La locura de la dialectización necesaria

Texto presentado en el Espacio Central de Escuela en Valencia, sobre las actividades preparatorias hacia las XXI Jornadas de la ELP.

A partir del momento en el que todo ser humano será mortificado por el significante para convertirse en un ser parlante tendrá irremediablemente que entrar en una dialéctica con el Otro que no existe, pero tendrá que hacerlo existir al menos, para advenir otra cosa de aquello que era y poder acceder a la categoría de sujeto. El troumatismo marcará su destino y lo arrojará, no a un ser ahí, al estilo heideggereano, sino a un ser dividido y en permanente dialéctica con el Otro.

Esa particular manera de ser, en falta, dividido, mortificado por el significante, troumatizado, capturado por los significantes del Otro, inmerso en un goce que lo habita en un cuerpo deseante, y condenado a transitar un fantasma para velar la falta constitutiva, no puede ser menos que enloquecedor y desde ahí se puede entender el Todos Locos1, aunque sea cada uno a su manera singular.

Este movimiento estructurante del sujeto con el Otro se sostiene por la dialectización, casi sin elección, porque cuando esta dialectización con el Otro falla o no es posible nos encontramos con la psicosis.

Pero la psicosis no es la locura. La locura es la invención, el delirio de inventarnos nuestra propia forma de gozar, en un esfuerzo para poder orientarnos en eso, para lo cual no hay manual de instrucciones posible, no hay certezas ni predicciones.

Tradicionalmente, desde Freud, el psicoanálisis ha tenido a su disposición una herramienta estándar, un recurso a la simbolización, que llamamos los Nombres del Padre.

La caída del recurso del Nombre del Padre, no solamente ha modificado la clínica, produciendo efectos de borramiento y haciendo necesario explorar y poner entre paréntesis algunas clasificaciones nosológicas, producto justamente del borramiento de la dialéctica del sujeto, sino que también ha operado sobre la incertidumbre, es decir sobre las in certezas, quizá al modo del Karamazov de Dostoyevsky cuando dice, si Dios ha muerto, todo está permitido; aunque en realidad esa muerte no abre todas las permisiones, sino más bien las cierra. Si Dios ha muerto, nada está permitido.

Nosotros sabemos que el Dios que interesa al psicoanálisis no es el Dios de los significantes, sino más bien el Dios que se conecta con el goce. A la ciencia, en cambio, le interesa el Dios de los significantes, de los significantes Amos, con el cual pretenden ordenar el mundo. El Dios de las certezas, de las verdades, el Dios que no juega a los dados.

La ciencia sin embargo entra en silencio cuando se trata de la manera que tiene el humano de hacerse con la cuestión sexual.

Ante eso se acabaron las certezas, solo queda el dogma de la estandarización. Así, en cuestiones de salud mental, las neurociencias y la psiquiatría se ofrecen para la salvaguarda normativizante del “Para Todos” al servicio de la regulación de los desórdenes, fabricando instrumentos y medios que van desde los neurolépticos hasta los cuestionarios e inventarios, que catalogan, evalúan y luego pretenden señalar los caminos del tratamiento normativizador.

Ante la caída de los Nombres del Padre y frente a la insatisfacción del sujeto, inmerso en un cuerpo que es vivido como discordante a partir de una falta de goce operado por el recorte del lenguaje, esta discordancia se presenta como el origen del malestar, por eso la mirada y la demanda del sujeto puede dirigirse a la medicina y, en este caso, a la ciencia y la psiquiatría en el campo de la salud mental, buscando los caminos de ese goce perdido y también una cierta conciliación corporal.

La psiquiatría estuvo siempre a la búsqueda de la formula precisa que recompusiera su lugar en la medicina y que funcionara como lo hizo la penicilina para la clínica médica y otorgara a los pacientes la ilusión de una promesa de curación o de desembarazarse de los síntomas o cuando no, de acceder a la felicidad. O como hace Pfeizer que ha anunciado recientemente que se encuentra investigando sobre la posibilidad de crear una vacuna única que sirva para todo tipo de bacterias o virus, inclusive para las superbacterias.

A partir de los sesenta la irrupción masiva de los neurolépticos, primero de la Clorpromazina, luego la Imipramina, el Anafranil y más tarde el Prozac, contribuyó a lo que Eric Laurent, llamó el Delirio de Normalidad2, aunque Laurent desplaza ese delirio de la psiquiatría a la burocracia sanitaria, como un modo de sustituir la disciplina psiquiátrica por la promesa burocrática.

