El Buscón -Boletín de las XII Jornadas de la ELP-. (Selección 3). Guy Briole, José Ramón Ubieto.

LA VERGÜENZA DE EXISTIR.
Guy Briole

“Los secretos que uno guarda para sí son los más pesados de llevar”, hace decir Kevin Powers a uno de los personajes de su notable libro, Yellow birds, escrito tras dos años pasados en el infierno del Irak ¡“liberado”! Tanto más pesados, estos secretos, que nadie desea escuchar lo que tendrían que decir, y el título de las Jornadas de la ELP le va bien. Puede aplicarse en bloque o por separado: ¡“goce, culpa, impunidad”!

Estos soldados no pueden sino haber experimentado, en la muerte dada, un goce, tanto más malsano cuanto que sigue estando marcado por la impunidad; en la guerra se mata legalmente. Si se quiso delegarles esta tarea* para que el país se mantenga en su lugar y se los condecoró por este servicio prestado, es para que se callen. ¡Que se arreglen ellos mismos con sus estados de ánimo sin molestar la conciencia nacional!

A la tríada que dice la falta añadamos la vergüenza que a veces se abate sobre ellos cuando la nación no es capaz de mantener la guerra que ha declarado bajo la bandera de la moral. En todas las épocas: se celebrará a los muertos y se dejará la vergüenza y la culpabilidad a los que, habiendo luchado, salvaron, a pesar de todo, su piel. La obnubilación es tal que ni siquiera nos damos cuenta de que se fundían en un mismo conjunto los soldados, las víctimas de las guerras, los deportados de los campos.

A unos se les imputarán goces inconfesables (masacres, torturas, violaciones, etc.) y a otros el haber, probablemente, puesto de lo suyo para haber sobrevivido, allí donde tantos otros fallecieron. A todos, se les pedirá no añadir al desorden social, político, policial, el de su malestar consecutivo a los efectos del encuentro traumático. Que ocupan el lugar que se les designa y donde no molestan a la conciencia colectiva: el del antiguo combatiente, el de la víctima.

Desde el final de la guerra, en 1945, la obsesión clasificadora, ya en vigor en esa época, les había forjado un concepto de origen americano: la culpabilidad del superviviente. Se adoptó inmediatamente para describir lo que deberían experimentar los supervivientes, soldados o deportados. Serían culpables de haber sobrevivido. Aunque se extenúen en decir que no es eso lo que ellos viven, no se les escucha. Se ven incluso interpretados por psicoanalistas dispuestos a justificar el concepto aplicándoles su propia visión fantasmática de la situación, remitiendo a estos sujetos a los efectos de la represión, de la denegación, etc. Es una posición que sustrae a estas personas la posibilidad de un cuestionamiento ético, mediante la asimilación de una causalidad pegada al acontecimiento, independiente del sujeto, que se encuentra, cuando consiente, rechazado del lado de las víctimas. Lo que inducen nuestras sociedades es la victimización, aún sin saberlo.

¿Qué hacen de sus deportados, de sus combatientes, de los que fueron rehenes, o fueron víctimas de atentados? La principal palabra es la “reparación” y se sabe que algo que se reparó queda señalado con una cicatriz, con un rastro indeleble. Las consideraciones se efectúan en la medida de la desconfianza que inspiran estos hombres en los que algo de lo humano ha sido tocado. Las expresiones lo dicen suficientemente: “No tenían ya nada de humano”, “Lo que hicieron o vivieron es inhumano”. A espaldas de todos, son sospechosos. Pero esta sospecha está afectada por la imposibilidad de ser dicha, incluso por los propios sujetos que, con todo, la viven con la intensidad de un dolor inefable.

Esta sospecha silenciosa hace del sujeto un excluido de su propia patria, excluido de los suyos, excluido de los hombres. Es lo que hace de él un extranjero, señalado por este encuentro con lo real, que lo arroja en la vergüenza de existir. A distinguir de la culpabilidad que está vinculada a lo que se habría podido hacer —o lo que no— y que podría reprocharse. No escapa a este sujeto que en su grupo de pertenencia es un excluido, en inclusión. Los sujetos excluidos son sujetos avergonzados.

