, prácticas de lo más heterogéneas. Éric Laurent señala la oposición que existe en el uso que hacen de la propia noción de “cognición” las llamadas “terapias cognitivo comportamentales” y las ciencias cognitivas mismas, cajón de sastre donde se cuentan al menos veinte corrientes distintas. Es interesante comprobar cómo la unidad imaginaria de las TCC se corresponde a la perfección con la propia noción de “cognición” que funciona como su standard, como la “buena manera de pensar” que cada terapeuta cognitivista-comportamental utiliza como modelo para modificar los “errores de pensamiento” de su paciente. Sólo que esa “buena manera de pensar” es tan imaginaria como el Yo que cada terapeuta toma como medida de la realidad. La aparente continuidad y unidad homogénea de las TCC se revela entonces como un reflejo imaginario de su propio objeto de conocimiento, una unidad que cada vez se ve más en entredicho, pero que cada terapeuta puede utilizar como coartada ideológica de su acción sugestiva sobre el paciente. Es en el núcleo de este espejismo donde se aloja, sin embargo, el objeto que el psicoanálisis descubre como causa del deseo del sujeto.

El espacio privado y el espacio público

La localización de este objeto sigue una topología que no es la que la psicología supone con su concepción ingenua del micro y del macrocosmos. Es una topología que Éric Laurent estudia siguiendo la lectura que Jacques Lacan realizó del texto de Marguerite Duras y que nos permite situar este objeto sin nombre en el que, precisamente, el sujeto encuentra el suyo verdadero, casi a la deriva “en el mar de los nombres propios” que el Otro le propone. Este comentario, realizado en el curso de Jacques-Alain Miller, dio una nueva luz al caso Lol que fue motivo de un excelente y amplio análisis en el marco de dicho curso.
El volumen recoge finalmente una intervención que fue especialmente celebrada en el pasado Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, de agosto de 2004 en la isla de Comandatuba, a raíz de las exposiciones de los Analistas de la Escuela (AE). Improvisada en ese mismo momento, al hilo de lo que había acabado de escuchar, la intervención de Éric Laurent produjo un efecto de sorpresa especialmente esclarecedor en el auditorio, reactualizando la experiencia del pase en la comunidad analítica de orientación lacaniana. Se trata también de una nueva topología, ahora entre el espacio de lo privado y de lo público, donde el analista tiene un lugar privilegiado y del que debe saber derivar una política del síntoma que vaya más allá de los límites de su propio consultorio. Es un ejemplo excelente de lo que el psicoanálisis de orientación lacaniana debe hacer hoy presente, también frente a sí mismo, ante al avance y los efectos de las tecnociencias.

Miquel Bassols (Barcelona)

(REDACCIÓN: Este POST, que envía su autor, Miquel Bassols, corresponde al prólogo del libro de Éric Laurent, Lost in cognition, que será próximamente presentado en Barcelona).