Una Escuela es des-pegada

Agradezco a la Comisión de Cárteles que me haya permitido sumarme a este ciclo de conversaciones sobre el Cártel, que parte esta noche de dos puntos: por un lado, el título del evento, ya ambivalente: “Crisis del cártel. Política de juventud”; y por otro lado, una cita bien sugerente sacada de una de las últimas intervenciones de Jacques Lacan después de haber anunciado por carta a los miembros de su Escuela que ésta iba a ser disuelta. El texto en cuestión es “D’escuelaje”, y la cita reza lo siguiente: “No es de esperar progreso alguno, excepto por una exposición periódica a cielo abierto de los resultados tanto como de las crisis de trabajo”1. Para empezar, querría abordar un poco la cuestión de las crisis del trabajo.

Primero, en lo institucional. Vayamos un poco atrás. A Freud le preocuparon los obstáculos a la transferencia de trabajo y aunque sabemos la deriva sindicalista que acabó tomando la IPA, hubo por su parte la constatación de las dificultades de grupo ya desde un inicio. En un acta de las reuniones de los miércoles, la del 9 de octubre de 1907, consta una carta como anexo, que Freud había enviado el mes anterior a los pocos miembros de la reciente Sociedad. En ella les anuncia su intención de disolver la Sociedad y volverla a constituir de inmediato, con la finalidad de que sus miembros pudiesen escoger, o bien renovar su vínculo, o bien renunciar a formar parte de ella, sin que esto último supusiera un acto inamistoso. Ello respondía, según Freud, a los “cambios naturales que se producen en el curso de las relaciones humanas pensando que para algún que otro miembro de este grupo su pertenencia al mismo no significa ya lo mismo que significaba un año antes, sea porque ha disminuido su interés por el tema, porque su tiempo libre y forma de vida no le permiten ya asistir a nuestras reuniones, o, en fin, porque razones personales le apartan de nosotros. (...) Hemos querido disolver y reconstruir la Sociedad, a fin de devolverle a cada uno su libertad de acción y posibilitarle su alejamiento de la Sociedad sin perturbar de ninguna manera sus relaciones con los miembros de nuestro grupo”2. Añadiendo, al final, que dicho procedimiento se aplicaría de forma regular cada tres años. Bien, esto no se llevó a cabo.

Si saltamos a mediados del siglo pasado, Lacan se había dedicado a criticar la práctica clínica de sus colegas basada en la relación imaginaria. A nivel institucional, las listas de didactas nominados por motivos, también imaginarios, incrementaban la hostilidad y la rivalidad, sin permitir - y esa era la preocupación de Lacan- que el psicoanálisis progresara en la vía del filo cortante que Freud había inaugurado. De ahí que el cártel, que sigue a su expulsión de la IPA y a la creación de su Escuela, lleve la marca de la crisis: el cártel como fórmula contra lo imaginario para permitir un nuevo vínculo, haciendo explícito que la auténtica transferencia de trabajo es la transferencia al trabajo.

De nuevo, con la crisis de la EFP en el año 80, lo que Lacan hace aflorar es la restauración del cartel como el dispositivo por excelencia para la nueva Causa Freudiana. Los efectos de grupo, inevitables, pueden ser soportados en el cartel gracias a dos elementos: en primer lugar la permutación de sus miembros, que debe ocurrir al cabo de un año o dos y, lo más novedoso y radical, si pensamos en la carta de Freud: el Más-Uno.

Su función, la de ese cualquiera que debe ser alguien, es la de avivar el deseo de trabajo, asegurando que cada miembro se vea confrontado con el agujero en el saber. Sería una función como la de aplicar una gota de ácido en las reuniones del cartel para evitar que los miembros se apasionen por las dinámicas de grupo y éstas se vuelvan el centro de trabajo. O como dice Miller, “haciendo preguntas, agujereando cabezas”3. Claro que cuando decimos que los cartelizantes eligen libremente al Más-Uno, eso se da en un fondo que muchas veces responde a un ideal de saber, de buen orador, o de algo agalmático que de entrada no facilita esa función. En mi propia experiencia como cartelizante, he observado que en la mayoría de casos no se elige de entrada a un líder modesto, discreto y pobre, aun sabiendo que esa debe ser su posición. La crisis se puede presentar por una vía doble: porque no hay una guía práctica del Más-Uno sobre cómo no ceder ante la deflación del deseo en el cartel; y por otro lado, por la tendencia de los cartelizantes a devenir un grupo de lectores que parafrasean con avidez un saber ya existente.

Suele haber disparidad de opiniones respecto a la condición de que haya o no una producción escrita de cada cartelizante. Es el Más-Uno quien decide si eso va a ocurrir y si va a ser objeto de exposición y transmisión en la Escuela. Diría que desde el momento en que el Más-Uno anima a que cada uno concrete su pregunta, eso ya actúa como ácido contra el pegoteo. Sin embargo, creo que la oferta de que el trabajo de cada cartelizante se ponga a discusión, no solo en las reuniones del cártel sino, sobre todo, a una crítica respetuosa, pero sincera en el seno de la comunidad, funciona como verdadero antídoto a la inhibición, a la dificultad de formular una pregunta o simplemente a la pereza de escribir; imprime una urgencia aunque a marchas distintas, ya que el cártel debe acoger cada rasgo de acuerdo a los diversos momentos de formación de cada uno de los cartelizantes. Y es que del lado del oyente, cuando se escuchan presentaciones de trabajos en los cuales se nota el trazo de los avatares y las crisis de la propia pregunta; cuando se percibe cómo los interrogantes han sido modulados por la conversación con los otros en el cártel; cuando se transmiten los impases que a pesar de todo han mantenido el trabajo de cada uno a flote, es a mi parecer una manera de poner a cielo abierto el ritmo sincopado del trabajo; de que la enunciación entrecortada de cada uno traiga una brizna de saber a expensas de la ignorancia. Una tarea difícil, seguro, cuando en la base hay un no saber. Pero si acordamos que no hay Escuela sin cártel, entonces, como apunta Miller, “al ser la Escuela un lugar de trabajo, así como los resultados de los análisis se pueden ver, estudiar, en la vida privada, sexual, también surgen en la vida profesional analítica, que en cierto modo se refleja en la Escuela. Es decir que la Escuela es un lugar donde, por ejemplo, se revelan tanto las inhibiciones, como también los franqueamientos de la inhibición; donde la palabra y la escritura tienen un lugar esencial, (…) todo aquello que se refiere a lo que eventualmente se espera de un análisis, está en juego en el espacio de la Escuela”4.

 

Notas:

  1. Lacan, Jacques. “D’escuelaje”, En los confines del seminario. Paidós, Buenos Aires, 2022, p. 63.
  2. Nunberg, Herman &  Federn, Ernst (comp.). Las reuniones de los miércoles. Actas de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Tomo I: 1906-1908. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1979, pp. 219-220.
  3. Miller, J.-A.. “Cinco variaciones sobre el tema de la elaboración provocada.
  4. Miller, J.-A., El nacimiento del Campo Freudiano. Paidós, Buenos Aires, 2023, p. 277. ↑