Presentación de la conferencia "Comer: la enfermedad del siglo", a cargo de Patrick Monribot. Por Alfredo Cimiano (Palencia)

Buenas tardes, sean ustedes bienvenidos a la conferencia anual que programa el Instituto del Campo Freudiano de Castilla y León, el cual inició sus actividades docentes y clínicas en el curso académico 2003-2004 y está dirigido por los psicoanalistas Fernando Martín Aduriz y José María Álvarez.

Este Instituto forma parte de la Red de Formación Continuada en Clínica Psicoanalítica que se imparte además en Barcelona, Madrid, Valencia, Bilbao, Galicia, Granada, Málaga, Sevilla y Zaragoza. El Instituto del Campo Freudiano, que fue creado por el psicoanalista Jacques-Alain Miller en 1984, viene dispensando una enseñanza, tanto teórica como clínica, con carácter sistemático y gradual, acorde con los principios que orientaron la creación, por parte del doctor Jacques Lacan, del Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París VIII.

Colaboran con el Instituto del Campo Freudiano de Castilla y León el Centro Françoise Dolto de Palencia y la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis así como los hospitales psiquiátricos «Dr. Villacián» de Valladolid, «San Juan de Dios» de Palencia y «Santa Isabel» de León.

En esta ocasión contamos con un conferenciante destacado: se trata de Patrick Monribot, psiquiatra y psicoanalista en Burdeos, miembro de la Causa Freudiana de París, de la New Lacanian School y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, el cual, hay que decirlo, es considerado en los círculos psicoanalíticos europeos como una autoridad en la materia respecto a los llamados trastornos de la conducta alimentaria.

El malestar, el sufrimiento subjetivo, es una parte consustancial de la condición humana pues es inherente a la constitución misma del ser hablante. No obstante, este pathos se ha ido manifestando de diversos modos según las transformaciones que ha ido sufriendo el Otro social a través de los tiempos, de las épocas.

El psicoanálisis, desde que fuera inventado por Sigmund Freud hace más de un siglo, también ha ido evolucionando pues siempre ha estado atento, siempre ha investigado, los diversos efectos sintomáticos que este sufrimiento subjetivo ha venido mostrando. Desde el último cuarto del siglo pasado una de las caras del malestar subjetivo contemporáneo la constituyen los llamados trastornos de la conducta alimentaria. Si observamos con atención los diversos estudios estadísticos se están convirtiendo en una verdadera epidemia social, pues cada vez son más los sujetos que acuden a los diversos servicios, tanto públicos como privados, de salud mental por presentar síntomas en el comer. He dicho acuden cuando más bien hubiera debido decir que son llevados. Éste es un aspecto importante del asunto: que, de modo general, son sus allegados quienes solicitan que sean tratados, cuestión muy parecida a lo que sucede con las conductas toxicómanas. En ambos casos el sujeto no ve ningún inconveniente en la vida que lleva y es su familia más próxima la que toma cartas en el asunto. Es un problema para la familia pero no para el sujeto que, no es infrecuente, hasta ha tomado contacto a través de Internet con otros que tienen ese mismo modo de afrontar el malestar subjetivo.

Basta con buscar proANA (anorexia) o proMIA (bulimia) en la red de redes para comprobar la gran cantidad de páginas web y chats donde las anoréxicas y bulímicas reciben y dan consejos a las demás para perder peso, para vomitar o cómo aguantar las ganas de comer. Para reconocerse en Internet colocan un lazo blanco virtual en sus páginas. Para reconocerse en cualquier lugar, las proANA se colocan una pulsera o un cordón rojo en la muñeca izquierda y las proMIA uno de color morado.

Tanto el modelo médico como el discurso de la psicología cognitivo-conductual ven en estas extrañas conductas del comer una enfermedad —algunos creen que es producida por una perturbación de los neurotransmisores o de los circuitos cerebrales— que debe ser erradicada lo antes posible y trazan planes terapéuticos y pedagógicos protocolizados y estandarizados dirigidos a todos aquéllos que la padecen.

De este modo, el sujeto de lo particular se ve abocado a desaparecer, a eclipsarse, bajo la férula de lo universal del diagnóstico y del subsiguiente tratamiento. Una vez colocado allí, se le enmudece primero y se le constriñe después a que abandone, ya sea por las buenas o bien por las malas, su desviación patológica de las normas alimentarias. Los resultados de estos tratamientos coercitivos a corto plazo parecieran brillantes: vemos al sujeto anoréxico engordar como una foca tras el obligado cebamiento de ese estómago que se sacia sólo con el aire, sólo con la nada, y al obeso adelgazar como una sílfide en una clínica donde paga un pastón porque lo maten de hambre o, si no fuera suficiente, le cosen ese estómago insaciable, que pide y pide sin cesar que lo atiborren para aplacar su doloroso vacío. Pero ¿y después? ¿Qué será de aquel sujeto a quien ese síntoma representaba, a quien ese síntoma, por así decirlo, le daba una existencia e incluso un cuerpo? Los resultados a medio y largo plazo de estos métodos, lo sabemos bien porque la experiencia nos lo indica, empañan bastante ese brillo inicial y en ocasiones pueden llevar a lo peor. Como dice el refrán, son pan para hoy y hambre para mañana.

El psicoanálisis, sin embargo, por tratar con el sujeto de lo particular —el sujeto del inconsciente, el sujeto de la palabra y del deseo— considera que el síntoma, en este caso el llamado trastorno de la conducta alimentaria, está ahí no porque haya llegado llovido del cielo sino que es propiedad de un sujeto que, de modo paradójico, a la vez goza y sufre con él. El síntoma es una formación de compromiso, como nos enseñó Freud, y en él está implicado, hasta el tuétano, siempre el sujeto, lo quiera o no. El síntoma cumple una función y está ahí por algo: es una solución, aunque fallida, a una problemática insoportable del goce y del deseo que el sujeto no ha podido, o no ha querido, enfrentar de otro modo. Si el sujeto quiere saber qué es lo que no soporta, qué es lo que en verdad le perturba, le atraganta o le aniquila, encontrará un lugar apropiado en la consulta de un psicoanalista. Cuando llegue a saber qué constituye para él lo intragable, lo estragante o lo vomitivo es muy probable que opte por una solución menos mortificante, tanto para él como para aquellos que más le quieren, y abandone el llamado trastorno de la conducta alimentaria en una cuneta del camino de la vida por no servirle ya para nada.

Y sin más preámbulos les dejo con Patrick Monribot, nuestro conferenciante. Estamos seguros de que su conferencia —«Comer: la enfermedad del siglo»— estará a la altura de su tan merecida fama.