BIBLIOGRAFIA RAZONADA. X JORNADAS ELP. Comisión Referencias Bibliográficas: Julio González, Gracia Viscasillas, Luis Seguí

MADRID
20 Y 21 DE NOVIEMBRE DE 2010
Círculo de Bellas Artes
Sala de las Columnas

BIBLIOGRAFIA RAZONADA. X JORNADAS ELP

Con el texto de José Ramón Ubieto que acompaña estas líneas, la Comisión Bibliográfica de las IX Jornadas de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis inaugura la sección de “Bibliografía razonada”, complementaria de los avances actualizados remitidos periódicamente a todos los participantes en las próximas Jornadas.

La Comisión agradece la excelente respuesta que ha tenido esta iniciativa por parte de numerosos colegas de las distintas sedes de la ELP, muchos de los cuales ya nos han hecho llegar su colaboración, y otros muchos comprometido el envío de sus aportaciones a lo largo de este mes y en el de Octubre, de tal modo que en el tiempo que resta para la celebración de las Jornadas todos los interesados puedan disponer de abundante y valioso material de estudio y trabajo.

Comisión Referencias Bibliográficas X Jornadas ELP: Julio González, Gracia Viscasillas, Luis Seguí (coordinador)

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BUENOS DÍAS PATERNIDAD, por José Ramón Ubieto

En una interesante conferencia de Jacques Alain Miller sobre los enigmas de lo masculino, publicada en Colofón nº 14 (pgs. 34-41) bajo rl título “Buenos días Sabiduría”, comenta la referencia que Lacan hace, al final del Seminario IV sobre el declive de lo viril.

Lacan toma al pequeño Hans como el paradigma de un tipo de relación sexual (de legalidad heterosexual pero de dudosa legitimidad) que empieza a ser dominante al final de la segunda guerra mundial. Es una época –bautizada por Kojève- del saber absoluto, correlativa al declive de lo viril, incluso a su desaparición. Las referencias de Kojève a las novelas de Françoise Sagan (Bonjour tristesse y Un certain regard) refuerzan este pronóstico de “Adiós al macho”.

Desaparición que no traduce otra cosa sino el empuje a la igualdad de los sexos, al todo lo mismo de la pujante democracia americana. Lacan ya nos había advertido en l938 (“Los complejos familiares”) del declive de la imago social del padre y ahora se completa este análisis con las consecuencias de este declive: la crisis del hombre, del que apenas quedan restos. Miller señala la homología de esta fórmula con la de La mujer no existe.

Tras una interesante disertación sobre el dandismo y su gran representante, Georges Brumell, Miller concluye su conferencia señalando las similitudes de este personaje heroico con el analista que también es amo de su palabra, de su ser y de su apariencia. Y que, como hacía Brumell, causa y hace temblar a los semblantes,. Su diferencia es que su condición heroica sólo lo es por su estatuto de objeto a, desecho del destino, condición que se alcanza al término de cada cura. No es esta una postura que se apoye en la identificación, sino más bien en su destitución subjetiva.

La nueva paternidad
El rasgo de ese nuevo mundo que anuncia Kojève es la la uniformización, “el camino de lo homogéneo” y en ese camino parece se sitúan muchos de los semblantes masculinos que se proponen ya entrado el nuevo Siglo XXI.

Si hay un significante amo para configurar esa nueva masculinidad es el de la igualdad hombre-mujer como referencia clave. ¿Cómo caminar entonces hacia ese horizonte uniforme? Una buena solución es la de la paternidad, una nueva paternidad que se ofrece como el buque insignia de las transformaciones de la masculinidad. Se trata de una paternidad igualitaria, distinta de la tradicional, que logre el ideal de padre perfecto: aceptado por las madres, la sociedad y congruente con las aspiraciones laborales que dejan de ser protagonistas para ceder su lugar a las debilidades sentimentales y la gestión de las emociones como clave del buen desarrollo de sus hijos.

