LOS TRASTORNADOS DE LA CONDUCTA BAJO SOSPECHA. Por Francesc Vilà (Barcelona).


(Museos Vaticanos)

“El problema de nuestra época es que la gente no quiere ser útil sino importante”
Sir Winston Churchill

La época de la fragmentación ha despegado dejando atrás las grandes narraciones psicopatológicas que acompañaban y explicaban el malestar de los adolescentes y jóvenes. Indiscutiblemente el discurso tecnológico promueve innovaciones en la formación de expertos. Son novedades ajustadas a los tiempos: aprender a contabilizar problemas y dispensar objetos y instrumentos para solucionarlos. Nada más lejos de la voluntad de entender los conflictos humanos.

Ni el asesinato del alma en la realidad psicótica, ni la tragedia de la verdad en el deseo histérico, ni la duda existencial en el pensamiento obsesivo funcionan bien como relato postmoderno. Las memorias anuales de los servicios de salud mental se desentienden de los argumentos del pasado y corren raudas a satisfacer los deseos del gestor sanitario. Contabilizan trastornos de la conducta por doquier. Caídas las tramoyas, la conducta desajustada se ha convertido en el fetiche que vale como patrón moneda en el zoco global de la salud mental.

Cuando se habla de adolescentes hay unanimidad: todos son hipermodernos y viven irresponsablemente una vida llena de emociones y consumos. Pero, si nos acercamos a su realidad, comprobamos, no sin pudor, que los jóvenes de hoy en día no encuentran el ágora adecuado para discutir sus adolesceres y viven despechados la soledad con que afrontan sus sufrimientos y traspiés. Muchos trastornados de la conducta son adolescentes que molestan y transgreden porque o no saben o no confían poder hablar con sus mayores las incertezas de su existencia.

Otros jóvenes observados por la Salud Mental testimonian de la dificultad de decir su malestar como pensamiento o actúan sus padecimientos. A todos ellos les conviene el taller que propone Lacan en el Seminario X para ensayar atrapar la angustia en la red tramada entre los juicios sobre su infancia y los prejuicios sobre el futuro.
Muchos adolescentes que son conminados a consultar o que por su propio pie se dirigen a los dispositivos del orden de la salud no suelen ofrecer un envoltorio formal del síntoma predispuesto a la interpretación. Ensayan la separación de su infancia por el pasaje al acto de las conductas de riesgo o buscan el alivio de su cuerpo sexuado por los acting-out que los estigmatizan.

Los llamados trastornados de la conducta ofrecen las páginas más infames de la doxa psicopatològica. El supuesto furor psicoterapeutizador de la salud mental de mercado común dice del conformismo de miras, de los barbarismos de las doctrinas y de las regresiones acabadas en un psicologicismo puro y simple. Los TC suelen enfrentarse a un dilema: o ceden a las prácticas cosificadoras o inician el camino de la segregación ignominiosa.

El reto del psicoanálisis aplicado está en entender por qué los sujetos que no encuentran la buena manera de dejar atrás su infancia piden ayuda tan mal. Los llamados trastornados de la conducta centran el asunto clínico en cernir lo que piden y de que manera lo hacen. Entendamos que por medio de su conducta piden ayuda con malos modales.

El trabajo de la hospitalidad psicoanalítica tiene como objeto despejar las luces y las sombras del malestar del trastornado sintomatizando su manera de pedir a las generaciones precedentes y cómo éstas responden. Se trata de anudar nuevas conversaciones entre generaciones más allá de los puntos de fuga que ofrecen las imágenes seductoras del consumo o las imágenes dislocadoras de la incomprensión humana.

Winnicott en “La tendencia antisocial”, articulo de 1956, habla del sentimiento de desposesión de algunos jóvenes. Son personas que hablan con amargura, con emoción, de su inhabilidad social y fracaso personal. Consideran que no han heredado algunas dotes para soportar las exigencias y las responsabilidades del mundo de los mayores. Winnicott, con maestría, apunta que hay que tomar de manera positiva la conducta inadecuada. La conducta compulsiva y inadecuada da paso a la oportunidad para rectificar la relaciones humanas. Los adultos podemos ser útiles a los jóvenes si no perdemos el gusto por conversar.

Francesc Vilá (Barcelona)