Cartas de aLmor. Aperiódico de las XI Jornadas de la ELP Nº 5. Eugenio Castro, Anna Aromí, Patrick Monribot, Enrique Rivas.

EDITO
Eugenio Castro

0.- Se ve por estas cuatro Cartas de aLmor que al psicoanálisis se llega como a Roma, por casi todos los caminos: por darse de bruces con el amor, por haberlo descuidado, por perderse al perderlo, por roñosamente amar o por ternura en demasía, por tenerlo encima 24 horas o por su aparición de higos a brevas. Tal fuere que todo laberinto amoroso es propicio para el diván, tienen una hermandad "de seu", dicen los gallegos.

Parece que “amor con amor se paga”, mas en el equívoco de este refrán se muestra su faz de imposible. Recíproco no es correspondido. Pagar no es corresponder y quien no paga el precio sigue gozando pero de mala manera. Sócrates no llegó a ser psicoanalista por no hacérselas pagar a Alcibíades. Lo frenó hasta donde pudo, pero Sócrates tenía algunos problemas con el dinero aunque en el momento de su muerte al fin cayó de la burra: "Acuérdate que debemos dos gallos a Esculapio".

1-. En el diálogo platónico “Alcibíades o de la naturaleza del hombre”, Sócrates trata de que Alcibíades elija entre la hombría o la muerte. Que si desvaría es porque no sabe que hay un saber que sabe sin saber. Le insiste que tiene que prepararse para no ejercer el poder a su antojo. Por un momento Alcibíades siente vergüenza de su ignorancia. Sócrates le dice como de pasada que “conviene que el perverso obedezca porque sería mejor para él”. Trata de imbuirlo del “amor alado” de la cigüeña para que pueda después volar solo.

De nada le sirvió a Sócrates la equívoca interpretación de que el agalma del amor estaba en Agatón. “Agatón” en griego es “bueno, noble”, pero la ambigüedad estaba en que dicho personaje era feo y cojo, es decir nada virtuoso. Pero esa interpretación le pasó a Alcibíades como agua en plumas de un pato. Y acabó como Sócrates barruntaba, ejerciendo el poder perversamente. No quiso enamorarse de su inconsciente y no llegó al tres, se quedó en el dos de la violencia y el “deliryo”. Descolló, pero d' escoló de la Escuela de Sócrates y esa fue su perdición.

Se ve en estas Cartas de aLmor que el amor de la Escuela es imprescindible para no errar demasiado.

2-. El amor de la Escuela como muestran Patrick-Ana-Enrique implica un amor por lo real que “no es activo sino a partir de reglas” (Seminario XXI de Lacan), reglas de juego que implican el inconsciente. Lacan empezó e creer en el inconsciente con su tesis doctoral para concluir que esa tan rica psiquiatría francesa y alemana de la época tenía un impasse y se imponía cambiar de discurso. Es en ese cambio de discurso en donde aparece un amor nuevo, un amor al inconsciente que alcanza aquello a lo que aspira el amor y en el que triunfa el psicoanálisis: Hacer de dos sentidos un Uno pero equívoco. Va más allá del dos de Badiou porque ese uno que es el equívoco es un tres. En Lacan (2=1 v 3) = (2 v 1 ) = (2 v 3) cifra del amor en el Seminario XXI.

3.- La Carta de aLmor de Isabelle Durand es apasionante en su recorrido, por los laberintos del amor en Proust, Bataille, y en Catherine Millot por su libro “Oh soledad” en donde se capta que conocer el amor no es nada divertido y tampoco su soledad en donde se está en el lugar del vacío como una mística laica de este siglo, sin Otro.

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FLECHAZO
Anna Aromí

La sala donde se encontraron todos era amplia y tenía luz natural*. Algunos de afuera pedimos permiso para sentarnos entre ellos y nos lo concedieron sin dificultad.

Apagados los murmullos, empezaron a hablar los responsables. Explicaron qué habían hecho y porqué, con detalles, bien explicado, para que todos entendieran. También explicaron cuánto había costado cada cosa. Después desgranaron, despacio, los problemas del momento, qué está pasando y porqué, planteando posibles caminos. La sala escuchaba, atenta.

