Acción Lacaniana – Foros de la ELP: EL MALESTAR EN LA DEMOCRACIA. EFECTOS POLÍTICOS Y SUBJETIVOS. (Selección 7) El psicoanálisis y el porvenir de la izquierda. Manuel Montalbán Peregrín

Retomamos para comenzar la fórmula “izquierda lacaniana” que desde 2007 Jorge Alemán viene desarrollando como operación inexcusable para trazar vías en las que el pensamiento de Jacques Lacan puede contribuir activamente a concluir el debate sobre el final y el futuro de la tradición marxista. Ya en su propia formulación esta expresión, como antes había ocurrido con la “izquierda freudiana”, reúne términos que no han surgido en principio para estar juntos, lo cual abre toda una serie de preguntas sobre la legitimidad de la relación propuesta, y las posibilidades y consecuencias de su acogida e interpretación.

Ciertamente los intentos conciliadores entre marxismo y psicoanálisis se han sucedido a lo largo del siglo XX con resultados contradictorios y dispares, y bajo el predominio, en muchos casos, de lecturas simplistas e ideas prejuiciosas. Pero la inexistencia de una síntesis satisfactoria propicia recurrentemente nuevos intentos de aproximación. El encuentro inicial entre psicoanálisis y marxismo se va produciendo gradualmente en las dos primeras décadas del siglo XX en Europa, y también en Rusia-URSS. Después de la revolución rusa, entre los exiliados que regresan hay analizantes de Freud y sus discípulos, que van conformando sociedades e instituciones psicoanalíticas en varios puntos de la extensa geografía soviética. La teoría psicoanalítica de Freud es recibida con gran interés, al tiempo que genera también una importante controversia sobre su estatuto científico y la posibilidad de integración de los mecanismos inconscientes desde una perspectiva materialista. El debate sobre la utilidad que el psicoanálisis ofrecía a los esfuerzos de constitución de una psicología propiamente marxista se prolongó? entre la crítica, a veces virulenta, y los intentos de asimilación, hasta 1926, fecha en la que el régimen estalinista comienza a perseguir la practica psicoanalítica, finalmente prohibida completamente en 1936.

Hay muchos trayectos posibles para cubrir el territorio amplio y complejo del diálogo entre psicoanálisis y marxismo en el período de entreguerras. En estos años se suceden las apologías marxistas del freudismo, que pretenden despojar a la doctrina del psicoanálisis de la gruesa capa de subjetivismo y psicología burguesa para recuperar su “núcleo sano”, en un intento de sentar las bases de una teoría de la mente, solamente esbozada de manera explícita en los escritos de Marx, Engels y Lenin. Pero encontramos también algunas reflexiones, a veces difusas y que solo recientemente se vienen recuperando, de autores como Voloshinov o Gramsci, marcadas por la originalidad respecto al pensamiento marxista de la época, que dejan entrever, desde una necesaria perspectiva histórica, argumentos para un análisis más profundo de las imposibilidades de conjugar ambos proyectos pero también de sus posibles implicaciones recíprocas.

Así V.N. Voloshinov, referente del fructífero círculo de M. Bajtin, aporta nuevas formas de pensar no solo la relación entre marxismo y psicoanálisis, sino también la dialéctica entre lo personal y lo social, a pesar de que paradójicamente se trate de un enfoque bastante crítico con el freudismo en ciernes. La reciente recuperación del legado de Voloshinov puede ser ilustrativa de la necesidad y posibilidad apuntada por Rossi-Landi de una novedosa y anticipatoria aproximación a las relaciones entre el marxismo y otras disciplinas, tanto desde la perspectiva del lenguaje como de la ideología. Los puntos de partida de Voloshinov en esta tarea se basan en dos preceptos metodológicos básicos: una psicología marxista debe abordar la especificidad cultural e histórica de la conciencia humana y, a un tiempo, basarse en métodos objetivos. Con estos presupuestos de partida, la noción de inconsciente que pretende desarrollar Voloshinov no se fundamentará en contenidos pretendidamente instintuales.

En una lectura novedosa del descubrimiento freudiano, y en línea con la tesis de Engels de que la conexión entre lenguaje y trabajo representa una vía privilegiada para la comprensión de la conciencia, se trata de un inconsciente lingüístico y dialógico, con un claro origen social, que muestra claramente, como también se esforzó en demostrar el propio Gramsci, el carácter contradictorio de la conciencia. Esta idea de una ideología dinámica, no determinada de antemano para reproducir los esquemas de poder, no portadora a priori de un signo negativo o positivo, será asimismo uno de los rasgos centrales de la “hegemonía” como concepto central en Gramsci, retomado por Laclau y Mouffe, que no remite unilateralmente al dominio de la clase privilegiada, sino al espacio de las relaciones de dominación y subordinación. A diferencia también de la aproximación mayoritaria, Gramsci, a pesar incluso de su recepción indirecta y parcial del legado freudiano, dedicará parte de su interés a los aspectos más comprometedores de la operación de exportación del psicoanálisis a la cultura americana fordista, como son la relación entre la moral sexual y el malestar en la cultura, y sus implicaciones en la formación de una nueva personalidad femenina. Tanto en los Cuadernos de la Cárcel como, de una manera más íntima, en las Cartas desde la Cárcel, Gramsci se interesa por el psicoanálisis como factor de desestabilización con respecto a toda una serie de equilibrios ideológicos de la cultura occidental contemporánea, sustrayéndose a la mera crítica biologizante del oficialismo soviético estalinista, o al injerto materialista del psicoanálisis, propio de la cosmovisión freudomarxista.

