Sexo virtual, violaciones reales*. José Ramón Ubieto (Barcelona)

La violación, por parte de un joven. de una menor de 15 años mientras que otro grababa las vejaciones con una cámara de vídeo es un nuevo episodio de violencia representada. De hecho, un aspecto característico de las manifestaciones de la violencia en nuestra época es, sin duda, la función que toma lo que el psicoanalista Jacques Lacan destacó como el objeto mirada: el hecho de que el ojo que mira se convierta en una fuente de satisfacción que hoy más que nunca se alimenta y multiplica por los gadgets modernos. El intercambio creciente entre los jóvenes -y a través de todo tipo de medios digitales (internet, móviles)-, de imágenes relativas a peleas y agresiones junto a la proliferación de reality shows donde no escasean estos actos y/o su relato, confirman que la violencia, hoy, no es pensable sin su representación que incluye la escena misma y la fascinación que produce entre unos (actores) y otros (espectadores).

Esa violencia, en este caso de carácter sexual, se alimenta de un empuje al hedonismo que comporta una desinhibición de la conducta. Aquello que en otro momento permanecía en los límites de lo íntimo (la relación sexual en sus diferentes modalidades) ahora debe mostrarse sin pudor, a cielo abierto y con toda la crudeza posible. No ya como ejercicio de transgresión, sino como verificación pública de potencia viril. Todo lo cual no es ajeno a un momento en el que aumenta, de un modo notable, el consumo regular de estimulantes sexuales entre los mismos jóvenes, temerosos de no dar la talla.

La distribución posterior de estas imágenes, de manera inmediata y generalizada gracias a la red y a los móviles, procura una segunda satisfacción ligada al dar a ver al otro la "hazaña" y el efímero reconocimiento que se deriva. Su éxito radica en el anonimato del voyeur digital que las mira sin pagar por ello, sin poner el cuerpo en el cara a cara con el otro, lo que lo exonera de cualquier malestar. La víctima allí es un objeto para la satisfacción del ojo, sin subjetividad que apele a remordimientos o culpa.

Allí donde el sexo real implica encontrar, más allá del cuerpo del otro, su deseo y con él las vacilaciones, dudas, sentimientos, el sexo virtual (pornografía profesional o amateur) protege de la falta, allí todo se vuelve potencia. Siempre hay otro, sin nombre, que ocupa el lugar de chivo expiatorio y es ofrecido como sacrificio a lo que funciona hoy como un imperativo global: ¡goza!

La cámara que lo graba es la pantalla que refleja aquello que damos a ver como performance, nuestra "obra" y, al mismo tiempo, vela eso que es fuente de angustia creciente: que en realidad cada uno de nosotros no somos mucho más que un cuerpo escrutado, en manos del otro. Eso los jóvenes hoy lo "saben" mejor que nunca, su condición de objetos consumibles en el mercado, desechables e intercambiables fácilmente. De allí sus esfuerzos por mostrar al Otro social algo que los trascienda, que deje alguna huella de su paso. La cuestión es cómo pueden inventar algo que no implique la destrucción del semejante.

* Publicado (extractos) en el diario La Vanguardia, edición del 30 de enero de 2008