Cuando la palabra circuló, alguien intervino sobre el tema de los CPCT (1) y dijo algo que me dejó estupefacta por su claridad. Después de detallar las peripecias de encontrar un local adecuado a la nueva época del CPCT de París, dijo que si los psicoanalistas podemos ser considerados de “Utilidad Pública” es por sostener el discurso que sostenemos, y no por hacer concesiones a los políticos ni a los gestores. En Barcelona, en esos días, habíamos llegado a este mismo punto.

Otro ejemplo de claridad fue cuando alguien pudo afirmar, con la fuerza de los hechos, que los ataques al psicoanálisis no son necesariamente algo negativo, porque constituyen una oportunidad para hablar con los políticos y hacerse escuchar por ellos (2). El discurso analítico es esto: no decir que vamos a hacer algo en lo que no creemos, sino decir sin reservas aquello que tenemos para decir.

Después ocurrió la escena del flechazo. Como cualquier trauma que se precie ocurrió en dos tiempos.

Primer tiempo: alguien llama, a la guerra, guerra.

Europa está como está, es decir, mal, y ahora incluso en Argentina, país del psicoanálisis, se proponen leyes en el campo de la salud mental que dificultarán, si es que no lo impiden, la participación de psicoanalistas en este campo… ¿No es urgente pasar de una política defensiva a otra ofensiva? (3).

Y esto, ¿cómo se podría hacer? Más allá de la oposición defensa-ataque, lo importante es percibir que el momento requiere de la interpretación(4). Es necesario que los analistas formados en la Orientación Lacaniana se apliquen en interpretar el malestar contemporáneo, que se hagan presentes interpelando a esta civilización, cada vez menos civilizada (5).

Micros circulando, debate, intervenciones más o menos acaloradas. ¿Hay que responder, como hasta ahora, a los ataques contra el psicoanálisis?, ¿o los analistas tendrían que tomar la iniciativa? Para unos ni hablar de guerra; para otros, dónde hay que apuntarse… Todo un poco embrollado. A seguir conversando. No me acuerdo de cómo terminó, no creo que terminara, el tema en todo caso. La reunión sí, acabó con las últimas informaciones, las votaciones, los merecidos aplausos y la invitación al cocktail.

En el cocktail los colegas estaban contentos, la Asamblea había resultado viva, vibrante, pero yo me sentía incómoda, incapaz de concentrarme en las conversaciones, algo se me escapaba… Subí al fumadero. Allí, en la penumbra de la calle, percibí mejor los contornos de lo ocurrido. Segundo momento del trauma.

Y lo ocurrido es que acababa de asistir, in situ, a un momento de giro. Una voz había irrumpido como un trueno, había caído como una piedra en un estanque... Y sus ondas, expandidas, ampliadas, habían circulado por la sala, resonando en algunos cuerpos, encontrando palabras a favor o en contra, es lo de menos, las ideas habían rebotado unas con otras formando un hilo. Un hilo que antes no estaba allí.

¡Amo esta Escuela!, pensé. Amo a la Escuela (se llame ELP, ECF, EU…, sus sustancias episódicas) cuando en ella reverbera lo que aparece como raro, difícil, disonante… ¿Cómo no voy a amarla cuando actualiza la razón misma por la que quise entrar en ella? Y no sólo en ella, también en el psicoanálisis. Entré en el psicoanálisis porque era el lugar que se ofrecía para alojar y dar dignidad a la rareza subjetiva, a lo que no tiene forma de encontrar otro alojo. Por eso la Escuela, como el analista según Lacan, seguramente ha de tener mamas, pero me parece muy importante que tenga cintura. Movimiento. Agilidad. Capacidad de respuesta. Discernimiento para que lo raro no sea rechazado, lo diferente no sea anulado.