Un reciente estudio Los Hombres Jóvenes y la Paternidad dirigido por Inés Alberdi (una de las referencias españolas en sociología de la familia) y publicado por la Fundación BBVA (Bilbao, 2007) nos muestra como estos “Hombres al sol”, inútiles sin su ocupación profesional, se rehabilitan en el trabajo doméstico y la crianza. Es una experiencia emocional nueva y deseada, un antes y un después en su ser personas. Supone una feminización de lo masculino pensada como un avance social: el padre deviene un proveedor de afectos, al estilo de las madres antiguas. Y de paso implica un beneficio vital para el hombre ya que, en el régimen de la adolescencia generalizada, la paternidad –con el compromiso por el hijo- es hoy un rito de paso entre juventud y madurez, de mayor alcance que la vida en pareja o la simple emancipación.

La buena paternidad masculina se presenta como la solución a la inexistencia de la relación sexual ya que aquí sí hay una armonía (libre de violencia y competencia) que contrarresta la desigualdad de género. Este “Hombre nuevo” hará el duelo por la pérdida de la autoridad tradicional y obtendrá su nueva ganancia a través de los afectos y el cuidado de los hijos. La afectividad como expectativa dominante de la paternidad sostenible, es la clave de bóveda de este nuevo semblante y el príncipe Felipe sería uno de los símbolos de esta nueva paternidad.

“Compartir el polvo” fue el lema exitoso mediáticamente, de la campaña de igualdad que en 1998 promovió la Diputación provincial de Córdoba. Un buen ejemplo para captar que no se trata, para el varón, de hacer de la mujer un objeto causa, sino más bien de compartir esa escena fantasmática, donde los afectos y las imágenes velan las paradojas pulsionales. Una de ellas, por ejemplo, es la curiosa relación que encontramos hoy entre las tasas de violencia de género y las tasas de igualdad de los sexos, paradoja especialmente destacable en los países nórdicos, los más avanzados en ese “camino de lo homogéneo”.

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SOBRE UNA DEGRADACIÓN GENERAL DE LA VIDA ERÓTICA. (1912), por Miguel Angel Garrido

“Sobre una degradación general de la vida erótica” (1912), es el segundo estudio que junto a “Sobre un tipo especial de la elección de objeto en el hombre” (1910) y “El tabú de la virginidad” (1917) forman parte de “Las aportaciones a la psicología de la vida erótica.”

El texto esta dividido en tres partes. En la primera, aparece el síntoma neurótico de la impotencia psíquica del hombre como una demanda habitual en la consulta del psicoanalista. La impotencia, nos dice Freud- es la respuesta a la imposibilidad de amar y gozar de la mujer cuando esta es un subrogado materno. La vida erótica de estos hombres permanece disociada: Si aman a una mujer, no la desean, y si la desean, no pueden amarla.

Contra esta perturbación los individuos que padecen la disociación erótica se acogen a la degradación psíquica del objeto sexual, reservando para el objeto incestuoso y sus subrogados la supervaloración que normalmente corresponde al objeto sexual. Dada la degradación del objeto, su sexualidad puede ya exteriorizarse libremente, y alcanzar intenso placer.

En segundo punto, Freud plantea una interesante pregunta “si los factores señalados para producir tal perturbación -intensa fijación infantil; barrera contra el incesto; la prohibición a lo sexual- son comunes a todos los sujetos, no es de extrañar que el problema se pueda generalizar en un ‘para todos’. Ahora bien si damos al concepto de la impotencia psíquica un sentido más amplio, no limitándolo a la imposibilidad de llevar a cabo el acto sexual, no podemos eludir la impresión de que la conducta erótica del hombre civilizado presenta generalmente el sello de la impotencia psíquica. Solo en una limitada minoría aparecen confundidas sexo y amor”.

El hombre siente coartada su actividad sexual por el respeto a la mujer y sólo desarrolla su plena potencia con objetos sexuales degradados, cuando puede entregarse sin escrúpulos a la satisfacción, cosa que no se permite con la mujer propia. De aquí su necesidad de un objeto sexual rebajado...

