“La crisis cura, a la fuerza, los excesos del consumismo vacuo”. Entrevista a Manuel Fernández Blanco* (La Coruña)

Manuel Fernández Blanco, psicólogo clínico del Chuac, participa en las jornadas organizadas por el Instituto del Campo Freudiano que se celebran desde hoy en la Fundación Paideia bajo el título Tu yo no es tuyo.

—Inquietante, ¿no?
—Es una ambición que cada uno encuentre su yo auténtico, pero comprobamos que la mayoría no podemos identificarnos con todo lo que hacemos, soñamos o pensamos. El yo es una identificación imaginaria y a veces no nos reconocemos frente al espejo. Nacemos sin yo, y más adelante se hará depender de los ideales. Si el ideal es la belleza, tienes que aparecer guapo siempre; si es la inteligencia, listo siempre. Pero eso esclaviza, porque cuando uno no puede dar esa imagen, aparece la angustia.

—¿Hasta enfermar?
—En lo cotidiano siempre hay cosas, goces, que nos hacen vernos extranjeros para nosotros mismos: «Cómo yo, pensando lo que pienso, puedo desear esto o hacer esto». Aquí está una versión de tu yo no es tuyo. Un neurótico obsesivo tiene que lavarse las manos compulsivamente hasta el punto de despellejarse la piel, lo juzga absurdo, pero no puede evitarlo aun sabiendo que no es racional. Probablemente tiene su origen en que la mancha que intenta lavar no sale con agua y jabón. Hay algo más detrás. Cuando produce un sufrimiento importante e interfiere notablemente en la vida, constituye algo patológico.

—¿Hay nuevos trastornos?
—Ha cambiado. Antes el yo era esclavo de los ideales. Ahora vivimos una época de individualismo y narcisismo extremo. El sujeto moderno se afirma en el derecho a gozar del modo que quiere, es el empresario de su propia vida. En cierto modo, hoy día todo el mundo es soltero. Por eso, las patologías más dominantes tienen que ver con las dependencias ampliadas: al alcohol, las drogas, el juego, pero también la tecnología, las compras... Estamos en el yo me arreglo solo, y en una casa de cuatro, cada uno tiene su pantalla.

—¿Estamos más solos que nunca?
—SÍ. Es un poco contradictorio, porque el narcisismo siempre implica al otro, buscamos el reconocimiento del otro para ser yo. Pero si antes se oponía el yo al goce, o entraba en conflicto, ahora el yo se plantea desde el derecho al goce autista, y aunque nos arrepintamos, repetimos. La mayor voluntad no es la conciencia, sino las pulsiones, y uno es más bien su síntoma.

—¿Eso lleva a lo patológico?
—Hay quien repite felizmente, entre comillas, porque la felicidad permanente es complicada fuera de la debilidad mental. Pero si nos exigimos ser felices permanentemente, estamos abocados a la depresión generalizada, porque aún encima de no lograr el éxito, somos culpables de no lograrlo.

—¿Es una tendencia al alza?
—Los síntomas existieron siempre, pero las patologías de actuar para no pensar, ahora son más prevalentes. El yo clásico sufría por ser contradictorio, porque sentía o deseaba cosas inadecuadas. El yo actual es un derechista: tengo derecho a ser como me dé la gana. Es el Simplemente hazlo de Adidas o el Nada es imposible de Nike. Y creer que todo es posible lleva al desastre. Puede ser un imperativo atroz. Antes estaba la culpabilidad por gozar del modo inadecuado, ahora la culpabilidad por no gozar lo suficiente.

—Pese a todos los avances, ¿Ia sociedad está más enferma?
—El individualismo extremo ha propiciado que las respuestas colectivas no estén tan en primer plano. Empiezan, pero curiosamente no son movimientos sociales clásicos, que planteaban respuestas globales. Van por barrios, los desahuciados por un lado, las preferentes por otro... Muchas gente se pregunta por qué no hay un estallido social. Y lo que vemos son respuestas autopunitivas. La mayor violencia ahora es contra uno mismo porque la crisis ha desposeído de aquello que se consideraba garantizado, seguro, y aún encima el único culpable es uno mismo. La gente que se está suicidando no es marginal, vive todo esto como un fracaso personal. Son las consecuencias del neo-liberalismo del sujeto.

—¿La crisis traerá algo positivo?
—Durante años sostuvimos el ser en el tener. Cuando todos éramos ricos, la felicidad se sostenia en el consumo, y el sistema en la caducidad acelerada de los objetos. Había que tener lo último. En esa lógica entraban también las relaciones personales y eso llevaba a una fragilidad social de los lazos familiares. De algún modo, la crisis ha sido un antídoto. La felicidad no vive exclusivamente de los objetos y la civilización no se puede sostener solo en el hedonismo, en el principio del placer, porque siempre llama a ir más allá. Esto es lo que la crisis cura. Sí, la crisis cura, a la fuerza, de ciertas cosas, como de los excesos del consumismo vacuo que generaba insatisfacción. Había algo de exceso, para empezar, en el propio sistema capitalista, en la producción, las finanzas,... un sistema pulsional que lo devoraba todo y rápido, incluso a sus hijos. Hay una parte buena de la crisis porque recupera la idea de que la felicidad no hay que sostenerla en el consumo ilimitado. Pero al tiempo pasamos a lo contrario: del culto a la marca a que falte el arroz, y eso no entraba ahora en el programa, en la posguerra sí, pero ahora no. Se nos hizo creer que las cosas siempre irían a mejor, y no es verdad, y al no entrar en el programa del sujeto, los efectos son más arrasadores.

* From “La Voz de Galicia” (ed. paper), del 12 de abril de 2013