El porvenir del Psicoanálisis. Por Gustavo Dessal (Madrid).

EL PORVENIR DEL PSICOANÁLISIS

¿Cuáles son las dificultades a las que el psicoanálisis se enfrenta en la actualidad? Es muy instructivo compararlas con aquellas que dificultaron el camino de Freud y los pioneros del psicoanálisis. El psicoanálisis ha dejado de ser un escándalo. La sexualidad, el complejo de Edipo, y otros tantos conceptos que enfurecieron a una buena parte de la sociedad de aquella época, ya no asombran a nadie. Toda persona medianamente instruida tiene una noción genérica sobre lo que significa el complejo de Edipo, y no es necesario extenderse sobre los cambios culturales en materia de sexualidad. En comparación con lo que se ve y se escucha en cualquier espacio televisivo, el discurso que tiene lugar en la consulta del analista resulta pudoroso y discreto. Nadie cuestiona particularmente el estrato ideológico del psicoanálisis, si se me permite la expresión. Las adversidades fundamentales de hoy provienen de otras fuentes, que con fines ilustrativos distinguiré mediante un juego de palabras: 1) el estado de la conciencia actual, y 2) la conciencia actual del Estado.
1) El estado de la conciencia actual.
Hace pocas semanas escuché una entrevista radiofónica a la presidenta de la Asociación Española de Madres Solteras. Sabemos que el mundo occidental contemporáneo se caracteriza por la búsqueda incesante de una nueva filiación, reparadora del proceso disolutorio de los ideales que aseguraban cierta referencia existencial. Ser madre soltera pasa a ser un rasgo, un semblante identificatorio, un modo de nombrarse ante el Otro. Pero aquí no acaba la novedad de la época. Para que este rasgo adquiera un valor mínimamente estable, para que su inscripción se autentifique, no basta con proclamarlo. Es preciso que el Otro lo reconozca, y el signo de este reconocimiento sólo es legítimo si se materializa en dinero. Así, la presidenta de esta Asociación exige al Estado que se den ayudas a las madres solteras, del mismo modo que otras Asociaciones lo solicitan para las víctimas del terrorismo, para los enfermos del sida, o para las familias ahogadas en la crecida de un río en Cataluña. La inexactitud de la vida, como lo expresó hace unos días una analizante, debe ser compensada y reparada. La lógica del fantasma, que fabrica un Otro al que responsabilizar de lo insuficiente e inacabado del ser, se traslada al lazo político entre el ciudadano y el Estado. La presión social ha ido obligando a los Estados, principalmente europeos, a asumir esa responsabilidad, que a su vez les brinda un valioso servicio electoral. Un determinado modo de concebir la política social ha ido creando una posición ética consistente en reclamar del Estado la ayuda o la solución de los contratiempos o los infortunios de la vida, incluso de aquellos en los que el Estado no posee ni responsabilidad ni injerencia alguna. Todo sujeto se considera un acreedor real o potencial, con derecho a demandar la cuota de goce que se le debe.
Resulta evidente que un estado semejante de la conciencia será refractario a cualquier discurso que pueda ponerlo en cuestión. La inclinación al consumo de psicofármacos, y la propensión a confiar en su eficacia para resolver cualquier clase de conflictos, no depende tanto de los resultados terapéuticos sino del hecho de que los medicamentos no ponen en cuestión el estado actual de la conciencia, que es un estado de inocencia radical. En reemplazo de la conciencia culpable instaurada por la religión judeocristiana, la posmodernidad ha promovido la conciencia inocente. Resulta interesante comprobar cómo se incentiva la exhumación de las culpas del pasado, al mismo tiempo que la sociedad no se siente culpable de nada en el presente. Como lo expresa Milan Kundera, con palabras no exentas de humor, “se le ha cargado al padre con tal peso de culpabilidad que, desde hace tiempo, el padre lo permite todo”.
El psicofármaco ratifica la inocencia del sujeto, mientras que el psicoanálisis la desmiente. El psicoanálisis reintroduce en el sujeto la causa que éste prefiere arrojar sobre el Otro. La forma actual del narcisismo social, que en la época de Freud se sostenía en la idea de la supremacía de la razón y del yo, es la del sujeto-víctima. Los acontecimientos históricos han dado suficientes pruebas de que el yo y la razón no valen gran cosa, y que constituyen una fina capa de polvo fácilmente eliminable. El narcisismo de la sociedad contemporánea se reafirma en la identificación al ciudadano-víctima. Incluso una nueva disciplina, la victimología, de la que Marie France Echegaray es una de sus mayores profetas, con abrumadores éxitos mediáticos, ha visto la luz en los últimos años. La victimología tiene un gran porvenir, porque es la ideología que conviene al estado actual de la conciencia, tal como lo he caracterizado. Al respecto tenemos en las últimas semanas un magnífico ejemplo: la bella historia de Natascha Kampusch, la joven austríaca que escapó de su secuestrador al cabo de ocho años de supuesto cautiverio. Una hermosa metáfora que ilustra a la perfección el mito favorito de la época, la inocencia a merced del goce del Otro. Cualquiera que haya visto con un mínimo de sentido crítico la entrevista realizada por la televisión austríaca puede apreciar la pantomima histérica que se revela detrás de la conmovedora historia de la niña secuestrada. Imaginaos la incomodidad del psicoanalista que fuese llamado a opinar sobre el asunto.
