Si el patriarcado murió, el Padre no se muere tan fácilmente*

¿Hasta qué punto las redes sociales son responsables de la expansión de la violencia machista? ¿Cuál es el papel que podemos atribuirle en la actualidad? No cabe duda de que el goce fálico introduce en quien se sitúa en la posición masculina una dimensión donde la brutalidad está siempre latente, y que por desgracia pasa al acto en demasiadas ocasiones. Ello no significa que los hombres sean por definición salvajes, pero desde el fondo de la historia existe en ellos una toxicidad potencial que puede alcanzar una realización desenfrenada.

La concepción de que el régimen patriarcal ha dado fundamento y forma a la peligrosidad del macho podría invertirse. Es tan solo una hipótesis, pero no es imposible pensar que, al revés, el patriarcado es el relato sustentado a partir del orden fálico. En el mito freudiano de Tótem y Tabú, la secuencia lógica es luminosa. Hartos de que el Padre Omnipotente se arrogue el derecho a las mujeres, los jóvenes miembros varones de la horda primitiva llevan a cabo su asesinato. Pero el derrocamiento del Proto Padre no da lugar a una sociedad liberada de su tiranía. Los varones sellan un pacto por el cual, derrocada la autoridad despiadada, se identifican a ella para ejercerla con una violencia de la que todos son cómplices.

La nostalgia del padre ha retornado en las últimas décadas de la mano de los supremacistas blancos, de una derecha que, herida en su amor propio, apela a recrear el mito de un padre que vendría a restaurar el orden perdido. ¿Quiénes componen el creciente grupo de los que vociferan para que sus arrebatados derechos les sean devueltos? Un conjunto heteróclito, pero atravesado por lo que se denomina Manosfera, -Man: hombre + sphere: esfera- neologismo que va más allá de la clásica misoginia. La manosfera es una red de blogs y foros que diseminan el odio a toda modalidad de feminismo. Algunos transmiten contenidos de una violencia extrema, incluida la incitación a los atentados terroristas y las matanzas que son noticia casi semanal en los Estados Unidos. Otros reivindican a los llamados artistas de la conquista, hombres que desarrollan la patética y cruel habilidad para abordar a mujeres desconocidas y desplumarlas sentimental o económicamente, incluso ambas cosas. También pululan los adherentes a la comunidad Incel -Célibes involuntarios-, fracasados en todos los aspectos de la vida, y que se creen con derecho a que las mujeres les brinden un servicio sexual.

El filósofo alemán Hans Magnus Henzensberger ya había alertado en 2006 sobre la peligrosidad de lo que denominaba un nuevo tipo de perdedor, que distingue con exquisito cuidado del fracaso al que millones de jóvenes son condenados por el sadismo de los ideales del capitalismo salvaje. Los nuevos perdedores son aquellos que callan, mastican su odio en la más absoluta soledad, y solo se permiten volcar el resentimiento en las redes sociales, que no son en sí mismas las creadoras de la violencia, sino que facilitan una expansión que ni siquiera la tele o la radio lograron alcanzar.

Leo a Joyce Carol Oates. Sus relatos retratan la violencia masculina con la crudeza y precisión de una intervención quirúrgica en la crueldad de la llamada virilidad tóxica -Patricia Highsmith fue pionera en eso- y el estrago hipnótico que pueden ejercer sobre una mujer. Joyce Carol Oates conoce a la perfección, con la sabiduría de su clínica poética, la función de la mirada como fascinum, objeto capaz de atrapar a una mujer y herirla en su goce más íntimo. No obstante, nadie podría argumentar que su obra sea una incitación a la violencia. Merecería un profundo estudio determinar las razones de esta diferencia.

La ausencia del universal femenino le da a la mujer una plasticidad para acomodarse a modos muy diferentes de interpretar su condición. Los que se sitúan del lado masculino, no conocen más que un modo de cumplir su papel, aunque la cultura los fuerce a adoptar semblantes más acordes con los ideales de la época.

La demonización de los hombres tampoco contribuye a mejorar el estado de las cosas. El papel del psicoanálisis tal vez podría consistir en encontrar modos de que hombres y mujeres se desprendan de la ferocidad del Padre. Ellos renunciando a su reencuentro, ellas a volverlo omnipresente.

*Este artículo fue publicado en Facebook el 12 de marzo de 2023.