Sin embargo, todos los esfuerzos de la tecnología científico médica en el campo de la salud mental, de que un fármaco resuelva todo, también ha caído y hace muchos años que no se ha producido la llegada de un fármaco que alimente esa esperanza.

La industria parece haber evolucionado hacia una especie de súper especialización en los antipsicóticos, diferenciando cada uno con su particularidad, que reflejan el momento en que vivimos, en que lo que busques encontrarás. Entonces se produce la llegada de algunos nuevos fármacos como la Primavanserina que actúa bloqueando los receptores de la serotonina, pero no interactúa, es decir, no antagoniza con los receptores de la dopamina y se utiliza para tratar los episodios psicóticos de los enfermos de Alzheimer y también los delirios y alucinaciones asociados con el Parquinson y otras demencias. Es decir, se utiliza para los episodios psicóticos de los no psicóticos.

Hasta ahora se consideraba que los antipsicóticos de uso generalizado podían provocar en esos casos sedaciones, caídas y un mayor riesgo de muerte. Por eso esta especialización de los antipsicóticos no persigue en realidad tanto la eliminación de los síntomas, sino apunta más bien a contener la disfuncionalidad, es decir, a preferir seguir con los síntomas pero que pueda ser funcional, no la supresión sintomal.

De la misma manera que antes se priorizaba la eficacia del fármaco, ahora se busca la tolerabilidad y la medida está en los límites de los efectos discapacitantes. Y ahí es donde los cuadros clínicos corren el riesgo de deslizamiento de recorrer un camino terapéutico de la salud mental hacia la evaluación de la discapacidad.

O sea, que en lugar de considerar un síntoma a tratar, se efectúa la reducción patológica a trastornos, rendimientos o capacidades individualizadas. Todo esto tiende a producir el mismo efecto que Lacan advertía cuando denunciaba al cognitivismo o el comportamentalismo al pretender reducir la condición humana a trozos insignificantes para impedir toda acción posible.

Al reducir el síntoma a trastornos especializados, se altera la lógica del síntoma y se pierde cualquier aprensión posible de él. También con esto se modifica la clínica y el concepto terapéutico.

Lacan contribuyó a clarificar y diferenciar lo terapéutico de la curación. En el Preámbulo al Acta de Fundación de la Escuela, y en la Proposición del 9 de Octubre del 67, declaraba que “El psicoanálisis se ha distinguido por dar un acceso a la noción de curación en su dominio, a saber: devolver su sentido a los síntomas, dar lugar al deseo que enmascaran, rectificar de un modo ejemplar la aprehensión de una relación privilegiada3(relación privilegiada quiere decir la relación con el Otro).

Por otro lado sabemos que para el psicoanálisis existe lo incurable, que constituye el punto de finitud, de muerte, y de ese resto de real inabordable.

Cuando el sujeto interroga al Otro desde la locura de existir, no solo puede recibir respuestas de la ciencia, como lo hacen técnicamente las neurociencias o la psiquiatría, sino que también recibe el mensaje de manera invertida al modo de un interrogante que se vuelve sobre sí mismo, como si dijera “responda usted otra vez”. Esa es la lógica de las técnicas de evaluación.

En algunos casos estas técnicas no son sino otra forma de interactuar con la misma locura.

En El País semanal del pasado 26 de junio, se publica un amplio informe sobre el desarrollo y las promesas de la inteligencia artificial, que van desde la posibilidad de crear gemelos digitales de las personas, para prevenir y tratar enfermedades, establecer las relaciones entre cambio climático y propagación de enfermedades infecciosas, hasta la aplicación de sistemas de predicción.

Entre estos sistemas de predicción ya se utilizan polígrafos en las fronteras de la UE, para detectar si los refugiados que son apresados o piden asilo y refugio dicen la verdad.

En España también existen sistemas de predicción como el VioGen, para intentar dilucidar si una mujer va a ser víctima de violencia de género. Es decir, si el hecho de ser mujer es un factor de riesgo y además puede predecirse por las respuestas que de esa mujer, a cuestionarios específicos.

En este caso, se pretende resolver el hecho de que una tecnología genérica, pueda hacer una evaluación individual de una persona. Y van más allá cuando pretenden determinar que las asociaciones inconscientes de género, que puedan emerger en una persona, dependen de la cantidad de veces que estén expuestas a ellas. Esto es condicionamiento, puro y duro.

