Igualdad, paridad y diferencia. Por MANUEL FERNÁNDEZ BLANCO (A Coruña)

LOS SÍNTOMAS DE LA CIVILIZACIÓN

Igualdad, paridad y diferencia

Hay hombres y hay mujeres. No siempre se distinguen por la diferencia biológica, ya que en el ser humano la biología no marca el destino sexual. Esto se demuestra de modo inequívoco en el empuje al transexualismo, o al travestismo, en algunas personas. La no adecuación del sexo psíquico y del sexo físico nos parece a todos, en esos casos, evidente. A esta evidencia la sanidad pública presta oído en algunos lugares financiando las operaciones de cambio de sexo. Pero, la no adecuación del sexo psíquico y el biológico, no siempre pasa por el empuje a la transformación corporal. Cuando, en su día, Manuel Fraga definió a Margaret Thatcher como “el primer hombre del Reino Unido”, realizó la interpretación más brillante de la posición que sostenía la también llamada Dama de Hierro.

La lógica masculina y la femenina no son iguales. La lógica masculina se rige por el culto a la uniformidad. La lógica masculina sufre del horror a la excepción, a lo que se sale de lo previsto, a la particularidad. Por eso instituciones como la Iglesia o el Ejército han sido, o siguen siendo, de estructura masculina. Allí donde la jerarquía, el ritual y la obediencia constituyen la base del funcionamiento, allí donde rige siempre lo mismo y de la misma manera, allí donde todo está establecido de antemano, allí donde la excepción adquiere el carácter de herejía o traición, tenemos la lógica masculina.

La lógica femenina no se rige por el aplastante y obsesivo para todos lo mismo. En este sentido, los sujetos en posición femenina (independientemente de su sexo biológico), son la mejor garantía contra los fenómenos de globalización. Toda mujer es una excepción, mientras que los hombres son mucho más predecibles. Los hombres están más apegados a las normas, a lo que debe ser, y a la opinión conveniente. A esta opinión sacrifican su libertad, su particularidad y sus deseos. Los hombres tienen, también, un mayor apego al poder. En este sentido, sería muy esperanzador lograr que lo femenino pasase a ser un factor de la política.

Aquí comienza el problema: la presencia paritaria de mujeres en las listas electorales, o en un gobierno, no garantiza nada en términos de discurso. La igualdad sexual se ha planteado, casi siempre, en términos de equiparación de las mujeres a los hombres. Esta es la paradoja de parte del movimiento feminista que, al defender la igualdad, puede verse abocado a que esta se realice mediante la inclusión de todos en el discurso masculino. Así realizaríamos el imperio de lo unisex: todos iguales, bajo el modo hombre.

El discurso de los partidos políticos está dominado por la uniformidad, por lo conveniente, por defender todos lo mismo (incluyendo, si es necesario, defender la misma mentira). Es difícil encontrar ahí la posición femenina. Los sujetos, hombres o mujeres, en posición femenina no niegan la verdad ni la falta y están siempre más cerca de lo particular y de lo sorpresivo. A veces aparece una Celia Villalobos que, encarnando la excepción, vota contra su propio grupo parlamentario. Pero esto no es frecuente, no es fácil encontrar lo femenino en política. Hombres políticos y mujeres políticas hacen y dicen lo mismo. No encontramos Antígonas frente a Creontes. Ni siquiera el acto político de las mujeres en búsqueda de la paz, pleno de ironía y sabiduría, reflejado por Aristófanes en su comedia Lisístrata.

En la época de la defensa de la particularidad (nacional, étnica, religiosa o cultural), frente a la tendencia a la uniformidad, podemos encontrarnos con que la diferencia primaria y fundamental, la diferencia sexual, sea cada vez más difícil de percibir. La debilidad del pensamiento, que caracteriza el momento actual, puede llevarnos a creer que con actuaciones en el orden del imaginario social, como las políticas de paridad, se promociona el discurso de las mujeres. Esto puede ser un espejismo. La posición sexual no se deriva, automáticamente, de la diferencia anatómica de los sexos. La posición femenina está más próxima al deseo. Es una posición menos sujeta a la coacción de la demanda de uniformidad.

Constituye un progreso fundamental de la civilización que las mujeres puedan ocupar cualquier espacio social y profesional, sin ningún tipo de limitación en función del sexo. Este progreso debe ser aún más valorado por el hecho de que no está garantizado de modo universal. Sin embargo, debemos estar atentos para que las políticas de igualdad no se realicen mediante una identificación colectiva al universo masculino. En ese caso podríamos decir: todos iguales, todos hombres.

MANUEL FERNÁNDEZ BLANCO (A Coruña)
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REDACCIÓN

Bajo el título de "Los síntomas de la civilización", se publican periódicamente en La Voz de Galicia, artículos de Manuel Fernández Blanco. En concreto este artículo, titulado Igualdad, paridad y diferencia, salió publicado el 2 de agosto de 2005 coincidiendo con la formación del nuevo Gobierno de la Xunta de Galicia, bajo criterios de paridad de hombres y mujeres.

Artículo accesible en la URL en http://www.lavozdegalicia.es/hemeroteca/noticia_opinion.jsp?CAT=130&TEXTO=3946530&txtDia=2&txtMes=8&txtAnho=2005