Una reflexión necesaria sobre el maltrato*. Vilma Coccoz (Madrid)

La clínica psicoanalítica
Ante todo tenemos que tener en consideración que el psicoanálisis es un campo clínico restringido, que se rige por el principio del uno por uno, es decir, que no se aplica a un colectivo ni a un grupo como tal. Las personas que acuden a un psicoanalista lo hacen a título individual y desde una posición que se requiere responsable.

Es frecuente que los analistas hayan tratado mujeres que han recurrido al análisis para resolver problemas de pareja que se podrían calificar de maltrato, más frecuentemente de tipo psicológico, ocasionalmente, físico. Tampoco es extraño que algunos hombres recurran al analista desconcertados, abrumados por actos violentos que han infligido a su pareja. En todos estos casos se trata de extraer la lógica que ha propiciado tales pasajes al acto, a fin de realizar un diagnóstico preciso y de evaluar la posición ética del sujeto, condición necesaria para iniciar una experiencia analítica.

En cambio, no es habitual, es rarísimo, que recurra a un analista una persona que soporta, a través de los años, un maltrato físico constante, que supone su degradación y su humillación. Tampoco llegan a la consulta de un analista aquellos que ejercen una violencia atroz sobre su pareja o sus hijos de forma continuada.

Es una de las limitaciones de la práctica analítica, cuya inmediata consecuencia es que el psicoanálisis no suministra una clave para entender el mundo sino que su eficacia se limita a la resolución de los sufrimientos y síntomas de las psicosis y las neurosis, a partir de la demanda del sufriente, que toma a su cargo la parte de responsabilidad en lo que le ocurre. Lo cual no impide que el saber analítico pueda aportar algunas luces sobre ciertos aspectos habitualmente desconocidos o ignorados en los estudios sobre los comportamientos humanos como, por ejemplo, los actos violentos.

Los grandes descubrimientos realizados por Freud, entre ellos, el inconsciente y la pulsión de muerte, constituyen un aporte fundamental a la hora de indagar sobre las razones de la humana violencia, de explorar su lógica, lo cual no significa, lejos de ello, que pretenda ofrecer soluciones.

La lucha contra la acción de la pulsión de muerte en nuestra subjetividad, contra la irresistible y oscura fuerza a dañarnos, a fastidiarnos, es, según Freud, una batalla cotidiana, que libramos, cada uno de nosotros, día a día y en eso consiste, finalmente, la Vida.

Evidentemente, tanto en la eficacia de la pulsión de muerte como en la de la fuerza que consigue hacerle frente hay distintos grados, por eso medimos su alcance uno por uno, porque es altamente individual. Este es el punto esencial respecto al tema que nos ocupa, porque cuando se trata de algo tan extremo como en los casos de violencia doméstica, conviene tener en cuenta las paradojas morales que suscitan ciertos comportamientos.

El marco de la reflexión
Pero debemos precisar que nuestra contribución a este análisis requiere precisar los límites sociales y políticos. No pueden extrapolarse estos aportes a países no democráticos o aquellos en los que la lucha por la igualdad de los derechos civiles, y debido a razones de subdesarrollo o religiosas, está lejos de haber conseguido los beneficios de los que gozamos en nuestro país. El dilema moral surge una vez conquistados los derechos civiles, una vez asegurada la protección de las víctimas de la violencia y habilitados los recursos económicos, legales y terapéuticos para combatirla. El dilema surge cuando la sensibilidad social que se ha generado es altísima, habiéndose despertado un repudio inequívoco y explícito de la violencia gracias a los empeños de la educación y de los medios.

El psicoanálisis nos enseña a afrontar estos dilemas, a no dejar de lado las preguntas incómodas, y en este caso, las cifras son elocuentes. ¿Por qué más del 75 % de las mujeres agredidas transgreden, ellas mismas, la orden judicial de alejamiento? ¿Cuál es la razón de que muchas de ellas no denuncien y de que, una vez que dan el paso, retrocedan y la retiren?

¿Acaso existe un masoquismo netamente femenino?
Con esta pregunta Freud reformula sus tesis acerca de la feminidad en los años ‘20. Entre otros asuntos de capital importancia, indagó la razón por la cual las mujeres -que pueden ocupar el lugar de objeto en la relación sexual respecto del varón que toma la iniciativa, asumiendo la parte “activa”- por qué motivo esta condición de objeto propia del juego sexual se extiende más allá del mismo y afecta a otras facetas de la vida.

Freud tuvo que admitir que tenía que corregir ciertos postulados extraídos de la experiencia clínica que había considerado evidentes, como que el lazo fundamental, grávido en consecuencias psíquicas para una mujer, se establece con el padre. Muchos casos invalidaban esta tesis mostrando que el lazo más importante, único a veces, se establecía con la madre siendo, la mayoría de las veces, un vínculo infernal. La clínica del maltrato a mujeres en los dispositivos institucionales orientados por el psicoanálisis, ha podido verificar que el lazo con el maltratador tiene su antecedente en el estrago ocasionado por la relación con la madre, que resulta ser así la primera maltratadora invalidando la tesis sobre la violencia de género. Este es uno de los motivos para poner en cuestión la validez del “instinto maternal”, sostén de un prejuicio muy difícil de asumir como tal incluso en sectores progresistas.

