ORIENTARSE EN EL DESEO. Por Felicidad Hernández (Bilbao).

En nuestra sociedad, sabemos que el derecho y las libertades individuales son un fundamento básico que podemos exigir a la democracia.
A los derechos humanos, que hemos aprendido que son universales, en esta parte del mundo sumamos otros relacionados con la sociedad del consumo, la ciencia y la información.
Y tenemos libertades, muchas libertades individuales.
Además, para poder disfrutarlas está el Otro de las instituciones y de la ciencia que nos ofrece los medios necesarios para ello, y al que podemos reclamar una compensación si no nos quedamos satisfechos.
En esta primacía de lo individual sobre lo colectivo, también caben los grupos, por supuesto, aunque ya no se reúnan en torno a ideales, sino a identificaciones de goce. Los otros ya no son tanto una barrera moral. La moralidad tiene una nueva caligrafía. Ahora se escribe con minúsculas, y está escrita en folios de papel reciclado, que cumplen estrictamente las normas exigidas por sanidad y el medio ambiente.
Tenemos un Otro que cuida de nuestra salud defendiéndonos de nuestra propia pulsión de muerte, que se empeña en desobedecer las normas que nos libraría de la propia destrucción.
De todas formas, para cuando eso ocurre también está preparada la maquinaria: las ayudas sociales, la farmacología, la asistencia social y las psicologías ofrecen al ciudadano medios para reincorporarse al bienestar y los derechos.
Entonces, ¿qué necesidad hay del psicoanálisis, y más aún, de los CPCTs? ¿Qué utilidad pública pueden tener estos centros, en ciudades plagadas de organismos públicos y privados, ONG, asociaciones y agrupaciones dedicadas al acogimiento, cuidado, terapias, reeducación y orientación de los ciudadanos que por una u otra razón lo necesiten?
¿Qué oferta hace el CPCT?
Voy a abordar la respuesta comenzando por hablar de una consulta realizada en el Centro.
Se recibe una llamada con esta demanda: quiere orientación pedagógica.
Recibí a un joven sujeto en su último año de bachillerato. Me comunica que le han dado este teléfono porque en el CPCT le daríamos orientación pedagógica, tras lo cual, pasa a enumerar las asignaturas estudiadas y pregunta: - con esto ¿qué puedo elegir?
Le respondo que si que está desorientado.
Un poco desconcertado explica que su orientador escolar no le orienta, que sólo le enumera las diferentes opciones, y tiene demasiado para elegir. La obligación de él, dice, sería hacer su trabajo que para eso está, y no dejarle solo con su pregunta. A él le da igual cuál, pero esta indeterminación le hace sentirse muy mal, angustiado. El tiempo le acucia, tiene que decidirse, y quiere que alguien se lo diga, ya que el orientador no le responde con nada concreto.
Intervengo para decirle que estoy de acuerdo con él en que el orientador no sabe orientarle en su deseo.
Tras un breve silencio, vuelve a hablar de las asignaturas que ha elegido durante el bachillerato, y del buen expediente académico que tiene.
Me intereso entonces por la elección de esas materias. La respuesta es clara y concisa: porque le dijeron que eran las que le servían para mejor acceder al mercado laboral, las que tienen más salidas. En realidad no le gustan, añade, pero se conforma.
Interrumpo aquí para interrogarle si es que él es conformista.
Mira con sorpresa, sí…, no…, no sabe. En realidad nunca lo había pensado de esta manera. Siempre aceptó las razones que se le daban para hacer lo que hace, era lo mejor para él. Nunca se atrevió a plantearse otra cosa, porque siempre entendió lo que se le decía sobre la dificultad de abrirse camino en el mundo laboral, la competencia contra la que iba a tener que luchar, y lo preparado que tenía que estar. Tras un silencio, cuenta que soñaba con la posibilidad de una especialidad. Habla largo rato sobre lo interesante de esta profesión, y además piensa que podría ser bueno. Expresa que nunca se había escuchado a sí mismo hablar así sobre este tema. Está sorprendido, ¿cómo no lo había pensado antes?, esto es nuevo para él.
Concluye que lo que va a hacer es hablar con el orientador para preguntarle la posibilidad de acceder a estos estudios con su currículo académico. Si no fuera posible, tiene en mente alguna otra que también podría ser. En realidad no sabe si va a poder cambiar de opción o no, pero va a intentarlo… porque lo que sabe es que no quiere conformarse.
Se levanta, me da efusivamente las gracias y se marcha.

Este breve encuentro me recordó lo que M-H Brousse decía de que la ética del psicoanálisis es una ética de la sorpresa o de la contingencia del encuentro, pero que se trata de hacerse un resorte de ella, de contribuir por medio de su acto y evaluar sus efectos.

Se trata entonces, del encuentro con un ciudadano con derecho a orientación. Es alguien que se ha dejado orientar por el Otro de la eficacia y de la valoración del saber en función del valor del mercado. Eso él lo ha entendido bien. Por lo que vuelve a dirigirse a ese Otro para una nueva orientación. Pero esta vez la respuesta apela a la libertad de elección, puede elegir lo que quiera.
Y esto le desorienta. Y le angustia.
Desde luego, se puede comprender perfectamente y tratar de darle lo que quiere, haciendo de Otro reparador en lo que el anterior ha fallado.
Pero no desde el psicoanálisis.
El psicoanálisis no se erige en el Otro que sabe lo que más le conviene al individuo para su buen funcionamiento, no le infantiliza indicándole el camino a seguir, ni le educa en el arte del bien depender del Otro.
No le deja solo con su sufrimiento.
Porque no confunde al individuo con el sujeto. Si el individuo es lo que no se puede dividir, el sujeto es lo contrario, el que está dividido por su deseo.
El psicoanálisis no consiente en condenar al sujeto al lugar de víctima del Otro de la incompetencia, la ignorancia o la maldad, y al contrario, le conduce a poder hacerse cargo de su malestar.
Preguntar al joven estudiante por su conformismo, es interrogarle por su consentimiento, pues está la decisión de decir sí o no.
Como él mismo puede articular, aceptó las razones que se le daban.
Y pudo comprobar que no siempre lo que se quiere es lo que se desea. Y que cuando alguien puede hacerse responsable de su deseo es cuando realmente puede hacer uso de su libertad y no antes.
La oferta del psicoanálisis es subversiva, pues se revuelve contra el afán universalizante y globalizador de hacer callar el deseo humano.
Los CPCT ofrecen, a quienes por otros medios no podrían hacerlo, encontrarse con el psicoanálisis y hacer una apuesta por la asunción de su libertad.

Los CPCT, en suma, irrumpen en la escena pública como síntoma de la civilización moderna.
Quiero traerles unas palabras de Éric Laurent:
“La civilización no se curará del psicoanálisis por más que quiera, que lo busque, incluso por medio del éxito de la psicología clínica. Curar del psicoanálisis es la voluntad de curar la especie humana de sí misma, de transformarla, de desembocar en una especie humana que no tendría ya ninguna especie de inconsciente. Es la esperanza de aquellos que quieren curar del psicoanálisis: la entrada en una era posthumana”.
Decir para finalizar, que con los CPCT apostamos por mantener vivo este síntoma.

Felicidad Hernández (Bilbao)