"Titane": bailar con Un padre*

Titane, ganadora de Cannes 2021, retoma la fascinación del cuerpo de la estética de La Nueva Carne… y es quizás una película sobre cómo partir del goce mortífero para llegar a Un padre. La articulación entre el cuerpo y el llamado al padre nos permite, de la mano del film, pensar el goce de éste más allá de su père-versión; es decir, del modo en que habría hecho de una mujer la causa de su deseo. Es lo que el presente texto explora.

Este artículo no contiene spoilers propiamente dichos del film Titane (Julia Ducournau, 2021). Sin embargo, sí incluye un análisis particular del film que busca hacer legible parte de su estructura. Aunque no se revele la historia de la película propiamente dicha, leerlo antes de verla puede no ser lo más indicado.

Cuando desde el psicoanálisis decimos que vivimos en la época del Otro que no existe, pienso que se trata de una puntuación del ocaso de la tradición como guía de vida. Ello no impide que el Otro se encarne en cuerpos, cuerpos que hablan, a partir del momento en que un bebé viene al mundo. Es preciso para el viviente humano, en toda su artificialidad, moldear su empuje, su voluntad de existir, a un llamado. Éste tiene por destino a ese hablante que tiene un cuerpo que puede proveer, saciar, frustrar… Si tomamos esta dirección a partir de la dicotomía clásica de los progenitores de un niño, se alza irremediablemente una pregunta: ¿para qué se precisaría un padre, si un@ puede encontrar en una madre lo que necesita, los cuidados, el amor, la lengua? O dicho con mayor propiedad, ¿qué hace que a menudo cuente otro cuerpo que el de la madre (aunque no sea necesario) cuando se trata de la crianza de ese cuerpo del infante, el que éste aún no tiene, el que le será propio?

Una primera línea de respuesta tiene justamente que ver con la propiedad: la función madre hace posible la ilusión de la posesión ocasional de una parte del cuerpo del Otro, mientras que la función padre es aquella que liga el cuerpo que tenemos al nombre que nos constituye, y que no es forzosamente el nombre propio. Lo que resulta enigmático es que por momentos pareciera que esta función no alcanza… lo cual tiene por correlato diversos modos sintomáticos en que se llama a un padre para que dé algo distinto a lo que da la madre. Resta saber por qué no alcanza.

Titane es un film arrebatador cuya espectacular violencia visual, en el fondo y en la forma, no puede ocultar otra violencia, la del llamado a Un padre. La originalidad del film reside, entre otras cosas, en la rabiosa actualidad de una pregunta eterna en su estructura: ¿ qué hace, de la particularidad de un cuerpo que goza y que es capaz de proferir la palabra, que pueda ser reconocido en su función de nominación de otro cuerpo, el de aquél o aquella que se filia ?

Ello en la medida en que no es necesario que eso acontezca. La imposible equivalencia de un padre a una madre radica en que el primero es proclive a una función, la de dar un apellido e instaurar, en una determinada tradición cultural, un lazo de descendencia. Hay articulación entre procrear y dar nombre; a este respecto, es particularmente evocador el Génesis. Dios profiere “ésta es mi Alianza contigo: tú llegarás a ser padre de una muchedumbre de pueblos. No te llamarás ya Abram, sino que tu nombre será Abraham, porque yo te hago padre de una muchedumbre de pueblos”1.

Hay así el nombre del hombre, y el Nombre del Padre: el segundo implica el acto de enunciar, distinto al de nombrar. A este bautismo sigue inmediatamente un mandato, que opera una extracción en el cuerpo del así filiado: la circuncisión de aquellos que responden a la Alianza. Nominación y brecha en el cuerpo van así de la mano.

En la nominación del Padre no se trata solamente del nombre propio, sino de la articulación entre un estilo de vida y goce, y la creencia en un Otro. Lacan advierte, sin embargo, que contrariamente a lo que pueda parecer, no hay nada menos castrador que la circuncisión2. Ésta explica más bien la función de la demanda por “la circunscripción del objeto y la función del corte”. Es decir, precisar qué se demanda, por el hecho de que ello puede no tenerse, y que su obtención queda cercenada, escandida en el tiempo. Si la circuncisión se liga a la castración, es vía la angustia producida por la amenaza de perder algo3; amenaza simbólica, por otra parte, que no concierne realmente a los cuerpos que carecen de pene4.

Tal es el caso de la protagonista de la película que nos ocupa, que enfrentada a un impacto que traumatiza el cuerpo, parece esquivar la castración simbólica a la vez que abraza una nominación.

