"El miedo prepara para aceptarlo todo" | Giorgio Agamben
L’Obs.— En 1995, con “Homo sacer”, te propusiste una exploración de los grandes conceptos, especialmente jurídicos, que estructuran las sociedades contemporáneas. De entrada, pusiste el acento en el “estado de excepción”, es decir, el momento en que la ley normal queda suspendida, mostrando que esta suspensión del derecho no deja de ganar terreno. Incluso has hablado del campo de concentración como “paradigma” del mundo contemporáneo. Con la distancia, ¿tienes en consideración que la formulación haya podido causar conmoción?
Giorgio Agamben.— Conmoción y escándalo no son nociones útiles para comprender: sirven, en general, para rechazar comprender. Más de una vez he precisado que los conceptos de los que me sirvo en mis investigaciones arqueológicas no son conceptos históricos en el sentido estricto de la palabra: se tratan, más bien, de paradigmas que sirven para volver comprensible un conjunto más vasto de fenómenos. Así, el campo de concentración es el paradigma perfecto de un espacio de excepción, es decir, de un espacio en el que las garantías de la ley quedan suspendidas y todo deviene posible. Ahora bien, me parece que desde que formulé este paradigma, los espacios de excepción se han multiplicado por todas partes hasta coincidir con el espacio mismo de la ciudad.
Poca gente sabe que las leyes seguritarias en vigor en Francia son dos veces más restrictivas que aquellas en vigor en la Italia fascista. Unos hombres que son mantenidos bajo la presión del miedo son preparados para aceptarlo todo y los políticos sin escrúpulos que gobiernan Europa sacan su provecho de esto. Esto también ya lo he dicho en diversas ocasiones, pero tengo la impresión de hablarle a sordos.
Un hilo rojo de tu investigación filosófica es la “nuda vida”. ¿De qué se trata?
Quiero en primer lugar precisar que, como todo concepto, el de “nuda vida”, que en sí mismo permanece vago, sólo adquiere su sentido verdadero si se lo sitúa en el contexto problemático que le es propio. La nuda vida no es la vida natural: es, al contrario, el resultado de una operación del poder, que consiste en dividir la vida.
Mis investigaciones me han enseñado que, en la cultura occidental, la vida no es una noción científica o médica, sino un concepto filosófico y político. En los cincuenta y siete tratados del Corpus hippocraticum (la antología de escritos de médicos griegos), la palabra zoé (“vida”) aparece sólo ocho veces, y nunca con un significado técnico. En cambio, en la filosofía de Aristóteles, adquiere inmediatamente una función decisiva. Por supuesto, Aristóteles nunca define lo que es la vida: se limita a dividirla aislando lo que él denomina la vida nutritiva (que se volverá la vida vegetativa) de las otras funciones (la vida sensitiva, la vida intelectual, pero también la vida política. El punto central de esta división, que la ciencia moderna retomará por su cuenta, es crucial. El origen de la biopolítica se encuentra ahí.
La vida vegetativa, que el hombre comparte con las plantas, no es considerada como verdaderamente humana: pero es por medio de su separación al menos teórica (Aristóteles sabía perfectamente que su separación factual acarrea la muerte) como se va a definir lo que es humano y lo que no lo es. El hombre es el viviente que separa en sí mismo la vida vegetativa de las otras funciones para rearticularlas juntas en una potente máquina antropológica.
En efecto, a nadie se le ocurriría decir de un animal que está “desnudo”… ¡La desnudez es propia del hombre! Pero ¿de qué modo esa “nuda vida” constituye un problema político mayor para Occidente?
En la historia de Occidente, un umbral decisivo es atravesado cuando en la segunda mitad del siglo XX, con los desarrollos de las técnicas de reanimación, la medicina consigue realizar lo que Aristóteles tenía por imposible, a saber, la separación en el hombre de la vida vegetativa de las otras funciones vitales.