Y dice: “El matrimonio no proporciona plena satisfacción, pero tampoco una libertad sexual ilimitada proporcionaría mejores resultados, pues no es difícil comprobar que la necesidad erótica pierde valor psíquico en cuanto se hace fácil y cómoda la satisfacción. Para que la libido alcance un alto grado es necesario oponerle un obstáculo.”

El último punto concluye, -después de cuestionar que una libertad sexual ilimitada procuraría mejores resultados que el refrenamiento cultural de la vida erótica-, con un comentario sugerente “A mi juicio y por extraño que parezca, habremos de sospechar que en la naturaleza misma del instinto sexual existe algo desfavorable a la emergencia de una plena satisfacción” Este límite que se impone sin la intervención de un agente exterior abre el camino de un mas allá del complejo de Edipo, y coloca al goce en el protagonista principal.

¿Qué sucede hoy? Hemos pasado de una lógica de la falta y del conflicto, a una lógica del exceso y del vacío. El progreso de la ciencia ha permitido que lo real en juego pase de la fantasía a la realidad y las consecuencias son los síntomas contemporáneos.

Muchos de los hombres que acuden a la consultan, parecen no estar muy lejos de las aportaciones freudianas. Son hombres que presentan dificultades para hacer de sus mujeres la causa de su deseo, y sufren de una gran insatisfacción o dificultades en las relaciones sexuales. Algunos comentarios: “las cosas han cambiado, ahora ha dejado de ocuparse de mí”; “mis padres son como una mesilla de noche: para tenerlos uno a cada lado de la cama”; “cuando puedo disfrutar aparece algo que lo impide”; “siempre me pasa con las mujeres, me enamoro y luego me desenamoro y me quiero largar”; “mi madre era todo para mí y se fue...”; ”no entiendo a las mujeres ¿qué es una mujer? una madre”; “por naturaleza soy infiel”; “la soledad del vértice”.

Los hombres freudianos y los de ahora son hijos del encuentro de un hombre y una mujer. Sabemos que la incidencia de la función del padre sobre el deseo de la madre es necesaria para permitirle al sujeto una posición sexuada. Para ello no basta con que el padre sea el dios trueno ni que la madre se convierta solo en vehículo de la autoridad paterna, como solía pasar antes. Es necesario que el objeto niño no lo sea todo para la madre, que la condición de no-toda se mantenga y esto exige que el padre sea también un hombre que haga de ella la causa de su deseo.

Las mujeres hoy día no aspiran a ser el descanso del guerrero y ocuparse de la prole, pueden permitirse su singularidad y esto pone en aprietos a aquellos hombres que sólo se prestan a la condición fetiche del goce, ese goce localizado en el Otro, en una mujer, pero no se dejan tocar por la condición erotomaniaca. Por lo ilimitado de la demanda de amor que hay en cada una de las mujeres.

¿Cómo abordan su goce? Es indudable que la cultura actual ofrece numerosas salidas para pasar del Otro y potenciar un goce solitario. Como dice Miller en “De mujeres y semblantes”: “El ‘tengo’, -un semblante masculino-, está claramente vinculado a la masturbación. El goce fálico es por excelencia goce de propietario. Significa que el sujeto no da a nadie la llave de su caja, llegando a veces incluso hasta protegerse con la impotencia y de un modo satisfactorio. Ocurre que cuando finalmente da, es como si fuese víctima de un robo, a tal punto que conserva a un costado la masturbación como refugio para preservar un goce para sí mismo: uno para ella y uno para mí”.

Quizá esto vuelva a los hombres clandestinos, y busquen refugio en la soledad.

Bibliografía:

Sigmund Freud. “Sobre una degradación de la vida amorosa” 1912 O.C Biblioteca Nueva.

Jacques-Alain Miller “De mujeres y semblantes”. Ed. Cuadernos del pasador. Buenos Aires,1993, pág. 95.

