Decir la mujer; difamarla

En un juego de palabras que permite la lengua francesa, Jacques Lacan, juega con la parecida sonoridad en francés entre dit-femme y diffame. El intento de decir a la mujer, de definirla, de universalizarla, de darla por conocida, fracasa.

La tendencia a la difamación de las mujeres a lo largo de los tiempos no necesita justificación. Incluso en este momento donde podemos considerar muchos avances en sus derechos y reconocimientos, esto sigue presente. Este juego de palabras tan sutil y casi dicho al pasar nos muestra una de las formas en las que se encarna la dificultad que implica la existencia de la mujer en el mundo.

Ya Freud en sus Contribuciones a la Vida Amorosa, en su texto sobre El Tabú de la Virginidad1, mostraba a partir de los estudios antropológicos de algunas tribus el tabú que rodeaba a las mujeres, por ser ese continente desconocido y misterioso frente a lo que el sujeto se horroriza y del que de alguna forma debía distanciarse. Esto que en los primitivos tomaba esta forma de tabú, en muchas religiones toma la forma de preceptos y prohibiciones. ¡Ese cuerpo que encarna la diferencia es lo que nos trae a maltraer!

También ahora, en pleno siglo XXI, con los movimientos trans y ciertos feminismos se ha vuelto a poner sobre el tapete cómo definir a la mujer. Llevando a derivas, en ocasiones, bastantes problemáticas.

Mientras que estaba preparando esta charla, durante las vacaciones de Navidad, por recomendación de una amiga, vi la película “El último duelo” de Ridley Scott. Diré que comencé y casi abandono, pues todas las escenas de lucha encarnizada con las que empieza no me animaban a seguir, pero esta amiga insistió en que atravesara la primera parte, pues luego seguro que me interesaría, y ella sabe de los temas que trabajo y llevo indagando durante años. Este film está basado en un hecho real, el último duelo que se autorizó en Francia. Frente a dos versiones contrapuestas de los hechos, se suponía que el que ganara en el duelo-torneo a muerte sería el que había dicho la verdad, y Dios habría hablado con el consiguiente castigo al que hubiera cometido perjurio.

Pero esto que no nos resulta nuevo, en este caso adquiere un tinte muy diferente e interesante, el duelo surge a raíz de la denuncia de Marguerite de Carrouges de haber sido violada, en ausencia de su marido, por el escudero Jacques Le Gris, amigo de éste. Como dicho escudero negaba esta acusación, su marido, el caballero Jean de Carrouges le reta a duelo para que se sepa la verdad.

Este film, no ha tenido mucho éxito de taquilla, pero quizás, como en otras películas de Ridley Scott, más adelante se valorará.

No me voy a detener en los detalles que han rodeado su realización, pero señalaré que el guion contó con el asesoramiento de Eric Jager, autor de un libro documentado sobre estos hechos y titulado El último duelo2.

La película tiene tres partes, con el relato de cada uno de los implicados, pero lo que más me interesó de esto, que como ya sabéis ha sido una forma que se ha usado anteriormente por otros cineastas, es el título que dan a cada capítulo, cuando se trata del relato de los hombres reza así “la verdad según…”; cuando se trata de ella, aparece su nombre y después, la verdad.

Esta película es interesante por el interrogatorio al que se somete a Marguertie de Carrouges. En lo que llevo leído del libro de Jager, no he encontrado una corroboración documentada de ello como sí de otras partes del film. Esa parte está guionizada por una mujer y resulta muy creíble que los interrogatorios a los que sometieron a Marguerite de Carrouges antes de que el rey decidiera si se realizaba o no el duelo, fueran de esa guisa. No es significativo si son exhaustivamente verídicos, lo importante es que podemos encontrarnos en la actualidad con algo muy parecido en los juicios sobre violaciones y agresiones sexuales a mujeres.

Freud aborda la diferencia sexual con el anudamiento del registro imaginario y simbólico. Por un lado, tendríamos esa imagen corporal que nos enfrenta a la diferencia anatómica y los efectos que de ello recoge lo simbólico con lo que Lacan nombrará como significante fálico, que organiza la significación y que está marcado por la ausencia y la presencia, por el lleno y el vacío, por el tener y la falta.

Freud, con la observación de los niños y la escucha de sus pacientes, comprueba que en la infancia se da lo que nombrará como “la premisa universal”3 de falo, la creencia de que todos los seres humanos portarían un órgano, contraviniendo la percepción supuestamente objetiva de que hay unos seres que lo portan y otros que no, por tanto, esta creencia no responde a la imagen del cuerpo. Llegará un momento en que los sujetos se verán obligados a posicionarse frente a esta diferencia, ello tendrá como consecuencia para el varón el temor a la pérdida, la amenaza de castración, que toma distintas formas sintomáticas, y en las mujeres asumir que ellas no tienen ese órgano se traducirá en el temor a la pérdida del amor.

Lacan comprueba que esta manera freudiana de abordar lo femenino resulta insuficiente y considerar el goce que experimenta una mujer “solamente” desde esta perspectiva fálica no alcanza. Lacan empieza a desembarazarse de la premisa que se podría derivar de todo esto, la universalización del goce fálico para todos.

Aunque Freud mostraba su ilusión de encontrar una fórmula “suficientemente normal” como para llegar a un encaje adecuado entre hombre y mujer que nos salvara de los padecimientos de la sexualidad y el amor, era muy honesto como para no comprobar que lo que antes consideraba malestares y perturbaciones neuróticas y patológicas, al final resultaban comunes a cualquiera.