La referencia bíblica es explícita en Titane (un personaje principal menciona a Dios y a Jesús); también se evoca la dimensión sacra, como ilustra la banda sonora en distintos momentos del film. Pero su arranque pone encima de la mesa la articulación antes esbozada, mediando de hecho un traumatismo causado por el padre. La brecha en el cuerpo de la protagonista se acompaña sin embargo no solo de la nominación (Titane), sino de un objeto suplementario, que no pertenece propiamente al organismo, sino que se injerta. El título del film, el material del objeto, y la marca más propia y singular de la protagonista coinciden.

La protagonista, cuyo nombre propio evoca la falta de palabras (Alexia), y cuyo ser queda sellado por el metal, se ve como consecuencia arrastrada a la invulnerabilidad física y moral en una espiral de la pulsión de muerte. Una espiral que arranca en esta primera escena, que tiene por correlato el rechazo del padre (en ambos sentidos: rechazo del padre a ella, rechazo de ella al padre). El asunto es que, en el film, la nominación que hace a un primer modo de gozar la vida no viene del decir paterno sino del acto de la ciencia, que da la vida a la vez que un límite.

La gratitud y el amor imaginario resultante se dirige a un cuerpo metálico, el cuerpo que causa efectivamente el traumatismo y brinda a la vez la esencia que hace fálico al cuerpo. Cuando se trata del padre, vemos que es preciso además el consentimiento de aquél o aquella de quién la sociedad espera filiación para que haya alianza simbólica posible con la función. Y es en ese consentimiento que es posible la procreación humanizada, es decir, que la filiación siga una generación más.

Lo apasionante del film es que mostrará dos caras, dos objetos, de los que está hecho hoy esa marca paterna a la que se consiente: el objeto inanimado que es y a la vez no es parte del propio cuerpo; y el cuerpo del padre en la medida en que desea y goza. La primera vertiente del objeto muestra que Edipo es más complicado que papá y mamá. Implica la pérdida, y una recuperación. Lacan lo plantea del siguiente modo, de nuevo a partir del rito de la circuncisión: ésta tiene una función en la economía del deseo en tanto el objeto se desea por estar perdido5. El pedazo de carne que es objeto del rito no es lo que está en juego: la separación de una parte del cuerpo, un apéndice, se convierte en simbólica y es esencial en la relación al cuerpo propio que tiene el sujeto, alienado desde ese momento6.

Alienada al metal, podríamos decir de la protagonista. Pero eso no nos dice nada del cuerpo del padre: éste entra en juego en la medida en que el sujeto no se alía a Dios, sino que se sostiene en la inexistencia, solidaria del “hecho a sí mismo” propio del cuerpo de nuestro presente.

La operación clásica del padre, como la vemos en el Génesis, implica el acto de palabra (divino) y el cuerpo del filiado. Lo nuevo que muestra Titane, film de la época del Otro que no existe, es que el lazo a Un Padre precisa además de la intervención del cuerpo del padre. ¿Qué hace un padre con su cuerpo, y por qué importaría eso?

Ya hemos indicado lo suficiente para entender que el padre inaugural de la protagonista queda marcado por el rechazo. Los gestos de su cuerpo van en consonancia: su movimiento fracasa al querer atar; se paraliza y huye ante lo que rehúsa tocar. Si algo rechaza, es la dimensión incestuosa con su hija. No es que vele, que se distancie, que se abstenga; es que no soporta.

Le horroriza el goce de su hija. La hija, en consecuencia, lo cancela.  ¿Fin de la historia? Para nada. La protagonista consiente más adelante a Un padre. Quiere, hay poca duda, Un padre a la altura de su goce. Encontrará así a un hombre que, como ella, se ha erigido en invulnerable a partir de un traumatismo que implica perder algo. Y, sin embargo, a diferencia de ella, algo le falta en lo más hondo, y su cuerpo presenta signos de vulnerabilidad.

Es conocido el leitmotiv lacaniano según el cual un padre solo tiene derecho al amor y al respeto si ha hecho de una mujer la causa de su deseo. Titane se construye sobre una hipótesis algo diferente: Un padre solo tiene derecho al amor y al respeto si ha hecho de un desaparecido la razón de su dolor y su enfermiza existencia. No es Yahvé, Dios padre que llama a Abraham al sacrificio de su primogénito Isaac. Es Un padre que llama a la desconocida encontrada a ocupar el lugar de lo extraviado: curiosamente, ahí, ella se encuentra. Puede pasar de lo absoluto de la pulsión de muerte en la que se perdía a consentir a un deseo particularizado, asumiendo a la vez que ello es posible por un borramiento de sus caracteres sexuales secundarios de mujer. Esto pasa por la pasión maltratadora del propio cuerpo, y acaba desembocando en la sacralidad de la indeterminación sexuada, causa de deseo7. Como dice la propia directora del film: la desconocida, una vez subvertida la definición de su género, encarnará finalmente la revelación religiosa8. ¿Por qué iba ella, sin embargo, a prestarse al delirante requerimiento de este hombre?

