Crónica: “El hallazgo de la histeria”*. Dolores Castrillo (Madrid)

El ciclo de conferencias sobre “El psicoanálisis en la época de la gobalización” comenzó su sexto año dedicado esta vez al tema “Las mujeres y el psicoanálisis” . Como no podía ser de otra manera, la primera de las conferencias, dictada por Dolores Castrillo abordó lo que se considera la puerta de entrada al psicoanálisis: “El hallazgo de la histeria”.

Amanda Goya, coordinadora de este espacio en Madrid, introdujo el tema recordando la filiación hegeliana de la que Freud fue tributario al abordar a sus histéricas, para quien la locura no era una pérdida de la razón, sino, “una simple contradicción en el interior de la razón”. Freud supo escucharlas de tal manera como para inaugurar un modo enteramente nuevo de la relación humana. Y el gran descubrimiento que las histéricas permitieron a Freud fue el hallazgo de la relación entre el uso de las palabras y la sexualidad.

Estructuré la conferencia en tres partes. En la primera tracé una breve historia de la histeria, a fin de situar las distintas posiciones de la medicina y de Freud respecto a la misma. Desde la teoría hipocrática de la histeria hasta la medicina del siglo XIX, se han elaborado un sinfín de teorías distintas y contradictorias entre sí, pero todas impotentes para tratar de responder al enigma que el sujeto histérico encarna en su síntoma. Las teorías de la medicina del siglo XIX pueden dividirse en dos grandes ejes: o bien se le niega a la histeria el carácter de una verdadera enfermedad, al no encontrarse ninguna causalidad orgánica que de cuenta de sus trastornos corporales y entonces se decreta que la histeria no es más que simulación –ésta fue la posición de Babinsky–, o bien se considera que la histeria es una verdadera enfermedad y se le atribuye a ésta una supuesta causalidad cerebral. Esta fue la posición de Charcot.

Aunque por caminos opuestos Charcot y Babinsky coinciden en un punto esencial: la exclusión del sujeto. Si para Charcot la histeria es una enfermedad verdadera lo es porque es asunto de neurología y no de sujeto. A la inversa, es porque Babinsky detecta, no un sujeto del inconsciente pero sí cierto olor de sujeto, algo así como un interés o una oscura voluntad de estar enfermo, por lo que decreta que la histeria no es una verdadera enfermedad sino una simulación. Es así que ambos están de acuerdo: el sujeto no puede sino ser excluido para hablar de enfermedad. La posición de la psiquiatría actual cuando decreta la inexistencia de la histeria, diluyéndola en una colección de síndromes dispersos, privándolos de todo nexo lógico y al tratar cada uno por separado con su correspondiente fármaco, no hace sino llevar hasta su extremo más radical esta exclusión del sujeto que ha caracterizado la posición de la medicina frente a la histeria. Frente a esta exclusión del sujeto el psicoanálisis plantea que el síntoma es subjetivo al menos en un doble sentido: en tanto es una verdad insabida para el sujeto y en tanto el sujeto aunque no lo sepa es responsable del sufrimiento que lo aqueja.

En cuanto a la impotencia del saber medico para dar cuenta del enigma de la histeria, es situando los enunciados del saber medico en la estructura que los condiciona -el discurso histérico- como puede darse razón de esta impotencia. En el discurso histérico el sujeto empuja al Otro, al Amo, a fabricar saber, pero al mismo tiempo pone en evidencia la impotencia del saber del Amo para decir la verdad. Frente a la demanda histérica caben dos posiciones subjetivas: la de la medicina que se inscribe en el juego al que invita el discurso histérico, produciendo un saber que se revelará siempre impotente, y la de Freud que consistió en una respuesta silenciosa, es decir que se abstiene de producir saber del lado del analista, por lo cual es el sujeto mismo el que se ve llevado a producir él un saber acerca de su síntoma y respecto del cual habrá de captarse como siendo responsable.

En la segunda parte de mi exposición abordé algunas de las características fundamentales, que más allá de la variedad de síntomas con los que la histeria ha podido presentarse a lo largo del tiempo, aluden a la estructura; centrándome en las siguientes: la cuestión de la inexistencia de la relación sexual y la pregunta por la mujer, la promoción del deseo y la insatisfacción, la aversión al goce y el goce de la falta, y finalmente, la creencia en el Padre ideal.

En relación a la primera cuestión, después de definir a la histeria como mártir de la no relación sexual, planteé que si Lacan señala que en el inconsciente falta el significante de La mujer es porque la ecuación mujer igual a falo castrado no resuelve en absoluto la cuestión de la femineidad, de ahí que la histeria sea la encarnación de la pregunta ¿Qué es ser una mujer?

A partir de diferentes ejemplos clínicos, mostré cómo el modo en que el sujeto histérico responde a esta pregunta es identificándose al hombre: es desde la identificación al deseo del hombre por una mujer como el sujeto histérico trata de dar respuesta a su pregunta por la femineidad.

En tercer lugar, que la vocación del sujeto histérico es hacer desear; el sujeto histérico intenta siempre suscitar el deseo del Otro, pero no sólo busca producir un deseo sino también un saber acerca de su ser. Quiere suscitar un deseo susceptible de engendrar un saber acerca de lo que en él es tan enigmático. Desarrollé a continuación cómo esta promoción del deseo en la histeria lleva aparejado el problema de la insatisfacción, que es probablemente el rasgo más característico de la histeria.

