“Los jugadores clásicos y posmodernos”. Déborah Gutermann-Jacquet (París)

Para tratar lo real en el siglo XXI, evocaré dos figuras de jugadores, la de Dostoievski, del pasado, y la de Bret Easton Ellis, el autor de American Psycho, que vende sus obras por millones y está a la altura de la época por el público al que toca.

El jugador de hoy en día no es más el de ayer, porque lo real no está ya en la naturaleza: está en la ciencia, y Dios ya no está para garantizar las reglas del juego. He elegido hablar del juego porque me parece que he sido interpelada por una frase que abre la primera novela de Bret Easton Ellis, Menos que cero: “Las reglas de este juego se modifican a medida que se juega”. Esta frase me ha parecido paradigmática de nuestro siglo XXI y de lo real con el que tenemos que vérnoslas desde que Dios, desalojado del cielo, no garantiza más la estabilidad de las reglas.

El juego pone en evidencia la dimensión de la pérdida, de lo que se arriesga, por lo que querría hacer resonar esta cuestión con una cita de Lacan extraída de su declaración en France Culture, en 1973. Momento bisagra si lo hay, puesto que allí decide no referir más lo real al objeto a, degradado al rango del semblante, sino a la no relación sexual.

En esta frase, Lacan evoca precisamente la pérdida y la correlaciona con la no relación: “Lo real para el ser hablante es algo que se pierde en alguna parte, ¿dónde? Freud puso el acento en ello, se pierde en la relación sexual”. Porque no puede articular saber sobre su sexo y ni la sexualidad ni el goce se dejan atrapar por las palabras, el ser produce síntomas, recubre el abismo con la ficción de la relación. Así, es el trauma del encuentro sexual y el fracaso amoroso quienes sumergen al jugador de Dostoievski en las salas de juegos y lo llevan a la ruina.

Desde que comienza a jugar, ya ha perdido: porque como indica Lacan en el Seminario 16 refiriéndose a Pascal, jugar necesita siempre una pérdida primera. El jugador repite la apuesta de su ser, pero hay un límite a este juego, especialmente desde que sus recursos se han agotado. La ciencia ha cambiado el reparto: la locura está en adelante instrumentalizada por sus creaciones que ofrecen al jugador la posibilidad de no desconectarse; no hay más necesidad de apuesta, se ofrece la eternidad de la conexión que empuja más todavía los límites de lo imposible. Luego, no son solo un puñado de jugadores los que son alcanzados por el vicio, es un todos, el todos de la red. Este todos que el autor nos describe es la sociedad americana misma y sus males contemporáneos cuyos nombres son la adicción, la hiperactividad, etc.

Bret Easton Ellis evocaba al comienzo de su primera novela, como decía, las reglas movedizas del juego al que están sometidos sus personajes. Pero no hay jugadores en su novela. Entonces, se supone que es su vida misma la que se concibe como un juego. En este contexto, de un cielo sin Dios, donde el capricho es la regla, los héroes ya no apuestan. Ellos no aceptan la apuesta de entrada y la pérdida que le es correlativa. Para ellos, es todo o nada, el todo del goce ilimitado, o la muerte. Su opulencia no les deja otra cosa a ofrecer que un cuerpo adicto tan cuidado como maltratado, tan lleno como vacío. Esto es lo que el real de la ciencia produce y que este autor americano atrapa.

Para figurar el cielo vacío sin Dios, él sitúa, en una de sus novelas, el fantasma de su padre, que viene cada día a visitarle hasta que una sociedad de exorcistas le promete “limpiar” la casa por una suma de 30.000 dólares. Pero el tratamiento es ineficaz porque lo real no se deja ni comprar, ni cazar, ni limpiar.

Traducción: Margarita Álvarez

From: PAPERS Nº 0. Lista de miembros del Comité de Acción de la Escuela Una-Scilicet