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REFERENCIA COMENTADA: “FETICHISMO”, SIGMUNG FREUD (1927), por Enric Berenguer

Propongo retomar la lectura de este texto fundamental para situar la especificad de la sexualidad masculina en su relación con ciertos semblantes. Pero el punto concreto sobre el que quisiera llamar la atención se encuentra en este párrafo que cito íntegramente:

“Adviértase ahora qué función cumple el fetiche y qué fuerza lo mantiene: subsiste como un emblema del triunfo sobre la amenaza de castración y como salvaguardia contra ésta; además, le evita al fetichista convertirse en homosexual, pues confiere a la mujer precisamente aquel atributo que la torna aceptable como objeto sexual. En el curso de la vida ulterior, el fetichista halla aún otras ventajas en su sustituto de los genitales. Los demás no reconocen el significado del fetiche y, por consiguiente, tampoco se lo prohíben; le queda fácilmente accesible, y la gratificación sexual que le proporciona es así cómodamente alcanzada. El fetichista no halla dificultad alguna en lograr lo que otros hombres deben conquistar con arduos esfuerzos” (Sigmund Freud, “Fetichismo”, Obras Completas, Nueva Visión, 1974, Tomo VIII, pág. 2994).

Quiero destacar la frase final, con la referencia por parte de Freud a los “esfuerzos” de los hombres. Por otra parte, ¿qué es lo que tiene que “conquistar”? La ambigüedad de expresión, que Freud no aclara posteriormente, permite una lectura en más de un registro. Por un lado, sí, se trata de conseguir arreglárselas, como hace al fin y al cabo el fetichista con la falta de pene en la mujer. Por otro lado, se trata de conseguir el acceso a un goce sexual. Finalmente, y en un plano más concreto, se trata también, como condición de lo anterior, de sostener la erección.

En todos estos planos, el texto alude a una dificultad, incluso quizás a una precariedad de las soluciones masculinas al problema del complejo de castración y al hecho, paradójico, de que la sexuación implique el acceso a un goce que pase precisamente por ese desfiladero.

En efecto, como Lacan plantea con toda claridad en “La significación del falo”, se trata al fin y al cabo de que hay “una antinomia interna a la asunción por el hombre (Mensch) de su sexo”. Y se pregunta a continuación; “¿por qué no debe asumir sus atributos sino a través de una amenaza, incluso bajo el aspecto de una privación?” (Écrits, Seuil, pág. 685).

Tomando, pues, esta indicación de Lacan, podemos glosar la afirmación de Freud: la dificultad para el hombre es que para asumir su sexo tiene que pasar por la angustia de castración. Y, digamos, salir de ello más o menos airoso, o sea, sostener su erección. Lo masculino como tal no estaría pues antes, sino después de pasar por ese trance.

¿Por qué sería esto difícil? Porque el atravesamiento del complejo de castración implica que ya no se trata de la misma erección. Me permito en este punto plantear algo que tendría cierto paralelo respecto de lo que Freud intenta situar, en la mujer, en términos de desplazamientos de la erogeneidad del clítoris a la vagina, precisamente como efecto de la asunción del completo de castración. Es cierto que nada parece desplazarse en el cuerpo del hombre. Pero el mismo órgano, para parafrasear a Lacan, cambia de significación, en cierto modo es otro, porque se vincula, a través del acto sexual, a otra forma de goce,… y permítaseme mantener en esta expresión un grado de ambigüedad que es de estructura y que implica los dos lados de la partición sexual.

De hecho, la imposibilidad, el fracaso o simplemente la dificultad de este desdoblamiento del pene tiene su cotejo sintomático propio: la enuresis en el niño, la eyaculación precoz en el adulto. Como evoca la fantasía de Juanito, en efecto, hay que desatornillar algo,… el problema es que luego no se sabe muy bien qué habría que atornillar, ni dónde había que atornillarlo, ni si habría que hacerlo; cuestión en la que él acaba armándose un lío.

Volviendo a lo que, según Freud, sería tan arduo en el hombre. ¿Por qué, enfrentado a la castración en la madre, luego en la mujer, sería difícil para el hombre lograr una erección, mantenerla? Porque, en un tipo de erección, la erección propia de la sexualidad infantil, la creencia en el pene de la madre es coextensiva de la creencia en el valor fálico del propio miembro. La masturbación masculina infantil celebra, repetidamente, podríamos decir, esa coextensividad. Por eso, la caída de aquel semblante que es el falo imaginario de la madre (¡trono y altar!, dice Freud) corre el peligro de dar al traste con la creencia del hombre-niño en el valor fálico de su miembro, el de él. En ese punto, el pene se hace pipí –volviendo así regresivamente al significante que en los dichos de la madre lo nombraba, con todo lo que ello conmemora.

