FREUDIANA 48. Por José Manuel Álvarez (Barcelona)


FREUDIANA 48

“Esto no los convierte en propagandistas de una nueva erótica; lo que tienen que hacer en cada caso particular —y para lo cual hay más o menos necesidad de vuestra ayuda—, es que a la espera de esa nueva erótica del cosmonauta futuro, ustedes ofrezcan soluciones artesanales.” Así plantea Lacan en el año 1967, en su Seminario La Identificación, la oferta esencial de esa praxis tan singular que es el psicoanálisis. Y el lector de Freudiana podrá comprobar hasta qué punto dicha oferta se materializa, y su lógica queda puesta de manifiesto, en los casos expuestos y elaborados en la sección La Escuela Hoy. En efecto, las soluciones encontradas por cada uno de los sujetos en el “interior” del dispositivo analítico —un simpático pero atormentado niño y su Harry Potter, un joven torturado por un dolor tan punzante como el del desamparo, un hombre angustiado y su peculiar olor, otro perseguido por figuras femeninas de un goce nocivo y perturbador, el otro trastornado por su tartamudez y escabrosos pensamientos, y aún otro con una grave depresión por no saber qué hacer con la puesta en juego de la carta del significante paterno—, son todas ellas soluciones muy alejadas de las prescritas y protocolarizadas por los stándars psicológicos, muy alejadas también de los remedios personalizados, de las recomendaciones integrales, en definitiva, del “credo de tonterías” que Jacques-Alain Miller nos recuerda en su excelente artículo Piezas sueltas en referencia a las Terapias Cognitivo-Conductuales, (TCC) —tan de moda hoy en día, y por ello mismo tan pasajeras—, y que no son sino el retorno con cara de niño bueno y ojos sanguinolentos de la más hooligan de las terapias: la conductista, la de aquellos deliciosos calambrazos y su alud de collejas de premios y castigos; por cierto, conductismo hoy tan denostado por los mismos que lo formalizaron, luego lo publicitaron y después lo practicaron con tanto deleite y fruición…
Estas soluciones artesanales tienen su sentido más profundo en el testimonio de Mauricio Tarrab “Y el soplo se vuelve signo”, en el cual se podrá leer que incluso la buena terapéutica no tiene porqué excluir ni lo más genuinamente analítico, ni lo más genuinamente humano, por ejemplo, la angustia —hoy tan odiada y rechazada—, al mismo tiempo que ayuda al sujeto a situarse ante la elección de seguir o no, repitiendo, a la par que sufriendo, el constante “(…) precipitarse a llenar el agujero que es el Otro”, dejando así la puerta abierta a otra posible relación con la contingencia; lo que puede leerse como una transformación de las relaciones del sujeto con las paradojas infernales del Superyó. Objeto bizarro, monstruo de las mil cabezas, siempre tan moderno y siempre tan rabiosamente presente en la argamasa de los pueblos, y sin el cual nada se puede entender de la sintomatología social, tal y como se podrá comprobar leyendo el exhaustivo recorrido que nos brinda el texto, La división del sujeto contra sí mismo: una contribución a la clínica del Superyó.
En efecto, la clínica del superyó es, entre otras, la conexión secreta que ordena muchos de los fenómenos que también examina con su fino humor y de manera brillante, una de las plumas más lúcidas en el campo del análisis sociológico y del reportaje periodístico de la España actual, como es la de Vicente Verdú, que en su último libro “Yo y Tú, objetos de lujo” —del cual nos complace ofrecer al lector uno de sus capítulos más atractivos, “La feminidad sin la mujer”—, plantea, ante el mar de los nuevos síntomas, una toma de posición muy lejana de la de aquellos que creen que lo real se puede prevenir e incluso curar, y extraordinariamente cercana a los que consideramos la formación de síntomas como uno de los modos de tratar lo incurable de la condición humana. Sin duda, es en esta última concepción donde el psicoanálisis asegurará su porvenir, pues tal y como señalaba Sigmund Freud: El psicoanálisis puede ayudar a la conquista progresiva de ese campo que constituye “el núcleo de nuestro ser”. Este es un trabajo de civilización y de construcción comparable al de los pólders, es decir, a la desecación de tierras que salen a la luz en el lugar donde antes sólo reinaba el mar. Por ello mismo nos sumamos a las palabras de Verdú cuando, después de describir y analizar un panorama aparentemente catastrófico, o sea, lleno a rebosar de nuevos síntomas y malestares en la civilización, concluye: “El optimismo empieza aquí: una vez agotados los discursos más tristes, las ideologías profundas, la larga cultura de la lamentación y el prestigio del martirio.”; señores, ahí queda eso.

José Manuel Álvarez (Barcelona)