Dejar el deseo del Otro insatisfecho es para el sujeto histérico la mejor manera de asegurarse de que este deseo se sostiene. Seguidamente planteé que la promoción del deseo en la histeria es correlativa de una aversión al goce. El sujeto histérico siempre tiene una posición de descompletamiento respecto al goce del Otro para suscitar en este Otro la falta propia del deseo. Aunque por otra parte, este dejar el deseo insatisfecho encierra un goce: el sujeto histérico goza de la falta misma y goza de ser objeto causa de la insatisfacción, es decir, de sostener el deseo del Otro. Goza asimismo de mantener en el horizonte el ideal de un goce absoluto; y es porque este goce no puede ser alcanzado por lo que denuncia cualquier otro como insuficiente.

Esta segunda parte concluyó planteando que la insatisfacción del sujeto histérico respecto a su partenaire estriba al mismo tiempo en que para el sujeto histérico ningún hombre, por más que ella trate de fabricarlo, estará a la altura de ese Padre ideal capaz de otorgar el don de la identidad femenina.

En la tercera parte abordé la histeria en la actualidad.

En la época contemporánea la histeria se presenta bajo ropajes bien diferentes a los de las conversiones espectaculares del tiempo de Freud. No es que no haya conversiones, ahí están las anorexias, bulimias, fibromialgias..., pero la conversión no es lo fundamental ni se presenta de la misma manera en la histeria contemporánea.

Para situar el modo en que la histeria se presenta hoy, lo característico de la época contemporánea es la caída del Otro. Ese Otro que antes se presentaba como consistente, como un lugar de la autoridad y del ideal ya no existe. Por eso se dice que lo característico de los síntomas contemporáneos es que están desvinculados del Otro. Ahora bien, es necesario precisar qué queremos decir cuando hablamos de la no vinculación al Otro en los síntomas contemporáneos, pues no es la misma desvinculación del Otro la que encontramos en los síntomas histéricos actuales que la de otras estructuras como las psicosis.

Esta diferencia la podemos abordar tomando el ejemplo de la anorexia en la histeria y la anorexia psicótica, señalando que mientras en esta última hay un rechazo radical del Otro, la anorexia histérica en cambio es un intento de obtener del Otro el signo de su falta, es decir, no es una autentica separación del Otro sino una pseudo-separación que en realidad incluye una llamada al Otro. Por lo que hace a la histeria actual, lo que es más evidente no es tanto que los síntomas estén radicalmente desvinculados del Otro cuanto que la suposición transferencial es mucho más difícil de obtener que antes, pues El Padre, El Saber, La Verdad, se han revelado como semblantes en los que ya no se cree o de los cuales se cree poder prescindir. Pero para los sujetos histéricos es más importante que nunca que el analista este ahí para dar lugar a la ficción transferencial del sujeto supuesto saber, de lo contrario, el síntoma se hará cada vez más autista y comandado por la pulsión de muerte.

Por otra parte, la mayoría de los sujetos histéricos vienen hoy a ver a un analista, menos por sus síntomas de conversión que por su “drama relacional”. Su sufrimiento tiene que ver con el drama sintomático que cifra la imposibilidad de un vínculo deseado con una pareja. Es ese real de la imposibilidad lo que empuja más fácilmente que la conversión a la consulta de un analista. El síntoma histérico más frecuente, ya sea en sus modalidades clásicas o actuales, es el intento, no de hacer desear al Otro pues esto es estructural en una mujer, sino el de buscar ser deseada ahí donde eso no se da. Pero el amo de hoy no cede fácilmente al empeño histérico de cavar una falta en el Otro, porque lo que hoy triunfa son las modalidades de un goce cada vez más autista y por eso vemos más caídas melancólicas, llamadas depresiones cíclicas, donde el sujeto se reduce a ser un objeto caído como producto sobrante del amo, o como mero medio de goce.

Finalmente desarrollé el modo de presentación de las histéricas de hoy tomando la frase de Lacan l´hysterique fait l´homme, en dos sentidos. Son dos caras bien contrastadas, por un lado la cara en la cual la histérica hace al hombre, es decir, trata de fabricarlo, con la decepción tantas veces consiguiente de no lograr hacerlo desear y amar, cayendo entonces en la depresión melancólica. Por otro lado está la cara de hacer de hombre, donde la histérica se presenta como consumidora de goces diversos: el sexo, el saber, el poder, el dinero…

A este respecto y en relación al tema de las próximas jornadas planteé la necesidad de interrogarse sobre cómo este hacer de hombre, por parte de las mujeres histéricas de hoy, juega su partida en la caída del semblante de la virilidad que ellas denuncian en los partenaires masculinos, y que es uno de los fenómenos característicos de las nuevas formas del malestar entre los sexos.

Para concluir, quizás el psicoanálisis puede prometer algo, a pesar de lo incurable de la estructura, y que este algo apunta a la disyunción entre el saber y la verdad.

* NUCEP-Madrid Ciclo conferencias 2010-11. El psicoanálisis en la época de la globalización: Las mujeres y el psicoanálisis.