Sin embargo, serán fundamentalmente W. Reich y la Escuela de Francfort los referentes que la historia de la psicología recoja en los apartados dedicados a la relación entre psicoanálisis y política. Sin desmerecer las aportaciones históricas del freudomarxismo y su influencia sobre distintos movimientos sociales, culturales y políticos, en la década de 1930 y tras la Segunda Guerra Mundial, hemos de reconocer que no toman en cuenta los desarrollos ulteriores de la teoría pulsional freudiana. Para Reich y Marcuse lo más relevante es establecer la relación directa de la represión sexual con la coacción social y política, reivindicando una interpretación hedonista del psicoanálisis. Se pierde así una sutileza fundamental de la reflexión freudiana sobre el malestar en la cultura que tendrá, sin embargo, importantes implicaciones en el desarrollo de una teoría política de cuño lacaniano: no hay tanta oposición entre cultura y pulsión. La pulsión alimenta la cultura y sus exigencias de renuncia encontrando así una satisfacción más secreta. El malestar en la cultura no procede tanto de las exigencias de renuncia civilizadora cuanto de la evidencia de que en tales exigencias está implicada la propia satisfacción pulsional, forzada como alternativa al haber sido introyectada. Esto nos lleva a pensar en una verdadera erotización de la conciencia moral. Al volver la pulsión sobre el yo logra satisfacerse alternativamente en este circuito de renuncia y culpabilidad: “se goza de la renuncia”. Para Freud, la moral está, por tanto, contaminada entonces de la propia pulsión.

En el prefacio al Anti-Edipo de Deleuze y Guattari, Foucault apunta a nuevas zonas ganadas para el pensamiento crítico más allá de una interpretación familiar y dualista de los acontecimientos de la segunda mitad de 1960 sobre la base de la explotación social y la represión psíquica. La asignatura pendiente en la confluencia de Marx con Freud se asume también desde la orientación lacaniana, provista de una sobriedad y anti-utopismo que se aleja de la tradición clásica freudomarxista y retoma, a su cargo, el pesimismo y escepticismo freudianos, que el “vitalismo” de Deleuze considerara obstáculos para la potencia del devenir. Es innegable que frente a la emergencia del discurso ultracapitalista el psicoanálisis actualiza su condición de factor de la política. El psicoanálisis no puede retroceder ante la exigencia de una respuesta particular y propia frente al surgimiento de los nuevos malestares en la cultura. Más aún, podríamos hablar incluso de una politología poslacaniana. De hecho el psicoanálisis de inspiración lacaniana representa uno de los ejes centrales de un texto influyente como Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda, que firman conjuntamente Butler, Laclau y Žižek (2000), y con el que se intenta establecer una trayectoria común de pensamiento y presentar, al mismo tiempo, de manera productiva los diferentes compromisos intelectuales de sus autores.

Así a comienzos del siglo XXI se reactiva el interés por valorar las influencias de la enseñanza lacaniana en el pensamiento político de izquierdas, de manera inédita y original. Hablar de izquierda de orientación lacaniana es referirse, en principio, al trabajo de un amplio abanico de autores como Althusser, Jameson, Castoriadis, Laclau, Mouffe, Žižek, Badiou, y, en el ámbito de la crítica de todas las formas de psicología y psicologización, podríamos incluir, no sin reservas, al propio Ian Parker. Desde variadas coordenadas, se recurre explícita o implícitamente a la obra de Jacques Lacan para formular una aproximación alternativa al estado y al futuro de la izquierda política. Se trata de una apuesta caracterizada por el mantenimiento de una posición epistemológica y ontológica no-esencialista, la deconstrucción del sujeto emancipatorio y la crítica de la unicidad homogeneizante del discurso capitalista y de las formas de sujeción y subjetivación que lo acompañan.

Pero la presencia de referencias inspiradoras lacanianas no asegura siempre un corpus estable de posicionamiento más allá de la utilización de conceptos con cierto carácter aplicable al análisis político contemporáneo: falta, real, jouissance (goce), etc. Frente a la mera apropiación-aplicación de la teoría lacaniana al análisis político, el proyecto de hacia una izquierda lacaniana no se conforma con corroborar el agotamiento del sujeto histórico y de la creencia de que el propio movimiento intrínseco del capitalismo propiciará su atravesamiento. Se trata de un replanteamiento de la definición de experiencia política, lo que exige la implicación de la dimensión subjetiva a fin de establecer una nueva lógica de la relación política-sujeto.