Entonces, cuando la Escuela puede girar sobre sí misma, o sencillamente ceder el paso o la palabra, es cuando puede producirse un cambio de discurso. Y es apasionante verlo, leerlo, y quedar de esta manera incluido en ese movimiento giratorio.

Es el giro lo que produce el amor. El cambio de discurso es signo de amor, dice Lacan. Es la danza de los elementos, que no están fijos, que no están clavados en un lugar ni para siempre. Esto da una idea de lo que se puede esperar que el psicoanálisis desplace… En lo subjetivo y en lo social.

Cuando volví a los canapés había recuperado la alegría. Además, había encontrado el tema de mi carta de aLmor para las Jornadas de la ELP.

Al salir, ya de noche, las miles de pequeñas luces de la Torre Eiffel iluminaron un buen trecho del camino de regreso.
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* Texto inspirado en el desarrollo de la Asamblea General de la ECF realizada en París el 5 de octubre de 2012.

Notas:

(1) En este sentido intervinieron entre otras personas, si mi recuerdo es bueno,
Lilia Majhoub y Estela Solano.
(2) Afirmación de Gil Caroz, quien ha dado pruebas fundadas de ello.
(3) Hugo Freda sostuvo este punto sin denuedo.
(4) Jacques-Alain Miller acentuó la importancia de interpretar el malestar.
(5) Expresión de Laure Naveau.

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ESCUELA Y FEMINIDAD DESPUÉS DEL PASE
Patrick Monribot

No es banal que un sujeto que fue empujado al análisis por un impasse con una mujer, pueda un día concluirlo por un pase con una Escuela.

Diversos textos difundidos desde hace varios años por internet convergen en el punto en que la Escuela se hace sujeto, “sujeto de pensamientos”. Miquel Bassols(1) recordaba la cita de los Escritos de Lacan en la que “lo colectivo no es nada, sino el sujeto de lo individual”(2). Es a este título que su experiencia puede y debe ser analizada.

En esta línea, situaré al “sujeto Escuela” del lado femenino de las fórmulas de la sexuación. En efecto, hay un vínculo entre Escuela y feminidad que no es meramente literario o alegórico sino que deriva de un parentesco estructural.

El corazón de la Escuela no es el Nombre-del-Padre, ni el Falo totalizante, sino el vacío del S(A tachado). Esta proximidad con el “no-todo” es un punto de afinidad esencial con la posición femenina.

Tratándose del “no-todo”, J.-A. Miller escribió en “Orage et colombe” que lo éxtimo “introduce con él el no-todo”(3) y así “excepcionaliza”. Retengamos este término para extraer las consecuencias y deduzcamos que el Analista de la Escuela (AE), por su función éxtima, es un pasador de “no-todo”, lo que igualmente lo anuda a la cuestión femenina.

Hay, pues, por resonancia del “no-todo”, un tropismo, o una equivalencia, entre lo real que centra la Escuela y aquel que especifica su Analista (AE).

Me ha ocurrido clínicamente que el vínculo del sujeto a la Escuela está estrechamente ligado a la manera en que ha podido arreglárselas con una mujer en la cura, con la feminidad incluso. Quiero explicitar este punto a partir de un pase de hombre, ya que tiene consecuencias políticas.

Ese sujeto masculino pretendía amar a las mujeres. Un sueño de analizante desanuda el punto de vista del fantasma: controlar fálicamente el goce de una mujer y convertirse en espectador.

Otro sueño pre-conclusivo lo desaloja más tarde de esa posición. Se da cuenta de la superchería: su pareja sexual se revela como un ensamblaje compuesto de partes de cuerpos de diferentes mujeres. Intentaba en vano escribir La mujer, para reflejar la relación sexual. Este sueño lo despertará pero no solamente del sueño de esa noche. Se produjo el levantamiento del desmentido que se oponía a la existencia de La mujer; tendrá que reconsiderar lo que llama “el amor”.