Lo difícil, en efecto, es esta pérdida coordinada de dos creencias enlazadas. ¿Cómo hacer si ya se sabe que el falo era una ilusión, cuando, como el fetichismo nos enseña, gozar con el miembro supone cierto tipo de creencia en el falo?

Ahora bien, se trata para el hombre de si puede, pasado el desfiladero, acceder a otro uso del pene. No ya como emblema del goce de hacer a la madre una y toda, sino como apuesta de hacer a una mujer Otra para sí misma. Ello supone haber descubierto que una mujer puede gozar allí donde se hace Otra para sí misma, incluso cuando parece que pide que el hombre la haga una.

Pero esto es más arduo. Pasa por el deseo del Otro, incluso, más allá, por su goce Otro, ni siquiera por lo que ella pide. Y no se obtiene mediante el automatón de las condiciones, sino pasando por la contingencia. A veces pasa. Puede dejar de pasar. De ahí la angustia inherente al acto sexual en el hombre, que Lacan aborda casi cómicamente en la tercera parte del Seminario X.

Por supuesto, le queda siempre al hombre alguna forma de retorno al statu quo ante. Puede creerse lo que muchas mujeres le dicen, sumándose a la confluencia entre el cinismo femenino y la crítica generalizada de los semblantes de la propia posmodernidad. Versión actual de lo que en este mismo texto que comentamos menciona Freud como la salida homosexual, a continuación del párrafo antes señalado: “No atinamos a explicar por qué algunos se tornan homosexuales a consecuencia de dicha impresión” (Ibid., pág. 2994). En lo que nos interesa, no se trata aquí de la homosexualidad como tal en un sentido clínico, que reclama otras consideraciones, sino de una siempre posible “homosexualización” del hombre cuando se desorienta respecto de lo que verdaderamente es hétero: no la diferencia de los sexos, sino una partición en el seno mismo del goce.

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¿NUEVAS MODALIDADES DE LA PATERNIDAD?, por Cristina Califano

Me he interesado por el eje de trabajo para las próximas Jornadas, donde se plantea: ¿nuevas modalidades de paternidad?

Es menester tener presente que en el año ´38, Lacan hablaba de la “declinación social de la imago paterna” (1). Efectivamente, los cambios sociales acaecidos desde aquel momento hasta entonces son muchos, asimismo Lacan va elaborando y haciendo la puesta en forma sobre el padre a lo largo de su enseñanza.

A mi modo de entender hay algo que permanece irreductible: la familia es el producto del malentendido radical entre los sexos y de su encuentro contingente.

Existen hoy en día múltiples formulaciones a la hora de hacer familia, monoparentales, recompuestas, adoptivas, familias con hijos concebidos mediante el apoyo de la ciencia, familias homosexuales, etc.; a diferencia de lo que se puede pensar como familia patriarcal tradicional, donde genitor y función, parecían ser sostenidos en la misma persona.

Por la experiencia vemos, que en todas las formulaciones se intenta ubicar cómo se sostiene la función de padre-madre, cómo se ocupan esos lugares. Con lo cual, la familia es un universo simbólico, donde las funciones no están garantizadas de antemano.

Se trata de una doble adopción, por parte del niño es un consentimiento: adoptar a esos padres “hay una elección de los padres, como hay elección del sexo” (2) y por parte de los padres; acogerlo, como hijo es decir ocupándose del niño como padre y madre, sin perder la brújula del hombre-mujer.

Entonces la pareja parental, además del Nombre-del-Padre y el Deseo de la Madre, se halla habitada por la diferencia entre los sexos, matriz de los interrogantes del sujeto sobre el goce del padre y de la madre en tanto hombre y mujer.

