Mi síntoma sin mí. José Manuel Alvarez. (Barcelona)

En el Boletín del Colegio Oficial de Psicólogos de octubre pasado, nuestro colega Carlos Rey mencionaba la última película de Michael Moore titulada SiCKO, señalando la paradoja de que después de años en los que la ciencia psicopatológica ha estado persiguiendo a martillazos al siempre conspicuo síntoma, éste retorne ahora sonriente, sin un rasguño y agarradito de la mano del Gran Capital; pues al parecer las aseguradoras médicas estadounidenses cuentan con un departamento de detectives con los que escruta la biografía y el historial médico anterior a la suscripción de una póliza, con el fin de hallar el síntoma que el paciente en su día no declaró y que predecía la enfermedad que ahora la aseguradora ha de costear... Encontrando dicho síntoma, la aseguradora se presentará como víctima ensangrentada de una gran estafa, recurriendo de esa guisa a los tribunales para que le eximan de retribuir al paciente los costes del tratamiento de su asquerosa enfermedad...

Fascinados con lo malísimo y pendenciero que es el capital, sería estúpido no ver ahí uno de los retornos del síntoma vía culpabilidad elevada a su máxima potencia, por cuanto que en vez de una libra de carne quiere ahora cobrársenos el cuerpo entero. Ahora bien, en una sociedad como la occidental que vive hundida en la ilusión de la satisfacción obligatoria y generalizada, ¿es un trastorno del sistema o un funcionamiento de estructura? Responder sí a la primera alternativa nos pondría en sintonía con lo que siempre me ha llamado la atención de los adictos: que son pésimos contables; lo son porque cuando se disponen a cuadrar la caja, no contabilizan en el debe los costes de la satisfacción obtenida. Antes al contrario, siempre la cuadran a costa de echar un borrón sobre las facturas de la satisfacción. O sea, no deben nada a nadie y los daños producidos son circunstanciales a la fiesta organizada. En esto siempre han ido a la vanguardia de la way of life en la que vamos, nunca mejor dicho, a toda pastilla, pues su modelo de adicción se ha infiltrado de arriba abajo por toda nuestra efímera existencia; o sea, hace tiempo que somos de un modo u otro unos adictos redomados.

La segunda alternativa -un funcionamiento de estructura-, plantea la pérdida como consustancial a cualquier satisfacción que, de no registrarse como tal pérdida tiene un efecto de retorno en forma de culpa por caminos cada vez más sádicos y más oscuros. ¿Cómo entender si no, la estrecha relación existente entre esa sociedad de la satisfacción -según la de un famoso grupo bancario “Lo quieres, lo tienes”-, y la proliferación del ojo que todo lo ve -y por tanto todo lo culpa-, en forma de hardware y software puesto a punto para vigilar, espiar e inspeccionar hasta último resquicio de nuestra atolondrada existencia? ¿Cómo no darse cuenta que hasta la más que estrafalaria monitorización del pensamiento ejercida por el terapeuta en esas terapias de tres al cuarto llamadas Cognitivo Conductuales, se nutre de la misma estructura superyóica? Es la solución actual a uno de los grandes síntomas de la civilización que, desde hace algunos años, films como Memento, El Maquinista, Freeze Frame, Tránsito, El Número 23, etc., vienen a subrayar: el rechazo de la subjetividad y de la responsabilidad, retorna afilado en forma de culpa persecutoria que, cuanto más ajena se percibe, más mortificación genera...

Colaboran en ello los abordajes de la psicología actual, -arrojada en los brazos como escarpias de la psiquiatría más biologicista y auto-revestidas de roñosa purpurina científica-, donde se desprecia de la peor manera posible estos retornos sintomáticos, concibiéndolos como meros disfuncionamientos que tendrían su asiento en una red neuronal deficitaria respecto del rendimiento de la que tendría instalada -a modo de cerebro de corcho-, el psico-científico que la vendría a diagnosticar, evaluar y reparar; siempre con el consentimiento informado del paciente, y no sin hacerlo pasar después por la refrescante tortura de la ya famosa encuesta de satisfacción.

En efecto, lejos de considerar al síntoma como el retorno de una verdad que concierne al sujeto que lo sufre, se toma como el signo de una trastorno emocional, como si lo emocional pudiese ser otra cosa que un trastorno, o un pensamiento inadaptado, como si el pensamiento pudiera ser otra cosa que una profunda inadaptación, cuando no, de una perturbación transitoria de la razón como si la razón hubiese sido a lo largo de la historia de la humanidad otra cosa que una constante perturbación...

Esta operación eminentemente yóica, la de aislar los síntomas que nos aquejan como si fuesen molestos y extraños seres provenientes de otra galaxia, -aunque es verdad que lo son, lo son y muy molestos-, reduciéndolos a poco más o menos que meros productos de calambrazos cerebrales o fugas y derrames de líquidos humorales, no sólo retrotrae a la clínica a una situación prehumana, -según la acertadísima expresión de Germán L. García-, sino que promueve y colabora en la construcción de un panorama de campo de concentración judicial en el momento mismo, -en este mismo momento que está usted leyendo estas líneas-, en el que se asiste a lo que probablemente es la mayor inflamación de la historia en materia judicial para resolver, por medio de un tsunami de leyes y normativas de todo tipo, los síntomas de la civilización: violencia de género, maltrato y pornografía infantil, agresión filial hacia los padres, prostitución callejera, acoso laboral y escolar, intercambio de archivos, conducción temeraria, uso y abuso de sustancias tóxicas, ruido vecinal, delito ecológico, errores médicos y un tan largo etc., que se podría tachonar con ellos todas las páginas de los periódicos como de estrellas se tachona de noche el cielo. Y todas las previsiones apuntan a un incremento de denuncias de tal calibre, que se teme que en el futuro próximo acaben bloqueando el sistema judicial o, como mínimo, dilaten tantísimo en el tiempo los procesos judiciales que las sentencias lleguen a ser leídas con el acusado ya fiambre... O sea, una justicia que llegaría tan tarde que quedaría reducida a una mueca.(1)

Sería un paso importante que no sólo el psicoanálisis se tome muy en serio que el síntoma, mi síntoma, -pero también el de usted-, es un elaboradísimo producto social, -por lo tanto, netamente individual-; y que extirpándole sin más su núcleo de goce nocivo y autista con interpretaciones que lo deshumanizan -trastorno orgánico, emocional, educacional, legal, etc...-, libera enormes cuantums de energía que fluyen hacia el lado oscuro de la fuerza: el de la pulsión de muerte.

Es el alto precio que exige pagar el núcleo nocivo del síntoma, cuando el síntoma se queda sin mí y, de paso, sin usted...

Nota:
1) Recomendamos, por enésima vez, el visionado del excelente y profético film “Brazil” de Terry Gilliam, 1985. Ahí ya estaba todo lo que se nos venía encima, además de ser un sensacional tratado sobre el amor en la neurosis obsesiva.