Crónica: Adolescencia y sus vínculos: con lo social, con lo educativo, con la trangresión, con el cuerpo. Mª Cruz Fernández (Barcelona)
Este título tan largo es un intento de conversar entre varios sobre el no todo de la adolescencia. Momento especialmente incómodo no sólo para los sujetos adolescentes inmersos en él sino para los adultos que les acompañamos. Especialmente desde el quehacer de las instituciones que se ocupan de la salud física y mental, de lo educativo o de lo jurídico, se sintomatiza esta incomodidad intentando dar respuesta al asunto con campañas preventivas de todo tipo: previniendo el consumo de sustancias, los comportamientos violentos, el fracaso escolar, el riesgo de la sexualidad..., en fin un catálogo de actuaciones que toman la adolescencia como un todo compacto de riesgo generalizado que debe ser prevenido, sin apenas tiempo de detención, por ejemplo para saber de qué estamos parloteando.
Los adolescentes viven con urgencia un momento social de apogeo de la comunicación inmediata, globalización cultural, consumo de objetos, desigualdad social, prevalencia de ideales asociados a una imagen corporal de diseño, democratización de decisiones antes encargadas solo a los adultos,...
Y sin embargo, en oposición al momento social, la adolescencia requiere un tempo particular para cada sujeto, donde significar una ruptura, experiencia íntima marcada por la pubertad, por la necesidad de crearse un lugar propio a medio camino entre lo familiar y los semejantes, por la confrontación con el otro sexo...; por el apogeo del desarrollo formativo y educativo en el que está sumergido.
En el marco de la sesión clínica del Area Infanto Juvenil del Sagrat Cor de este año, hemos tomado estos ejes: la adolescencia y sus vínculos con lo social, con lo educativo, con la trangresión, con el cuerpo; para tratar de reflexionar, conversar y trabajar el no todo de la adolescencia hoy, porque es cada sujeto quien a veces habla un poco del adolescente que es o fue.
Comenzamos con la exposición de José Castillo, quien tenía a su cargo la introducción de la sesión clínica. Tituló su trabajo Física Química y realidad subjetiva. Dijo que la adolescencia es representada como el momento crepuscular, la más delicada transición, el despertar de la primavera, la metamorfosis, el periodo de latencia en donde un sujeto deja su cuerpo de niño y necesita nuevas palabras para hablarse
Añadió que la serie de televisión usa el título para no decir nada de física y química y que más bien muestra la enorme pregnancia que desempeña el lenguaje en el malentendido de los vínculos (...) entre cuerpos sexuados que se redescubren, que no saben si son hombres o mujeres o los llamados queer. Enredos y desenredos entre profesores y alumnos donde el saber es favorecido si el vínculo lo permite.
Por otra parte la serie enseña como en la adolescencia el lenguaje, los cambios del cuerpo y las formas de vinculación están altamente comprometidos.
A continuación dio paso a los siguientes trabajos enmarcándolos en un intento de reflexión, análisis y construcción de casos que interrogan lo real del cuerpo en la adolescencia, señalando que el actuar adolescente hace existir la figura de una ley feroz a falta de un deseo regulador que logre conciliar deseo y ley.
Roger Ballesca inició su exposición buscando las raíces etimológicas de los términos, transición y transgresión. Transgresión proviene de los términos latinos trans (más allá, al otro lado) y gradior (ir, andar) siendo entonces su traducción literal algo parecido a ir más allá, pasar al otro lado, atravesar...
Así que, en un sentido estricto podríamos incluso llegar a decir que la adolescencia, en sí misma, supone una transgresión... Transición entre la infancia y la vida adulta pero, podemos pensar y preguntarnos sobre la relación que existe entre la adolescencia como transición y la transgresión en la adolescencia.
Sendos conceptos tienen que ver con el traspasar una frontera, un límite, pero mientras que la transición es definida por la RAE como la acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro, la transgresión es descrita con un matiz muy distinto, puesto que transgredir significa no sólo ir de un lado a otro, no sólo pasar, sino más bien sobrepasar..., ir más allá (pasarse de frenada diría algún adolescente, o irse de la olla diría algún otro...).
La transición es propia y definitoria de la adolescencia; la transgresión, sin ser absolutamente necesaria, puesto que no todos los adolescentes han de ser transgresores, sí es tomada por el adolescente como una herramienta, como un objeto con el que se relaciona y que usa para múltiples propósitos, todos ellos relacionados, de una forma u otra, con el momento vital por el que transita y, a menudo, como una llamada al otro.
Roger puso varios ejemplos clínicos que ilustraban su exposición para terminar diciendo que las transgresiones del adolescente pueden ser también leídas e interpretadas desde un plano subjetivo (...) Nuestra labor, entonces, no es tanto la de juzgar la transgresión desde lo normativo, sino ir más allá para poder desvelar lo que nos comunica el sujeto con sus acciones
A continuación Soledad Bertrán comenzó su exposición diciendo que las observaciones de Violeta Núñez constituyen un marco de referencia en el momento de abordar uno de los vínculos de los adolescentes: el educativo.
En el texto Reinventar el vínculo educativo: aportaciones de la Pedagogía Social y del Psicoanálisis, la pedagoga sostiene que la laboriosa tarea de transmisión de datos culturales se relega, por no decir que se proscribe, en nombre de las tecnologías de la información y de la comunicación. Prima la falsa certeza de que es posible aprender en el vacío, aprender sin memorizar, aprender sin esfuerzo, aprender sin trabajar, aprender sin registrar. Absurdo pedagógico que hoy suele condensarse en el estribillo aprender a aprender...
