¿Cómo (man) tener un cuerpo y además ser feliz? Por José Ramón Ubieto (Barcelona).

EL CULTO A LA ESTÉTICA. La búsqueda del bienestar

Este 'furor transformandi' recuerda cada vez más a las mortificaciones de los antiguos devotos.
Pensar hoy en el bienestar personal implica, como prioridad subjetiva, cohabitar más o menos cordialmente con el cuerpo que tenemos. A partir de allí consentimos, aun sin saberlo, al imperativo de una felicidad prometida pero que en realidad sólo atisbamos en su versión low cost,esto es, una serie de placeres minúsculos y algo efímeros que constituyen los estándares de ese bienestar prêt-à-porter.

Si para la sociedad premoderna -marcada por el cristianismo- la idea de la salvación prevalecía sobre el deseo de bienestar, y la norma era el sufrimiento, la Ilustración rehabilitó el placer y el bienestar promoviendo una reconciliación con el cuerpo, inicialmente mediante el seguimiento de los consejos de higiene médica y más recientemente con el acceso generalizado al hiperconsumo.

Ser felices es hoy, más que un derecho o un anhelo, una obligación, imperativo paradójico, ya que al carecer de un objeto preciso - ni siquiera el dinero nos asegura la felicidad- nos queda un cierto regusto amargo por las migajas de goce obtenidas, siempre menos de las esperadas. Es el don´t worry, be happy!

En una época de caída del deseo - la depresión aparece en primer plano- nos anestesiamos con una moral light sostenida en el fun (diversión) como utopía de la ligereza total, en un dominio ilusorio del cuerpo y de sus emociones. Se trata de planear sobre la vida, como hacen los jóvenes practicantes del parkour,ese nuevo rito urbano que aspira a eludir lo real y sus obstáculos.

Para ello, los nuevos gurús espirituales nos presentan la autoayuda como necesaria para sostener ese imperativo del bienestar, nos recuerdan que somos únicos, responsables de nosotros mismos y que debemos expresar lo que hay de mejor en cada uno. Un egocentrismo razonable y compatible con el consumo generalizado y creciente de todo tipo de cosmética farmacológica: Prozac, Viagra, Trankimazin y, ahora, Iintrinsa, nueva viagra femenina. Todo a cuenta de hacerse con un cuerpo saludable y estéticamente correcto.

Si desde Platón sabemos que el optimismo pasa por el cuerpo, hoy la búsqueda de la excelencia pasa por un nuevo coraje que discipline el cuerpo. Así nació el body building como sueño de recreación de la propia anatomía (con la sorprendente paradoja de que un cuerpo musculado recuerda el de un desollado). Sabemos también de la creciente industria del dopaje que alcanza a actores, deportistas, militares y ciudadanos de a pie que aspiran al nothing is impossible (nada es imposible). Conocemos la preocupación de las autoridades militares norteamericanas en Iraq y Afganistán por la adicción de sus soldados al consumo de esteroides, adquiridos a bajo precio en el mercado ilegal.

Ahora nos llegan los exitosos (en Estados Unidos) makeover televisivos que prometen un cambio radical que nos fabrique un nuevo cuerpo de acuerdo con los estándares corporales y nos devuelva así las ganas de vivir.

La paradoja es que este furor transformandi recuerda cada vez más a las mortificaciones de los antiguos devotos. Así, con la excusa de hacer desaparecer el sufrimiento, lo hemos sacralizado y, lejos de ser obsceno, aparece rutilante en la escena y su exhibición equivale casi a una absolución.

¿Salud y bienestar? De momento, todo un mercado del remodelado del cuerpo de la mano conjunta del negocio de la cirugía plástica y de algunos medios. ¿Cambio? Es evidente que sí. ¿Radical? Dejémoslo en un lifting del yo que alcanza para lo que alcanza. ¿Se acuerdan cuando surgió el primer reality show (GH) anunciándose como un novedoso experimento sociológico sobre la juventud española y en lo que quedó después?

JOSÉ RAMÓN UBIETO (Barcelona)

Artículo publicado en LA VANGUARDIA, Barcelona, el 3.04.07.
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