Una experiencia con padres. El psicoanálisis en contacto con lo social. Por Mario Izcovich (Barcelona).

Un grupo de padres de hijos adolescentes se reúnen para pensar.

La convocatoria viene dada por la Federació d'Associacions de Mares i Pares d'Alumnes de Catalunya (FaPaC) En el tríptico de información adelantamos que no daremos recetas, señalamos claramente que se trata de sostener con la presencia y la participación de los padres un espacio que dará privilegio a la palabra, al debate y a la escucha atenta.

Se trata de un ciclo de siete reuniones quincenales de una hora y media, a las cuales hace falta inscribirse y con un cupo limitado, decidimos trabajar con no más de veinte personas. Se informa que no serán conferencias, ni clases. El mensaje que transmitimos es claro, a los padres no se los educa.
De entrada la gran sorpresa es la buena inscripción, alguien señala el interés de la gente: “…a las conferencias que organizamos normalmente vienen siempre los mismos pocos, en cambio esta vez es diferente…”

Las primeras reuniones tienen un efecto catártico, como si se tratara de un grupo de autoayuda, es decir, ver que “no estamos solos”, “que nos pasan las mismas cosas”. Nadie se pierde las reuniones, que generan mucho interés y entusiasmo. Producen un efecto desangustiante que sirve para desbrozar el terreno.

Los padres viene muy contaminados por el discurso Amo predominante: están a la última sobre TDAH, sobre tratamientos conductistas, dispositivos segregativos, fracaso escolar, etc. Sin embargo se quejan. El efecto de clasificación muchas veces promovido desde las escuelas y también desde los centros de salud tiene efectos devastadores. Las técnicas conductistas se revelan inútiles y los padres se desorientan. Si aquellos a quienes se les supone un saber como psicólogos o educadores los empujan a actos sin-sentido, los padres no saben qué hacer. Una madre señala que la psicóloga de la escuela le dijo que castigue a su hijo por no estudiar, el castigo consiste en quitarle aquello que desea y si es posible que se quede encerrado en el pasillo de su casa durante 15 minutos (sic).

A lo largo de las sesiones, nosotros introducimos la interrogación y como consecuencia proponemos ir al meollo de la cuestión y no quedarnos en la descripción o en el nivel de la queja, es decir, se trata de pensar las causas y no reprimirlas.
La consecuencia es que las siguientes reuniones permiten pelar capas mas profundas de la cebolla.

Aparece, pues, el adolescente en sus dos versiones. El adolescente del lado del goce, que todo lo que quiere, que rechaza la ley, que arrasa y que asusta a los padres, y la otra cara, es decir, el adolescente objeto de sus padres.
Los padres también se muestran con una doble cara, nos encontramos con unos padres ávidos en satisfacer a sus hijos por la vía del goce consumista aduciendo que es el Otro social quien presiona, de manera que se sitúan doblemente como víctimas, por un lado efecto de las demandas de sus hijos y, por otro, efecto de las demandas sociales. Sin embargo, ellos también gozan de esta situación.

Por otro lado aparece la palabra mágica: los límites. Los padres piden recetas de cómo ponerlos. Lo que aparece es un intento de remedo de una cierta ley. La idea de límites no tiene que ver con establecer una ley, sino de situar al adolescente-objeto bajo las coordenadas de las demandas paternas. Que haga lo que yo quiero. Esto puede ir al infinito. Cae en el mismo saco: lavarse los dientes, bañarse, estudiar, hacer los deberes, no salir, hacer la cama, cuidar la ropa, no ver la tele, etc.
El sujeto responde a estas demandas rebelándose. Cada negación a la demanda que le viene del Otro se convierte en un acto que cobra un sentido fundamental para el sujeto. Es su forma de no consentir lo que es vivido como goce del Otro. Los padres descubren aquí cierta impotencia.

Una madre cuenta sorprendida que su hijo se extrañó al verla reír, hacía tiempo que no la veía contenta, le dijo que sólo recibía ordenes de ella. Es decir, la pudo ver de otra manera, como un sujeto deseante y no presa de las demandas.

Decir esto produce un efecto notable en los demás padres. Los lleva a hablar de ellos ya no como padres, ni bajo la excusa de sus hijos. La palabra recupera su valor.

Mario Izcovich (Barcelona).