En esta línea de argumentación, la paternidad biológica ó legal que puede alcanzar a cualquiera no basta para constituir la función de padre (3).

Se trata, tal como Lacan plantea en el ´75; de la perversión paterna, es decir que la causa del deseo de un hombre sea una mujer que él haya elegido para “hacerle hijos” y que a éstos les dé un cuidado paternal.

Es decir, que la contingencia puede o no puede producirse. Esto a mi modo de entender no es sin consecuencias, dado que el efecto de la llegada de un niño es un momento crucial, que moviliza y no deja a los hombres indiferentes a la pregunta por la paternidad.

Podemos decir entonces, que constituir la función del padre, tal como plantea E. Laurent en el texto antes señalado no está garantizada, y en ese sentido es indiferente el tipo de familia constituida. La única manera de verificar esto es en el caso por caso.

Al tiempo de preparar estas líneas, un recuerdo de mi propio análisis acudió en mi ayuda: la madre del sujeto rompe aguas en la mitad de la noche, al despertar a su marido, éste dice “déjame seguir durmiendo”. La madre va al hospital con un familiar.

Al día siguiente, por la mañana, el padre muy elegante va a conocer a su hija y lleva pendientes de regalo a la niña.

El sujeto en su análisis, pudo ubicar por un lado, el efecto que su nacimiento produjo en el padre, necesitó tiempo para despertar y por el otro su posición ante el amor: da lo que tiene.

La hija recibe el amor del padre por la vía de los pendientes, en aquellos años nada más femenino.

Notas:
1-. Lacan, J, “La Familia”. Edit. Argonauta. Biblioteca de Psicoanálisis. Bs As., l978. Pág. 93.
2-. Miller, J.A., “Observaciones sobre padres y causas”, en “Introducción al método psicoanalítico”. Edit. Eolia-Paidós. Bs. As., l997. Pág. L47.
3-. Laurent, E., “El modelo y la excepción”, en “Síntoma y nominación”. Colección Diva. Bs. As. 2002. Pág. 177.

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ALEMÁN, J. y LARRIERA, S. EL INCONSCIENTE: EXITENCIA Y DIFERENCIA SEXUAL. Ed. Síntesis, Madrid, 200l, por José Ángel Rodríguez Ribas

En este texto traemos a consideración, en su capítulo 4, Falo y castración. Imposibilidad de la relación sexual (pp. 109-132), los autores nos van a proponer un suscinto resumen de las diferentes posiciones sexuadas a la luz de la enseñanza lacaniana.

Si el ser dicente es ese ente cuyo ser está íntimamente afectado por el hecho de hablar, esto supone la subordinación del hablante a lalengüa, es decir, que es imposible que los hablantes hablando se conozcan, pues desconocen ese magma de trazos y sonidos cuya inscripción los introdujo en un mundo del goce y del deseo. Si dos conciencias no pueden conocerse, dos ser dicentes sexualmente definidos no pueden establecer la relación sexual ya que no hay en el inconsciente ningún significante que diga qué debe hacer cada ser en las llamadas relaciones sexuales. Es por lo que Lacan enunciaría: “No hay relación sexual” (p. 110). Este aserto se puede enunciar en función de que las posiciones masculinas o femeninas son procesos de identificación independientes de su sexo biológico. Identificaciones que dependen del aparato simbólico que es el lenguaje y, muy especialmente, del inconsciente.

La escritura de esta lógica referida a la sexuación de los seres hablantes, está reducida a cuatro fórmulas, que son el resultado de los diversos modos de tratar la función fálica. Si el falo, entonces, no es el pene, tendrá que ser algo del orden significante. El Falo es el significante del deseo. Dicho sea de paso, el llamado “falogocentrismo” –tan en boga en los actuales estudios culturales y de género- no dejaría de ser más que una metafísica neurótica obstinada en imaginar al goce fálico como un único goce posible.

