PSICOANÁLISIS Y POLÍTICA. Por Berta Chulvi (Valencia)


EL CAMPO DE LA NO-RENUNCIA

Se me cita como periodista para reflexionar sobre la política desde el discurso psicoanalítico. Pienso, en primer lugar, en qué significa para mí, como sujeto que se analiza, adoptar la perspectiva del discurso psicoanalítico para observar una actividad concreta como es la política.
¿Diríamos una actividad concreta o diríamos una actividad total? La política es, como el análisis, una actividad total. Porque es total aquello que persigue la liberación de los sujetos, aquello que aspira a crear condiciones de “bien-estar” - con guión al medio - para los sujetos que concurren en un espacio y en un tiempo. La política y el análisis son para mis dos terrenos de la “no-renuncia”. En mi opinión, “no renunciar a lo que se desea” es el campo común de la política y del análisis.
Sin embargo, mientras en el análisis se afronta la “no renuncia” desde una posición que yo podría definir como “pasión por el conocimiento” en la política se afronta la “no renuncia” desde una posición que yo definiría como “pasión por la estrategia”. Y la muerte de la política hoy - porque admitámoslo, la política es una anciana moribunda frente a muchos otros “issues” que acaparan la atención social. La muerte de la política hoy se deriva de que la pasión por la estrategia es incomprensible para el sujeto del siglo XXI.
La pasión por la estrategia pertenece al paradigma de la trasgresión, a la política del siglo XX, pero no seduce nada, nada, nada, al sujeto actual que demanda explicaciones constantes, porque ha nacido inmerso en una sociedad, que lo queramos o no, se define a sí misma como “sociedad del conocimiento”. Me diréis que una sociedad que consume telebasura no puede ser nunca definida como una sociedad del conocimiento, y yo me opondré a tal afirmación para explicar que la sociedad que consume “contenidos” por encima de otro tipo de bienes, sean o no sean basura, es sin duda, una sociedad que puede definirse a sí misma como una sociedad del conocimiento. Y que esos contenidos sean basura se debe, principalmente, a que el sujeto periodista renuncia a su deseo.
Algunos acontecimientos recientes pueden servir para ilustrar mis tesis sobre la “pasión por el conocimiento” y la “pasión por la estrategia” como posiciones antitéticas. Pensemos en un momento en el que resurgió la política: las elecciones del 14 de marzo. Resurge la política con fuerza porque desaparece la estrategia (nótese que estrategia es un término que procede del campo militar). Desaparece la estrategia y surge la demanda de verdad. ¿Ante que se reveló el pueblo español votando a Zapatero en las urnas? Se reveló, ante las razones estratégicas de una guerra (todo muy siglo XX), porque el pueblo no entiende de estrategias. Y, sobre todo, se reveló ante la mentira institucional o contra la política como estrategia. Como fue un escenario patético la gente reclamó su “pasión por conocer” y la izquierda apareció en sintonía con esa demanda.
“El conocimiento” es el deseo del periodista. ¿Podría ser otro el deseo de alguien cuya principal actividad es preguntar? No. Sin embargo, “el conocimiento” es también el objeto de la renuncia del periodista, una renuncia que se sustituye por el goce de “el poder”, que es, en realidad, la mitad del deseo del político, porque la otra mitad es el “hacer”, que conforma un sintagma verbal bastante liberador que es “el poder-hacer”. Y en esa suplantación del deseo del político, el periodista acaba haciendo, porque el político tampoco “hace”. Y el político no hace, porque renuncia a su deseo en beneficio de la estrategia. La estrategia se ha adueñado de la política y sirve para justificar los sueldos de muchos técnicos y asesores. Éstos, y sus informes, que diseñan la estrategia, son los sepultureros de la voz en la plaza pública.
Ni el periodista que renuncia al deseo de “conocimiento” en beneficio del goce del poder. Ni el político que renuncia al deseo del “hacer” en beneficio del goce de la “estrategia” son posibles en el siglo XXI. Nada de eso se entiende hoy en un marco social en que han caído las grandes doctrinas y en el que la estrategia está deslegitimada porque hay un sujeto que consume contenidos cuya exigencia es la “transparencia”. En ese marco, hacer periodismo con el poder, y política con la estrategia, son ejercicios de imposibilidad, a los que nos enfrentamos, unos y otros de forma cotidiana, con caras grises en caminos trillados.
Decir que la política y el periodismo exigen hoy la voz y la mirada del sujeto que no renuncia a su deseo, puede parecer simple o extravagante, pero no lo es, porque la voz y la mirada del sujeto derriba las estructuras de forma cotidiana (estructuras como la disciplina de partido o las rutinas productivas de los medios)para posibilitar el dialogo y la construcción del sentido desde la pregunta: ¿Qué está pasando?

Berta Chulvi (Valencia).