DE "LA GUERRA DE LOS MUNDOS" AL PROGENITOR A y PROGENITOR B . 2ª parte -Final-. Por José Manuel Álvarez (Barcelona)

-Clikeando aquí encontrará la primera parte de este post-

La Guerra de los Mundos escenifica, no sin ironía, el infierno del fin de semana del moderno padre separado, trabajador y cansado, que tiene como misión imposible devolver íntegros a sus propios hijos a su ex mujer el domingo por la noche... (Mejor dicho, a lo que queda en la actualidad de una mujer separada: un cruel y exigentísimo superyó...).

Pero también es la respuesta spielbergiana a la supuesta guerra de civilizaciones de Huntington; la que propaga a grito pelado el ideario destructor del actual Thank Thing de la Casa Blanca y su política respecto a la verdadera arma de destrucción masiva a la que toda la civilización se ha vuelto extraordinariamente adicta: el petróleo. En efecto, nos alerta Spielberg, se trata de que en nuestra más recóndita extimidad se aloja una maquinaria infernal que, conectada y activada con según qué discursos, tomará la deriva de la destrucción, la masacre y el exterminio del otro, como si fuese ese capítulo siempre inacabado del nazismo… Ante tal, Spielberg nos propone un remedio que no apela al saber perdido del padre embalsamado, sino al saber del padre depositado en lo real de las bacterias y los virus: “Desde el momento en el que los invasores respiraron nuestro aire, comieron y bebieron, estuvieron condenados. Tras fracasar las armas y los recursos del hombre, fueron reducidos y destruidos por las criaturas más diminutas que Dios, en su sabiduría, puso sobre la Tierra”.

“La Guerra de los Mundos” se sitúa así en la serie de una pequeña catarata de filmes que, justo desde finales del siglo pasado exploran la supuesta declinación paterna y sus consecuencias, mostrando una paleta de imágenes del padre que van desde la impotencia hasta la más estrambótica degradación. (cf. Celebration). Sin embargo, no ha sido sino una película salida de la factoría PIXAR la que, cual dardo afilado y envenenado, propone otra sutil lectura de la tan mentada declinación. En efecto, el film Los Increíbles comienza poniendo en escena el pedido de un muchacho en ser adoptado por un Superhéroe –Mr. Increíble–, y la respuesta de éste no es sino una especie de déjame en paz, un jódete fundamental, que deja tirado y en ridículo al pobre muchacho.

Naturalmente el retorno vengativo del acto paterno no se hace esperar: por un lado, los ciudadanos interponen denuncias por daños físicos y psicológicos después de ser salvados, –incluso de muerte segura–, por cualquiera de los Superhéroes; por lo que el Gobierno se ve en la obligación de retirarlos y darles otra identidad prohibiéndoles incluso ejercer sus poderes. Y, por otro, aquel muchacho rechazado y humillado se convierte en un diabólico inventor de Súper-Robots con los que va exterminando a todos y cada uno de los Superhéroes retirados, hasta llegar a capturar a toda la familia de Los Increíbles que protagonizan la historia.

La escena cumbre de la película descansa en un diálogo en el que, en unas pocas líneas, están condensados todos nuestros sesudos debates sobre la nueva articulación y los nuevos efectos subjetivos derivados del ascenso al cenit social de los objetos de consumo producidos por la industria, y el reinado del ideal consumista; es decir, el reinado de la mirada a martillazos de las leyes del mercado que ha venido a sustituir a la voz del trueno de los ideales paternos.

Síndrome: El robot hará una aparición espectacular destrozándolo todo; habrá miles de personas histéricas…; y cuando hayan perdido toda esperanza, yo los salvaré a todos. Seré mejor héroe de lo que jamás has sido tú.

Mr. Increíble: ¿De verdad que has eliminado a héroes reales sólo para parecer uno de ellos?

