Un terapeuta cualquiera*. Valeria Sommer (París)

Desde hace unos años trabajo como investigadora en el Pôle de Recherche Interculturelle en Santé Mentale del Centro Médico-Psico-Social F. Minkowska para Inmigrantes y Refugiados. El encuentro con esta institución me ha suscitado algunas preguntas y reflexiones que me gustaría compartir con ustedes.

La especialidad del centro Minkowska (que esté destinado a los inmigrantes y que los pacientes tengan la posibilidad de dialogar con su terapeuta en lengua materna o en presencia de un intérprete) es conocida por los distintos socios y profesionales de la salud que orientan los pacientes al centro. Para el medio social, hospitalario y judicial, para el paciente que viene a consultar, el centro Minkowska es Supuesto Saber sobre la Relación entre sufrimiento psíquico y migración, y nosotros, terapeutas, que trabajamos en “situación intercultural”, también.

Ahora bien, este saber que se nos supone no es evidente. Menos evidente aún es la existencia de un centro médico-psico-social destinado a inmigrantes y refugiados. ¿Acaso la migración es un síntoma psíquico?, ¿una estructura psicopatológica? No es lo mismo considerar que Inmigrantes y Refugiados son una minoría social en busca de una igualdad en el acceso a la salud, que pensar que el sufrimiento psíquico tiene una característica especial por el hecho de tratarse de Inmigrantes y Refugiados, entonces, diferente del resto de la población nativa.

En el primer caso, el verdadero logro social no sería tanto la adquisición de un centro, sino más bien la posibilidad de que cualquier inmigrante pueda consultar en cualquier estructura francesa. En el segundo caso, una estructura especializada es necesaria para hacerse cargo del sufrimiento especial de los inmigrantes y refugiados que solicitaría un saber específico de la parte del terapeuta que estaría formado a un tipo de clínica particular.

Como toda profesión, la psicología clínica en ámbito social tiene una historia. Los psicólogos que ejercen su profesión en instituciones especializadas en migración y refugiados no existen desde siempre. Si la oferta del psicólogo especializado en migración es nueva, ella es el producto de una problemática cuya naturaleza es en principio social. Si nos limitamos a aceptar la demanda social tal como nos llega, no sólo nos apropiamos de los prejuicios de la sociedad en la cual nos inscribimos, sino también les conferimos, “gracias a nuestra calidad de expertos”, un alcance científico en el ámbito en el que nos pretendemos “especialistas”.

Es nuestra responsabilidad, entonces, analizar aquello sobre lo que reposa la demanda social y proponer una explicación clínica. Para ello, debemos diferenciar las dos dimensiones de análisis, la sociológica que da cuenta de la existencia de una realidad social y la psicoanalítica que permite el encuadre conceptual de un problema clínico. Es uno de los objetivos de la investigación que llevo acabo en el centro Minkowska, del taller de Psicoanálisis y Migración que animo junto con mi colega Daisuke Fukuda y de la Red Petit Accent.

Cada una de estas dimensiones de análisis, clínica y social, comporta una coherencia que le es propia, pero ninguna de ellas puede dar cuenta de la existencia de la otra. Una realidad que tiene un estatuto social definido como puede ser la migración no constituye en sí una realidad clínica y viceversa. En tanto que psicólogos, estamos confrontados a las dos, pero no debemos confundirlas y considerar una realidad cuya única consistencia es social por un objeto clínico: por ejemplo un trastorno producido en una persona migrante no es obligatoriamente un trastorno efecto de la migración.

Desde una perspectiva psicoanalítica, “migrante” como “bulímico” “anoréxico”, “depresivo” no constituye el ser del sujeto. Son significantes que funcionan como insignias, con las cuales se pretende identificar al sujeto, incluso darle existencia en la civilización (como testimonia el aumento de las asociaciones de inmigrantes por ejemplo), y a las cuales el sujeto se identifica más o menos. Así, si el sujeto enganchado por la insignia está deprimido puede consultar en el CPCT-Depresión; si tiene un problema de alcoholismo puede ir a Alcóholicos Anónimos; si es inmigrante puede dirigirse al centro Minkowska.

Ahora bien, el precio de la particularización del sujeto a partir de la insignia es la disolución de su singularidad en un universal en el cual termina siendo idéntico a los otros (Migrantes Anónimos). “Si me hubiera quedado en mi país esto no me pasaría”, “el problema con mi mujer es nuestra diferencia cultural”, “para los franceses todo es más fácil”, “estoy deprimida desde que estoy en Francia”, “la maestra dice que mi hijo no se in- tegra”. La clínica nos enseña que estas frases-insignias pueden estar escondiendo otra realidad, otra escena que necesita ser tratada. En este caso, se intentará orientar la cura hacia una reducción de las identificaciones, “inmigrante”, “exiliado”, “refugiado”, para despejar el valor fantasmático que ellas cristalizan y que el sujeto pueda hacerse cargo del goce singular que obtiene con ellas.

Pero, la insignia puede estar escondiendo un agujero: nada detrás de la insignia (ni fantasma, ni identificación). En este caso, la dirección de la cura será otra. Si la insignia es lo único que representa al sujeto y lo integra en el proceso de civilización, no se tratará tanto de desmantelarla apresuradamente, sino de precisar lo que esta insignia viene a anudar, a fin de trabajar en la construcción de nuevas soluciones menos segregativas, menos dolorosas para el sujeto.

