La vencedora ley del pato. Vicente Verdú. (Madrid)

"La Naturaleza es de izquierdas; la Humanidad es de derechas". Esta canónica sentencia de Manuel Vicent lo pone todo en claro.

La ausencia de enemigo político de envergadura al modo del patrón nazi, el capitalismo concreto o el comunismo de gulag, ha hecho girar hacia el combate contra una amenaza difusa y ambiental.

La lucha se describe como "batalla contra el cambio climático". ¿Puede hallarse un lema más afín a un cuento o una película de dibujos animados?

La infantilización del mundo se corresponde ya con la infantilización de sus consignas mayores. La conquista de una sociedad mejor se identifica con la continuada vigilancia del quehacer social, a la manera de un campo de concentración donde se reúnen los presuntos homicidas del planeta.

Efectivamente, bajo el rostro de lo más inocente, se esconde con asiduidad al tremendo criminal. En este caso el cambio climático es la prueba insoportable del mal que ha sembrado el hombre civilizado en su Tierra.

El ser que cada cual lleva dentro, anida como un espontáneo y perverso destructor, temible asesino del aire, el animal y el mar. Este protervo sujeto somos potencialmente todos y cada uno, así que la lucha radical regresa pero, como en los tiempos de exasperado oscurantismo, para luchar contra nosotros mismos.

Mientras la Naturaleza provee de bienes y alegrías, el ser humano siembra el mal y la desdicha. Es urgente y preciso una mano superior que reanude el control inquisitorial de otros tiempos más un autodominio moral, una represión generalizada que impida actuar sin orden.

La condición humana ha pasado de ser originariamente prometedora y digna de compasión a resultar dañina y merecedora de represión. Ha pasado de ser benéfica a maléfica y de representar una esperanza incesante a un riesgo seguro.

¿Exterminar a estos seres humanos que han llegado hasta el grado de degradar todo hábitat, incluido el de las benditas tortugas? Acaso resulte demasiado aparatoso y contraproducente el proyecto de exterminio porque ¿cómo cumplir esa masacre, degollando, quemando o enterrando, sin riesgo de contaminar más? El único plan posible viene a ser un ten con ten, siendo la sostenibilidad la regla de oro de todas las cosas.

Sostenerse es el máximo estadio. La utopía se ha desvanecido, la ilusión de progresar se paraliza. Todo el futuro es sospechoso de hecatombe y para conjurarlo sólo vale el represamiento, la represión, el severo equilibrio de mantenerse en lo sostenible.

Ahora el enemigo se halla rodeándonos permanentemente por los cuatro costados y acosándonos desde los rincones de nuestro propio interior. El enemigo coincide con nosotros mismos, bultos palpitantes y pecadores, almas polutas.

Sólo la parte de la Naturaleza que gozó la oportunidad de no cambiar ni ser objeto de nuestra ignominia muestra el verdadero estado de gracia. De la flecha del progreso pasamos así al arcadismo del arco sostenible, de la invención creadora a la pasmada veneración del Creador.

Nunca hubo pues tiempos de mayor imposición celestial, de mayor política humana de la nada, de tanta ausencia de humanismo contra la creciente y vencedora ley del pato, la fiera, el lince o el tremedal.

From: http://blogs.elboomeran.com/vicente_verdu/

Con la amable autorización del autor.