Se dio cuenta, especialmente, de que su “amor” por las mujeres, no solamente objetaba al amor por una mujer, sino que enmascaraba un odio del que no quería saber nada. Este odio responde a dos puntos lógicos en la estructura:

1) En primer lugar forma parte del objeto a: en este caso, el cuerpo femenino fetichizado a trozos. A propósito De un discurso que no fuera del semblante, Lacan precisa: “Para que un racismo se constituya, no se necesita ninguna ideología de idealización de la raza, “basta un plus-de-gozar que se reconozca como tal”(5). Así, el racismo antifemenino es correlativo a la fetichización del cuerpo femenino, impuesto por la lógica del fantasma masculino. Esta segregación típicamente masculina tiene en opinión de Lacan en “El reverso del psicoanálisis”, el futuro asegurado: “Nunca se ha acabado del todo con la segregación. (...) Nada puede funcionar sin eso”(6). ¿Por qué? Porque el objeto a bajo una forma viviente -y como fuente del racismo-, es un efecto del lenguaje antes de toda ideología. Respecto a la feminidad, no podemos borrar la dimensión del objeto a cuando se trata de una mujer: Lacan mismo localiza el objeto a minúscula en el lado femenino de las formulas de la sexuación en el Seminario Aun (p.95), como pareja del sujeto.

2) El otro proceso causal del odio se desprende del “no-todo”. La mujer es la mejor materialización de la figura del Otro real, dotado de Otro sexo, capaz de goce Otro. Pero desgraciadamente, como podemos leer en Aún, “al hombre en cuanto provisto del órgano al que se le dice fálico, (…) el sexo corporal (…) de la mujer (…) no le dice nada”.(7) No le dice nada al hombre, ya que está fuera-del-lenguaje. Ese agujero forclusivo dentro del lenguaje se verifica en la cura”.

Es justamente ese sexo el que, por estar fuera-lenguaje, empuja al ser hablante a una carrera perdida de antemano. Lo inaprensible de ese Otro goce suscita por un lado el estrago, pero, por el otro, el agotamiento y el odio. “¿No es verdaderamente singular, enuncia Lacan en la Ética, extraño, que un ser confiese celar en el otro hasta el odio, hasta la necesidad de destruirlo, lo que no es capaz de aprehender de modo alguno, por ninguna vía intuitiva?”(8)

El goce femenino se escapa a la vara de medir del falo: debido a ese más allá hay en el neurótico un verdadero odio del “no-todo” que vale tanto para hombres como para mujeres, aunque habría que hacer una clínica diferencial según los sexos.

Estas dos raíces del odio requieren un tratamiento analítico, asimilable a un doble gesto de cirujano:

-En primer lugar, la “desfetichización” del objeto clavado en el fantasma, -el fetiche.

-Luego, una abertura sobre el “no-todo” y sus efectos de contingencia, lo que sólo es concebible a partir de la barra sobre el Otro. Dicho de otra manera, la extracción del objeto causa –aquí la mirada-, fuera del campo del Otro, es un requisito previo absolutamente necesario para la consideración del “no-todo”, como nueva condición de amor. El tratamiento del objeto es una condición del acercamiento al A barrado en el análisis.

De ello se desprende que la causa del deseo en el analista ya no es el objeto a, sino un límite encontrado y producido en la cura, es decir, citando a Lacan: “lo imposible de decir todo lo verdadero” sobre lo sexual -S(A).

Este tratamiento analítico del odio a las mujeres tiene una incidencia colectiva: es una medida de higiene pública que trastorna el vínculo libidinal a la Escuela.

No olvidemos -es una fórmula de J.-A. Miller- que la Escuela es “una realidad libidinal”(10). La libido hace centellear el agalma focalizado sobre su objeto. He ahí lo que nos introduce en una erótica de la Escuela. Pero ella se cobra las vicisitudes de “la laminilla”. En efecto, Freud hacía de “la viscosidad de la libido” una resistencia al análisis(11). Fuera de la cura, es también la fuerza viscosa que cementa la Mutua, la SAMCDA(12) que denunciaba Lacan. Ésta asunción en masa de la libido responde a una fetichización de la Escuela. Es la Escuela por el fantasma. Se la quiere, seguro, pero al precio de idealizarla con una mirada cautiva, propia del “efecto hipnótico de estar juntos”, según una fórmula de Eric Laurent.

