El fracaso del principio del mercado... o Nobody’s perfect*. Miquel Bassols (Barcelona)

La teoría de la segura homeostasis de los mercados como principio regulador de la economía global se ha visto contradicha de manera radical por la actual crisis económica mundial. Se descubre de repente que no era la ley del mercado la que regulaba, aunque fuera al precio de fuertes turbulencias, la economía libidinal global. No, no era la ley de la oferta y la demanda la que daba su valor de cambio y su valor de goce a las cosas del mundo. Hay una variable que no había sido tenida en cuenta como la fundamental en los precisos análisis econométricos: la confidence, la confianza en el Otro que garantizaba esta regulación como condición necesaria para que el sistema se sostuviera..., en nada más y nada menos que en la suposición de un saber del Otro. Jacques-Alain Miller lo ha señalado de manera muy oportuna (ver en este mismo Blog-ELP el Post del 11 de Octubre de 2008) situando el punto de apoyo de la gran maquinaria económica en el vacío activo ocupado por el llamado “sujeto supuesto saber”. Es lo que los psicoanalistas aprendemos a situar en nuestra experiencia como la estructura de la transferencia.

El mundo descubre así, no sin cierta desilusión, que este “sujeto supuesto saber” estaba de hecho en el principio del gran poder de las transferencias... bancarias. Una vez sustraído este principio activo de la confidence, el edificio se derrumba con un pasmado vértigo. Los propios bancos han dejado de suponerse entre ellos este poder transferencial y los gobiernos deben hacer ahora lo posible para restaurar una confianza en el Otro como sujeto supuesto saber, garantizando así su maltrecha apariencia de solidez. En efecto, bastaba con que alguien diera una pequeña señal de alarma de que el Otro no sabía todo lo que se suponía que sabía -¿pero cuánto vale finalmente lo que tengo?-, para que el pánico se extendiera como un reguero de pólvora.

¿Y qué es lo que se supone que el Otro sabe? Las peores críticas se dirigen ahora a Alan Greenspan, el famoso ex-presidente de la Reserva Federal americana (Fed), defensor absoluto del principio homeostático del mercado. Alan Greenspan ha sido apodado como “El Oráculo” por su poder transferencial sobre el gobierno americano y sobre los propios agentes del mercado. "Tenía una forma de hablar que te hacía creer que sabía exactamente de qué estaba hablando en todo momento", decía recientemente un senador demócrata. Ante los primeros índices del desencadenamiento de la crisis, el Oráculo de la transferencia se mantenía sin embargo en su certeza afirmando: "La gestión del riesgo nunca puede alcanzar la perfección (...) Los malos son los banqueros, por cuyo interés individual había apostado en otra época". El argumento tiene su enjundia: la máquina y la ley del mercado que la regía eran buenos, el mal está en los sujetos que los han corrompido abusando de la confianza. Ya se sabe, nobody’s perfect. El parecido de Alan Greenspan con el entrañable millonario Osgood de la película Some Like It Hot (Con faldas y a lo loco) es algo más que físico. Los dos ponen punto final a la increíble trama con la misma frase: “Nadie es perfecto”. Osgood asentía así a la confesión de su pareja de que no era una mujer mientras él seguía conduciendo la lancha rumbo a una incierta luna de miel.

Greenspan argumenta igualmente el margen de riesgo en el que se movían sus decisiones. Y no le falta razón, sólo que la variable del sujeto –el sujeto del goce, diremos nosotros siguiendo la enseñanza de Lacan– era la pieza fundamental de la máquina, estaba allí como el resorte que la mantenía en marcha y como causa de todo su interés. Y se revela ahora como su verdadero saboteador inconsciente. Estaba ahí, él mismo sin saberlo, dividido en su verdadero conflicto con el objeto libidinal que se escondía bajo los velos del sujeto supuesto saber. Este objeto libidinal, verdadero resorte del mercado, es el que Freud descubrió como la causa del fracaso del llamado “principio del placer” del aparato psíquico. Si Jacques Lacan lo formalizó como el objeto a fue para situarlo como el plus de gozar que anida en toda plusvalía de mercado como el objeto fantasmático más íntimo de cada sujeto.

El principio del mercado se proponía, en realidad, como el mejor principio regulador del objeto libidinal, como la ley que distribuiría finalmente de manera más equilibrada los bienes de consumo. Más allá del principio homeostático, este objeto libidinal se revela ahora como un resto, como un puro desecho que inunda con su sinsentido el fracaso de este principio del mercado.

El saldo final no debería menospreciarse si se interpreta como conviene, con la pregunta que el objeto causa del deseo le devuelve al sujeto una vez caído el sujeto supuesto saber. Es la pregunta por la verdad de su deseo y puede enunciarse así: ¿Y qué querías de mí sin saberlo?

* From: http://miquelbassols.blogspot.com/ con la amable autorización del autor.