¿Una nueva vida? Expectativas y duelo en el proceso migratorio. Por Margarita Álvarez (Barcelona).


¿Una nueva vida? Expectativas y duelo en el proceso migratorio*

El título de esta presentación interroga un sintagma utilizado frecuentemente en relación al cambio que supone la migración, de tal manera que algunos autores lo incluyen en su definición misma de inmigrante: “Alguien que abandonaría el lugar donde vive para buscar una nueva vida en otro”(1). Considero que equiparar la migración a “una nueva vida”, sobrepasa toda referencia posible a los cambios producidos en un proceso migratorio.
Es cierto que la migración es una coyuntura vital que implica un gran número de cambios y, por tanto de pérdidas. Todo lo que rodea al individuo se modifica: los vínculos familiares y sociales, la cultura, la lengua (o, a veces, la manera de habitar, de hablar una misma lengua), el estatus social o, incluso, el clima o el paisaje. Pero también constituye una fuente de expectativas, la más común, conseguir una vida mejor. Sin embargo, en algunos casos, puede generarse asimismo la expectativa de que es posible volver a empezar, cortar con el pasado, como si las marcas de la propia historia pudieran borrarse.
Para reflexionar sobre las pérdidas, el duelo, y las expectativas en el proceso migratorio, dejaré de lado la migración como fenómeno social, político o histórico observable, analizable, y me referiré fundamentalmente a ella como acontecimiento vital, subjetivo. La decisión de migrar puede venir dada por una crisis colectiva pero también por una crisis personal, de hecho, puede estar determinada por ambas. Cuando se hace un abordaje clínico interesa situar, más allá de las coordenadas sociales, políticas o económicas, las coordenadas particulares de cada migración, sus antecedentes y consecuencias subjetivas.
Dejar lo conocido y afrontar lo que no se conoce depende de recursos subjetivos como la capacidad de soportar la soledad, el manejo de la separación o la posibilidad de hacer frente a la pérdida, aceptar su realidad y crear nuevos intereses y vínculos. La buena resolución de un proceso migratorio depende, en gran medida, de tales recursos.
A partir de los trabajos de S. Freud sobre la angustia de separación del niño pequeño, algunos psicoanalistas (por ejemplo, M. Klein, R. Spitz, D. Winnicott o J. Bolwby) hicieron distintas elaboraciones sobre la importancia de la separación respecto a la madre en la organización misma del psiquismo. Pero, en 1964, J. Lacan las volvió caducas al formalizar la separación de una manera radicalmente original, por fuera de cualquier perspectiva del desarrollo u objetal, a través de dos operaciones lógicas entre el sujeto y el Otro: la alienación y la separación (2). Para resumirlas muy brevemente diré que la primera operación, la alienación, supone consentir, aceptar ser representado, inscribirse en el discurso del Otro al precio siempre de una cierta pérdida del ser supuesto original; y la segunda operación, la separación, implica reconocer un deseo en el discurso del Otro, es decir al Otro como sujeto deseante. Ante el enigma que representa este deseo, uno puede ofrecerse a colmarlo, a ser aquel objeto que le falta. Pero al no lograrlo, porque dicha falta es estructural, el sujeto tiene la posibilidad de separarse del Otro, creándose así el margen de la subjetividad, es decir, la distancia propia necesaria respecto al Otro para constituirse él mismo como un sujeto con un deseo propio.
La constitución subjetiva es simultánea de la producción, del desprendimiento del objeto que uno fue para el Otro y guarda sus marcas, que señalarán para el sujeto las coordenadas de su satisfacción, del encuentro con su goce y, sin saberlo, condicionaran su relación con los otros a través del fantasma, que vela la relación particular que cada sujeto tiene con este objeto. Esta doble operación es estructural y el que se haya llevado a cabo, o no, marca la diferencia diagnóstica entre neurosis y psicosis.
En la migración, podemos asegurar que no todo cambia por el hecho de partir: en principio, el sujeto va a todas partes con las marcas que le son propias, es decir con una determinada relación con el goce que afecta al sentido mismo que tiene de su realidad. Sin embargo, no hay duda de que la migración constituye una de las experiencias vitales que moviliza más cambios.
La elaboración de la migración exige en primer lugar una reconfiguración del Otro que se deja, y una reacomodación de la relación con él, que puede resultar afectada por la significación que el Otro, o el mismo sujeto, dé a su partida: por ejemplo, si se valora como una valentía o, por el contrario, como una cobardía o traición. El sujeto puede sentirse culpable, por ejemplo, por dejar a unos padres mayores o enfermos, o por marchar contra su voluntad y decepcionarles.
La familia puede vivir en algunos casos la partida como un abandono insoportable, o por el contrario ésta puede dar lugar a un aumento de las expectativas en el hijo, etc., como aquél que lleva a cabo lo que ellos no pueden hacer o no se atreven. También puede sentirse culpable de que el hijo se haya ido.
En algunos casos, los padres pueden aceptar la partida de sus hijos porque entienden que han de labrarse un porvenir, pero pueden vivir mal la pérdida de sus nietos, que crecerán lejos de ellos.