La educación entonces, que sólo puede sostenerse en la trama de los aprendizajes, queda girando en un vacío que se pretende rellenar a fuerza de entretenimientos. Y es allí desde donde se dispara la violencia. La violencia de los recién llegados ante un mundo que se les aparece como irremediablemente ajeno. Un mundo que los adultos no se afanan en transmitir. Violencia que pasa a ser la queja principal, sin ver que es efecto de la renuencia, por parte de los adultos, al ejercicio de la función civilizadora.
Los lazos con el saber cultural se han aflojado, pero queda el deseo del enseñante, que cuando se pone en juego puede suscitar el deseo de aprender en el adolescente... A uno de los pacientes del Hospital de Día, el instituto, se le hace un lugar a menudo insoportable, pero cuando le proponemos descompletar su horario, exige que algunas clases sean preservadas, nos aclara que el profesor de música puede acoger su particularidad y sus producciones, sin pretender que toda la clase aprenda lo mismo; por ello puede estar tranquilo en sus clases, y desear asistir a ellas, cuando se le da la oportunidad de no hacerlo.
En otro caso, el paciente no puede ni probablemente podrá ir nunca a un instituto, y sólo tiene 13 años; en el aula del Hospital de Día apenas trabajamos contenidos educativos curriculares, pues él pone un límite ante lo que no entiende, pero aporta su solución: el mundo de la informática y la electrónica a través de los robots que trae al aula para enseñarme cómo funcionan. Y ahí aparece otro reto: dejarse enseñar por los alumnos, sosteniendo y ensalzando el particular lazo con el saber que mantengan.
Por último Alberto Valentinuzzi tenía a su cargo conversar sobre la adolescencia y los vínculos con el cuerpo. Introdujo su exposición diciendo que La figura de la bella metamorfosis, la del pasaje de la crisálida a mariposa, no encaja; la experiencia clínica nos lo demuestra. Para ser más contundentes, podemos recurrir a la literatura, y pensar en los cambios del adolescente en una analogía kafkiana: metamorfosis hacia un ser informe e irreconocible para sí mismo y para los otros, algo radicalmente extraño.
Si la infancia nos orienta sobre los modos en que el niño se las arregla para encontrar un modo de estar en el mundo habitando un cuerpo, es decir, dar un tratamiento de las pulsiones, la adolescencia viene allí a poner en cuestión esos modos.
A continuación Alberto pasó a exponer un caso de un paciente del Hospital de Día que introdujo mediante un título Un cuerpo desbordado y unas preguntas: ¿Cómo hacer cuando lo pulsional excede todo el ordenamiento de las relaciones del sujeto con su entorno?, ¿qué sucede cuando en lugar de las identificaciones y sus posibles variaciones el sujeto queda nombrado unívocamente en un significante?
El motivo de derivación del paciente se enuncia como una pérdida de la escolarización y dificultades conductuales graves en el seno familiar. A sus trece años, no hay regulación válida de los hábitos básicos: vuelve a su casa tarde por la noche y se va enseguida de despertarse, no al instituto sino a la calle; no se queda a comer, baja de peso por estar siempre fuera y comer cualquier cosa en cualquier sitio. Cuando regresa se producen las peleas.
Consiente a su ingreso y se hace presente en el hospital a través de los ruidos: cuando está inquieto toda una cacofonía variable permite saber dónde se encuentra en cada momento. Esta sonoridad siempre lo ha acompañado bajo el diagnóstico de 'tics'. Se trata de algo inconsistente en el tiempo y por su carácter mimético es interpretado como una burla, aunque puede describirse por su vertiente metonímica: fácilmente toma prestado de sus semejantes onomatopeyas que reproducirá de manera repetitiva sin poder detenerse...
Su modo de estar con los semejantes es particularmente difícil (...) intentamos regular estos encuentros para que no quede atrapado entre el desborde pulsional o el desprecio.
Su preocupación por el cuerpo está siempre presente; primero come sin parar todo lo que se le ofrece, prueba como una novedad cada plato (es casi un festejo) , luego empieza preocuparse por su figura y por engordar: entonces come menos.
Paralelamente al tratamiento abrimos la cuestión del recorrido escolar, ofreciendo un cambio de instituto y de pueblo para quitar consistencia a la cuestión de la marginalidad con la que circulaba. Creamos un horario descompletado también en la escuela, para intentar articular las dos instituciones.
Luego de un año ingresado en el HD constatamos que la precariedad del vínculo es lo que se repite: los lugares caen una y otra vez.
Como saldo del recorrido podemos pensar en la separación, al menos por momentos, del lugar de caso perdido en que la familia y algunos otros adultos lo ubicaban.
Este encuentro con lugares en los que puede estar y regresar producen cierta calma, ya no hay grandes peleas en la casa, sigue entrando y saliendo de la casa pero se autorregula, no transgrede las normas que enloquecen al otro familiar
El trabajo de Alberto puso punto final a las presentaciones y dio paso al debate en la Sesión Clínica.
Françoise Doltó se pregunta en el libro La Causa de los Adolescentes cómo acompañar al adolescente en lo que llama la muerte de su infancia. Pregunta y enunciado que ponen en evidencia que la transición adolescente posee una particularidad imposible de zanjar con protocolos o prevenciones para todos.
Queda la vía subjetiva abierta por Sigmund Freud, que elucida, para los que acompañamos al sujeto - si consiente, esa delicada transición. Y en esto trabajamos...