En un primer momento, que es siempre el más esencial, por algo sencillo: el hombre marca un límite a todos los hombres, él incluido, erigiéndose en ley; y luego (y esto es lo importante) baila con ella. Este padre demuestra así tener un cuerpo gozado, puede moverlo, y no rehuyendo a la desconocida, sino aceptando el cuerpo a cuerpo, el forcejeo, la tensión erótica incluso. No huye ante el deseo incestuoso. Lo particular de este personaje paterno es que está hecho de una sola pieza: es lo que es, hasta el punto de presentarse entre otros como Dios.

No es el Padre de la Horda freudiano: no es excepción, y no goza sino de forma autoerótica, él solo. Todo lo que ama es a quién ha extraviado. La desconocida se presta a colmar su falta, pero sólo porque como padre tiene un cuerpo y puede hacer algo con él que hace pareja con el goce de ella, domeñándolo: bailar. La desconocida forzará por necesidad el propio cuerpo para masculinizarlo, o lo que es lo mismo en este caso, borrar sus atributos sexuales. Pero solo encuentra la falla subjetiva por consentir al deseo de otro ser bailando con su cuerpo vivo, y en la medida en que éste goza amando solo lo perdido y llamándola a ocupar ese lugar de alianza, de filiación.

El padre en el tiempo del Otro que no existe tiene que hacer de su cuerpo signo de un goce particular: es lo que por el baile muestra. Puede bailar solo: hoy se sabe que el goce es autoerótico. A la vez, el muro ante el deseo incestuoso se ha estrechado: el padre tiene que poner en juego su cuerpo como límite, lo cual obviamente no es sin ambigüedad. No es tanto un deseo defensa como un deseo tentación el que se respeta: es lo que parece decirnos Titane. Cabe decir que el baile con el padre cumple su función también en el tiempo del Otro que existe, el de la tradición.

Puede evocarse a ese respecto el baile del padre y la niña en la sublime El Sur, de Víctor Erice (1983). En ese film, si bien el padre vive sumido en la nostalgia por haber perdido algo, lo que ha perdido sí responde al leitmotiv lacaniano: hizo de una mujer la causa de su deseo. Para la hija, el padre se constituye entonces como enigma, y toda su neurosis se construye en torno de este Otro que da densidad a su amor. El baile mantiene a distancia prudencial los cuerpos, que no se tocan más que por las manos y sin pegarse (en ambos sentidos del verbo). El deseo incestuoso no se evoca más que en la mirada embelesada de la niña dirigida al padre, animado por un deseo nostálgico. Un padre de palabra, un padre de secreto. El ‘Un padre’ que dibuja Titane, en cambio, no presenta enigma alguno: se sabe lo que ha perdido, y no es más que lo que se muestra. Se lo respeta y ama porque baila con el goce: el propio… y el femenino que alberga el cuerpo que reconoce. Lo que parece transmitir la película es el coste de esa alianza: el deseo del hombre será, entonces, deseo incestuoso asumido por un padre, o no será reconocido. Una niña no pide hoy lo mismo que antaño; pero sigue llamando a un padre. Lo que no es seguro es que ese llamado desemboque, por desplazamiento, en el encuentro amoroso con otro cuerpo.

*Texto publicado originalmente en tActe Barcelona: ‘Titane’: bailar con Un padre.

Notas:

  1. La Biblia. Génesis 15, 12-17, 17. Círculo de Lectores, Barcelona, 1970, p. 98.
  2. Lacan, Jacques. El Seminario, libro 10, La angustia. Paidós, Buenos Aires, 2006, Paidós, p. 92.
  3. Ibíd., p. 102.
  4. La barbarie de la ablación del clítoris nada tiene que ver con una amenaza simbólica sino que es bien real, pues se trata de una castración del órgano que priva realmente de un goce, cosa que la circuncisión no produce.
  5. Lacan, Jacques. Seminario, libro 10, La angustia. op. cit., p. 231.
  6. Ibíd.
  7. Acerca de la articulación entre lo sagrado, la indeterminación del sexo de una figura humana, y la causa del deseo, pueden consultarse las consideraciones de Lacan acerca de los bodhisattva en: Lacan, Jaques. El Seminario, libro 10, La angustia. op. cit., pp. 242-247.
  8. Entrevista en La Ser a Julia Ducournau.