El Psicoanálisis en la época de la globalización. “Bonjour tristesse, Adieu tristesse”. Vilma Coccoz (Madrid)

La coordinadora de este espacio, Amanda Goya, introdujo con unas palabras al tema de esta conferencia. Después de un comentario sobre el título y sobre la novela de Françoise Sagan, planteó que toda tristeza se correlaciona con una pérdida, la de un ser querido, un bien material, un ideal…Por eso ante un sujeto deprimido, siempre hay que tratar de localizar qué pérdida ha originado su tristeza.

Puso el acento en la alternancia de los afectos de tristeza y alegría, en el par manía-melancolía, y en la tan mentada bipolaridad, un término que sufre de las mismas imprecisiones diagnósticas que el de depresión. Recordó también la perspectiva racionalista del tratamiento de los afectos en Lacan, que sigue la vía trazada por Spinoza en su Ética.

Vilma Coccoz comenzó su exposición haciendo referencia al homo depressus de hoy en día, una figura que poco tiene que ver con el homo melancolicus, que desde la Antigüedad se asociaba con el genio, con la creación. Hoy en día el deprimido no tiene ningún interés, no se espera nada de él, se lo incluye en un protocolo para seleccionar el medicamento que le conviene, y por esa razón el deprimido se avergüenza, se esconde.

La idea de que el sufrimiento humano puede ser tratado con una droga, con algún lenitivo que alivie el dolor, está presente desde los griegos. Homero, en un pasaje de La Odisea, hace que Helena coloque en una copa el elixir (nepénthes) con el que poder decir adiós a la tristeza porque “procura el olvido de las penas y su causa”. El mito sobre esta “droga” ocupará a filólogos, poetas y médicos porque supone, además, “el perdón, la ausencia de resentimiento y de odio”. A partir de entonces las recomendaciones para atenuar las penas del humano vivir acentuarán la doble incidencia de las medicinas que puedan provocar un cambio en los afectos, según incidan sobre el cuerpo y sobre el alma: la palabra y el medicamento, la filosofía y el vino según Séneca.

Vilma Coccoz siguió el rastro del homo melancolicus a lo largo de la historia, intentando recuperar su encanto perdido, habida cuenta que la melancolía está presente desde siempre, formando parte de la humana condición. Hizo la genealogía de este término en la tradición occidental: Platón, Aristóteles, Séneca, Santo Tomás, Dante, deteniéndose en la especial consideración que conquistó en el Renacimiento a partir de las experiencias de Miguel Ángel y Durero, y de su teorización por parte de Marsilio Ficino. En esta “arqueología” importa la subjetivación que de la melancolía hicieron los poetas románticos, especialmente Baudelaire y sus célebres poemas al “spleen” -para citar sólo algunos de los autores a los que hizo referencia-. En esta tradición que asocia genio a locura se inscribe la historia de la subjetividad occidental en la que surgirá primero la psiquiatría, luego el psicoanálisis.

V. Coccoz hizo peculiar hincapié en ese magistral texto de Freud, “El malestar en la cultura”, en el que Freud explora la aspiración a la felicidad supuesta a los seres humanos, aunque nada en el orden del universo parezca augurar su realización, pues el psiquismo no parece estar preparado para la felicidad, ya que solo gozamos de los contrastes. Freud describe cuáles son las fuentes de infelicidad que padecemos: las catástrofes del mundo exterior, nuestro cuerpo, frágil y caduco, y la relación con los otros, causa del mayor de los malestares de los que se ocupa precisamente el psicoanálisis.

Freud no sólo hace un diagnóstico sobre el origen del malestar, plantea asimismo cuáles serían las soluciones, los remedios que existen para el dolor de existir que provoca nuestra humana convivencia. ¿Qué hacer ante esta infelicidad? Se puede elegir apartarse, pero el riesgo es la locura. Se puede recurrir a los tóxicos, pero la narcotización continuada produce la debilidad mental. Existen asimismo los sustitutos sublimatorios, pero no todas las personas acceden a ellos. Freud concluye que el amor es un remedio privilegiado, pero sus causas inconscientes se emparentan de tal modo con el sentimiento de culpabilidad que fácilmente se desliza hacia el odio a uno mismo. Y el problema es que el sentimiento de culpabilidad no se manifiesta en cuanto tal, hace su trabajo silencioso y actúa contra el sujeto sin que éste lo sepa, y es precisamente el sujeto melancólico quien se ataca a sí mismo por la culpabilidad masiva que lo invade. De ahí que Freud reconociera la diferencia estructural entre el duelo y la melancolía.

Un capítulo importante de la conferencia fue destinado al problema del duelo, y de los efectos deletéreos que acarrean los duelos no elaborados, no resueltos. Hamlet fue tomado como paradigma del drama del hombre moderno, en su incapacidad para actuar a falta de haber resuelto adecuadamente el duelo por su padre y por Ofelia.

Una consideración especial mereció la novela de Françoise Sagan, Bonjour tristesse, que fue tomada por Vilma Coccoz como un reflejo de la modernidad, sujeta al imperativo que se reduce, fundamentalmente, a pasar página, a no ocuparse demasiado tiempo del duelo. En la novela se muestran las consecuencias trágicas de un duelo sin realizar, el reencuentro dramático con el objeto perdido que ocurre en medio de una atmósfera de frivolidad y desencanto.

¿Cuál es entonces el nephentés psicoanalítico? En la perspectiva lacaniana los afectos se deducen de su relación con el saber inconsciente, concluyó Vilma Coccoz. Lacan sostiene que el psicoanálisis propicia que el sujeto pueda vivir lógicamente, dejándose orientar por el saber de la estructura al que la experiencia analítica le permite acceder. Se trata de vivir, en definitiva, de acuerdo con el inconsciente. Para Lacan nuestra estructura es triple, su noción de la estructura trasciende completamente la secular dicotomía alma-cuerpo. Tenemos que aprender a concebir nuestra estructura como trinitaria. Tenemos una imagen de nuestro cuerpo, es el narcisismo. Tenemos un cuerpo libidinal que Freud denominó el Ello. Pero, por otra parte, es preciso coordinar nuestra existencia con el inconsciente, concebido como un saber con incidencia sobre el cuerpo, entendido como un cuerpo sexuado. Tomar en cuenta al inconsciente significa también estar advertido de los espejismos, y permite “hacerse una conducta”, hace posible pasar de un: no puedo, a un imposible lógico.

Un análisis necesita tiempo, el tiempo necesario desde que decimos Bonjour tristesse, hasta un día en que podamos decir Adieu al analista porque las razones de nuestra tristeza -entendida como el pecado de no querer saber- se han esclarecido, para que nuestra existencia ya no consista en su negación sintomática. De ello se deriva un gai savoir, un saber alegre.