Freud reclamó la opinión de sus colaboradores, sobre todo de las mujeres psicoanalistas. Helen Deutch, una mujer valiente y decidida como pocas, abogó por la existencia de un masoquismo biológico en la mujer, condicionado, entre otros motivos, por los asumidos sufrimientos que conlleva la maternidad.

Otros analistas se manifestaron en contra de esta tesis. Sabemos que el feminismo antifreudiano lo ha usado como un argumento de peso para denunciar el supuesto machismo del psicoanálisis.

Lacan dio por finalizado este debate al declarar que el masoquismo femenino es un fantasma del hombre. No existe, pues, ninguna razón específica en la condición femenina que la disponga, estructuralmente, a ser maltratada. Lo que sí es un dato de estructura es que las mujeres resienten un vacío del ser, una falla de la identidad que las hace más dependientes del amor, más dóciles para intentar acomodarse a lo que los hombres esperan de ellas, al lugar que les asignan los fantasmas masculinos, y en ello radica su vulnerabilidad. Es un hecho que la subjetividad de las mujeres maltratadas está comprometida: el no conseguir separarse de su pareja, de ese hombre que las atormenta está vinculado a la imposibilidad de separarse de algo oscuro en ellas mismas que las atrae, pasionalmente, hacia la destrucción.

El discurso cerrado sobre el amor que las lleva a volver con su partenaire, a perdonarles, a concederles siempre otra oportunidad, se justifica en esos términos: que le aman, y que ella es única en el amor de él, que sólo ella podrá salvarle. Discurso cerrado que consuena con algo de él y que obtiene su epílogo, muchas veces, en el espanto: con el suicidio de él luego de matarla a ella y, muchas veces, también a los hijos.

Las que consiguen salirse de este circuito cerrado e infernal demuestran que han conseguido separarse de esa parte oscura de ellas mismas y, entonces, pueden orientar su deseo hacia otra cosa, como lo demuestra la película de Itziar Bollain Te doy mis ojos, cuando la protagonista encuentra otro interés vital, fuera de la órbita fatal de su marido, consigue tomar distancia, y luego, en un segundo momento, separarse de él.

Muchas mujeres acceden a una solución parecida gracias a los hijos, que pueden llegar a representar un interés mayor por la vida en el que tomar la fuerza o el apoyo necesarios para abandonar una posición que las objetaliza en vistas de otra, que les dignifica.

Aunque el psicoanálisis no se ocupa de los actos criminales, es cierto que aboga porque el estado democrático disponga de todos los medios para proteger a todas las víctimas de la violencia. Pero también advierte ante la frustración y la ingratitud que experimentan las personas que tienen a su cargo disponer y conceder tales recursos, cuando muchas de ellas, las víctimas, manifiestan, con sus actos, que no quieren ser salvadas ni protegidas.
Es preciso reconocer, aunque sea incómodo, en estas respuestas contradictorias al sentido común, la existencia de un deseo mortífero. Es preciso aceptar los límites de la palabra y de las buenas intenciones. Es necesario respetar los tiempos subjetivos que requieren las decisiones vitales.

La apuesta del psicoanálisis es conseguir confrontar a estas mujeres con la pregunta respecto a su compromiso inconsciente con un goce tan espantoso. No por suponer que hay un masoquismo inherente a su posición femenina, una tendencia intrínseca a sufrir vejaciones, sino debido a enigmáticas razones personales que nadie puede conocer sino el sujeto mismo. Ello requiere un buen hacer, resultado de una formación tan exigente como realista.

Una orientación para el debate
El psicoanálisis nos orienta en esta dirección ética que toma su fuerza en no ahogar estas preguntas y anima a trabajar para crear las condiciones en las que pueda prosperar una verdadera conversación sobre la violencia.

La verdadera conversación sobre la violencia no puede soslayar los atropellos del sistema capitalista sobre las personas y su incidencia en las relaciones entre los sexos. Tampoco se puede desconocer, como un síntoma de la época, la creciente y preocupante violencia en las aulas, en muchas ocasiones protagonizada por chicas púberes y adolescentes.
Ni es posible obviar preguntarnos por qué razón se recurre, con llamativa frecuencia, en puestas teatrales o en películas actuales, a escenas de violencia física entre mujeres: quizá, de manera insidiosa y opaca se comienza a infiltrar un consentimiento retorcido a lo que, por otro lado, se rechaza con argumentos “políticamente correctos”.

Freud nos ha enseñado a enfrentar la hipocresía. Es, por lo tanto, un deber freudiano no disfrazar las verdaderas cuestiones, porque de su correcta consideración depende que podamos avanzar en éste, nuestro complicado e interesante mundo.

*Conferencia dictada en Sevilla, el 14 de enero en el marco del Ciclo de Conferencias “Sufrimientos actuales”, -en la Casa del Libro y con la presentación de Graciela Olivaria-. Abiertas al público, se desarrollaron con un aforo completo. La exposición del tema, de tan sensible actualidad, suscitó mucho interés, lo que se tradujo en múltiples y pertinentes preguntas.