¡Seguir adelante!

Hay que cuidarnos y seguir trabajando fue mi respuesta a la irrupción inesperada del Covid-19 y a las condiciones que se imponían frente a este acontecimiento global amenazante para la vida. ¿Qué era seguir trabajando? Lo entendía como seguir estudiando a Lacan y sostener las transferencias con los medios a nuestra disposición. Luego, iríamos viendo e intentando leer lo que surgiera en los encuentros virtuales o telefónicos. Momento de ver e intentar comprender.

Se trataba en parte de un terreno conocido, tenía que ver con mi síntoma, pero también con mi clínica. Efectivamente, hace años que trabajo con niños y adolescentes que padecen enfermedades amenazantes para la vida. Aislamiento, distanciamiento social, medidas de protección frente a posibles contagios, convivir con la incertidumbre y una cierta amenaza difícil de situar son coordenadas muy presentes en mi práctica en el hospital.

Mi trabajo allí está orientado por el psicoanálisis: no hay una “buena” manera de enfrentarse a estas situaciones, sino que cada uno debe encontrar la propia, salir del impasse del diagnóstico encontrando sus herramientas para ir atravesando el tratamiento. No hay receta frente a la irrupción de lo real. “No hay una forma válida, adecuada, de pasar por esto”, decimos a las familias en el momento del diagnóstico. Hay protocolo oncológico pero no hay protocolo subjetivo.

En el inicio de la pandemia, esas coordenadas, de algún modo familiares, se repetían a escala mundial, frente a una enfermedad, el Covid-19, cuya evolución natural y tratamiento se desconocía.

“Parece un mal sueño”, “es como si estuviéramos en una película de miedo”, “no puedo creer que nos esté pasando esto”, frases escuchadas muchas veces en boca de los padres en el momento del diagnóstico se sucedían de forma amplificada en los periódicos, en las redes, en las conversaciones y también en la consulta.

Recurrimos a lo conocido para tratar de cifrar lo desconocido.

En marzo me pidieron una breve contribución que titulé “Apostar por la vida” en la que hacía referencia a la clínica en hemato-oncología pediátrica, pensando que allí había una enseñanza para extraer y compartir en ese momento. Apostar por la vida no es otra cosa que aceptar que lo que creíamos que era nuestra normalidad ya no lo es, que las cosas no serán igual que antes, que hay algo que se ha perdido, y que no se trata de luchar por recomponer la vida como era o aguantar hasta que se acabe, sino de aceptar la pérdida y a la vez inventar una nueva rutina vivible, esa tan repetida “nueva normalidad”, que tal vez podríamos nombrar de otro modo, pero que supone un nuevo modo de funcionamiento.

Las condiciones actuales de la vida en nuestras ciudades conllevan sin duda una pérdida: una pérdida de satisfacciones, una pérdida de encuentros, una pérdida de sensaciones. Otra frase del hospital se hace presente: “Nunca hubiéramos elegido pasar por esto, sin embargo, a veces la vida te pone por delante situaciones difíciles y ahí lo que cuenta es la respuesta que uno da a eso”.

Me interesa pensar los efectos de las condiciones impuestas por la pandemia en la clínica y la política del psicoanálisis, así como las posibles respuestas. ¿Cómo situar la pérdida a nivel de la clínica y de la política de Escuela? ¿Cómo transformar esa pérdida, el vacío que deja, en agujero productivo?

A nivel de la clínica, experimenté una pérdida de la tercera dimensión y con ello una incomodidad. La presencia del cuerpo del analista, permite intervenciones más allá de lo verbal y del sentido, intervenciones que son más del orden de la performance que de las dos dimensiones. ¿Es posible hacer una performance sin que el cuerpo esté presente? ¿Es posible producir efectos de acontecimiento de cuerpo a través de la pantalla o del teléfono? ¿Cómo tocar el cuerpo a distancia? ¿Cómo usar el silencio? ¿Cómo introducir la dimensión de la escena que conlleva el juego en el análisis con un niño a través de Skype? Si el analista es instrumento, si hay algo de dejarse usar en la transferencia, me encontré teniendo que afinar mi instrumento.

Estar a la altura de la época comporta analizar al parlêtre. También tomar en consideración el modo de lazo contemporáneo. Enfrentada a esta elección forzada que modificaba las condiciones para el despliegue de los lazos transferenciales, tenía presente que los analistas de orientación lacaniana no nos sostenemos del encuadre, no nos sostenemos de una técnica sino de una ética.

Una primera observación, a partir de los encuentros virtuales con adolescentes en el marco de un dispositivo de atención gratuita para jóvenes en la ciudad: las pantallas no constituían un obstáculo para el encuentro con un psicoanalista.

Esto se verificó también con algunas demandas nuevas en la consulta, que derivaron en un análisis, aún cuando no hubo encuentro presencial. Sin embargo, en dos casos, había un vínculo indirecto previo. ¿Fue esta transferencia previa la que resultó determinante en la instalación de la misma y el comienzo del trabajo de análisis? ¿Es que los sujetos nativos digitales viven los medios y las pantallas de un modo distinto de quienes no lo somos? ¿Qué podemos aprender de estas experiencias?

Algo que me ha resultado interesante de esta clínica ha sido la posibilidad de leer el uso singular y sintomático de los medios disponibles a partir de que se abrió la posibilidad de retomar la consulta presencial. Me encuentro actualmente trabajando en distintos “formatos” según el caso.

Así, presencial o no, dejar lugar a la elección o no, leer en cada caso qué es lo que está en juego en esa elección, se ha convertido en un nuevo elemento a considerar en las maniobras transferenciales.

Una pregunta insiste en mi: ¿Cómo producir, en esta situación excepcional, un aggiornamiento con finura que no haga perder lo esencial de la orientación analítica? En la clínica, pero también en la política de Escuela.

En distintos espacios de Escuela a través de zoom se suceden debates acerca de la presencia del analista, en otros surge la pregunta acerca de la transmisión del psicoanálisis en estas condiciones de alejamiento de los cuerpos.

En algunas de estas reuniones virtuales hay algo de mezcla, de participación de practicantes de distintos sitios que las descompleta y que me resulta satisfactorio. También, la posibilidad de asistir a actividades de distintas Escuelas de la AMP, me ha dado la oportunidad de experimentar nuevos lazos y abrir ventanas. He tenido la ocasión de escuchar a colegas de distintas partes del mundo que comparten sus lecturas, sus trabajos y que sin zoom sólo podía escuchar en los encuentros internacionales. ¿Falta el sabor del encuentro? Sí. Pero escuchar el primer testimonio de colegas de la EOL en directo ha sido una experiencia que me ha tocado. Poder escuchar conversaciones, enseñanzas, conferencias en distintas lenguas, también. Se hace presente el país del psicoanálisis que no es el país de la geografía ni el de las identidades.

Si algo nos enseña el análisis es que los sujetos podemos encontrar en la contingencia inesperada la oportunidad de descubrir otros modos de hacer. En la apuesta por la vida está la apuesta por el deseo a sabiendas que es la “única herramienta que los cuerpos hablantes tienen a su disposición para tratar lo real”1.

Las contingencias, aún las catastróficas, pueden ser una ocasión para el surgimiento de lo nuevo, en cada sujeto y en el lazo que nos une como Escuela. Aún a través de zoom, apuesto por continuar el camino de ir formulando preguntas que nos pongan al trabajo y estimulen nuestro deseo de psicoanálisis.

 

Notas:

  1. Brousse, Marie-Hélène. “Encontrar en el mismo impasse de una situación la fuerza vital del deseo”. AMP Blog, 2020.