El sujeto ha de elaborar el conjunto de pérdidas que implica la migración, el hecho de que el lugar que tenía respecto al Otro y el que tendrá en adelante no es el mismo: no forma parte de su vida del mismo modo, no comparte las mismas cosas, pasa a ser “uno que está lejos, que vive fuera”. Aunque en algunos casos, esto refuerza el vínculo: por ejemplo, la distancia puede predisponer a la confidencia, cosa que sin duda favorece actualmente la facilidad de las telecomunicaciones.
Frecuentemente, los que se quedan tienden a pensar que sólo cambian los que se han ido, que conocen otras cosas, adquieren otros gustos, o hablan de otra manera. Incluso, estos últimos tienen a menudo la ilusión de que los otros permanecen tal como los recuerdan, hasta que un día se dan cuenta de que tampoco son ya los mismos. Es en ese momento cuando a veces irrumpe el sentimiento de pérdida o el deseo de regresar para evitarla. Por otro lado, el hecho de que cada reencuentro o contacto remueva dicho sentimiento puede dificultar su elaboración.
La migración implica asimismo elaborar las coordenadas del Otro social del país de llegada, encontrar la manera de inscribirse, de hacerse un lugar dentro de ellas. El sujeto puede consentir o no a esta nueva operación de alineación, es decir, puede querer incluirse en el Otro o no. También se moviliza la pregunta de qué es uno para este Otro, qué objeto representa, qué lugar le da, cómo lo ve, qué espera de él... como paso previo a la operación de separarse de él, que puede asimismo ser exitosa o no.
Algunos autores hablan de “duelo migratorio” para referirse a la elaboración de las pérdidas vinculadas a la migración y lo diferencian del duelo normal, cuyo paradigma consideran quedó establecido por Freud en la muerte de la persona amada. Consideran que, al no desaparecer el objeto y poder mantener algún contacto con él, el duelo migratorio estaría más del lado de la separación que de la pérdida(3). Sin embargo, creo que, tal y como hemos visto, la separación respecto al objeto siempre implica en el fondo una separación respecto a uno mismo y, en este sentido, siempre pone en juego la pérdida de algo propio. Sea total o no, esta pérdida, afecta siempre al vínculo mismo que, en el fantasma de cada cual, une el sujeto con el objeto, lo que conlleva una alteración de la homeostasis que puede afectar al sentido mismo de la realidad, que deviene pesada: sensación de tristeza, oscuridad, abatimiento.
Sin embargo, este estado doloso no responde tanto a una pérdida libidinal, tal como Freud planteó en “Duelo y melancolía” (1915),(4) sino a un exceso libidinal que viene a ocupar el lugar del vacío que deja la pérdida. Esta densidad de goce ha de decaparse, reducirse, vaciarse. El trabajo de significantización del duelo permite al sujeto retocar, recomponer, reconstruir el vínculo, el punzón del fantasma, aparejarse de nuevo con un objeto(5).
No hay duda de que cuantas más pérdidas haya en juego el duelo puede ser más complejo o más masivo. Pero me parece que dar a este proceso de elaboración el nombre de duelo migratorio, sólo responde a la tendencia, la exigencia, contemporánea, tal como dejan ver los manuales de psicodiagnóstico al uso, de clasificar, de etiquetarlo todo, en nombre de cierto cientificismo, para tener la ilusión de que no se nos escapa nada.
La necesidad de elaborar el duelo por las pérdidas que implica cualquier migración es efectivamente universal, afecta a todos los sujetos que inician un proceso migratorio, pero las características de esa elaboración mostrará particularidades que dependen de la complejidad del proceso en cada caso, de la manera que se expresa el duelo en cada cultura y, fundamentalmente, de la relación con la pérdida que tiene cada sujeto. Y, sin duda, la existencia de duelos previos mal elaborados pueden dificultar o impedir su elaboración.
Para concluir, sólo señalar que esta necesidad de elaboración respecto a la migración no afecta sólo a la persona que migra o a la sociedad de origen que sufre su pérdida y que, en el caso de la migración de los jóvenes, puede significar quedarse sin la generación de reemplazo. También afecta a la sociedad de acogida, que ha de hacer frente no sólo a los beneficios que proporciona la migración sino también a ciertos cambios y, por tanto, a algunas pérdidas.
(*) Extracto de la presentación realizada en la II Jornada del CPCT de Barcelona, el 20 de octubre de 2006: La Clínica del CPCT.

Margarita Álvarez (Barcelona)

Notas:
1. Adil Qureshi y Francisco Collazos. “El modelo americano de competencia cultural psicoterapéutica y su aplicabilidad en nuestro medio”. En: Papeles del psicólogo, nº 1, vol. 27. Madrid: enero de 2006.
2. Jacques Lacan. El Seminario. Libro XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, (1964). Buenos Aires: Paidós.
3. Joseba Achotegui. La depresión en los inmigrantes: una perspectiva transcultural. Barcelona: editorial Mayo, 2002, primera parte.
4. Sigmund Freud. “Duelo y melancolía” (1917 [1915]). En: Obras Completas, vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu, 1984.
5. Pierre-Gilles Guéguen.“Duelo”. Scilicet de los Nombres del Padre. AMP, 2006.