El cuerpo del ultracomatoso que las máquinas mantienen entre la vida y la muerte en la cámara de reanimación es un ejemplo perfecto de la nuda vida en su significación a la vez abstracta y muy concreta. Y no hay que sorprenderse si, desde este momento, todos los conceptos fundamentales de la polítcia son puestos en cuestión. Toda nueva definición y división de la vida implica necesariamente una redefinición de la política. El caso del comatoso —así como el del deportado en Auschwitz— es por supuesto extremo, pero la línea de repartición puede pasar por niveles diferentes.
¿La llegada masiva de migrantes por el Mediterráneo es un ejemplo de esto?
Nadie va a negar que los migrantes son hombres. Pero, en la medida en que se encuentran tomados dentro de dispositivos jurídicos de excepción, van a ser tratados en cierta medida como nuda vida.
Otra etapa importante de tu obra fue El Reino y la Gloria, aparecido hace siete años, donde analizas la noción de “economía” que fue primeramente un concepto… cristiano. ¿La economía sería una teología corrompida?
Cuando emprendo una investigación genealógica sobre el pasado, mi objetivo es comprender lo que hay de más difícil de captar, es decir, el presente. La arqueología es para mí la única vía de acceso al presente. En El Reino y la Gloria, se trataba de comprender la dominación actual de la economía y del gobierno en las sociedades contemporáneas. Lo que he encontrado es que el concepto de “economía” fue utilizado masivamente por los Padres de la Iglesia para dar cuenta de la Trinidad y del gobierno divino del mundo. Desde siempre se habla de “teología política” y ahí yo he descubierto una teología económica igualmente eficaz y avasalladora.
Puedo asegurarte que yo he aprendido mucho más sobre lo que significa “gobernar” con la lectura de los tratados teológicos sobre los ángeles (que son los “ministros” del gobierno divino) que por los tratados de filosofía política. Pero es sobre todo la noción de “gloria” la que ha sido esclarecedora. Si el poder es esencialmente fuerza y acción eficaz, ¿por qué hace falta lo ceremonial y las aclamaciones, las imágenes y cantos de gloria? Se cree que esto pertenece al pasado, pero es exactamente lo contrario lo que es correcto.
La función de la gloria es hoy asumida por los mass media y la opinión pública (doxa significa originalmente en griego “gloria”). Las imágenes, los nombres y el discurso de los poderosos que en otro tiempo aparecían sólo por momentos y en ciertos lugares, son hoy en día difundidos en todo momento y en todas partes. La democracia contemporánea es una forma de gobierno íntegramente fundado sobre la gloria.
¿De qué modo esta arqueología de la economía puede ayudar a comprender por ejemplo el reciente brazo de hierro europeo en torno a la deuda griega?
Te voy a responder con una explicación —irónica, sin duda— que debo a un teólogo ruso. Sabes tal vez que lo que dividió a la Iglesia ortodoxa de la Iglesia romana fue la función del Espíritu Santo con relación al Hijo. Para los ortodoxos, el Espíritu Santo procede únicamente del Padre, mientras que para Roma, el Espíritu procede del Padre y del Hijo juntos. Ahora bien, el Hijo es la persona divina que se ocupa de la “economía” de la salvación, es decir, del gobierno divino del mundo.
Así pues, para un ortodoxo (incluso para un griego), el Espíritu Santo no tiene nada que ver con la economía y el mundo, mientras que para un católico y sobre todo para un protestante (incluso un alemán) la economía es algo “espiritual” y sagrado. He aquí por qué, concluía el teólogo en cuestión, Grecia no podrá jamás salir de la crisis económica. En cuanto a mí, en este caso, me siento evidentemente ortodoxo y no protestante.
Has insistido en “lo inapropiable”: ¿qué es eso? Pienso especialmente en el bellísimo pasaje sobre la pasión del paisaje, que das como ejemplo de lo que uno no sería capaz de apropiarse.