Síndrome: Yo también soy real, tanto que te he vencido y lo he conseguido sin tus magníficos dones y sin tus superpoderes. Yo les daré heroicidades, haré las hazañas más espectaculares que se hayan visto nunca; y cuando ya no pueda divertirme más, venderé mis inventos para que todos puedan ser Superhéroes: no habrá excepciones, todos podrán… Y cuando todo el mundo sea Súper, ¡ja, ja, ja!, nadie lo será…

El Progenitor A y el Progenitor B

A partir de aquí, ¿por qué tendría que extrañarnos que en sitios web de talante conservador se hagan cruces y se rasguen las vestiduras porque nuestro rutilante Gobierno –ese que se arroja en los peludos brazos del Proyecto Gran Simio–, no se le haya ocurrido otra que pergeñar, a tontas y a locas, una nueva ley donde se promulga que en el caso de parejas homosexuales adoptantes, la figura del padre y de la madre queda derogada para dar paso a la siguiente nominación: Progenitor A, –que sustituye al pobre padre–, y Progenitor B –que sustituye a la pobre madre...? Ni que decir tiene que el colectivo de lesbianas ya ha estampado el grito en el cielo al considerarse discriminadas por el significante progenitor (que es masculino). Y los grupos conservadores y los defensores de las leyes presuntamente naturales les han hecho coro en sentido inverso, pues si por ellos fuese con gusto irían a pegarle fuego al Parlamento con sus diputados dentro...

La cuestión que interesa es que nadie, a excepción de esos grupos, ha prestado atención a esa reglamentación que tiene rango de ley. Esto es bien extraño, ya que nominar a aquellos que (por declararse homosexuales) desean adoptar un hijo, como Progenitor A y Progenitor B, no sólo es una enorme patraña, sino que además borra en el acto también la más leve diferencia sexual. Es el “exterminio” sexual más grande jamás inventado en nombre de lo políticamente correcto, y por eso hacen muy bien las llamadas lesbianas en reivindicar el femenino para que así al menos, y aún dejando intocado el problema de fondo, se pueda introducir en los enunciados de la ley el mínimo de diferencia sexual. Y es que no hay que olvidar que estos sujetos serán padres en tanto deseen adoptar, no porque hayan sido progenitores de nada..., es decir, serán padres en tanto habite en ellos, uno por uno, un deseo que los conecte con la filiación y que permita a esos niños recibir un lugar en ese deseo particular.

Por tanto, ¿de qué manga se habrá sacado el legislador el significante Progenitor A y Progenitor B? ¿Qué habrá querido evitar? ¿Por qué todos –menos los intolerantes de siempre–, se han cosido ojos, oídos y boca ante esta estrafalaria nominación?

Y, viviendo como vivimos en este mundo tan obsesionado por la salud de nuestros niños, ¿qué pasará con los hijos de tan estrambóticos progenitores? Algo pasará, pero nada que deba preocuparnos, porque en el fondo el legislador sabe que dentro de cada español vive alojado un pillo, un pillo que se las acaba arreglando incluso con los despropósitos de nuestra más que kafkiana Administración. Es lo que vino a escribir Enrique Vila Matas hace unas semanas: “No hay relación sexual, dijo Lacan en su momento, y causó sorpresa en el mundo civilizado (en España no hubo tal extrañeza, es decir, siguieron follando)”. Por eso se podrá verificar toda la declinación paterna que se quiera, pero de una u otra forma la cuestión del padre vuelve una y otra vez como el fantasma al pie del castillito de Elsinor. Compruébenlo si no en esta dirección www.donorsiblingregistry.com donde los hijos adoptados provenientes de donantes de semen, buscan como almas en pena a su padre biológico a partir del número asignado en el banco de esa sustancia tan singular...

¿Pero es que nunca están satisfechos estos hijos de las narices que
cuando nacen de sus propios padres se inventan historias que los sitúa en un linaje superior, –o inferior, si sus padres son de alta alcurnia? ¿Que cuando son adoptados suspiran por conocer a la madre que los donó? ¿Que cuando son inseminados no paran hasta encontrar al manirroto del padre que los depositó en aquel potecito? Pues no, porque al final de lo que uno se hace sujeto, su orientación real respecto del padre no es ni la sabiduría ni la ignorancia del padre, ni la fuerza ni la debilidad, ni lo santo ni lo perverso, ni la presencia ni la ausencia, sino su falta.

Gráficamente es lo que en la serie House, el Dr. Gregory House le dice, con ese humor vitriólico que lo caracteriza a la pizpireta de su ayudante –¡¡¡se lo dice a una mujer!!!: “Tú, sin embargo, eres como mi padre, con esa brújula moral que te obliga a decir siempre la verdad. Eso es una muy buena cualidad para presentarse a unas oposiciones a notario, pero es una muy mala cualidad para ser padre...”

José Manuel Álvarez (Barcelona)