LA FELICIDAD, UN OBJETO DE CONSUMO. Por Araceli Fuentes (Madrid)


Psicofarmacia empresarial

Vicente Verdú nos cuenta en EL PAÍS ("Píldoras para ser feliz en el trabajo", 9-2-2006) que una empresa francesa, Verizan, ha instalado la primera máquina expendedora de píldoras para mejorar el rendimiento en los horarios de trabajo. Por un módico precio, unos céntimos de euro, cualquier trabajador puede ser feliz y al mismo tiempo, pues es de eso de lo que se trata, rendir más en su jornada laboral.
Preparados para aliviar la depresión a través de los efectos de omega 4, 5 o 6, un muestrario de ansiolíticos para combatir la ansiedad o el estrés y otro de estimulantes para vencer el agotamiento y la desgana, están al alcance de la mano del que quiera tomarlos.
Por este artículo también nos enteramos de que esta "psicofarmacia empresarial" se ha instalado ya en estaciones de servicio, gasolineras y aeropuertos de algunas partes del mundo.

La tiranía de los objetos

"Consumir, producir, consumir más para producir más", este es el circuito infernal del discurso capitalista. Bajo el imperativo ¡producir! ¡consumir! el sujeto moderno se encuentra encerrado en un circuito que gira en redondo, el de la oferta y la demanda, un circuito que excluye el deseo, y en el que el sujeto moderno se pierde, se desorienta. Lo que nos abruma, no es tanto el peso de los ideales, hoy fragmentados, sino la tiranía de los objetos. Objetos que encuentran su lugar en la subjetividad en la medida en que de algún modo realizan los fantasmas de los sujetos.

¡Comprar la felicidad!

En este discurso el lazo social entre hombres y mujeres se deshace en provecho de la relación con los objetos de consumo. El único lazo que nos propone no es otro que la pareja del sujeto con el objeto. Cada uno con su píldora de la felicidad, no hay que ir a buscar la felicidad en el amor, en la relación con los otros, porque uno mismo la puede comprar, ¡qué idea! ¡Comprar la felicidad!, Sin tener que pasar por las engorrosas relaciones con los demás, sin tener que hablar y encima obteniendo a la vez un mejor rendimiento laboral. !Qué idea!

¡Todos proletarios!

Lacan, en 1974, propone la fórmula: “Todos proletarios”. Todos proletarios en la medida en que, en este discurso, los individuos no tienen nada para hacer lazo social con el otro, pues cada uno estaría solo y rodeado de sus objetos de goce.
Curiosamente y en contra de lo que podríamos creer, dada la proliferación de objetos que nos ofrece el mercado para consumir, el capitalismo no es una cultura del goce sino una cultura de la falta de goce, como ya puso de manifiesto Max Weber en su análisis sobre el origen del capitalismo en relación con el ascetismo protestante.
No se debe confundir la idea marxista de que el capitalista quiere la plusvalía, con la idea de que el capitalista sería un gozador.

Nunca es suficiente

Lacan hace una lectura de Marx según la cual, Marx, al haber aislado la plusvalía como objeto que le han robado al explotado y éste tiene que recuperar, convierte la plusvalía en el objeto causa de deseo del explotado, el explotado desearía recuperar lo que le han robado: la plusvalía.
Cuando la plusvalía se convierte en causa de deseo, que es lo que ocurre en el discurso capitalista, entonces, dice Lacan, todos somos proletarios, la insatisfacción se extiende, se produce una desposesión generalizada. El proletario generalizado está solo, fuera del lazo social y esto conlleva necesariamente el aumento de la insatisfacción producida por el imperativo: ¡Nunca es suficiente!

¿Cómo escapar?

El “nunca es suficiente” lleva necesariamente a la insatisfacción, y es en esta lógica en la que “las píldoras de la felicidad” encuentran su lugar, no dejan de ser otro objeto más del mercado para tratar la infelicidad y la insatisfacción que genera la lógica del mercado.
Conclusión a modo de pregunta: ¿cómo podemos escapar a esta lógica?

Araceli Fuentes (Madrid)