Una de las cuestiones centrales de mi último libro es la del uso. Se sabe que la acción y la propiedad siempre han estado en Occidente en el centro de la política y del derecho. Se trataba para mí de sustituir estos conceptos con el del uso, de pensar una política fundada únicamente sobre el uso. Ahora bien, una definición posible del uso es justamente concebirlo como una relación con el mundo en cuanto inapropiable. El paisaje, donde uno no puede sino extraviarse, es un ejemplo de esta relación con el mundo. Pero igualmente importantes son los otros dos: la lengua y el cuerpo, que son siempre objeto de un uso común, pero nunca de una verdadera apropiación.
Tu libro es una invitación a “desactivar” la maquinaria occidental. Pero ¿cómo arreglárselas? ¿El “desobramiento” es un proyecto político?
Vale la pena precisar este concepto que para mí es decisivo. En primer lugar, la palabra misma, que hay que comprender en un sentido activo, supone un verbo activo, “desobrar” (que por lo demás existe): desactivar, volver inoperante.
Aristóteles planteó una vez esta cuestión completamente importante: ¿existe una obra o actividad propia no al zapatero, al arquitecto, al escultor, etc., sino al hombre en cuanto tal? O ¿habría que decir que el hombre en cuanto tal es sin obra, des-obrado? Yo he tratado de tomar con seriedad estas cuestiones.
El hombre es el viviente que no tiene obra propia, porque ninguna vocación específica le puede ser asignada como propia. Es, en este sentido, un ser de potencialidad y de potencia. La praxis propiamente humana es entonces aquella que, volviendo inoperantes las obras de la economía, del derecho, de la teología, de la biología, etc., las obras como posibilidad, vuelve posible un nuevo uso de ellas.
¿Puedes darnos un ejemplo?
Sí: el poema. ¿Qué es la poesía, sino una operación lingüística que consiste en neutralizar las funciones informacionales y comunicativas del lenguaje, para abrirlo a un nuevo uso, que se llama justamente poema? Lo que la poesía cumple para la potencia de decir, la política y la filosofía deben cumplirlo para la potencia de actuar. Suspendiendo las operaciones económicas y biológicas, muestran qué puede el cuerpo humano, lo abren a un nuevo uso posible.
Ves que el desobramiento tal como lo concibo es lo contrario de la inercia. Es la única “actividad” que está a la altura de la naturaleza potencial y de la ausencia de obra esencial del ser humano. Pero, si esto es cierto, el modelo de la lucha, que ha paralizado a la imaginación, debe ser remplazado por el de la salida y el éxodo. Es claro que la coalición Syriza en Grecia ha capitulado porque se había comprometido en una lucha sin término, pues había excluido la única vía practicable: la salida de la zona euro. Esto es igualmente cierto en la existencia individual. Como Kafka no lo deja de repetir, lo esencial no es luchar, sino encontrar una vía de salida.
Has sido un lector apasionado y admirador de Heidegger, del que seguiste su seminario en Le Thor, cerca de Avignon, en 1958, en casa de René Char. ¿Cuál ha sido tu reacción frente a la publicación de los “Cuadernos negros”, que contienen frases deplorables sobre los judíos?
La polémica sobre estos famosos cuadernos descansa en un equívoco que es importante esclarecer: el uso y el significado de la palabra “antisemitismo”. Por razones históricas conocidas, esta palabra designa algo que tiene que ver con la persecución y la exterminación de judíos. No habría pues que emplear la misma palabra para opiniones sobre los judíos —erróneas o débiles quizá— pero que no tienen nada que ver con esos fenómenos. Ahora bien, es precisamente esto lo que deja de suceder. Y esto no concierne únicamente a Heidegger. Si toda observación crítica o negativa sobre el judaísmo, incluso contenida en notas privadas, es condenada como antisemita, esto equivale a poner el judaísmo fuera del lenguaje.
Fuente: Artillería Inminente, traducción de la entrevista Giorgio Agamben : “La peur prépare à tout accepter”, aparecida en L’Obs del 17 de septiembre de 2015.