Notas:
1.Powers K., Yellow birds, Paris, Stock, 2013 (idioma francés).

*Tache: también. Mancha [T]

Traducción: Luis Alba

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LA CULPA-CORTADA.
José Ramón Ubieto

La culpa edípica conecta el goce al superyó por la vía paterna. Somos culpables de nuestros pecados morales. Lacan, sin anular este registro de la culpa -que Freud teorizó alrededor del mito edípico-, va más allá con su concepto de goce.

En “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” (1960) señala: “(…) Ese goce cuya falta hace inconsistente al Otro, ¿es pues el mío? La experiencia prueba que ordinariamente me está prohibido, y esto no únicamente, como lo creerían los imbéciles, por un mal arreglo de la sociedad, sino, diría yo, por la culpa del Otro si existiese: como el Otro no existe, no me queda más remedio que tomar la culpa sobre Yo [Je], es decir, creer en aquello a lo que la experiencia nos arrastra a todos, y a Freud el primero: al pecado original. (…) Pero lo que no es un mito, y lo que Freud formuló sin embargo tan pronto como el Edipo, es el complejo de castración”.

Unos meses antes, en el Seminario de “La ética del psicoanálisis” había explorado los límites de la transgresión y las barreras (bien, belleza y piedad) que el discurso crea para recubrir lo imposible. La separación entre el padre y el superyó se va haciendo más nítida y la culpa aparece desconectada del hecho mismo del goce y de su prohibición para conectarse, en cambio, a la falta-de-gozar, al hecho que el goce está perdido. A esto se refiere en “Televisión” (1970) cuando dice: “La gula con que denota al superyó es estructural, no efecto de la civilización, sino «malestar» (síntoma) en la civilización”. El mito del padre ya no sirve para explicar lo imposible y el hecho de que se es culpable de gozar poco, lo que obliga al sujeto a hacerse cargo de esa falta. El padre deviene síntoma (Miller).

Un poco más tarde, en “Encore” (1973), y refiriéndose al goce, introduce el equívoco entre coupabilité y cupabilité: (…) Supongan que haya otro, pero justamente no hay. Y por lo mismo, porque no hay, y que de ello depende el que haría falta que no, la cuchilla, pese a todo, cae sobre el goce del que partimos. Tiene que ser ese, por falta —entiéndase como culpabilidad— por falta del otro, que no es”. La culpa encuentra su causa en el corte, la coupabilité. El sujeto está afectado por un goce cortado, limitado, velado por el mito del padre. Es de este imposible de donde se nutre el superyó cuando profiere su orden imposible: ¡goza!. A esto se refiere Lacan en “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” cuando dice “A lo que hay que atenerse es a que el goce está prohibido a quién habla como tal, o también que no puede decirse sino entre líneas para quienquiera que sea sujeto de la ley, puesto que la Iey se funda en esa prohibición misma. En efecto, aun si la ley ordenase: ¡Goza!, el sujeto sólo podría contestar con un: Oigo, donde el goce ya no estaría sino sobreentendido”. La respuesta a esta falta-de-gozar es la culpa que deviene así estructural.

En el Seminario XXI “Los no incautos yerran” (1973-1974) -inmediatamente posterior a “Encore”- en su clase del11 de Diciembre de 1973, vuelve a referirse al corte y la culpa: “El redondel de hilo es algo que les permite la teoría de un nudo. Para romperse, exige tener que ser cortado (coupé). La culpabilidad (coupabilité)”. Esa es la culpa secreta, a la que se refiere el texto de presentación de las Jornadas, condición del imperativo superyoico que exige de nosotros un esfuerzo más y un sacrificio que hoy toma formas diversas, muchas de ellas ligadas a la “gestión” Xtreme de los cuerpos. Recientemente, el New York Times informaba de varios estudios que estiman que un 35 por ciento de los estudiantes universitarios toman ilegalmente psicoestimulantes para combatir el estrés de los periodos de exámenes y otras circunstancias similares. Todo ello en un país donde los últimos datos alertan de una prevalencia del TDAH de más del 20% en secundaria.