Para despejar el concepto de falo, Lacan fue discerniendo la idea del deseo recortándose sobre la demanda, diferente a su vez, de la noción de necesidad. Debido a la relación con el Otro, el apetito de satisfacción de necesidades queda articulado a una petición, es decir, a una demanda. Pero la práctica psicoanalítica ha venido a demostrarnos que la demanda, es siempre demanda de otra cosa. Son, en síntesis, demandas de amor (p. 112). Eso quiere decir que no hay un sujeto de la necesidad, de ahí que Lacan deduzca que las satisfacciones de la necesidad que fueron obtenidas, se reducen a funcionar aplastando la demanda de amor. Pero las particularidades de los objetos de satisfacción, que fueron incondicionados en la demanda, vuelven a reaparecer en un más allá. Ese más allá, es el deseo. El deseo, a diferencia de la demanda, es absolutamente condicionado. Lacan lo expresa así: el deseo es la diferencia que resulta de sustraerle a la demanda de amor, el apetito de la satisfacción.

El falo, y la formulación freudiana de la castración, en el varón es imaginarizada como amenaza sobre el órgano. Mientras que en la mujer, lo es como nostalgia del órgano. Pero lo decisivo de la castración se juega en otra escena, la referida a la castración de la madre: lo que la madre desea es el falo. Si el deseo de la madre es el falo, el hijo quiere ser el falo (p.112). Pero es una aspiración condenada al fracaso: no se puede ser el falo. Esa imposibilidad de satisfacer el deseo del Otro en tanto que el deseo es siempre insatisfecho, configura lo que Lacan nombró como falta-en-ser, inherente al hecho mismo de ser hablantes. A ello se le superpone la falta-en-tener, la cual corresponde a la vertiente imaginaria de la castración. La falta en tener condena al sujeto a parecer el falo. Parecer que constituye la impostura masculina y la mascarada femenina (p. 114). Si en algunas consideraciones lacanianas la falta en ser era algo primordial, en otras, la falta en tener es sobre lo que se establecerá la falta en ser, deviniendo ambas en consecuencia de la falta, sea del lado del Otro, sea del lado del sujeto.

Bajo el acápite de ser o tener el falo, Lacan coloca la función fálica, que en su lógica se escribe Fi (x). Esta función es la que suple la relación sexual, que no la hay. La función indica que hay goce, aún cuando no sea el propio de la relación sexual. Habrá, en consecuencia, dos tipos de goce: el absoluto, inexistente, y el goce fálico. El primero, supondría la eficacia del encuentro entre los miembros de ambos sexos. Es lo propio del reino animal. Pero, por el hecho de ser hablantes los humanos gozan, pero parcialmente, pues gozan del falo y no del sexo. Un goce fálico que depende del significante.

Ahora bien, dicho goce fálico no es simétrico entre ambos sexos, porque no existe una relación de complementariedad: la diferencia sexual no se resuelve en una reunión. Un sexo no puede gozar sexualmente del otro sexo. Solamente pueden gozar del falo bajo modos distintos. El uno, como “todo” y el otro, como “no todo”. Al no haber una esencia masculina y otra femenina, esta relación no puede escribirse como una función proposicional. Ser sexuados y ser hablantes no se pueden sumar como dos atributos inofensivos: hablar, es perder el ser. Por eso, no hay escritura posible en la lógica psicoanalítica ni inscripción en el inconsciente, de la relación sexual (pág.117).

La función del falo articula entonces castración y diferencia anatómica, con goce y deseo. El modo en que el sujeto se va a inscribir en el discurso como hombre o como mujer, dándose una identidad sexual, dependerá del establecimiento de esta relación con el falo. Por otra parte, la lógica que rige la experiencia psicoanalítica está determinada por la imposibilidad de enunciar un universal sin que exista un límite, una excepción que lo niegue.

Del lado de lo masculino, implica dos fórmulas: Para todo x, fi de x. El sujeto se inscribe en la función fálica para obviar la ausencia de la relación sexual.
Existe un x, que no fi de x. Esta fórmula postula la existencia de un sujeto a partir de un decir que no a la función de fi de x. Esta excepción corresponde al Padre mítico de la horda primitiva, o sea, el que escapa a la castración, el que goza de todas las mujeres. Y que, a partir de su asesinato, todos los hijos quedarían regidos por la ley. Por eso, el todo y la excepción están inextricablemente unidos. Es lo que constituye la clase “el hombre”.