Entonces, los indicios clínicos florecen: adormecimiento en unos; tendencia de otros a reaccionar “como un solo hombre” -hay que decirlo- sin tiempo para comprender; o incluso, la inmediata conversión de una idea interesante en eslogan tan inmediatamente exaltada y rápidamente parafraseada; y sin duda muchos otros avatares de la idealización. Ahora bien, si consideramos la Escuela bajo el ángulo de su feminidad, esa ya no es la mejor manera de amarla. A una mujer hay que hablarle y seguir hablándole, en nuestro nombre si es posible. Lo necesita para desear puesto que eso nos revela faltantes y deseantes. Esa erotomanía estructural tiene en cuenta la barra sobre el Otro y también es válida para una Escuela: hablemos pues a la Escuela, pero de la buena manera, sin verborrea. Esa es la razón de ser de las Conversaciones o de las Jornadas.

Sin embargo, la operación de “desfetichización” de la Escuela no es suficiente. Como hemos visto, hace falta una relación de apertura al “no-todo”, una incisión hacia lo real. La escuela también está construida alrededor de un agujero en el saber –un “famoso agujero” dirá Lacan (13), perfectamente impensable”. La cura, y sólo la cura, permite no sólo pensarlo, sino pensar en ello, afrontarlo como el límite donde se reanuda el vínculo sintomático con la Escuela.

Así pues, ¿qué amor por la Escuela, y qué amor después del pase?

J.-A. Miller recordaba en su curso que “uno ama en la medida en que uno sigue siendo un misterio para sí mismo”(14). Después de la cura, ese misterio ya no espera las respuestas del sujeto supuesto saber. Ya no es empuje-a-la- suposición sino empuje-a-la invención. Esto quiere decir que un amor que no funciona como tapa-agujero, es un trabajo de invención impuesto por la necesidad sintomática. Y esto vale tanto dirigido a una mujer como a una Escuela. El “no cesa” de lo necesario implica, como en el amor, una transferencia móvil y nunca adquirida, renovada, es decir, siempre en duelo de sí misma. Es una manera de decir que no amamos a la Escuela “de una vez por todas”. A mi juicio, eso es “el trabajo enamorado”(15), retomando -y desviando- una expresión de Roland Barthes.

Ese trabajo enamorado es el del encuentro. En Los desengañados se engañan…”, Lacan propone inventar las reglas del juego de un amor “que servirá a algo un tanto civilizado”(16), y un poco menos al imperativo del goce. ¿Qué hay de más civilizado que la transmisión del Discurso analítico? Un trabajo como ese no puede ser otro que el de anudar o trenzar, ya que se trata de hacer punto, de tejer las mallas necesarias para tramar lo real. No es seguro que lo hayamos conseguido. Pero eso no impide intentarlo.

Así, el pasante que ha demostrado “la no escritura” de La mujer, tendrá que tejer lo que es una mujer para él, y que responder de su goce. Hay que construir una mujer allí donde “La” mujer no existe. Es un modo de bordear el goce femenino sin destruirlo y sin desmentirlo. En realidad, ese trabajo es una parte de la elaboración de cada A.E.

¡Pues bien!, de la misma manera, tiene a su cargo construir, moldear a la medida lo que es, para él, una Escuela. Interpretar la Escuela también es inventarla. Es una respuesta a lo que en el análisis es imposible de construir, como el síntoma. De manera que inventar la Escuela, es sintomatizarla e incluirla en la alquimia de un final de la cura.

El A.E., que “excepcionaliza” es entonces aquel que hace valer la excepción, no la suya, puramente topológica, ni la excepción paterna, bajo el principio de las cofradías segregadoras, sino la de la Escuela que no es ajena a la excepción femenina.

Ese pasaje a una nueva erótica “libidiniza” la causa en detrimento del plus-de-goce. Autoriza una versión moderna del amor cortés, que sería “el amor crítico”, es decir, no sin crisis.

