LA VIDA COMO UN REALITY SHOW. Por JOSÉ R. UBIETO (Barcelona)

Las fronteras entre lo público y lo privado hace ya tiempo que se muestran frágiles. Aquello que en otro momento exigía la más preciada intimidad, por lo que tenía de singular y propio, ahora conserva su valor a condición de hacerse público.

Vergüenza y satisfacción

Si la vergüenza era el afecto que delataba que, más allá de los semblantes de cada uno, había una satisfacción oculta y reservada, en la actualidad el reto es la desinhibición, mostrarse a cielo abierto y conseguir con ese impudor un trofeo, un breve instante de gloria con el que destacar del anonimato del conjunto.
Ausentarse de esa escena global es el destino de los que no tienen nombre alguno, los pringaos (término de moda entre niños y jóvenes), aquellos que están en menos: sin techo, sin papeles, sin... La vida se convierte así en un reality show global donde millones de ojos (programas de TV, móviles, internet, cámaras digitales...) miran y a la vez son mirados por aquello que miran. Nunca, antes, los sujetos habían sido tan filmados como ahora, desde meses antes de nacer hasta sus acciones venideras más cotidianas.

El objeto mirada

Es por ello que un aspecto característico de las manifestaciones de la violencia, en nuestra época, es sin duda la función que toma lo que el psicoanalista Jacques Lacan destacó como el objeto mirada, el hecho de que el ojo que mira se convierta en una fuente de satisfacción que hoy más que nunca se alimenta y multiplica por los gadgets modernos. El intercambio creciente, entre los jóvenes, a través de todo tipo de medios digitales de imágenes relativas a peleas y agresiones confirma que la violencia, hoy, no es pensable sin su representación, que incluye la escena misma y la fascinación que produce entre unos (actores) y otros (espectadores).

Darse a ver

Darse a ver resulta un dato fundamental, como hemos tenido ocasión de comprobar con el triste suceso del asesinato de una mujer indigente en Barcelona a cargo de unos jóvenes o en los casos recientes del abofeteamiento a transeúntes. Los actos violentos de final de año en París tampoco serían pensables sin la luz que las propias hogueras arrojaban a un espacio mudo y quemado ya con anterioridad.

Satisfacción gratis
Esas agresiones tienen una finalidad precisa: obtener una satisfacción a costa del otro, que no implique pagar por ella, con la que el sujeto pretende recuperar el goce que siente que ha perdido, que merece tener y que las contingencias de la vida le revelan insuficiente y limitado. Que el otro, el pringao, pague la factura de su existencia, de sus miserias amorosas y sexuales, de su aburrimiento y fastidio. La promesa de felicidad máxima, inmediata, sin límites sufre un duro golpe en el encuentro con el lado oscuro de la vida, el que está detrás de los decorados.

Pringaos y víctimas
Que esa operación de recuperación del goce, sentido como perdido, deba ser filmada y transmitida no hace sino aumentar los dividendos y mostrar así que sus autores no están del lado de los pringaos, que tienen un nombre que les da un lugar en el paraíso, que no son cualquiera. Dejan allí su marca, la huella de una obra de la que, sin embargo, ellos mismos acaban siendo las principales víctimas.

JOSÉ R. UBIETO (Barcelona)
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(REDACCIÓN:Este artículo ha aparecido publicado en LA VANGUARDIA el pasado 22 de enero. Hemos añadido en negrita los sub-títulos para seguir la redacción de los POST de este BLOG)