JORNADAS SLP-ELP - TRANSFORMACIONES DEL PSICOANÁLISIS: Lo que cambia y lo que queda. Marco Focchi (Milán)
JORNADAS SLP-ELP
14 y 15 junio 2008
Palazzo delle Stelline, Corso Magenta 61, Milán
Tomemos dos puntos de apoyo para definir las transformaciones del psicoanálisis. Primero, el formulado por Lacan cuando sostiene que el psicoanálisis debe saber estar a la altura de la subjetividad de su época. Segundo, la demostración hecha por Jacques-Alain Miller de que el sujeto es una variable. Así podemos entender que confrontarse con la propia época significa saber medirse a las variaciones subjetivas tal como se presentan en la actualidad.
Nuestra época, caracterizada por la flexibilidad, implica, más aún que en el pasado, una ductilidad de la práctica analítica que haga posible interceptar las nuevas demandas y responder a ellas.
¿Qué cambia?
Las transformaciones del psicoanálisis son evidentes en el plano del psicoanálisis aplicado: vemos al psicoanalista operar en un contexto absolutamente no clásico, su radio de acción no se limita a la consulta privada. Los tiempos, las escansiones, las respuestas se adaptan a modalidades que no tienen nada que ver con el setting estándar nacido en los años cincuenta y convertido en icono.
Las transformaciones del psicoanálisis se verifican también en los temas que ocupan su reflexión: precariedad simbólica, desinserción, sociedad del espectáculo. En ésta lo real parece anestesiado, oculto. Sin embargo, se lo ve reaparecer, duro e ineluctable, en los contragolpes de la soledad, en las relaciones imposibles o carentes de autenticidad, en los rampage killings, fenómeno clamoroso, típicamente americano, que evidencia formas extremas del pasaje al acto. El contrapunto se manifiesta en la variedad de la psicosis ordinaria, más silenciosa, aunque más reconocible en las personas que vienen a pedirnos ayuda. El individualismo de la sociedad actual, fomentado por el capitalismo globalizado que cubre nuestras vidas de gadgets, pone a prueba los medios subjetivos de reacción frente al vacío, frente a la desertificación de la existencia.
Estamos ahora empezando a explotar la última enseñanza de Lacan, en su alcance conceptual y pragmático. El psicoanálisis, gracias a una operación de reducción lógica, se reduce a lo esencial. El saber es valorado, sobretodo, en su vertiente de saber-hacer. Y ello en la medida en que lo real se demuestra como límite del sentido. Debemos habituarnos pues, a tomar en cuenta el escollo que la estructura del síntoma opone a la interpretación.
Lo real escapa al sentido porque los seres hablantes no son capaces de lograr escribir en el lenguaje la relación al sexo. Pero la fuerza del psicoanálisis radica, precisamente, en no perseguir un funcionamiento ciego de esta incapacidad del lenguaje, permitiendo que cada sujeto formule y resuelva su modo particular de comprobar este fracaso. En efecto, allí donde hay fracaso está el punto en el que el sujeto puede encontrar su particularidad y, por lo tanto, un nuevo modo de hacer con su vida que le permita escapar a un funcionamiento programado.
Si hoy en día la depresión se ha convertido en el gran tema de las campañas sociales es porque el objetivo de los nuevos expertos es sopesar con la performance el vaciamiento de la vida. Y esto retroalimenta el caldo de cultivo de los evaluadores: evaluación y depresión van juntos cuando la salud se presenta con un único valor de espectáculo.
El psicoanálisis se transforma a la vez que se afianza su inserción social, porque cada vez se hace más evidente que -si no caemos víctimas de la ilusión cientificista, nuevo mito contemporáneo- existe una relación inevitable entre clínica y política.
¿Qué queda?
El psicoanálisis cambia, pero no hay que entenderlo como un progreso lineal en el que cada avance implica el rechazo o la superación de la posición anterior, sino como un enriquecimiento, una suma de posibilidades.
Si buscamos cuál es el núcleo que se ha mantenido inalterado a través de las transformaciones debemos tomar en consideración la forma que adoptan los llamados nuevos síntomas que venimos estudiando y tratando desde hace años.
Los síntomas son nuevos porque responden al ambiente social que cambia, a las formas simbólicas que se modifican en el transcurso del tiempo. Son nuevos porque se renueva en ellos su modo de presentarse, su envoltura formal. Permanecen invariables, sin embargo, respecto a la paradójica satisfacción que encierran. Así encontramos lo que permanece. En términos freudianos, como su parte pulsional. En términos lacanianos, como el objeto a.
Aunque lo fundamental en nuestra orientación, y que permanece también inalterado pese a las metamorfosis que afectan a la civilización, es el lugar que ocupa el analista para operar sobre los síntomas. Precisamente, el lugar de semblante del objeto a, causa del deseo.
Sean cuales sean las estrategias y las tácticas, sea cual sea el contexto operativo, sean cuales sean los tiempos -breves, como en los CECLI y en los CPCT, o largos-, lo que marca la diferencia entre la operación analítica y cualquier otra práctica psicoterapéutica, es la posición desde la que opera el psicoanalista. No son los estándares de las visitas, tampoco la disposición butaca-diván. Tampoco es el acento puesto más sobre la interpretación y el mundo fantasmático que sobre la atención a factores de la realidad. Lo que distingue a un psicoanalista lacaniano es la posición que ocupa en el discurso.
Será interesante para nosotros explorar, en las próximas Jornadas SLP-ELP, esta posición en configuraciones diversas. En contextos más alejados del clásico, en lo multiforme de las operaciones y de los ejemplos, esperamos hacer emerger, hacer reconocible el hilo de continuidad que hace inconfundible la acción analítica en el Campo Freudiano.
Comisión científica: Emilia Cece, Vilma Coccoz, Xavier Esqué, Marco Focchi, Carmelo Licitra Rosa, Marta Serra.