España, con “demasiada alegría”. Miquel Bassols (Barcelona)

¿Cómo sigue la política en España el avance imparable de la depresión, esta epidemia que amenaza nuestro futuro pero que es ya hoy la responsable de uno de las mayores partidas del gasto social? La mejor respuesta que hemos encontrado para el actual diagnóstico: “En estos momentos, se toman antidepresivos con demasiada alegría”. Son las palabras del director del Institut Català de Farmacologia alertando a la prensa de los costes y los riesgos de la administración indiscriminada de antidepresivos. ¿Humor involuntario? ¿Lapsus calculado?

En todo caso, muestran de nuevo la paradoja en la que se mueven las políticas sanitarias actuales, también en España, entre el imperativo de la eficacia verificable y la hemorragia de un gasto social cada vez más hipotecado a la demanda de curación inmediata del sufrimiento psíquico. Y el problema no es de hecho que se tomen sino que se receten... con demasiada alegría. Es la alegría fundada en las promesas anunciadas a tambor batiente por los sucesivos Ministerios de Sanidad estatal y seguidas, más o menos de manera uniforme, por los gobiernos de las Comunidades Autónomas. Veamos algunos elementos de esta estrategia.

Fue para hacer frente al aumento del sufrimiento psíquico de los españoles que el Gobierno Zapatero elaboró la “Estrategia en Salud Mental del Sistema Nacional de Salud”. El plan fue aprobado por el Gobierno y las Comunidades Autónomas el 11 de diciembre de 2006 y fue presentado por la entonces Ministra de Sanidad y Consumo, Elena Salgado, el 21 de marzo de 2007. El plan sigue la lógica de una medicalización sistemática del sufrimiento psíquico. El argumento, insiste la anterior ministra, es el de la no estigmatización de la enfermedad mental: “Por otra parte, seguiremos desarrollando campañas contra el estigma asociado a las personas con enfermedad mental. Hemos insistido, y seguiremos haciéndolo, en que los trastornos mentales son enfermedades como las demás. Que algunas se curan. Y que la mayoría de las que aún no se curan, si se diagnostican a tiempo y se tratan bien, tienen un pronóstico razonablemente favorable”.

La gripe o la esquizofrenia, el cáncer o la neurosis obsesiva siguen así en un mismo pie de igualdad la promesa de curación guiada por la medicalización generalizada, con los criterios de eficacia y eficiencia de la medicina basada en la evidencia. El lugar colateral otorgado a los “profesionales psi” -con sólo algunas pinceladas en el largo informe al estilo de “promover la atención psicoterapéutica”- ha provocado múltiples respuestas quejosas, una vez más, de los colegios y asociaciones de psicólogos.

Pero la lógica higienista no parece detenerse ante estas reclamaciones de aumento de los profesionales “psi” en el Sistema Nacional de Salud. La creación del “Centro de Investigación Biomédica en Red” dedicado a la salud mental es uno de las piezas de esta estrategia que el actual ministro, Bernat Soria -reputado como eminente científico-, desarrolla añadiendo ahora el “Plan Avanza”. Es un plan “destinado a la informatización completa del proceso asistencial” con tres acciones: implantar la “receta electrónica”, establecer el Historial Clínico Electrónico (HCE) para interconectar todos los centros sanitarios desde los que se pueda acceder al historial de cada persona, y desarrollar la cita médica por Internet y el telediagnóstico. Bernat Soria asegura que el proyecto de “Sanidad en línea” iniciado por sus antecesores, puede ser así una realidad en dos años.

La política de las cosas tiene sin duda en la promesa de la eficacia tecnológica, uno de sus mejores argumentos para borrar de su mapa al sujeto de la palabra y del goce. La tecla “Intro” parece ser ya la llave de vuelta del acto médico y pronto lo será del acto político. ¿Dónde queda aquella “presencia real” del analista en la que Jacques Lacan veía el resorte irreductible de su acto? Hay, en efecto, un punto en común en las diferentes estrategias de respuesta a la demanda social: el descuido, cuando no el desprecio, de la dimensión de la transferencia como decisiva en las formas de tratamiento. Pero este descuido retorna en dos problemas que acucian al político de la salud mental: la necesidad de un rápido diagnóstico, que sólo bajo transferencia puede ser realmente preciso, y el llamado “incumplimiento terapéutico” que se ha convertido hoy en el mayor escollo de los tratamientos farmacológicos y conductuales. “Es que se resisten”, decían los analistas postfreudianos de la época, criticados precisamente por Lacan como bellas almas que no veían la realidad que producían por su propia posición en la transferencia. Una política del síntoma sin estrategia de la transferencia será siempre un paso atrás para el sujeto del deseo. Es lo que a veces detectan nuestros políticos si saber muy bien a qué santo encomendar sus plegarias.

La consejera de Sanidad del gobierno catalán, -equivalente en la Generalitat al ministro de Sanidad -, la Sra. Marina Geli, podía así declarar, alarmada por el aumento del gasto social en la prescripción de psicofármacos: “En el trasfondo de la prescripción de muchos psicofármacos, tal vez exista la falta del tiempo del médico de familia o del personal de enfermería, de tener un espacio para escucharlo y decirle: ‘Vuelva usted mañana, porque tal vez esto que tiene es simplemente una tristeza y no un trastorno depresivo’. Pero tal vez tenga sólo dos minutos para hablar de esto”. En realidad, bastan menos de dos minutos para decir esta frase que finalmente deja para mañana lo que no se puede hacer hoy, aplazando la cita con el sujeto de la demanda y de la transferencia, y no por falta de tiempo sino por falta de saber localizar a ese sujeto en su justo término y valor. Es verdad, la indicación de Marina Geli sitúa el problema en su principio, pero harían bien, tanto el médico como el personal de enfermería -¿y por qué no finalmente un psicoanalista?- en aprender a situar ese sujeto de la demanda siguiendo las indicaciones de Jacques Lacan: “La curación es una demanda que parte de la voz del sufriente, de alguien que sufre de su cuerpo o de su pensamiento. Lo sorprendente es que haya respuesta, y que desde siempre la medicina haya dado en el blanco por medio de las palabras”. Es precisamente cuando faltan estas palabras, y no el tiempo, cuando el objeto, medicamento o respuesta inmediata a la demanda, viene a colmar el vacío abierto entre cuerpo y pensamiento, el vacío de su identidad imposible.

Asistimos así en España a los efectos, tal vez menos espectaculares que en otros lugares pero no menos persistentes, de la ideología de la evaluación y de las políticas “basadas en la evidencia” que afectan también a los diversos estratos del campo de la salud mental. Un sistema sanitario sin sujeto, que se controlará y evaluará a sí mismo con la eficacia de una máquina; este parecería ser finalmente el ideal de un sistema funcionando a la perfección, sin mayor traba que el de la inversión económica que supone.

Pero a fuerza de proponer un sistema tan seguro como garantizado por un Otro completo, -llave en mano después de dar dos vueltas al cerrojo-, el resultado es justo el contrario del que se esperaba: la sensación de una inseguridad permanente. En realidad, constatamos a nivel macrosocial lo que encontramos en lo singular de cada sujeto en la intimidad del dispositivo analítico: cuanto más el Otro se esfuerza en hacerse completo, más la división subjetiva florece con todas sus paradojas. O como decía el excelente humorista llamado “El Roto” en una viñeta aparecida en “El País", con un sano saber sobre las paradojas del superyó, inscribiendo el siguiente mensaje en un cartel colgado de un enrejado: “Por razones de seguridad, no hay seguridad”*.

*Se reproduce la viñeta con la amable autorización del autor.