¿Eso no es una alternativa al odio liquidador?

¿No tenemos ahí una mínima condición para interpretar la Escuela, “destotalizarla”, hacerla vacilar, agujerearla, pero sin jamás romperla?

(Traducción realizada por Francisco Hernández Díaz, socio de la sede de Valencia y revisada por Julia Gutierrez).
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Notas:
1) M. Bassols, “Intervention sur l’Ecole”, LA QUOTIDIENNE, nº 8, 15/06/2000,amp-messager.
2) J. Lacan, « Le temps logique et l’assertion de certitude anticipée », Ecrits, Seuil, Paris 1966, p.213. (En la edición española, Tomo 1, p. 203)
3) J.A. Miller, « Orage et colombe », 17 juin 2000, ecf-débats.
4) E. Laurent, « Les usages de l’A.E. » LA QUOTIDIENNE nº 12, 21/o6/2000, amp-messager.
5) J. Lacan, Livre XVIII, D’un discours qui ne serait pas du semblant, Seuil, Paris 2007, p.30. (En la edición española, p.29)
6) J. Lacan, Livre XVII, L’envers de la psychanalyse, Paris 1975, p.208 (En la edición española, p.193.)
7) J. Lacan, Livre XX, Encore , Seuil, Paris 1975, p.13 (En la edición española, p. 15)
8) J. Lacan, Livre VII, L’éthique de la psychanalyse, Seuil, Paris, 1986, p.278 (En la edición española, p.285-286)
9) J. Lacan, op. cité, p.87 (En la edición española, p.114)
10) J.A: Miller “La declaration de l’Ecole Une” document E.C.F., 25/01/2000, p. 10.
11) S. Freud, « L’analyse finie et l’analyse sans fin », Résultats, idées, problèmes II, P.U.F., Paris, 1985, p.256.
12) J. Lacan, Television, Seuil, Paris, 1974, p.33.
(En la edición española, Editorial Anagrama, p.100
13) J. Lacan, Livre XXI, « Les non-dupes errent », inédit, leçon du 09/04/ 1974.
14) J.A.Miller, « Les us du laps », Cours « L’orientation lacanienne’, Paris, 1999-2000, inédit.
15) R. Barthes, Fragments d’un discours amoureux, Seuil, Paris,1977, p-8.
16) J.Lacan, Livre XXI, op. cité, lechón du 12/031974

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EL AMOR AL SÍNTOMA, UN AMOR IRREDUCTIBLE
Enrique Rivas

El amor al síntoma o la pasión por el síntoma, desde la perspectiva de la experiencia psicoanalítica, es equiparable al amor de transferencia, por donde discurre la palabra del analizante. Es un amor que funde el síntoma al “nuevo amor que implica la transferencia”, aunque aun no se haya explicitado en toda su dimensión o extensión la estructura y la naturaleza del síntoma. Una vez instalado el sujeto supuesto saber, ese nuevo amor discurrirá silencioso por los caminos del discurso que emerge de la experiencia analítica, aspirando también silente a atrapar las claves de aquello que constituyó la esencia de lo que mortifica al sujeto y a su vez es la esencia de la verdad que sostiene la existencia del mismo.

Es lo real que subyace en el síntoma lo que orienta la vida sintomática del analizante, por lo que no estará dispuesto a renunciar al mismo. Aunque lo ilumine con nuevas formas de inventar lo mas creativo de la dimensión sintomática de su ser parlante y actuante. Es decir, con su síntoma una vez vislumbrado su fantasma, amalgamando los significantes a su goce, el sujeto seguirá los surcos marcados por el amor de transferencia, pero sembrándolos de la semilla que se fue desprendiendo del nuevo amor que enlazó al goce con el significante a lo largo de la cura.

Por ello le será también difícil renunciar a la transferencia en la que obtuvo la garantía del desvelamiento de la naturaleza del síntoma que le dio su ser.

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Edición de cartas de aLmor: Oscar Ventura. o.ventura@arrakis.es