Ya que la insignia puede ser lo único que permite al paciente hacer lazo social u ordenar su relación al mundo, a su propio cuerpo, a las generaciones, al otro sexo. La mayor parte de los pacientes llegan al Centro “gracias” a la insignia, ya sea porque ellos mismos se identifican a ella, ya sea porque el Otro Social lo señala. Pero si llegan gracias a eso, no es necesariamente por eso que vienen. El Otro Social nos confiere un Saber sobre la Relación entre Migración y sufrimiento subjetivo: se nos supone poseer conocimientos específicos sobre la cultura y la lengua del paciente o ser de la misma cultura o hablar la misma lengua. ¿Esto quiere decir que debemos hablar automáticamente la lengua de origen del paciente aún si vive en Francia desde hace más de 20 años y se expresa en francés correctamente? O para ir más lejos, ¿quiere decir que sólo un árabe puede analizar a un árabe, un sudamericano a un sudamericano, un asiático a un asiático? Si el Otro social nos supone un saber, nosotros en calidad de analista debemos saber que no lo tenemos. Lo mejor es poder asumir esta impostura de manera ética. Lo peor es ignorar esta impostura y creer que sabemos mejor que el otro lo que a este le conviene.

Para nosotros, tener un saber especial sobre la relación subjetividad y migración significa que cualquiera puede ser tratado por cualquiera, sin importar el origen del paciente, en una lengua que se origina en Transferencia, efecto del encuentro contingente con un terapeuta.

Entonces, ¿cuál es el sentido de un centro especializado en la migración? ¿Cuál es la diferencia entre un servicio hospitalario cualquiera que también recibe pacientes de origen extranjero y el centro Minkowska? Si por un lado la crítica es por discriminación positiva (culturalización de la patología) por otro, la es por indiscriminación, por desconocimiento de las determinaciones culturales de las enfermedades mentales (patologización de la cultura). Es porque el centro Minkowska no tiene sentido, que corre bajo nuestra responsabilidad dárselo, es decir, orientar la cura dentro del Centro teniendo en cuenta el Sujeto, sirviéndonos del Semblante Centro Supuesto Saber sobre Subjetividad y Migración para sobre-llevarlo. En Proposición sobre el Psicoanalista de la Escuela, Lacan presenta el siguiente esquema: S Sq S (S1, S2, … Sn), y dice “reconocemos en la primera línea el Significante S de la transferencia, es decir, de un sujeto con su implicación de un significante que llamaremos cualquiera, es decir, que sólo supone la particularidad en el sentido de Aristóteles (siempre bienvenido) y que de este hecho supone aún otras cosas”. La palabra “cualquiera” ha sido traducida del latín quodlibet como “no importa cual, indiferentemente”. Giorgio Agamben muestra cómo este vocablo sufrió un poco las mismas aventuras que el Unheimlich freudiano. En efecto, en “quodlibet” hay libet, y libet supone una referencia a la voluntad. Como en español en “cual-quier(a)” hay “quiera”, “querer”. Así propongo considerar el significante cualquiera como un significante contingente, es decir, en relación original con el deseo del analista, un significante que se re-quiere en tanto que singular, o sea, no como insignia particular de un universal.

Lacan continua “es claro que del Saber Supuesto, el [analista] no sabe nada. El S cual- quiera de la primera línea no tiene nada que ver con los S en cadena [el saber inconsciente] de la segunda y sólo puede hallarse por un encuentro. Señalemos este hecho para reducir el extrañamiento de la insistencia de Freud en recomendarnos abordar cada caso nuevo como si no hubiéramos adquirido nada de sus primeros desciframientos”.Es porque sostenemos que la escritura de la relación entre psiquismo y cultura, entre migración y subjetividad, es imposible, que ofrecemos la posibilidad de que un significante cualquiera pueda cesar de no escribirse, es decir, que pueda haber encuentro contingente entre un analista cualquiera y un paciente cualquiera.

Desde una perspectiva psicoanalítica podemos decir que el terapeuta en situación intercultural no es el Antropólogo que sabría todo sobre todas las culturas, ni el Políglota que hablaría todas las lenguas y dominaría todos los juegos de palabras, sino aquel que es docto ignorante de la cultura y la lengua del otro.

Toda lengua es lengua extranjera. La lengua del otro y su cultura son siempre diferentes a las mías, aún si venimos del mismo país y hablamos la misma lengua. Somos nosotros los que aprendemos una lengua y una cultura cada vez que un paciente nos interpela. Para ello, debemos ser capaces de soportar el sin sentido y de escapar al espejismo de la comunicación y la cultura. No es el paciente el que debe aprender a hablar nuestra lengua, sino nosotros los que debemos saber escuchar la de él: pedir precisiones, repetir las palabras, escuchar y hacer escuchar la resonancia del sentido y del sonido, el ritmo, la cadencia, las escansiones.

Si ignoramos una palabra que utiliza o un rito que realiza no es yendo al diccionario o consultando un libro de Antropología que descubriremos su sentido, sino preguntándole qué quiere decir con eso que dice, con eso que hace. Es él, el que sabe (sin saber).

Bien-decir una lengua exige más bien un esfuerzo de poesía que un dominio de la gramática. Bien-escuchar una lengua solicita la capacidad de dejarse llevar por el estilo del otro, acoger la palabra del sujeto y darle toda su dignidad (condición para que este último sea responsable de su modo de goce), consentir escuchar al otro y no a sí-mismo en el otro, aceptar que nos diga cualquier cosa, consentir ser un terapeuta cual-quiera.

* Artículo publicado en la revista Análisis, nº 18, ELP - Sede de Castilla y León .