2) La conciencia actual del Estado.
Es imposible pretender que el Estado se ocupe de nuestra castración, pero que a la vez permanezca a prudente distancia de nuestra vida privada. Así, asistimos a una progresiva injerencia del Estado nutricio en los aspectos más íntimos del sujeto. Si el Estado asume la responsabilidad protectora, es comprensible que al mismo tiempo quiera proveerse de los medios que considera más adecuados para realizar su función, y principalmente controlarlos mediante criterios de selección, de evaluación y de costes. Es evidente que dichos criterios resultan muy difíciles de establecer cuando se trata de la felicidad o de la salud mental, de allí que la supresión del síntoma y la rapidez con la que presuntamente se obtiene dicho efecto sea uno de los referentes que más se privilegian, porque así lo reclama el usuario, para quien el síntoma no es otra cosa que una variedad de la injusticia.
Por supuesto, nuestra posición como psicoanalistas no desmerece la importancia de una política social, ni desconoce el hecho de que existan víctimas y verdugos, pero cuestionamos la tendencia a cristalizar un modo de lazo social, político y ciudadano a través del modelo estereotipado del sujeto-víctima , nos resistimos a apoyar la consolidación de una ideología que precisamente priva a la verdadera víctima de su dignidad, al convertir su experiencia singular en la condición general de cualquier sujeto.
El psicoanálisis no es un discurso adaptativo ni adaptable. La flexibilidad de su técnica no debe confundirse con una posición acomodaticia a los vientos de las modas, las tendencias políticas, o los valores en alza en la sociedad. Si la velocidad se ha convertido en una virtud sagrada, no seremos por ello más veloces. Si el sufrimiento se ha vuelto hoy una experiencia completamente inaceptable, incluso en sus mínimas dosis, no renunciaremos a la verdad para ahorrarle al sujeto las molestias que pueda causarle el conocerla. Lacan consideró que en los Estados Unidos el psicoanálisis se había condenado a sí mismo por tratar de amoldarse al modo de vida americano. Lo que no debemos olvidar es que el modo de vida americano es ahora el modo de vida global, por lo tanto el porvenir del psicoanálisis dependerá, entre otros factores, de la capacidad que los analistas tengamos para resistir a la tentación de adaptarnos resignadamente a las condiciones de la época, lo cual tampoco significa atrincherarnos en una ortodoxia dogmática y trasnochada. Las condiciones de la época exigen ideologías de la supresión del sujeto, ideologías que borren la causalidad psíquica e instauren en su lugar la causalidad orgánica, genética o bacteriológica. El inaudito coqueteo de algunos psicoanalistas con las neurociencias revela que siempre existirán los que busquen la salvación a cualquier precio.
El psicoanalista debe permanecer sensible al horizonte de su época, no para camuflarse con el discurso reinante, ni para adecuarse a las circunstancias que marcan los tiempos, sino para encarnar el síntoma, lo que hace obstáculo al discurso del amo, lo que descompleta la ilusión de la conciencia actual, lo que reintroduce la impotencia entre el objeto de goce y el sujeto. Debemos tener presente que en esta labor no estamos completamente solos, a pesar del rechazo del que somos objeto por parte de los académicos y los intelectuales omnisapientes. Son muchas las personas que confían en el método analítico, porque no creen en la felicidad a ciegas, ni en la filosofía del triunfo social, ni en las fórmulas sugestivas, ni en los directores espirituales, ni en los libros de autoayuda. Son muchas las personas que rechazan la moral del victimismo y que están dispuestas a asumir la responsabilidad que les toca en el desorden del que se quejan, según la célebre expresión de Lacan. Son muchas las personas que no buscan la normalidad sino la verdad, y que prefieren encontrarla en su propio discurso antes que en la cháchara de los profetas mediáticos. Esas personas forman parte del porvenir del psicoanálisis.

GUSTAVO DESSAL (Madrid)
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NOTA DE REDACCIÓN: Este POST es una parte de la CONFERENCIA impartida por Gustavo Dessal en el NUCEP de Madrid. De mismo título y celebrada el 18 de septiembre de 2006 dentro del Ciclo de 5 conferencias: Introducción a la Orientación Lacaniana. Estas conferencias abordarán lo más actual y novedoso de la clínica psicoanalítica de orientación lacaniana en los albores del siglo XXI.

Más información en http://www.nucep.com/principal.htm