Del lado femenino: No existe un x, que no fi de x. Lacan sostiene que por el hecho de no constituir una clase, no se puede, en psicoanálisis, escribir “LA” mujer, sólo es posible hacerlo como LA (/), tachada. De ahí que apareciera “la mujer, no existe”. Esta es la manera que tienen las mujeres de colocarse bajo la ley del falo: mediante el uso de la inexistencia introducida como negación de la existencia.

Para no todo x, fi de x. En una mujer, no todo cae bajo la ley del falo. Algo en una mujer se muestra como un goce Otro, como un Otro goce, un goce que no se puede decir, a diferencia del goce fálico que sí puede decirse. En este caso, es el goce Otro el que tiene por límite a la función fálica: es un goce más allá del falo, pero referido a él. No-todo en una mujer, se rige por la ley del falo. La mujer, no-toda es, es decir, lo son una por una (p. 122). Siempre hay algo en ellas, un goce suplementario que escapa a la subordinación del uno fálico.

Doble excepción, entonces, que nos es presentada: del lado masculino, un uno que niega la función fálica. Y del lado femenino: otro goce no-todo fálico. Esto es lo que hace que no pueda sostenerse que el lado masculino consista en la negación del lado femenino, sino que, por el contrario, uno es el obstáculo del otro, no existiendo conjunción posible entre ambos lados.

A pesar de tomar la forma aparente de una lógica proposicional, ya no se trata acá de una lógica binaria en la cual el valor se dirime en términos de verdadero o falso. En efecto, Lacan va a desarrollar un tipo de lógica modal alética que expresa la verdad mediante los términos: necesario, contingente, posible e imposible.

Adentrarse en dicha modalización lacaniana –aquella que toma la verdad no como relativa sino como incompleta, reflejada en el aforismo la verdad es no-toda, exige considerar que en cuestiones de diferencias sexuales, de actos o relaciones sexuales y en cuestiones de amor, hay cosas que se escriben y hay cosas que no se escriben (p. l25).

Si ponemos estas modalidades en conexión con las fórmulas de la sexuación, quedaría:

Lo que no cesa de escribirse, lo necesario. La diferencia sexual, es algo verdadero que está en el origen mismo de la escritura. Esa diferencia sexual, ese hecho de que hay uno y otro sexo con una relación de disyunción, es algo que no cesa de escribirse. Un sexo que se funda en al menos uno que niegue la función fálica y otro sexo que se funda en la inexistencia de alguno que niegue tal función.

Lo que no cesa de no escribirse, lo imposible. Es verdadero que no cesa de no escribirse la conjugación entre uno y otro sexo.

Lo que cesa de escribirse, lo posible. Es el referido al supuesto goce sexual absoluto, donde la función fálica está negada. Tratándose de un nivel mítico resulta, sin embargo, esencial a toda construcción. Pero, otro posible a modo de suplencia de lo que no cesa, es el amor. El amor, salta por encima de la imposibilidad merced a un cambio de registro: el amor no logra establecer la conjunción, sólo consigue enmascarar la disyunción (l. 129). Por ese motivo, se considera el amor como una falla de la verdad.

Lo que cesa de no escribirse, lo contingente. El decir contingente, es el del falo. El falo establece entre ambos sexos un goce parcial, el goce fálico, que sustituye el mítico goce sexual absoluto. Creyendo estar gozando el uno del otro en el abrazo, disfrutarán del goce de cada uno con el falo. Unos gozarán como “todo”, mientras que del otro lado, gozarán del falo bajo las especies del “no-todo”.

De hecho, la existencia del psicoanálisis mismo con su inscripción del falo como función en la historia discursiva de la humanidad fue cosa de mera contingencia. El psicoanálisis no era necesario, fue una contingencia.

Lacan en su Seminario de febrero del ´74 da una vuelta de tuerca más, al considerar necesario la identificación con uno u otro sexo. Y contingente los modos de gozar fálicos bajo el todo o el no todo.