Es Lacan el que se va encontrando, en relación a lo femenino, que la horma fálica no sirve para abordar el goce de una mujer. Y es así como definitivamente en su Seminario XX, Aún4, pone en jaque el goce fálico y comienza a nombrar otro goce, que no es el reverso, ni el complementario del fálico, sino que es suplementario.

No hay otra significación que la fálica, las leyes del lenguaje responden a esa lógica que siempre es binaria. Por eso cuando se pide a las mujeres que den cuenta de este otro goce, que algunas conocen, no sueltan prenda. Pero no se trata de una ocultación o secreto intencionado sino de una dificultad estructural para nombrarlo. El campo de la palabra no alcanza para decirlo, y por tanto tampoco para decir La mujer. El intento denodado en definirla, en nombrarla, al encontrarse con este muro, este imposible, nos lleva a difamarla: puta, bruja, zorra…paranoica, histérica.

Es evidente que esta difamación no parte exclusivamente de los hombres, las mujeres pueden ser terribles cuando entran en esta pendiente. Una manera que tiene la mujer de significar esta ausencia, esta falta, siempre desde la perspectiva fálica es considerándose en déficit, no puedo, no llego, no tengo…a sí misma. Por la vía de la difamación se evidencia el rechazo a lo “opaco” de este goce en la otra y en ellas mismas.

Por más educación, cambios logrados en los derechos de la mujer, que por supuesto son fundamentales para nuestras vidas, esto de lo que hoy trato de dar cuenta aquí es transversal a cualquier época y solamente poniéndolo en primer término tendremos una oportunidad de inventar otra cosa.

Por ello me pareció que esta película es muy interesante para ejemplificar esto.

Que esté inspirada en una historia real de la Edad Media viene muy bien para evocar lo que Lacan en el Seminario Aún afirma y que resulta en cierta manera enigmático, que en la Edad Media a la mujer no le iba muy bien y que quizás por ello apareció el paradigma del amor cortés, encumbrando a la Dama, elevándola a la dignidad de la Cosa.

En este film queda patente que en la Edad Media con la mujer se podía hacer cualquier cosa, entre otras las violaciones permanentes y por eso tenían una teoría ad hoc para pensar la reproducción y seguir manteniendo a buen recaudo los patrimonios de los Señores Feudales y la Corona. Consideraban que si no se producía en el momento del coito el orgasmo -que en francés textualmente es “la pequeña muerte” -la petite mort-, no se produciría la fecundación. Salvaguardando así de los bastardos, las herencias. Y por tanto también considerando que en una violación no podía darse este goce en la mujer, y en el matrimonio, sí.

Para el psicoanálisis, la cuestión del goce es mucho más paradójico y no se puede hacer coincidir la reproducción con el orgasmo, aunque ciertas afectaciones del cuerpo pueden colaborar fisiológicamente en la fecundación, y tampoco se puede aseverar que una mujer en una violación, abuso, no va a experimentar satisfacción alguna.

Marguerite de Carrouges queda embarazada justo por las fechas de la violación y observamos cómo en el interrogatorio se pone en juego la maquinaria de la difamación, también, del lado de las mujeres. Ella debe estar mintiendo, el encuentro sexual debió ser consentido o debe tener un amante.

La situación de Marguerite, que durante cinco años de matrimonio no había logrado quedar embarazada de su marido, contravenía las teorías sobre la fecundación. Por un lado, o no gozaba con su marido y por ello no lograba el embarazo, o había gozado con Le Gris, por lo que el forzamiento que ella denunciaba no era tal, sino que se trataba de un encuentro consentido.

Le preguntan si goza con su marido y si gozó durante la violación. Y lo que me ha parecido más remarcable es la ambigüedad que deja abierta la interpretación actoral y las respuestas: no conseguimos tener una certeza de que diga la verdad sobre su goce. Podemos por las escenas sacar nuestras propias conclusiones, con respecto a su relación con el marido, pero lo que queda patente es la afirmación de Lacan que cuando frente a un tribunal se pide que se diga la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad, se trata de la verdad sobre el goce y esto es imposible. Por ello en el terreno del derecho se trata de hechos, aunque aspiran a lo otro.

El goce masculino en esta película está claramente explicitado y no lleva a ninguna duda. Se trata para ellos de las posesiones, tierras, mujeres, descendencia, apellido, honor, guerra, al final servidumbre, al Señor, al Rey, a Dios. La mujer es una posesión más.

Es el goce femenino el que interroga, el que perturba, el que pone en jaque al varón, es el que no le permite atraparla por entero, tenerla toda para él y en el film las miradas captadas por la cámara en el momento de las respuestas de ella ¡son excelentes! ¡Ellos penden de su hilo!

Esos hombres, que son capaces de luchas encarnizadas en el frente, con fama de valerosos, que se batirán en duelo por su honor se muestran horrorizados y aterrorizados frente a este goce otro, que les hace a algunos -como Jean de Carrouges y Jacques Le Gris- torpes y burdos cuando abordan una mujer… Usan su órgano como usan su espada… Y así, no sabrán nunca de qué se trata hacer el amor a una mujer, pues se trata de poesía.

 

Notas:

1. Freud, Sigmund. “El tabú de la virginidad”. Obras completas, Tomo VII. Biblioteca Nueva, Madrid, 1986, pp. 2444 - 2453.

2. Jager, Eric. El último duelo. Ed. Ático de los libros, Barcelona, 2021.

3. Freud, Sigmund. “La organización genital infantil”. Obras completas, Tomo XIX. Amorrortu. Buenos Aires, 1992, p. 146.

4. Lacan, Jacques. El seminario, libro XX,  Aún. Paidós, Buenos Aires, 2015.