La evaluación es obviamente un método de control y la existencia de los algoritmos prueba que la recopilación sistemática de datos sobre nuestros deseos, anhelos, pensamientos y opiniones, produce un esquema de respuesta e interacción con ese Otro de la técnica que nos interpela y nos sale al encuentro.

Por eso también se ha desarrollado una Neolengua, llamada en ingles Alspeak, -acrónimo de algoritmo y speak- para burlar al algoritmo que castiga o condiciona el uso de ciertas palabras de determinados programas. Por ejemplo, si se penaliza el uso de la palabra hate (odio) se utiliza, “lo opuesto al amor”.

Pero la evaluación paranoide no es atributo solo de los programas digitales. Entre los cuestionarios psicológicos que utilizan los psicólogos para estudiar e informar diferentes campos de la conducta existen algunos que investigan sobre los efectos del estrés post traumático, o sobre las consecuencias de haber sufrido acoso o violencia en cualquiera de sus formas. Esas respuestas son llevadas luego a baremos matemáticos o a gráficas de curvas distributivas que por su posición relativa en el conjunto y en la media de respuestas pretenden alcanzar un cierto valor sintomal. Y dado que los resultados que se obtienen dependen de la declaración del interrogado, es decir, de las repuestas emitidas a cada ítem que se formula, puede surgir la duda sobre la veracidad de las mismas, es decir, sobre la posible simulación sintomal.

Pues para ello existen tests que pretenden dilucidar la veracidad de los síntomas.

Uno de los más conocidos y utilizados es el llamado SIMS o Inventario Estructurado de Simulación de Síntomas. Esta prueba establece un punto de corte para determinar la sospecha de simulación, tratando de determinar si las respuestas producidas respecto de los síntomas suponen un trastorno genuino y no impostado. Para colmo esta prueba pretende tener valor forense. Es decir, validarse por sí misma en términos de verdad y nada más que la verdad.

Como podemos observar esta prueba se sustenta no solo sobre la presunción de que el sujeto sabe lo que dice, sino además que es portadora de una verdad y funciona como un certificado de certeza. Certezas que pretenden hacer surgir sustrayendo la palabra al entrevistado, del cual exigen solo respuestas. También es la forma de eludir lo que Wittgenstein ya había señalado: que la certeza tiene que ver más con las dudas que con la verdad4, debido a la inmixion del lenguaje.

Para el psicoanálisis, sin embargo, el sujeto no sabe nada de la verdad; en todo caso, que no puede ser dicha toda, que nadie sabe lo que está diciendo cuando habla, ni del sinsentido que habitan las palabras que profiere.

La única verdad del psicoanálisis es el encuentro traumático con lo Real.

Sabemos también que no hay un significado que se una indubitablemente a un significante y que cuando eso sucede, es un signo, no solo lingüístico, sino de un trastorno mayor, definido por la certeza. Por lo tanto en esta dialectización del sujeto con el Otro de la ciencia y de la técnica no es seguro que la locura se pueda regular sino, por el contrario, se puede potenciar toda vez que la estandarización de los métodos de evaluación, de predicción o de curación soslaye, o deje de lado que la única certeza subjetiva es que el sujeto nunca es donde se piensa; que la certeza freudiana se confirma por la duda; y que el deseo irreductible no se realiza nunca en el encuentro con un Real no simbolizable.

La articulación que se nos plantea hoy entre la locura, la evaluación y la tecnocracia no tiene para nada que ver con la atenuación del “Dolor de existir”, ni su refugio en la melancolía ni la nostalgia por la caída de los nombres del padre, sino más bien con las invenciones necesarias para sostener el “duro deseo de vivir”. En todo caso, una provocación y un reto.

 

Notas:

  1. Miller, Jacques Alain. Todo el Mundo es Loco. Ed. Paidós, Buenos Aires, 2015.
  2. Laurent, Eric. El Sentimiento delirante de la Vida. Colección Diva, Buenos Aires, 2017.
  3. Lacan, Jacques. Textos Institucionales en ESCANSION nº1 La Escuela. Ed. Manantial, Buenos Aires, 1989.
  4. Wittgenstein, Ludwig. Sobre la Certeza. Ed. Gedisa, Barcelona, 1998.